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jueves, 19 de febrero de 2015

No es verdad que siempre haya algo que va mal – Emilio Carrillo.


La mente y el ego, que es su creación, viven en constante oposición al aquí y ahora o, simplemente, lo niegan, se resisten a percibirlo como tal. Éste instante y cada instante, este preciso momento y cada momento concreto, lo han convertido en su enemigo. Rara vez hay un momento a gusto de la mente. Y cuando esto ocurre, el momento pasa rápidamente y se queda en el mismo estado que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con el aquí y ahora. El ego está instalado en un estado permanente de queja mental. Nada le parece bastante. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más placentero o deseado: llegaron, por ejemplo, tus ansiadas vacaciones y el viaje tan querido, pero tu mente siempre hallará algo que vaya mal, que no le guste; además, te pasarás las vacaciones pensando en cosas que dejaste al iniciarlas, o en lo que debes hacer a la vuelta, o en el siguiente viaje que te apetecería hacer… ¡Cualquier cosa menos vivir en el aquí y ahora, centrado en el momento que estás viviendo y gozándolo con plenitud!

Es así como se alimenta tu falso yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es, contra la vida. Impones juicios, criterios y opiniones que, curiosamente, no son tuyos –te darías perfecta cuenta si no estuvieras dormido, si fueras consciente–, sino que emanan del funcionamiento autónomo de la mente, de sus pensamientos-pestañeo; y, del mismo modo, reduces a las personas y cosas a un puñado de etiquetas y conceptos mentales, encarcelándote a ti mismo y a cuanto te rodea en una escabrosa y enmarañada red de pensamientos, en una prisión mental.

Es crucial que interiorices lo siguiente: para la mente –la tuya, la de cualquiera– siempre hay algo que va mal. No puede evitarlo: para ella todo está torcido. Y no porque realmente lo esté, sino porque es la manera de proceder y procesar de la mente cuando se le usa para vivir, ver y entender la vida. Igual que cuando introduces algo recto en un vaso de cristal con agua clara, como una paja de las que se usan para tomar zumos y refrescos: ¿cómo la verás una vez dentro del agua? Inevitablemente, torcida. Por supuesto que la paja no se ha doblado, se mantiene recta. Sin embargo, el efecto óptico hará que tus ojos la vean torcida. Si sacas la paja del vaso de agua, podrás comprobarlo. Pero en cuanto vuelvas a introducirla en él, de nuevo se producirá la ilusión óptica, la distorsión de la realidad, y la percibirás torcida. Pues bien, exactamente así funciona la mente cuando contempla la vida y su devenir, cuando las usas para vivir, ver y entender la vida: para la mente siempre hay algo que va mal, para ella todo está torcido.

Y en directa relación con lo anterior, la mente computa y valora todo como pugna de opuestos, jamás en clave de unidad. Todo lo percibe como un conflicto y permanece continuamente dividida, en la dualidad y la confrontación entre extremos. La propia naturaleza de la mente es así: sólo es capaz de ver a través del choque entre opuestos y el contraste. Por ejemplo, la mente sólo se percata de la salud a través de la enfermedad. Puede que estés sano, pero si utilizas la mente para ver y entender la vida, no te darás cuenta: no lo vivenciarás, no lo insertarás en tu cotidianeidad desde el gozo por esa salud y el disfrute de estar sano. Tu mente no computa la salud, no la valora… ¡salvo cuando caes enfermo! Entonces sí, en cuanto sufras una enfermedad, por leve que sea, la mente se acordará de la salud y desearás tenerla; hasta rezarás por ella a un dios inventado por esa misma mente. Pero nada, en cuanto vuelvas a sanar, olvidarás lo importante que es la salud y dejarás de valorarla en tu día a día.

Es por esto que la mente no “saca jugo” para tu evolución consciencial de las experiencias amorosas y armoniosas, porque no las computa. Tiene que aparecer la enfermedad, la desarmonía o el desamor para que sientas y percibas mentalmente la experiencia y, a partir de ahí, incida en tu proceso consciencial y valores la salud, la armonía, el amor… La canción El Elegido, del cantautor cubano Silvio Rodríguez, lo plasma muy certeramente cuando habla de un ser de otro mundo, que iba de planeta en planeta, y al bajar a la Tierra se percata inmediatamente de que aquí “lo tremendo se aprende enseguida y lo hermoso cuesta la vida”.



La mente es potentísima y ofrece un extenso y variado menú de prestaciones relacionadas con la comunicación (hablar, escribir, interactuar con los demás), la programación (hacer la agenda, planificar actuaciones…), la creación intelectual y un amplio etcétera. Pero sirve para lo que sirve y fuera de su campo de acción carece de utilidad. No se le puede pedir peras al olmo. Muy especialmente, la mente no vale para captar y ver la vida, ni para entenderla ni vivirla, ni para tomar consciencia de la realidad, de lo que es. Sin embargo, las personas se han habituado a delegar en la mente estos cometidos. A partir de lo cual acontece lo inevitable: por un lado, ven la vida torcida y en todo un conflicto; y, por otro, al operar la mente con los opuestos y los contrastes, están abocadas a tomar consciencia e impulsar su dinámica y proceso consciencial no desde la vivencia de experiencias de gozo y armonía, sino desde lo tremendo, desde el sufrimiento, desde las “noches oscuras” cuyo papel describió inefablemente San Juan de la Cruz en su poema del mismo nombre.

La mente computa la vida y la interpreta con base en el conflicto y los opuestos. Pero así se falsifica la existencia, porque en esta no existe el “opuesto”. La existencia es unitaria: mejor expresado aún, es no-dual. Esto es lo real: la vida es una, no dos; la mente es dualista. La vida no tiene preferencias, no hace elecciones, pues en ella no hay opuestos entre los que elegir. En cambio, la esencia de la mente es elegir (preferir esto a aquello, juzgar la vida, verter opiniones a favor y en contra…) porque opera en una dualidad ficticia e imaginada. Por tanto, si continúas viviendo a través de la mente –optando, eligiendo, juzgando, opinando…– nunca contemplarás la vida tal cual es, nunca verás la realidad… y sufrirás. No obstante, en libre albedrío, estás en tu derecho de continuar usando la mente para funciones que no le corresponden. Allá tú, pero después no te quejes, ya que el sufrimiento será el resultado ineludible… Eso sí, tienes que darte cuenta de todo esto por experiencia propia, no como una teoría. Cuando lo experimentes y lo entiendas, se convertirá en verdad y te desprenderás de la mente.

El ego se percibe a sí mismo contra la vida, contra la Humanidad, contra el Cosmos, contra la Creación, contra el resto de lo que existe, que, en su labor como piloto automático, mira y aprecia cual amenaza. Es una monumental locura que aún se hace mayor debido a que el ego también necesita el mundo que le rodea para colmar sus aspiraciones, sus anhelos, sus deseos de satisfacción. El ego –y los seres humanos que con él se identifican– pasa sus días en una terrible pugna contra la vida –contra el aquí y ahora, que es lo único real y la vida misma–. Y agudiza todavía más semejante disputa cuando, al unísono, necesita de ese mundo que percibe como una amenaza y en el que siempre encuentra algo que va mal.

Pero la vida no está torcida. Es mentira que en la vida algo vaya mal. En ella todo es exactamente como tiene que ser: todo encaja, todo tiene su porqué y para qué, nada sobra ni falta. ¡El problema no es la vida, sino tú! Y lo eres por haberte identificado, en tu proceso consciencial, con el coche –con la mente, con el ego…–. En el instante en que salgas de esa amnesia y tu estado de consciencia evolucione, te percatarás con claridad de que todo es paz, que nada puede ser mejor de como ya es y que tú eres lo único que estaba inquieto, separado por la mente de la realidad, a disgusto con ella y en lucha contra ella.

             MIS PENSAMIENTOS MÁS PROFUNDOS

Todo es exactamente como tiene que ser, la Paz todo lo inunda y lo único que se encuentra inquieto eres tú… El problema no es la vida, sino tú. Nada va mal ni en tu vida ni en el mundo: todo es exactamente como tiene que ser, todo encaja, todo tiene su porqué y para qué, nada sobra ni falta… Tú eres lo único que está inquieto, separado por la mente de la realidad, a disgusto con ella y en lucha contra ella.

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Vive las experiencias que la vida trae consigo sin juzgarlas ni etiquetarlas y siendo consciente de que todas, sin excepción, son creadas, generadas y atraídas por ti y tienen su porqué y para qué en clave del impulso de tu estado de consciencia y el recuerdo de lo que realmente eres y es.

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Mantente en la consciencia de que la causa y origen de todo lo que sucede en tu vida y en la de los demás se halla siempre en el interior y se relaciona con el impulso del estado de consciencia de cada cual, no existiendo el cambio, sino una evolución en libre albedrío que es siempre de perfil consciencial.

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Toma consciencia de que la enfermedad no existe, es un mito: lo único que existen son procesos conscienciales que tienen su manifestación exterior y física en eso que se califica como enfermedad. Las llamadas enfermedades las son provocadas y generadas por ti mismo -desde lo que realmente eres, no desde la mente- en pro de tu desarrollo consciencial y evolutivo. Por ello, ninguna enfermedad es casual y todas tienen su origen y razón de ser en el interior, siendo realmente sanadoras.

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Darte cuenta de que sólo algunos pensamientos son generados por tu voluntad, conscientemente, para cuestiones prácticas de tu vida cotidiana, porque la rotunda mayoría de los pensamientos que bullen en tu cabeza, de instante en instante, los crea la mente con independencia de ti. Son el pestañeo de la mente. Y ni son tuyos ni son tú.

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Vive libre de cargas, lastres y culpas, diciendo adiós tanto a los teóricos errores que cometiste en el pasado como a los karmas, en el discernimiento de que aquello que hicieras tuvo su porqué y para qué en el devenir evolutivo de tu estado de consciencia y se produjo en un momento de tu dinámica consciencial en la que te identificabas con el “yo” físico, mental y emocional, diluyéndose sin más en el instante en que adquieres consciencia de lo que realmente eres y tu divinidad.

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Vive el aquí y ahora entendiendo que el futuro es una quimera, una ficción creación menta. Vive centrado en las ocupaciones del momento presente, no en las pre-ocupaciones por lo que vendrá. Vive sin miedo para hacer hoy con tu vida lo que desde tu interior sientes y sabes, en lugar de autoengañarte con la excusa de que ya lo harás mañana.

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Ser y estar con la realidad, no hay más. Obsérvala y obsérvate sin pensamientos; mírala y mírate sin emociones; y acéptala y acéptate tal cual es y tal cual eres: sin preguntarte por qué la realidad es así y no de otra manera, sin buscar otras respuestas de las que la propia realidad y tu vida te están dando directamente, amorosamente… Ni pensando, ni sintiendo, sólo siendo, sólo viviendo… ¡Vivir Viviendo!

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Vive consciente de que los opuestos no existen, pues la vida es la totalidad. Y levántate cada mañana dispuesto a vivir y gozar la vida entera en su inefable unidad sin hacer divisiones, sin elegir, sin juzgar, sin deseos, sin ningún pensamiento a favor o en contra de algo, abandonando todas las creencias, filosofías, teorías y doctrinas y descartando cualquier opinión, cualquier criterio.

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Ante cualquier experiencia que venga –placer, dolor, alegría, tristeza, entusiasmo, depresión, serenidad, ira, salud, enfermedad…–, estate con ella. No persigas el placer, la alegría, el entusiasmo, la serenidad o la salud; ni luches contra el dolor, la tristeza, la depresión, la ira o la enfermedad. Simplemente, confiar y aceptar la experiencia, sea la que sea. De este modo, todas las experiencias se transforman en algo profundo, muy distinto a lo que hasta ahora habías pensado y sentido acerca de ellas. Y se comprueba que la vida es el Milagro y que tú no eres lo que pensabas ser, sino esa misma vida, ese Milagro.

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Permanece con la consciencia íntegra, total y completa en todas las acciones del día a día, sin excepción: cuando comas, come; cuando camines, camina; cuando hagas el amor, haz el amor; cuanto te cepilles los dientes, cepíllatelos… Desde la consciencia, tráete a ti mismo al momento presente. Debido al viejo hábito, la mente se irá una y otra vez. No te enfades ni luches contra ella y tráela conscientemente de regreso cuantas veces sea preciso. Así hasta que, sin prisas ni agobios, comiences a conectar con el aquí y ahora, a vivir realmente la vida…

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Vive diciendo sí a la realidad y a la vida de instante en instante: en el día a día, di sí a todo lo que hay, a todo lo que es, a la vida en su integridad y totalidad sin querer cambiar nada… Y tu vida se expandirá en una nueva dimensión: constatarás que no hay separación entre la realidad y tú –tú eres la realidad, la vida–; comprobarás que la Creación se hace una contigo y tú con ella, desapareciendo todos los conflictos y quejas; y verás a Dios en todas partes, porque Él sí penetra hasta en lo más denso y halla ahí lo divino.

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Vive en un “sí” consciente a la vida y abandona toda oposición contra el momento presente y la forma y contenidos con las que aparece. Consiste en dejar de nombrar, etiquetar y clasificar todo lo que te rodea y a ti mismo y cesar de interpretar y enjuiciar cada cosa, cada persona que encuentras, cada situación o acontecimiento, cada acción propia o ajena, cada emoción o pensamiento… Se trata, en definitiva, de no discutir con lo que es. Es lo que hacen el agua, las montañas, las plantas, los árboles, los animales… la Naturaleza entera. Lo hacen el Sol y las estrellas.

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Encuentra dentro de ti lo que nunca está inconsciente y siempre se mantiene despierto y alerta… Te levantas por la mañana y, a partir de ahí, todo va mutando de momento en momento. Y finalmente, por la noche, vuelves a la cama para dormir. Por el día piensas y por la noche sueñas: todo continúa como un flujo. Localiza en ese flujo algo que permanece inmutable y atestigua cuanto acontece sin juzgar, ni opinar, ni interpretar; algo que no tiene causa, frente a todo lo demás que sí la tiene. Es el tercer ojo… Si lo hallas, habrás conectado con la consciencia, la dimensión subyacente de lo que eres y es. Y llega un momento en el que, de repente, eres solamente el testigo y la mente ha desaparecido.

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Percátate íntima y definitivamente de la “innecesariedad de hacer”, esto es, de que no hay exigencia o necesidad alguna de hacer nada: nada que pensar, construir, destruir, corregir, enmendar, perdonar, lograr, alcanzar, luchar, conquistar, trabajar, liberar, dominar, controlar, programar, redimir, despertar, salvar, alzar, derribar… Nada que hacer que no sea simplemente vivir y gozar de la Creación –construida con el talento y la mano de la divinidad que tú mismo eres– al compás de la energía que fluye generosamente desde tu interior.

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El momento presente, el aquí-ahora, es un espacio sagrado de libertad donde generas –tú y sólo tú– las actitudes con las que respondes a cada estímulo o impacto exterior. Ante ello, observa la vibración y el perfil de las actitudes que creas de instante en instante ante los hechos y sucesos de la vida diaria. Es a través de ellas cómo decides si respondes a las vivencias cotidianas en consonancia con lo que eres –con lo que tu Movimiento en la vida será reflejo de la Quietud– o a instancias de la mente y el ego, convirtiendo el Movimiento en un incesante repiqueteo lleno de desasosiego y estrés.

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Reconoce los dones y talentos que atesoras y ejercítalos y compártelos con lo demás de manera natural en el “hacer no haciendo”: sin esfuerzo y con entusiasmo; libre de cualquier tipo de carga, trabajo, obligación, sacrificio, deber o preocupación; y sin buscar otro resultado que el gozo en sí de la propia puesta en práctica del don, sin pretender la admiración o el reconocimiento de los demás, ni tampoco ayudar a nadie en la consciencia de la vanidad que supone querer incidir en el proceso consciencial y evolutivo de los otros porque tú, tu ego, crea que es “bueno” o “mejor” para ellos.

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Sé un vividor, goza plenamente de la existencia y de tu encarnación en el plano humano y despliega una vida sencilla y alegre con menos saberes, deberes, quereres y quehaceres, con muchas menos necesidades y cubriendo con austeridad aquellas que consideres reales.

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Comprende cómo funciona la vida: da más y tendrás más para dar. Comparte el dinero, tus dones y talentos, tu energía, el Amor que eres, tu divinidad en cualquiera de sus manifestaciones… Comparte sin esperar nada a cambio y tu ser aumentará y la vida te dará más. Compartir es vivir; retener, sobrevivir. Compartir es gozar de la vida; retener, encarcelarla entre los barrotes de la ansiedad y la inquietud del ego… La vida crece en el gozo. Aquellos que comparten obtendrán más, porque cuanto más disfrutan más crecen… Haz tuya la dinámica “fluir-recibir-fluir” que rige en la Creación. Fluye compartiendo y aprende a recibir los regalos que la vida te hace llegar permanentemente.

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Escucha a tu cuerpo, permite que se exprese, hazle caso –no a la mente– en todas las funciones físicas y biológicas que le corresponden… Todo es perfecto, basta con que esté en su lugar adecuado. Pon cada cosa en su sitio y disfruta de cada sentido en sí mismo. Y, cuando lo estés haciendo, fúndete en él para gozarlo y para que no quede ninguna energía que se pueda mover a ningún otro sitio: cuando hagas el amor, conviértete en energía sexual; cuando tengas hambre, vuélvete hambre y come como si cada célula de tu cuerpo absorbiera el alimento; y cuando quieras pensar, cierra los ojos ¡y disfruta de tus pensamientos!… No hay nada malo en los pensamientos siempre que surjan bajo tu mando consciente y no por capricho de la mente.

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Fluye y sé equilibrado evitando caer en los extremos. Los hipotéticos opuestos son igual que los dos ojos: si elijes uno serás capaz de ver, pero tu visión perderá hondura. No dividas: la vida es una, tú eres uno. Entonces los dos extremos se encontrarán. Y en ese equilibrio entre ambos, tú trascenderás los dos y ya no serás ni esto ni aquello: ni mundano, ni espiritual; ni exterior, ni interior; ni activo, ni pasivo… Te habrás transformado en una tercera fuerza: el observador, el testigo… consciencia que refleja la vida y vida que es el reflejo de la consciencia…

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Observa en la vida diaria a la cantidad de gente que desea dominar. Date cuenta de ellos y no entres en ese torbellino del ego. Y al dejar de querer dominar, pasarán dos cosas: tu lucha se diluirá; y, al no confrontar con el otro, el otro sentirá que está luchando solo, con lo que le ofrecerás una oportunidad para que él también se dé cuenta de la estupidez de su comportamiento.

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Adquiere una imperturbabilidad que haga imposible que te enojes por nada ni por nadie. Si alguien te insulta, es su problema. Nada tiene que ver contigo. El insulto sólo será tal si a ti te lo parece; en caso contrario, no te sentirás insultado. Y si alguien de tu entorno se enfada, toma consciencia de que ese enfado que experimenta es una enfermedad… Si a alguien le da un infarto de corazón tú no te peleas con él, sino que lo atiendes en la medida de tus posibilidades. Pues de idéntica forma, si alguien se enoja o te insulta, no te pelees con él, percibe su enfermedad y responde con compasión.

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Recupera el silencio. No tienes que renunciar al lenguaje: utilízalo conscientemente las veces que te sea necesario; y hazlo procurando ser impecable con las palabras que pongas en tu boca, pues las palabras tienen fuerza hacia ti y hacia los demás… Sin renunciar al lenguaje, encuentra el silencio que trajiste contigo al mundo desde el vientre de tu madre y has olvidado. Usa el lenguaje, el que te enseñaron después de nacer, para interaccionar en sociedad; y habitúate a entrar en silencio para ser parte de la Naturaleza, para estar contigo mismo y para percibir y conectar con la divinidad que vibra en ti y en cuanto te rodea: con la gente, la comunicación es el lenguaje; con Dios, el silencio es comunicación.

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Vive más allá del tiempo comprendiendo que el tiempo no existe, salvo para quien se acerca a la realidad desde patrones y pautas generados artificialmente desde un sistema de creencias mentales donde se parte de la base de la existencia del tiempo… La vida es aquí-ahora. Y nada existe fuera de ella, del aquí-ahora. Si percibes algo, lo que sea, fuera del aquí-ahora, es sólo la mente creando una ficción: el pasado y el futuro son frutos de la imaginación. Ni siquiera existe el presente, pues si no hay pasado ni futuro, ¿dónde está el presente?

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Sé tú mismo tu único maestro, tu único guía. No hay otro. Has de ser la luz para ti mismo: no hay ninguna otra ley. Todas las demás leyes son creaciones fragmentarias y contradictorias del pensamiento. Ser una luz para ti mismo significa no seguir la luz de otra persona –por más razonable, lógica, histórica y convincente que sea– y liberarse de todos los credos, dogmas y religiones, de todos los sistemas de creencias, escuelas y filosofías del tipo que sean, de toda autoridad, de toda moral, de toda influencia exterior.

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El ansia de perfección no es algo espiritual ni trascendente, sino un deseo egóico: vanidad y sólo vanidad. Sólo el Todo es perfecto y “tú” nunca podrás serlo. Totalidad significa: “Yo no soy, el todo es”. Y es perfecta en sí y por sí, esencial e intrínsecamente, desde siempre, por siempre y para siempre. Pero si piensas en términos de tu propia perfección (moralidad, ideales, carácter…), te estarás dejando llevar por una ficción mental y te esforzarás estérilmente, pues como parte separada jamás gozarás de perfección. Por tanto, mantente sosegado, relajado, sereno, pacífico… Lo cual no significa indiferencia. Muy al contrario: desde el amor y la compasión, todo importa. Sin embargo, tu enfoque ya no será el del ego, sino el del todo… Disfruta de lo que en el aquí-ahora estés llevando a cabo sabiendo que, encarnado en este plano, lo haces como parte y, por lo mismo, quedará imperfecto. Y al gozar y no preocuparte, la perfección que sea posible ocurrirá sin causarte inquietud.

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Todas las metas que te propongas son prisiones mentales en las que tú mismo te encarcelas. También la Iluminación, que es algo que ocurre, no es el resultado de tus esfuerzos. Puedes lograrlo en este mismo instante; no hay necesidad de posponerlo. ¿Sabes por qué? Pues porque la Iluminación no es otra cosa que tú mismo… Has dedicado vidas enteras a buscarla fuera y ella siempre ha estado y sido en ti, esperando pacientemente que lo recordaras. De ahí que la Iluminación sea en sí el discernimiento profundo sobre la innecesariedad de la Iluminación. Es lo que eres, tu naturaleza, tu esencia. Cuando lo recuerdes, te iluminarás. ¿Qué pasará entonces? Nada que la mente pueda imaginar. Por ejemplo, no tendrás experiencias milagrosas, ni vivirás apariciones, ni sentirás arrebatos, ni verás luces, ni recibirás mensajes, ni te llegarán visiones… Todo esto sucede en el proceso de recuerdo de lo que eres, pero es sólo parte de la mente y de ella proceden. Es normal. Disfrútalo en tu devenir evolutivo de recuerdo. Pero no creas que eso es la Iluminación. La iluminación es algo muy ordinario, muy normal; no es nada extraordinario, nada especial.

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Vive en la confianza total hacia la vida, que no es un posicionamiento intelectual, sino el regalo de la vida cuando miras los hechos y la realidad desde el fondo de tu ser. Es de ahí de donde surge una mirada limpia, clara, no contaminada. Y al otear la vida con ella y desde ella, la vida te regala el discernimiento intenso, hondo y trascendente de que lo opuesto está implicado en la naturaleza de todas las cosas. Entonces cesa la dualidad: puedes ver y el propio ver se convierte en el final… el final de los deseos, de las demandas… Y la confianza, a su vez, conlleva aceptación: aceptar plenamente lo que quiera que sea; aceptar la realidad, el mundo y a ti mismo tal como son… Ésta es la manifestación de la Iluminación: vivir sin queja alguna.

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No creas en Dios, sino transformarte en Dios… Como la vida, Dios no puede ser pensado, sólo admite ser vivido. Y sólo tú puedes vivirlo: tú contigo mismo, nada ni nadie más. Vívelo en el hecho de tu existencia. Y vívelo sin aferrarte a ninguna forma, a ninguna identidad; sin asociarte a ninguna parte del todo, sino al todo como tal y, por tanto, a nada… Dios es yo: vive a Dios desde el Corazón, expresándose permanentemente por ti y brotando y emanando continuamente de ti. Y yo soy Dios cuando ceso de ser yo: vive a Dios siendo permanentemente tú cuando ya no hay ningún tú, ni yo, ni otro…

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Ya es momento de que te des cuenta de que la existencia no tiene secretos. La existencia es evidente, fácil, elemental, obvia, clara, diamantina… La existencia es vivir aquí-ahora; y vivir aquí-ahora es la existencia… Iluminado, simplemente eres. Y eres feliz: feliz sin causa alguna… Se trata de la Felicidad como Estado Natural de lo que eres, la felicidad incausada, la Felicidad que no necesita motivos para ser gozada, para ser vivida.


Emilio Carrillo Benito – http://emiliocarrillobenito.blogspot.com.es/
Texto extraido del libro de Emilio Carrillo titulado “Sin Mente, Sin Lenguaje, Sin Tiempo”: http://www.sinmente.com/

Fuente: https://lostrabajadoresdelaluz.wordpress.com/2015/02/05/no-es-verdad-que-siempre-haya-algo-que-va-mal-emilio-carrillo/

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