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viernes, 25 de marzo de 2016

MIRA CÓMO TUS CÉLULAS SON UNIVERSOS QUE VIVEN TURBULENTAS Y MARAVILLOSAS HISTORIAS


EL ESPACIO CELULAR ES TAN PARECIDO AL ESPACIO SIDERAL. ESTAS IMÁGENES NOS HACEN REFLEXIONAR Y POETIZAR SOBRE NUESTRA RELACIÓN CON EL MICROCOSMOS, DEL CUAL SOMOS UN MACROCOSMOS Y EL CUAL, A SU VEZ, PARECE SER UN MACROCOSMOS, EN UNA INFINITA CADENA DE MUNDOS AUTOSEMEJANTES

A veces uno llega a pensar que la idea del macrocosmos y el microcosmos no es meramente una metáfora sino que se extiende  a todas las esferas, hacia lo infinito y lo infinitesimal, con una misteriosa perfección. Lo que implica esta idea, que también puede entenderse como una ley de la analogía, es que no sólo el ser humano como individuo es un pequeño universo en el que se reflejan los diferentes procesos del cosmos, sino que cada una de sus células es un universo por su propia cuenta.
El documental Universo secreto, viaje al interior de la célula, transmite esta noción del microcosmos con magníficas animaciones de los procesos celulares, los cuales, creo, no semejan las imágenes de telescopios y recreaciones computacionales de los espacios siderales solamente por la intencionalidad de sus creadores sino porque la analogía existe de manera natural, es una tendencia funcional que se desdobla visualmente en la similitud. Uno se siente transportado al espacio cósmico viajando por el espacio celular, navegando por mundos que por una parte son de alguna manera extraterrestres por su belleza y extrañeza y a la vez completamente íntimos y cercanos, mundos que uno reconoce si mira con un ojo interno.
Atravesamos arrecifes de coral, nebulosas, naves nodrizas, grandes megalópolis… un espacio acuoso que es invadido por agentes interestelares: un ejército de virus que se enfrenta contra las tropas del rey nuclear en lo que son verdaderas guerras de las galaxias internas. Descubrimos que realmente el núcleo de una célula, que guarda el ADN, es como una estrella que ordena e instruye, y a la cual se supeditan todos los demás procesos. Un Sol que es también como el corazón, como se refiere al núcleo, la narradora del documental, el órgano que según la medicina china es el “emperador del cuerpo”. Y no está de más recordar que el ADN  transmite biofotones, como una pequeña estrella nuclear.
Escuchamos que en la punta de un alfiler cabrían decenas de miles de células, como los ángeles que habían imaginado los teólogos medievales. O que debajo de cada célula “hay miles de millones de máquinas microscópicas” llevando a cabo sus funciones. Poderosas turbinas giran a mil revoluciones por minuto en las mitocondrias, las cuales son como radiantes centros de producción de energía. Mitocondrias que hace miles de millones de años eran células individuales, pero que fueron integradas para hacer vida más compleja, como soles que se ponen al servicio de un sol central para unificar y engrandecer la gloria del imperio.
Cuando la célula es invadida por un virus vemos que inicia una guerra tan taimada y sofisticada como nuestros propios conflictos armados. Se trata de una guerra de información, de astutos lances, de falsa diplomacia y de ataques suicidas. Finalmente el virus busca penetrar el centro de mando y lo hace engañando, violando el estado de legalidad de la célula bajo el cual todo funciona perfectamente, pero que una vez transgredido se desata el caos que lleva a la muerte. La invasión, sin embargo, es una oportunidad de que la célula y sus elementos demuestren su gallardía y fidelidad, sacrificando el destino individual por el bien colectivo del organismo. Anticuerpos engullen células cercanas que podrían haber sido infectadas; las células contagiadas más próximas se autodestruyen para detener la propagación del virus; en un nivel se busca salvar cada célula, pero en otro nivel se busca salvar todo el cuerpo. ¿Acaso no es esto lo que ocurre o debería ocurrir con el ser humano, que en un nivel busca salvar su vida o la vida de sus familiares pero que finalmente debe trascender su interés personal por el bien del planeta entero, la supercélula para la cual es cómo una proteína?
¿Cómo no ver en estas gloriosas batallas el interior de la célula un universo de significado? Los antiguos basaron su filosofía en la idea de que en la vida en la Tierra se reflejaba la vida en el cosmos y en el génesis de un embrión podía apreciarse e incluso estudiarse la génesis del cosmos (y viceversa). Esto fue planteado a su manera por el biólogo Ernst Haeckel, en su teoría de la recapitulación:
La historia del germen es un epítome de la historia de la descendencia… la serie de formas que el organismo individual atraviesa en su progreso del óvulo a su estado de formación total, es una breve, y comprimida reproducción de la larga serie de formas que los animales ancestros del organismo (o las llamadas formas ancestrales de la especie) han pasado desde los períodos más tempranos de creación orgánica hasta el tiempo presente.
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Otro biólogo, el más famoso de la historia, también atisbó esta relación microcósmica. En 1882, Darwin escribía:

No podemos sondear la maravillosa complejidad de un ser orgánico, pero bajo la hipótesis aquí planteada esta complejidad se incrementa sobremanera. Cada criatura debe ser vista como un microcosmos –un pequeño universo, formado de una hueste de organismos autopropagados, inconcebiblemente pequeños y tan numerosos como las estrellas en el cielo.
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El médico suizo Paracelso consideraba que el cuerpo humano era una especie de libro sagrado en el cual se podía conocer todo el universo, puesto que yacía ahí en miniatura, diferenciado en magnitud más no en función o esencia. Así explica la visión de Paracelso Manly P. Hall:
Paracelso especulaba que el hombre era un orden de vida, no sólo células dentro de un cuerpo, sino un vasto gobierno, una jerarquía de estructuras internas; no sólo había dioses en los cielos, había dioses en el hombre; no sólo había jerarquías en el universo, había jerarquías en la estructura orgánica del individuo. Dentro de las células y dentro de la estructura atómica y electrónica había ley y orden, gobierno, imperio, república, dictaduras, democracias, tiranía… cada forma de relación que existía en el medio ambiente del ser humano existía también dentro de su propia estructura.
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En un bello pasaje, Paracelso compara la fecundación del espermatozoide en el óvulo con la creación descrita en el Génesis, en la que el “espíritu de Dios” (Elohim) se movió sobre las aguas, soplando el aliento vital. El espíritu humano, explica, se mueve sobre las aguas de la eternidad, contenidas en el óvulo, y así imprime la imagen de la totalidad que habrá de desarrollarse y que será su cuerpo. En su libro Man: Grand Symbol of the Mysteries, Manly P. Hall parafrasea este mismo proceso: “Súbitamente sobre el oscuro horizonte del óvulo aparece el refulgente sol espermático. Sus rayos se lanzan hacia lo profundo. La madre océano goza. El esperma sigue al rayo y se desvanece en la madre”.
Por el momento todo esto es solamente una alegoría poética que sirve para entusiasmarnos y hacernos querer saber más sobre cómo estamos formados. Pero quizás la alegoría descrita por tantas culturas en sus cosmogonías se revele finalmente como una verdad profunda, una armonía que persiste para siempre y unifica a todas las cosas, las cuales no son, finalmente, más que un solo vasto organismo. Algún día quizás sabremos que nosotros también estamos nadando dentro de una célula, parte de un organismo que no alcanzamos a distinguir, justamente porque es todas las cosas y no tiene límites.
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PIJAMASURSF

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