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jueves, 4 de febrero de 2016

La plenitud de la vida


La observación silenciosa

La vida está creándose en cada instante, y si no nos entretenemos con los argumentos imaginarios de nuestro pensamiento egocentrado, descubriremos esa vida creadora. Darnos cuenta de esto es extraordinariamente transformador. Observando en esta dirección empezamos a ver todas las cosas a través de esa verdad, y ella nos va haciendo desde dentro, nos va creando de nuevo. Es como volver a nacer. Por eso la filosofía perenne ha llamado a esta transformación un nuevo nacimiento.

Vivir la vida de acuerdo a las normas de una sociedad, a una tradición religiosa, a una filosofía, ¿qué sentido tiene? Si todos los cambios que han ocurrido en mi mente tenían este origen condicionado, si eran para amoldarme a unas experiencias de la época, a un estilo de persona, a un ideal religioso o social ¿he vivido mí propia vida? Para encontrarme con mi propia vida, con algo auténtico, de primera mano, tengo que vaciarme de todas estas ambiciones o deseos. Hasta que desaparezca el bullicio de tantas ideas adquiridas y pueda percibirse el silencio que abre las puertas a mi auténtica vida.

Cuando empiezo a escuchar serena y cuidadosamente el silencio que está detrás de todas las voces conocidas, dejo de entretenerme en cambiar las situaciones de mi vida y las de los demás. Descubro el valor, hasta entonces desconocido para mí, de la observación silenciosa. Compruebo así lo sencillo que es vivir en un estado de meditación, porque la mente meditativa es el estado natural de la mente creativa.

Meditar es ser consciente, vivir vigilante, mirar de una manera nueva. Mientras sólo veo a través de apariencias, sean ideas, estados de ánimo o hábitos pisco-físicos, todo se mueve por el mismo carril acostumbrado, todo es mecánico y aburrido. Para ver más allá de lo que vemos, para que nuestra mirada sea verdadera, creadora, hay que soltar lo que veníamos viendo, hay que abandonar esquemas viejos, hay que colocarse en otro lugar desde donde nuestra vista abarque un espacio más amplio. Es aprender a ver lo invisible en todo lo que aparece ante mi vista. Es como dirigir nuestra mirada allí donde normalmente no veíamos nada. Es como estrenar nuevos ojos para una nueva manera de ver que creará una nueva vida.

En el espacio ilimitado de nuestra mente, escuchando el silencio interior, surge la meditación, la contemplación gozosa de "lo que es" de instante en instante. El vaciar la mente de actitudes fijas, de recuerdos, de creencias, la deja en un estado inocente en el que el silencio aparece y comienza su actitud creativa. En cada situación, en cada momento de la existencia en el que irrumpe el silencio en mi mente, allí distingo lo real de lo irreal, allí me siento libre y en comunión con todo. Comprendo entonces que la vida es algo que se está inventando a cada latido de mi corazón.


Experiencias y plenitud

El ser humano busca la felicidad que es su naturaleza. Quiere llegar a ser aquello que ya es sin darse cuenta. Y en su carrera tras de lo imposible satisface muchos deseos que le quitan la sed de felicidad momentáneamente. Al realizar un deseo a un cierto nivel, nos sentimos bien porque dejamos de sentir la inquietud, la sed de ese deseo. Pero eso afecta a una parte limitada de nosotros. En el fondo persiste un deseo indefinido global, un vacío por llenar; nos acompaña siempre un anhelo de plenitud. Este anhelo nos mueve en muchas direcciones buscamos la felicidad en muchas cosas diferentes. Y el movimiento de querer conseguir algo produce cierta excitación pero nos quita precisamente la felicidad serena y profunda que anhelamos.

Al llenarnos de experiencias de cosas, de satisfacciones, nos estamos vaciando de plenitud. Este vacío interior no se llena acumulando cosas, ni el dinero, ni los conocimientos, ni el poder, lo colman, porque lo que tenemos a un nivel nos hace notar más lo que nos falta. La plenitud no aparece por la cantidad de satisfacciones sino por la ausencia de deseos que produce el descubrimiento de nuestra verdadera naturaleza en el silencio de la conciencia. No somos felices al coleccionar más y más experiencias, sino al profundizar en la conciencia. Desde cualquier experiencia, si comprendemos, podríamos desembocar en la no-experiencia.

Descubrir la no-experiencia es comprender que no hay realidades extrañas a la conciencia que las vive. Lo real es mi conciencia, que puede presentarse como conciencia del otro, conciencia del mundo. Pero ¿desde qué lugar de profundidad vivo?, esta es la pregunta fundamental para el auto-descubrimiento que conduce a la realización o la plenitud en el vivir.

¿Puedo darme cuenta de la realidad de mi conciencia separándola de las formas que va tomando? Con ello no pierdo ninguna forma de las que aparecen, ni sentimientos, ni vivencias de ninguna clase, lo único que pierdo es la ilusión de aquello que tenía una realidad por sí mismo. Sólo pierdo un error. Por eso este camino de realización, no es un ascetismo ni un esfuerzo por sacrificar unas cosas para obtener otras. Sin embargo, cuando estamos refugiados en el pensamiento, creemos que vamos a perder algo y por eso tenemos miedo al silencio.

Todas las realidades que se crean a través de las mentes son "conciencia de algo", si investigo en esa conciencia, se produce un silencio de los ruidos del pensar, un vacío de las formas creadas por ese pensar. Y entonces es posible vivir la realidad fundamento de todas las realidades proyectadas. Este es el camino hacia sí mismo. No es posible descubrirlo si no se va de la mano de la sabiduría. Sólo la disolución de las ilusiones pone al descubierto ese nuevo ámbito transformador de nuestra existencia al que estamos llamando silencio.

Si a la felicidad llegara el ser humano por la acumulación de experiencias placenteras y de cosas que las producen, los sabios, los místicos de todos los tiempos y de todos los lugares, habrían sido unos locos, porque iban en la dirección contraria. No buscaban la fama, el dinero, el éxito, las experiencias de placer. Pero cuando escuchamos los sencillos relatos de sus vivencias, encontramos que son los únicos que vivían en plenitud, en paz, los únicos que sabían de la felicidad incondicionada.

Cualquier ser humano puede descubrir el secreto y darse cuenta de que el camino correcto hacia la felicidad es inverso al que parece. Aquí no funciona el llamado sentido común o la lógica convencional. Lo verdadero no responde a los caminos que habitualmente van pisando los seres humanos. Y la felicidad tampoco como todos sabemos.

Estadísticamente hay muchas más personas que viven con este error fundamental, de las que han salido de él y caminan en dirección opuesta. Pero eso no añade ninguna fiabilidad a su conducta. Aunque sólo una persona descubriera la verdad, sería suficiente. Brilla por sí misma, no necesita demostración ni consenso colectivo. El gran número de los que buscan la felicidad en lo externo, no significa nada, sólo que muchas mentes individuales están empezando el camino de desengañarse del error. Esta investigación se está haciendo porque ya hay un cierto número de mentes desengañadas en un menor o mayor grado. Lo que tenemos delante para descubrir resulta extraño: que lo que parece lleno está vacío realmente y lo que parece vacío es la plenitud total.

Hacer un silencio mental es vaciarse, no de realidades, sino de actitudes equivocadas. Nos vaciaremos de las identificaciones que equivocadamente hemos estado haciendo con personas y cosas. La primera en la que se apoyan todas las demás es la identificación con el yo. El creer que somos un yo separado de los demás desde el que juzgamos, escogemos, separamos todas las cosas. Deshacer esta creencia del "yo" significa deshacernos de todas las creencias.

Es necesario ver con claridad que la afirmación del "yo" es algo añadido a mi verdadera identidad. Al encerrarme distraídamente en mi "yo", he puesto límites, muros divisorios a mi identidad. Si dejo de afirmarme como una entidad separada dejaré de vivir una identidad angustiada por los límites que ha creado mi pensamiento, y empezaré a sentirme en expansión, en libertad, sin límites. Descubriré vivencialmente la plenitud de la vida.

Extracto de "El Silencio Creador"

por Consuelo Martín

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