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lunes, 27 de julio de 2015

El propósito de la vida


La humanidad está empeñada en una eterna búsqueda de ese «algo más» que espera le aportará una felicidad completa y sin fin. Para aquellos que han buscado y encontrado a Dios, la búsqueda ha terminado: Él es ese Algo Más.

Mucha gente puede tener dudas de que encontrar a Dios sea el propósito de la vida; pero todos pueden aceptar la idea de que el propósito de la vida es la felicidad. Yo digo que Dios es Felicidad; Él es Bienaventuranza; Él es Amor; Él es el Gozo que jamás desaparecerá de tu alma. Así pues, ¿por qué no esforzarse por adquirir esa Felicidad? Nadie más puede concedértela. Debes cultivarla continuamente tú mismo.


Aun cuando la vida te diese, de una sola vez, todo lo que desearas —riqueza, poder, amigos—, después de un cierto tiempo te sentirías de nuevo insatisfecho y necesitarías algo más. Pero hay una cosa de la que nunca podrás cansarte: del gozo. Esa felicidad exquisitamente variada, aunque en esencia inmutable, es la experiencia interior que todos anhelan lograr. En verdad, el gozo perdurable y siempre nuevo es Dios, y cuando encuentres este Gozo dentro de ti, lo encontrarás también en todas las cosas externas. Al establecer contacto con Dios, habrás logrado en realidad conectarte con la Fuente misma de la bienaventuranza perenne y sin fin.


Supongamos que te castigan no permitiéndote retirarte a dormir cuando desesperadamente necesitas descansar, y de pronto alguien te dice: «Bien, puedes irte a dormir ahora». Imagina la felicidad que sentirías en el instante previo a quedarte dormido. ¡Multiplica esa sensación un millón de veces! Ni siquiera eso describiría el gozo que se experimenta en la comunión con Dios.


El gozo divino es ilimitado, perenne y siempre nuevo. Ni el cuerpo, ni la mente, ni cosa alguna puede perturbarte cuando estás en ese estado de conciencia. ¡Tal es la gracia y la gloria del Señor!, y Él te explicará todo lo que hasta entonces no hayas podido comprender, todo cuanto desees saber.


Cuando te sientas y te sumerges en el silencio de la meditación profunda, te inunda el gozo que bulle en tu interior y que no está provocado por estímulos externos. El gozo de la meditación es irresistible. Quienes no han experimentado el silencio de la auténtica meditación no saben qué es el verdadero gozo.


Conforme la mente y el sentimiento se dirigen hacia el interior, comienzas a sentir el gozo divino. Los placeres de los sentidos no perduran; pero el gozo de Dios es eterno. ¡Es incomparable!



Muy pocos sabemos cuánto se puede lograr en la vida si la vivimos apropiada, sabia y económicamente. Aprovechemos el tiempo; la vida suele agotarse antes de que consigamos despertar y por eso no comprendemos el valor del tiempo inmortal que Dios nos ha concedido.


No desperdicies tu tiempo en la ociosidad. Mucha es la gente que dedica su tiempo a actividades por completo intrascendentes. Si les preguntas a tales personas qué han estado haciendo, responderán habitualmente: «¡Oh, me he mantenido ocupada cada minuto!». No obstante, apenas si pueden recordar qué era lo que las mantuvo tan ocupadas.


En cualquier momento se te podrá exigir que abandones este mundo, y tendrás que cancelar todos tus compromisos. ¿Por qué dar, pues, preferencia a cualquier otra actividad quedándote sin tiempo para dedicárselo a Dios? Eso no es sensato. La razón por la cual nos enredamos en intereses humanos y olvidamos a Dios es maya, la red de la ilusión cósmica que nos rodea.


Si estamos en sintonía con Dios, nuestra percepción se torna ilimitada, siendo capaz de penetrar por doquier en el caudal oceánico de la Divina Presencia. Cuando conocemos al Espíritu, y tomamos conciencia de que somos Espíritu, no existe costa ni mar, tierra ni cielo: todo es Él. La fusión de todas las cosas en el Espíritu es un estado que nadie es capaz de describir. Se experimenta una infinita bienaventuranza: la plenitud eterna del gozo, la sabiduría y el amor.


El amor de Dios, el amor del Espíritu, es un amor embriagador. Una vez que lo hayas experimentado, te conducirá cada vez más profundamente a los dominios de lo eterno. Ese amor jamás será arrebatado de tu corazón, sino que arderá allí, y en ese fuego encontrarás el gran magnetismo del Espíritu que atrae a los demás hacia ti y atrae también cualquier cosa que verdaderamente necesites o desees.

En verdad puedo afirmar que todas mis preguntas han sido respondidas, no por el hombre, sino por Dios. Él es. Él es. Es su espíritu quien te habla a través de mí. Es de su amor del que yo hablo. ¡Oleada tras oleada de gozo estremecedor! Cual dulce céfiro, su amor envuelve el alma. Noche y día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año, continúa creciendo y no sabes dónde está el fin. Y eso es lo que tú anhelas experimentar, lo que cada uno busca. Piensas que lo que deseas es el amor humano y la prosperidad, mas en el fondo de ambos se encuentra el Padre, que te está llamando. Si tomas conciencia de que Él es infinitamente superior a sus dones, con toda certeza le encontrarás.


El hombre ha venido a la tierra exclusivamente para aprender a conocer a Dios; no existe otra razón para su permanencia aquí. Éste es el verdadero mensaje del Señor. A todos aquellos que le buscan y le aman, Él les habla de esa Vida sublime donde no hay dolor ni vejez, guerra ni muerte, sino sólo seguridad eterna. En esa Vida nada se destruye. En ella existe únicamente una felicidad inefable que jamás se marchita: una felicidad que es siempre nueva.

Así pues, vale la pena buscar a Dios. Todos aquellos que sinceramente le buscan, con seguridad le encontrarán. Quienes anhelan amar al Señor y ansían entrar en su reino, y desde lo más profundo de su corazón desean conocerle, sin duda le encontrarán. Día y noche debes tener un anhelo cada vez más intenso de conocer a Dios. En reconocimiento de tu amor, Él cumplirá la promesa que te hiciera para toda la eternidad y experimentarás entonces gozo y felicidad sin fin. Todo es luz, todo es gozo, todo es paz, todo es amor. Todo es Él.

Pasajes de los escritos de Paramahansa Yogananda

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