viernes, 17 de marzo de 2017

Los increíbles efectos del incienso sobre el cerebro


Si sueles quemar incienso en casa, estás incidiendo directamente sobre tu cerebro, probablemente sin saberlo. De hecho, durante siglos diferentes religiones han sostenido que quemar incienso es bueno para el alma.

Y todo parece indicar que no andaban muy desacertadas ya que ahora un equipo de biólogos de la Universidad de Johns Hopkins y la Universidad Hebrea de Jerusalén afirma que también es positivo para el cerebro y explican que sus propiedades psicoactivas podrían ser la razón por la cual las personas siguen quemando incienso en las prácticas religiosas, a través del tiempo y a lo largo de todo el mundo.

El incienso tiene propiedades ansiolíticas y antidepresivas

Estos investigadores descubrieron cómo el franquincienso, una resina de la planta boswellia sacra, también conocida como el árbol del incienso, actúa a nivel cerebral para combatir la ansiedad o la depresión. De esta forma, podríamos tener a la mano una poderosa herramienta para aliviar los síntomas ansisosos o depresivos, sin saberlo.

Básicamente, el poder curativo de esta práctica radicaría en el acetato de incensole, un compuesto de la resina que se extrae del árbol del incienso. De hecho, estos investigadores expusieron a unos ratones a esta sustancia y apreciaron que tenía efectos antidepresivos y ansiolíticos.

Al analizar con mayor profundidad su acción descubrieron que el acetato de incensole actúa en algunas áreas del cerebro vinculadas con las emociones, así como en los circuitos sobre los que normalmente inciden los medicamentos para la depresión y la ansiedad.

De hecho, descubrieron que quemar incienso activa una proteína denominada TRPV3, la cual está presente en el cerebro de todos los mamíferos, incluyendo los humanos, y desempeña un rol importante en la percepción de la temperatura a través de la piel y la regulación emocional.

El acetato de incensole también tiene propiedades antiinflamatorias.

¿Sabías que tienes un sistema inmunitario psicológico?


El sistema inmunitario nos protege contra toda clase de agentes infecciosos que abundan en el medio. De hecho, es imposible controlar nuestra exposición a virus, bacterias y demás agentes patógenos, pero si tenemos un sistema inmunitario fuerte y sano, nuestras probabilidades de enfermar se reducen.

No obstante, psicólogos como Dan Gilbert, de la Universidad de Harvard, creen que también tenemos un sistema inmunitario psicológico. Y las personas que lo fortalecen pueden lidiar mejor con las adversidades y los problemas, sin que estos sumen demasiada ansiedad, depresión o desesperanza.

Según esta teoría, de la misma manera que existen personas que prácticamente son inmunes a los virus y casi nunca se enferman, también hay quienes pueden enfrentar las peores tragedias con mayor entereza de ánimo mientras otros se desmoronan, entristecen o estresan ante los problemas más nimios.

Sin embargo, lo cierto es que todos tenemos un sistema inmunitario psicológico. Los estudios indican que aproximadamente el 75% de las personas logran encontrar un nuevo equilibrio que les permite ser felices al cabo de los dos años después de haber sufrido una gran tragedia.

El sistema inmunitario psicológico se encargaría de construir una red de seguridad que nos proteja de los efectos del estrés crónico y nos dé fuerzas para soportar los eventos más terribles. Mientras que el sistema inmunitario biológico nos mantiene vivos para protegernos de las enfermedades, el sistema inmunitario psicológico amortigua el impacto de los golpes emocionales y nos permite seguir adelante.

Sobrevalorarse como estrategia para proteger la autoestima

El sistema inmunitario psicológico activa diferentes estrategias para protegernos, una de ellas consiste en evitar que nos odiemos por nuestros fracasos. Esa es la razón por la cual tenemos la tendencia a atribuir los problemas a factores externos, como el gobierno, un subalterno incompetente o simplemente la mala suerte.

De esta forma preservamos nuestra autoestima y no nos sentimos tan deprimidos, frustrados o desesperanzados. De hecho, un estudio llevado a cabo en la Virginia Commonwealth University reveló que las personas con tendencia a la depresión en realidad tienen una perspectiva más objetiva del mundo y suelen ser más lógicas y reflexivas. Al contrario, quienes mantienen una actitud más optimista es porque ponen en práctica determinados sesgos que les ayudan a lidiar mejor con su realidad.

Por eso, no es extraño que cuando nos comparamos con los demás pensamos que somos más inteligentes, que tenemos menos prejuicios, que somos más éticos y que viviremos más años.

No se trata de algo negativo. De hecho, psicólogos de la Universidad de California afirman que los estados mentales de autoafirmación positiva, incluso las ilusiones positivas, contribuyen a disminuir nuestro nivel de estrés. Estos investigadores apreciaron que las enfermedades incurables avanzaban con mayor lentitud en las personas que albergaban ilusiones optimistas, aunque fueran poco realistas, ya que estas tienen un efecto protector.

Desde el punto de vista biológico, esto se debe, en parte, a la acción del eje hipotalámico-pituitario-adrenal, que regula desde la digestión y la temperatura corporal hasta el humor, la energía física y el sistema inmunitario biológico. Este eje también modula nuestra respuesta ante el estrés, por lo que se ha apreciado que las personas con una percepción positiva tienen un eje hipotalámico-pituitario-adrenal más saludable que quienes tienen una percepción más negativa de la vida y de sí mismos.

Solo es necesario asegurarse de que no perdemos demasiado el contacto con la realidad y que esas ilusiones no son tan irreales que terminen haciéndonos daño.

Nuestra mente piensa en positivo automáticamente

Varios estudios sugieren que las personas tienen un temor infundado a los eventos negativos. Solemos imaginar las peores consecuencias y suponemos que reaccionaremos muy mal aunque en realidad cuando nos enfrentamos a esos problemas solemos responder mejor de lo que pensábamos. Esto se debe a que normalmente subestimamos nuestra resiliencia. Por consiguiente, ni los eventos positivos ni los negativos cambian tanto nuestra vida como pensábamos.

De hecho, cuando se trata de lidiar con la adversidad, es mejor dejar que nuestro inconsciente tome las riendas. Un estudio llevado a cabo en la Universidad Estatal de Florida reveló que cuando irrumpen en nuestra mente pensamientos sobre la muerte, ya sea la propia o la de personas que queremos, nuestro cerebro no se queda paralizado en la negatividad o el miedo durante mucho tiempo sino que intenta moverse hacia pensamientos más positivos.

En el experimento, los psicólogos prepararon a más de 100 personas para que pensaran en su propia muerte. A otro grupo le pidieron que imaginaran un evento desagradable, como ir al dentista. Luego les presentaron algunas raíces de palabras que debían completar, como “go”, a partir de la cual podían escribir términos como “gobierno” o “gozo”. Así los investigadores evaluaban su estado emocional inconsciente.

Descubrieron que quienes habían pensado en la muerte solían elegir palabras más positivas, como “gozo”. Este mecanismo que ocurre a nivel inconsciente es el sistema inmunitario psicológico en acción, intentando mitigar los efectos del dolor y el sufrimiento, llevándonos a ver la parte positiva de la vida, incluso cuando estamos ante los eventos más desoladores.

¿Cómo fortalecer el sistema inmunitario psicológico?

No esperes tenerlo todo para disfrutar de la vida, ya tienes la vida para disfrutar de todo


De pequeños disfrutábamos enormemente de la vida. Prácticamente cualquier cosa era una fiesta, una oportunidad para descubrir, crecer, divertirse… Sin embargo, con el paso de los años sacrificamos la felicidad en el altar del deber. Nos enseñaron que debíamos aplicarnos más, esforzarnos más, ir siempre más allá... Nos dijeron que si nos dábamos por satisfechos con lo que teníamos éramos conformistas…

Nos inculcaron la idea de que no valemos por lo que somos sino por lo que logramos. De esta manera aprendimos a plantearnos objetivos, y a centrarnos en ellos, a no desfallecer hasta alcanzarlos. Y así la vida, sin darnos cuenta, se ha convertido en una especie de salón donde exponer nuestros trofeos. Nos hemos convertido en las víctimas perfectas del virus que ataca a nuestra sociedad: el conclusionismo.

Existe un test muy sencillo para saber si tú también has caído en sus garras: imagina que conoces a una persona en la calle y debes explicarle quién eres. Esa persona tiene apenas medio minuto, así que tienes que elegir sabiamente tus palabras para lograr que se forme una imagen lo más precisa posible de ti. ¿Qué le dirías? Piénsalo un momento.

Si le indicas tu profesión y las cosas que has logrado en la vida, es probable que seas víctima del conclusionismo. Sin duda, las cosas que has logrado forman parte de ti, pero son tu pasado, no son tu presente y, sobre todo, no son tú.

Tú eres mucho más, eres tus pasiones, tus sueños, tus ilusiones, tus planes para el futuro, las cosas que te gustan y las que no, aquello en lo que crees, lo que amas, lo que te hace vibrar, lo que te entusiasma y también lo que odias, lo que rechazas y lo que te disgusta.

¿Por qué el conclusionismo es tan peligroso?

El conclusionismo es la tendencia a poner la vida en pausa hasta que alcancemos determinados resultados o logremos ciertos objetivos. Es la tendencia a pensar que estaremos mejor o que seremos más felices cuando logremos algo, que siempre está en el futuro.

Obviamente, el conclusionismo encierra una trampa mortal ya que en realidad es imposible poner la vida en pausa, el tiempo sigue pasando, inexorablemente, aunque nosotros no lo aprovechemos ni disfrutemos de la vida, aunque nos mintamos diciéndonos que mañana será mejor porque cuando hayamos logrado eso que tanto ansiamos seremos más felices, estaremos más relajados o podremos permitirnos ciertos "lujos".

Sin embargo, lo cierto es que no es necesario tenerlo todo para disfrutar de la vida, porque ya tenemos la vida para disfrutar de todo. No hay ninguna razón para aplazar la felicidad, la alegría, el placer o la relajación más que la creencia, o más bien la urgencia, que sentimos de terminar algo.

Esta creencia corresponde a la visión de la vida como si fuera una escalera que debemos subir, donde cada peldaño es un objetivo cumplido. Obviamente, la sociedad está estructurada de tal manera que confirma esta imagen, basta pensar en los diferentes diplomas que vamos obteniendo a medida que avanzamos de nivel en la escuela. Sin embargo, a menudo lo que recordamos de esos años es a aquel profesor genial, a los amigos o cómo nos divertíamos. Por tanto, es comprensible que nos preguntemos si realmente estamos enfocando bien la vida.

La vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes

jueves, 16 de marzo de 2017

La auto-indagación ¿quién soy yo?


La auto-indagación ¿quién soy yo?
La pregunta fundamental de la vida

"¿Cuál es el sentido de la existencia? ¿Qué es la vida? ¿Quién soy yo? ¿Cuál es mi verdadera naturaleza? Tarde o temprano cualquier persona inquisitiva hace estas preguntas."

Podemos responder a la más esencial de todas las preguntas, es decir, "¿quién soy yo?" o, más apropiadamente, "¿qué soy yo?", "¿cuál es mi verdadera naturaleza?", "¿por qué nací?", "¿por qué debo morir?", "¿cuál es mi relación con mis semejantes?" Ser humano significa hacerse estas preguntas, y ser verdaderamente humano, significa que se ha de encontrar una respuesta. Hasta que estas preguntas no afloren en nuestra conciencia, podremos sólo adornar nuestra vida con toda clase de actividades ―compromisos mundanos―, pero éstas no nos darán la oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos. Pero, más tarde o más temprano, surgen estas preguntas y entonces ya no hay escapatoria. Éstas arden dentro de nosotros y las respuestas intelectuales no nos dejan en paz. Leemos libros que tratan sobre la condición humana, sobre el significado de la vida y obtenemos pomposas frases, elaboradas metáforas, pero no responden a la pregunta. Sólo la experiencia esencial del propio despertar satisface la pregunta esencial. La experiencia personal es el testimonio final a la Verdad.
Philip Kapleau, Despertar al Zen (Editorial Pax México, 2006) p. 37.


Debemos hacernos sin descanso la pregunta "¿quién soy yo?". Dirigiendo el pensamiento, no hacia los objetos, sino hacia su fuente, finalmente descubrimos el elemento fundamental del Ser. El hombre posee en el fondo de sí mismo lo esencial de toda sabiduría. Lo sepa o no, pero la verdad está en él mismo y en ninguna otra parte.
Jean Klein, Sea usted lo que Es (Ediciones Vía Directa, 2008), p. 23.


Creo que en la vida de todo ser humano aparece un momento en que surge la pregunta "¿qué es la vida?". Cuando uno realmente se da cuenta de esto ve que está constantemente en el proceso de llegar a ser, nunca en el ahora. Está constantemente en el pasado-futuro, pasado-futuro. Preparando el futuro con el pasado. Al tomar nota de esto, uno se ve impelido a preguntar: "¿Quién soy yo? ¿Qué es la vida?" Mientras el estudiante no llegue a este punto no es un estudiante.

En el momento en que el estudiante hace la pregunta y no tiene ninguna referencia al pasado, él se encuentra espontáneamente en un estado de no-saber. En este no-saber él está en una nueva dimensión. Ni siquiera es una nueva dimensión porque en ésta, no hay ninguna dirección. Uno debe vivir con la pregunta. Por vivir con la pregunta quiero decir no buscar una conclusión, una respuesta, ya que el vivir con la pregunta es en sí la respuesta. Pero buscamos constantemente una respuesta.
Jean Klein, Living Truth (Third Millennium Publications, 1995), p. 189.


Nadie puede decirte quién eres. Sería sólo otro concepto, así que eso no te cambiará. Quién tú eres no necesita creencias. De hecho, toda creencia es un obstáculo. Ni siquiera necesita que te des cuenta, puesto que ya eres quien eres. Pero, si no te das cuenta, quien tú eres no brillará en este mundo. Permanecerá en lo no manifestado, que es, por supuesto, donde más a gusto estás. Entonces eres como una persona aparentemente pobre que no sabe que tiene una cuenta bancaria con 100 millones de euros, y así su riqueza se queda como un potencial no manifestado.
Eckhart Tolle, Un nuevo mundo, ahora (Grijalbo, 2006), p. 168.)


Es una forma de madurez en la vida que lleva a uno a hacerse ciertas preguntas. De todas esas preguntas se llega a la pregunta original fundamental: ¿Quién soy yo? Esta pregunta, ¿Quién soy yo?, sólo viene cuando se ha indagado en todas las direcciones posibles. Sólo cuando se ha explorado todas las direcciones se llega a la fase madura de preguntar ¿quién soy yo? En esta pregunta, ¿quién soy yo ?, una mente madura dice: "No lo sé". Es sólo en este "no lo sé" que hay algo cognoscible, perceptible. Porque el "no lo sé", no es un estado en blanco, el verdadero "no lo sé" se refiere a sí mismo y ahí la pregunta es la respuesta. Es una percepción instantánea de nosotros mismos. Es nuestra intemporalidad. Cuando hemos explorado todas las direcciones, hay una renuncia natural. Y entonces lo que renuncias ―lo que renuncia― tiene un nuevo significado.
Jean Klein, Living Truth (Third Millennium Publications, 1995), p. 15-6.


En su vida un hombre puede hacerse muchas preguntas pero todas giran en torno a una pregunta: "¿Quién soy yo" Todas las preguntas se derivan de ésta. Así que la respuesta a "¿Quién soy yo?" es la respuesta a todas las preguntas, la respuesta definitiva.
Jean Klein, Yo Soy (Third Millennium Publications, 1989), p. 141.


¿Qué es este "yo"? ¿De dónde viene este "yo"? Cuando mueres, ¿a dónde va? Estas son las preguntas más importantes que siempre puedes hacerte. Si realizas este "yo" alcanzas todo. Eso se debe a que este "yo" es parte de la sustancia universal. Tu sustancia, la sustancia de este escritorio, la sustancia de este palo, del sol, de la luna, de las estrellas ― la sustancia de todo es la misma sustancia. Así que si quieres comprender tu verdadera naturaleza, primero tienes que alcanzar tu sustancia original. Esto significa alcanzar la sustancia universal y la sustancia de todo. Todo en este mundo ―el sol, la luna, las estrellas, las montañas, ríos y árboles― todo está en constante movimiento. Pero hay una cosa que nunca se mueve. Nunca va o viene. Nunca ha nacido y nunca muere. ¿Qué es esta cosa que no se mueve? ¿Puedes decírmelo? Si la encuentras, encontrarás tu verdadero ser y alcanzarás la sustancia universal. Pero el entendimiento no puede ayudarte a encontrar ese punto. Incluso cien doctorados no te enseñarán tu verdadera naturaleza.
Seung Sahn, The Compass of Zen (Shambhala, 1997), p. 207.


El método de la auto-indagación

Es increíble cómo cambia tu vida cuando cambias un pensamiento


Cada nuevo pensamiento es como una pequeña tormenta eléctrica recorriendo nuestro cerebro. Nadie los ha visto nunca, pero su poder es infinito: son ellos los que moldean la forma en que vemos el mundo, ellos los que en un momento dado nos alientan con una emoción renovadora, lista para transformar nuestra realidad.

A día de hoy siguen abundando, casi en exceso, todos esos títulos que nos animan a aumentar el poder de nuestra mente o a “volvernos más inteligentes” haciendo uso de una línea más bien esotérica y poco científica. Se les olvida, quizá, que la neurociencia ya nos ofrece maravillosas respuestas y nuevas perspectivas para comprender mucho mejor esos singulares mecanismos que rigen nuestro cerebro.


“La realidad es solo una percepción, aunque muy persistente”
-Albert Einstein-

Términos como la neurogénesis o la neuroplasticidad han supuesto un gran avance frente a esos años en los que se pensaba que el cerebro adulto dejaba de generar nuevas células nerviosas llegada una edad. Nuestros pensamientos son un arma de poder incuestionable, son ellos los que crean nuevos puentes, ellos quienes generan nuevas conexiones reorientando el mapa de nuestras emociones o la moviola que pone en marcha la maravillosa película de nuestras vidas…



El pensamiento que “fabrica” tu propia realidad

Gracias al continuo avance en las técnicas de diagnóstico como las tomografías computerizadas, se han hecho grandes avances en la comprensión del funcionamiento cerebral. Uno de los más interesantes es saber por fin cómo se gestan los pensamientos. Pongamos un ejemplo: cuando miramos una pelota de color rojo y nuestra retina capta cada característica, la información viaja por estructuras como el núcleo geniculado, la corteza preestriada, etc.

“Todos nacemos siendo originales y acabamos siendo copias”


Bien, si cerramos ahora los ojos y alguien nos ordena que pensemos en una pelota de color rojo, por asombroso que parezca nuestro cerebro activará exactamente las mismas estructuras. Es decir, el cerebro refleja la misma actividad cuando ve que cuando siente. Esta información tan asombrosa obliga a toda la comunidad científica y a nosotros mismos a hacernos la misma pregunta: si para el cerebro no hay diferencia entre lo que ve y lo que imagina… ¿cuál es nuestra auténtica realidad?

Aquí entraría sin duda todo el campo relativo al concepto de la mente cuántica, pero vamos a sortear este tema para quedarnos con aspectos más útiles, más concretos. Nuestra realidad esta conformada por algo tan simple como poderoso: nuestras emociones, ahí donde los pensamientos son los auténticos catalizadores. Para comprenderlo mejor vamos a profundizar en una serie de aspectos básicos.


¿Qué son realmente los pensamientos?

miércoles, 15 de marzo de 2017

Ya es


Lo que el buscador busca permanece oculto por lo que ya es todo.

Es tan obvio y simple que su asimiento lo oscurece. Nunca encontrado, nunca cognoscible, el ser es la ausencia consumada que no tiene medida.

La búsqueda del ser implica la creencia de que se ha perdido. ¿Se ha perdido algo, o es que simplemente al buscarlo se aleja? ¿Baila siempre el amado constantemente más allá de nuestra seria consideración?

La mismísima intención de buscar un tesoro mítico en la vida, inevitablemente, oscurece la realidad de que la vida es ya el tesoro.

Al buscar el mito se sueña con que se puede alcanzar, el buscador evita efectivamente lo que da más miedo... su ausencia.

La liberación es como un fusible que de repente se funde, y todas las pequeñas luces se apagan y sólo hay luz.

Este no es un mensaje acerca de usted o de mí o de alguien que consigue algo. Se trata de la realización de que no hay nada que conseguir... que lo que se ha buscado nunca se ha perdido.

No se trata de buscar o no buscar; está más allá de los conceptos del Advaita y del no-dualismo y más allá de la idea de alcanzar estados de conciencia o mindfulness (atención plena). No hay objetivos. No hay nada a la venta. Esto está totalmente más allá del conocer.

Esto es realmente una descripción – un compartir juntos una descripción de algo que está más allá del logro, algo que no se puede perder y que no se puede aprehender o ganar.

Todo el tiempo hay separación, hay una sensación de pérdida, hay una sensación de sentir que hay algo que no está completo. Y así el buscador intenta llenar ese vacío, llenarlo con algo - lo que sea. Y algunos miran hacia algo llamado "iluminación", porque consideran que la iluminación puede ser la cosa que va a llenar esta sensación de pérdida; podría ser la respuesta a algún secreto que no llegan a obtener.

Y parece, cuando leemos acerca de la iluminación, como si alguien más hubiera encontrado el secreto. Pero nadie ha encontrado el secreto.

No hay tal cosa como una persona iluminada. Es un concepto totalmente erróneo. Pero la dificultad es que al ser buscadores, la energía de la búsqueda nos empuja a ser atraídos por la idea de que alguien ha encontrado algo que nosotros podemos encontrar, puesto que hemos crecido creyendo que el esfuerzo trae resultados. Por lo tanto, si el esfuerzo trae resultados, y hemos oído hablar de algo llamado iluminación o liberación, podemos hacer el esfuerzo y luego podemos llegar a ser liberados o iluminados... como ese tipo del que hemos oído hablar por el camino, o como esa mujer que está dando satsangs. Tienen algo que yo quiero. Si voy allí aprenderé cómo conseguirlo.

Niveles de esfuerzo


Nos habíamos quedado en el anterior artículo hablando sobre la energía que, el hecho de tratar de buscarse a uno mismo, conocerse y comprender las razones más profundas del porqué de la existencia de cada uno son el motor para el avance, no solo el personal, sino de la octava y proceso global que rige la evolución de todos nosotros. Si esto es así, la pregunta entonces es, ¿por qué es tan difícil que nos dediquemos en cuerpo y alma a esta búsqueda?

 La respuesta ya la sabéis o intuís: es necesario que sea un proceso “difícil”, que solo venciendo las resistencias internas y las programaciones, manipulaciones, interferencias, etc., pueda llevarse a cabo, para que realmente su fruto, el resultado del esfuerzo realizado, convierta la energía de la búsqueda en la energía de la transformación interna, de la expansión de consciencia y del crecimiento a todos los niveles.


Cambios mediante la voluntad

Esto es debido a que la energía que necesitamos para ejecutar cambios profundos en nosotros mismos es una energía y potencial que se requiere que posea una cierta calidad, algo que ya hemos mencionado, pero esa calidad no se consigue sino aplicando un esfuerzo de voluntad de un cierto grado para conseguirla.

Para poder aplicar el poder de voluntad al proceso de querer avanzar, es necesario que algo frene o interfiera, de alguna forma, en tu avance, de manera que el choque de energías produzca una cierta diferencia de potencial que, si es positivo a tu favor, (es decir, si en el choque entre lo que tú “empujas” para conseguir o hacer algo en ti respecto a lo que te frena, sale tu voluntad ganando), sea aplicado a la energía resultado, y dé como producto el octanaje adecuado para que el sistema multidimensional que somos lo use para su transformación. En otras palabras, si no hubiera que hacer ningún esfuerzo para evolucionar, crecer, avanzar, etc., no se produciría de ninguna forma este proceso, porque el combustible que hace falta sale de la fuerza que se pone, junto con la intención, propósito y voluntad de hacerlo, en ello.


Diferentes niveles de exigencia para el camino de Hércules

Existen muchos niveles de crecimiento donde la exigencia para llegar a ellos es diferente. Así, el ser humano medio, despreocupado de todo aquello que, en general, no sea más que gestionar su día a día de la mejor forma posible, en el plano terrenal exclusivamente, necesita ciertos esfuerzos para llegar a conseguir unos ciertos objetivos “terrenales”.