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viernes, 5 de febrero de 2016

Nuestra Presencia Silenciosa


En nuestros rincones más profundos hay una quietud completamente familiar. Ha estado ahí durante todas nuestras búsquedas y anhelos, así como durante todos los demás sucesos de nuestra vida. Es un lugar de paz, una consciencia observadora silenciosa que permanece fundamentalmente inmutable sin importar lo que ocurra. Al entrar en esta consciencia uno está a gusto en el presente, dando la bienvenida completamente a lo que llega y soltando completamente lo que se va... sintiéndose vivo de principio a fin. Esta consciencia no es algo lejano y de otro tiempo. Ya está sucediendo aquí y ahora mismo.

Por ejemplo, mientras vemos una película puede que bullamos en un mar de emociones... temerosas, románticas, humorísticas o trágicas. Si la historia es particularmente poderosa, puede que sintamos todas esas emociones en una sola película. Sin embargo, no importa lo absortos que estemos en la película o lo cautivados que estemos por las emociones de la experiencia, dentro de nosotros hay una consciencia observadora silenciosa que sabe perfectamente bien que estamos sentados en un cine durante todo el tiempo. Si no fuera así, sin duda huiríamos de la sala en cuanto ocurriera alguna situación atemorizante sobre la pantalla. Correríamos a ponernos a salvo al ver la primera arma o la tormenta de fuego acercándose a nosotros si no fuera porque alguna parte de nuestra consciencia sabe que lo que vemos en la pantalla no es nuestra realidad más fundamental.

De manera similar, hay un área de consciencia silenciosa que abarca todos los sucesos de nuestros días. Aunque puede que a veces nos absorban las emociones o nos perdamos en alguna historia específica, durante todos nuestros dramas hay una realidad más profunda de presencia silenciosa. Es un silencio del corazón, en vez de una cesación forzada del habla o de la actividad. Es un silencio que podríamos llamar el trasfondo de toda actividad. No necesitamos encontrarlo porque no lo hemos perdido.

Si esto es así, ¿por qué hay tanta búsqueda y tanto anhelo? La búsqueda es apremiante porque le ofrece a la mente una manera de tener algo que hacer. Parece que casi estamos genéticamente programados para tener la mente inexorablemente ocupada con deseos y evasiones, un escape desesperado del ahora. Quizás la naturaleza ha requerido que nos mantengamos en movimiento para seguir vivos, pero esto se está volviendo perjudicial para la vida. Hemos superado evolutivamente la utilidad de estar en un estado predominante de miedo y avaricia para competir y sobrevivir. Ya no podemos permitírnoslo. Nos está conduciendo al desastre.


No obstante, es extraño lo mucho que nos resistimos a la paz y la quietud inherentes que son siempre posibles. Quizás esto se deba a que descansar en la simple presencia le resulta muy extraño al hábito de complicación mental que hemos tenido toda la vida, y puede que hayamos confundido la complicación con una sensación de vitalidad. Puede que supongamos que no tener ningún proyecto mental específico tendrá como resultado el aburrimiento. O puede que nos resulte abrumador lo inmensa y libre que sentimos la vida de repente cuando nuestra mente no está persiguiendo algo. Igual que un prisionero que al ser liberado no tarda en encontrar una manera para volver a aterrizar en la cárcel, o el pájaro que se resiste a salir volando cuando se le abre la puerta de su jaula, a veces nos sentimos atemorizados por la libertad y buscamos refugio en el armario estrecho pero familiar de la mente ajetreada.

Sin embargo, en la consciencia despierta la mente se aclimata a una expansión en el silencio. Se acostumbra a dejar que los pensamientos neuróticos pasen y se desvanezcan en la nada, y poco a poco pierde interés en ellos incluso cuando continúan surgiendo. El desinterés por los pensamientos neuróticos limita su poder. Lo que se vuelve más interesante es el espacio abierto de consciencia del que surgen y en el que se disuelven todos los pensamientos y todo lo demás. Y como esto está continuamente presente, la percepción de ello puede abrirse camino en ti en cualquier momento. Ahora mismo, mientras lees estas palabras, puede que sientas la perfecta esfera de presencia en la que tú, las palabras y todo lo que te rodea estáis flotando.

Esta consciencia observadora silenciosa trae consigo una cualidad de brillantez, alerta y no obstante completamente relajada. No es la brillantez del pensamiento, sino la brillantez de la percepción pura, una inteligencia impersonal. No presta atención particular a los pensamientos que la tientan para que abandone su tranquilidad, pero no le importa que vengan una y otra vez. No tiene ninguna sensación de que se necesite algo más para estar satisfecha y, por tanto, prevalece una profunda satisfacción.

Y de pronto, la búsqueda ha terminado. No hay ninguna parte a la que necesitemos ir porque todo está en su lugar tal como es, incluidos nosotros mismos. No hay nada que necesitemos hacer para encajar aquí porque no sentimos ninguna separación de la existencia. Todavía, y más que nunca, disfrutamos la vida y nos interesa apasionadamente, pero ya no somos un mendigo a sus puertas buscando amor en vez de ser amor. Nos damos cuenta de que lo que realmente queríamos no era algo que viene de la búsqueda, sino lo que viene cuando somos encontrados. Somos como el hijo pródigo de la parábola de Jesús. Después de vagar durante mucho tiempo, perdidos y depravados, y buscando la felicidad en todos los lugares equivocados, por fin llegamos a casa. Y de igual manera que el padre abrazó a su hijo descarriado y ofreció una fiesta en su honor, se nos da la bienvenida a casa, a nuestra propia presencia brillante, siempre, sin excepción.

(Extraído de Presencia Apasionada)


por Catherine Ingram

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