La del doble es una creencia recurrente a lo largo de la historia de la humanidad. Es la parte de nosotros que está en contacto con lo oculto, la que se manifiesta en forma de criaturas sobrenaturales y animales extraños, la que es capaz de volar o, por el contrario, aparecerse en territorios lejanos sin haber dado un solo paso. Nahuales, animales de poder, demonios, ángeles, hadas… Hoy en día, los asociamos con ritos ingenuos, primitivos y/o lejanos, no sólo en el tiempo, sino en el espacio. Pertenecientes a culturas ajenas a nuestras tradiciones modernas.
Y, sin embargo, nada más lejos de la realidad…
El libro “Hadas, brujas y hombres lobo de la Edad Media”, del antropólogo Claude Lecouteux, es una de esas joyas de las que, a pesar de sus años, uno permanece ignorante hasta que se le presentan “por casualidad”, para convertirse por fin en un nuevo eslabón capaz de integrar en la cadena muchos aspectos aparentemente incoherentes, permitiéndonos avanzar un poco más en esta búsqueda del origen del fin de la cordura humana.
Como aventureros en busca de la fuente de la vida, por si acaso aún hubiera tiempo para salvar algunos muebles…
El antropólogo Claude Lecouteux |
Siguiendo a Lecouteux, aquellos que examinan los textos de la antigüedad descubren mil y un hechos curiosos que, erróneamente, clasificamos como fabulosos y maravillosos, pues nuestra visión está enormemente deformada por nuestra cultura judeocristiana, primero, y el pensamiento cartesiano y materialista que de ella deriva, después.
De manera menos evidente que en otros continentes, en Europa el concepto de una existencia transpersonal como mediadora entre nuestro yo y otras realidades ha sobrevivido en aquellas culturas a las que el cristianismo no pudo extirpar su relación original con el más allá, como el folclore escandinavo y germánico.
Es en sus cuentos y leyendas donde nos encontramos con ese otro yo que se libera del cuerpo cuando éste está entorpecido por el sueño, paralizado por el trance o petrificado por la enfermedad o el coma.
Rara es la persona saludable a quien le es dada una visión. La enfermedad suele ser la que abra las puertas al otro lado.
Pero también hay una manera voluntaria que trata de lograr que el cuerpo oponga la mínima resistencia posible al alma y así facilitar la experiencia trascendente.
Se trata de diferentes prácticas cuyo objetivo es la supresión de los lazos entre el alma y el cuerpo, reduciendo las funciones vitales de éste. Hay individuos que pueden lograrlo de forma natural, son los chamanes o visionarios, aunque todas las culturas tienen su particular planta de poder para facilitar la “conexión”.
Básicamente, encontramos el mismo patrón de experiencia irreal en todos los rincones del planeta.
Las plantas de poder suelen ser muy ricas en DMT:
La N-dimetiltriptamina (DMT) es el alucinógeno más potente que existe, se encuentra de forma normal en la naturaleza, pertenece farmacológicamente a la familia de la triptamina.
Portada del libro "Hadas, brujas y hombres lobo en la Edad Media" de Calude Lecouteux |
El cuerpo humano segrega DMT de forma natural.
El profesor Rick Strassman, de la Universidad de Nuevo México, considera que, en una dosis suficientemente alta, ésta sustancia actúa como un sintonizador de frecuencias diferentes a las que percibimos en nuestro ordinario estado de conciencia.
Strassman advierte de que el DMT facilita la experiencia, pero no es el causante de la misma, pues ésta es ajena a nosotros. El cerebro es un receptor, los alucinógenos afinan esa recepción y limpian el ruido de fondo. Y la conversión de esas otras realidades a nuestro plano se produce a través de símbolos universales, filtrados mediante los convencionalismos sociales y culturales que cada individuo hereda de su medio.
Sea como sea, de forma natural, a través de sueños o mediante sustancias, el motivo común es que el cuerpo ha de estar en un estado crítico para que el alma recobre cierta libertad. O, lo que es lo mismo y más familiar a nuestros días, que el ego se desvanezca.
El profesor Rick Strassman de la Universidad de Nuevo México |
El sueño, en cambio, es la recepción de imágenes significativas. Serían dos aspectos diferentes del mismo fenómeno de contacto con otra realidad más sutil, algo que se escapa a las doctrinas de nuestra civilización.
Según leemos al comienzo de ‘El yoga de los sueños’, de Tenzin Wangyal Rinpochet:
Muchos occidentales que se acercan a las enseñanzas lo hacen con ideas sobre los sueños basadas en teorías psicológicas y, por tanto, cuando se interesan en usar los sueños en su vida espiritual, se enfocan por lo regular en el contenido y el significado de los sueños.
Muy pocas veces se investiga la naturaleza misma del soñar. Cuando realizamos esta investigación, nos conduce al proceso misterioso en el que se basa la totalidad de nuestra existencia, no sólo la vida onírica.
El primer paso en la práctica del soñar es muy simple: uno debe reconocer el gran potencial que contienen los sueños para el viaje espiritual.
Normalmente, el sueño es considerado como algo “irreal” en comparación con el contexto de la vida “real” de la vigilia; pero no hay nada más real que el sueño. Esto sólo tiene sentido cuando se entiende que la vida normal de vigilia es tan irreal como el sueño, exactamente de la misma manera.
Entonces puede comprenderse que el yoga del soñar se aplica a toda la experiencia: tanto a los sueños del día como a los sueños de la noche.
En cuanto a los viajes y la bilocación, Mircea Eliade encontró características que describen regiones cósmicas visitadas en los viajes del éxtasis:
Los viajes de los chamanes conducen a uno de los tres destinos:
– un mundo inferior
– un mundo medio
– un mundo superior,
…todos conectados por un eje central.