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martes, 18 de octubre de 2016

Aquí y Ahora


Cuando hablamos del aquí-ahora es importante hablar de tres temas: en primer lugar, de la llamada a la consciencia; en segundo lugar, del hecho de que el tiempo no existe, aunque creamos en él; y, en tercer lugar, de que al darnos cuenta de lo que es el aquí y ahora, abrimos una puerta muy potente para conocernos a nosotros mismos, entendiendo por conocimiento de uno mismo aquello que acuñaron los sabios de la Grecia clásica para hacer ver que no sólo tenemos un componente físico, mental y emocional (a mí me gusta llamarlo metafóricamente “coche”), sino también otro de carácter divino, infinito, eterno e inmutable qué es lo que realmente somos (siguiendo el símil, lo denomino “Conductor”). Y cuando el coche deja de funcionar, el Conductor sigue viviendo.

Vivir en el momento presente es una puerta muy importante y potente para percibir todo esto. Y para las personas que se empiezan a acercar al mundo de la consciencia es el camino más directo y sencillo.

Desarrollemos los tres bloques citados, empezando por el primero.

La llamada a la consciencia

En la práctica diaria de los seres humanos, salvo en raras excepciones, se producen situaciones en las que sin darnos cuenta dejamos de estar: simplemente, nos vamos con la mente a otro sitio. Por ejemplo cuando estamos manteniendo una conversación con otra persona y, en un momento determinado, nos vamos a otro lado (a lo mejor algún elemento de la conversación hace que nos acordemos de otro hecho o situación y nuestra atención se va hacia allá) hasta el punto de que la otra persona se hace invisible: la tenemos delante, pero es como si no la tuviéramos al lado porque nosotros, con la mente nos hemos ido a otro sitio.

Otro buen ejemplo es cuando estamos paseando por la calle, sin hacer nada en especial: Y en lugar de estar allí paseando, a menudo ocurre que a partir de un cierto momento ya no estamos allí: aparentemente estamos en la calle dando un paseo, la gente puede vernos, pero en realidad no estamos allí. Esto es muy fácil de observar en cualquier paseo por las calles de cualquier gran ciudad. Si nos fijamos bien, veremos que está lleno de personas que aparentemente están, pero que en realidad no están ahí porque con la mente andan por otro sitio.

En otras ocasiones sucede que nos sentamos para pensar sobre cualquier tema o situación que nos interesa. Sin embargo, sin que nos demos cuenta, nuestra cabeza, de pronto, pone la atención en otros asuntos y nuestros pensamientos dejan de estar centrados en el tema inicial para desviarse a otras cuestiones distintas de lo que queríamos.

Son pequeños ejemplos de algo que nos ocurre todos los días. De hecho, es algo tan frecuente que la gente lo considera normal debido a lo frecuente que es. Sin embargo, siendo frecuente, es profundamente anormal.

Hemos olvidado que frecuente y normal no significa lo mismo; son palabras distintas que deberían usarse en contextos distintos. El desaparecer del momento presente para viajar a otros momentos y situaciones puede ser algo muy frecuente, pero desde luego no es normal. Esta anormalidad conlleva pérdida de tiempo, pérdida de energía, pérdida de concentración… En definitiva, nos lleva a la inconsciencia. Lo normal es estar en el momento presente, estar en lo que estamos.

Ciertamente, todos tenemos una capacidad intelectual que nos permite, por ejemplo, estar en el mes de junio y planificar un viaje para agosto. Esto está bien y es necesario. Lo que no tiene sentido es que nos vayamos a agosto o a cualquier otro momento diferente al presente sin ninguna voluntad propia, por los vaivenes de la mente. Sólo deberíamos salirnos del momento presente  cuando lo hacemos desde la plena consciencia, con una voluntad específica, y para algo que en el momento presente corresponde (verbigracia, planificar unas vacaciones, que exige hacerlo con la suficiente antelación)

Como seres humanos siempre hemos pretendido viajar en el tiempo, sin darnos cuenta de que ya somos una máquina espectacular de viajar en el tiempo: nos pasamos el día haciéndolo.

¿Por qué nos ocurre esto, que es frecuente, pero no normal? Pues por algo muy sencillo: el ser humano tiene metida en la mente la creencia en el tiempo. Sin embargo, por raro que parezca, el tiempo no existe.

El tiempo no existe

La consciencia de la Humanidad está evolucionando permanentemente. Esto tiene multitud de manifestaciones, desde revistas como la que estás leyendo hasta el mundo del cine, donde hay multitud de películas de nueva consciencia que van apareciendo, o en el ámbito de la ciencia, donde hoy ya es algo absolutamente admitido y asumido que el tiempo es una ilusión de la mente.

En el siglo XX, con la Teoría de la Relatividad, se hablaba de que el tiempo era algo relativo, que no era un valor absoluto. Pero poco a poco, a partir de la física cuántica y sus derivaciones, se ha descubierto que no sólo no es un valor absoluto, sino, simplemente, una ilusión de la mente humana. El tiempo definitivamente no existe.

Ante esto, muchas personas se preguntan: ¿cómo que no existe el tiempo? Yo he nacido, me he hecho adulto, envejezco y moriré… Entonces, cómo que el tiempo no existe. Pues bien, lo que acabamos de describir no tiene nada que ver con el tiempo, sino con los ciclos: lo que existe en la vida de una persona, en la Naturaleza o en el Cosmos son ciclos.

El Sol sale y se pone, la Luna Llena sigue a la Luna Nueva, las mareas se suceden en los mares, las estaciones del año van correlativas una detrás de otra, la tierra rota con un ciclo perfecto, etcétera. Todo son ciclos constantes, pero ¿dónde está el tiempo ahí? Esto no tiene nada que ver con el tiempo: El hecho de nacer, crecer, envejecer y morir no es nada más que un ciclo vital, un ciclo vital que se desarrolla en el aquí y ahora. Y en el seno de los ciclos existen dos cosas: el aquí-ahora, que es donde la vida existe y se despliega, y la cadena de causas-efectos originado por cada acción y situación.

El tiempo es una convención inventada por el ser humano. La prueba irrefutable de ello es que ninguna persona siente el tiempo: todos necesitamos algo externo a nosotros que nos hable del tiempo, necesitamos un reloj o un calendario, herramientas que tienen su utilidad para facilitarnos la organización de nuestro día a día. Pero todos sabemos por experiencia propia que diez minutos pueden hacerse muy largos o muy breves en función de cómo los estemos viviendo.

El problema viene cuando nos dejamos abducir por este invento. Lo mismo sucede con el lenguaje. Todos nacemos en silencio y todos desencarnamos en silencio. Nuestro lenguaje natural es el silencio. Al inicio de nuestra vida nos enseñan un idioma, que es muy útil y nos facilita el poder comunicarnos, pero ese idioma, el lenguaje, no es algo innato. Y el mundo del lenguaje también nos abduce: no somos capaces de observar algo sin poner una palabra por delante, con lo que muchas veces nos conformamos con la palabra que le ponemos al objeto y no entramos en él, no profundizamos en su contenido. Por ejemplo, estamos paseando y vemos un árbol. Al verlo, ponemos la palabra árbol sobre él y, a partir de ahí, no lo miramos realmente. Nos conformamos con denominarlo árbol, sin más, olvidando que ningún árbol, incluso de una misma especie, es igual a otro.  Las palabras crean a menudo una pantalla que hace que no te metas en la experiencia; generan una distancia entre tú y lo que estás viendo. El lenguaje es una creación mental, como que el tiempo; y, al igual que este, nos abduce y nos hace perder consciencia.

Cuando estamos en el aquí-ahora experimentamos lo que yo denomino el “acto de pensar”. El problema es que, como creemos en el tiempo, el acto de pensar en multitud de ocasiones lo convertimos en el “proceso de pensar”, que es cuando tú ya no estás en lo que estás viviendo, sino que empiezas a pensar en cosas ajenas a lo que estás viviendo, que están ligadas con nuestra creencia en el tiempo y que se caracterizan tanto por su ficción, como por su dolor.

Es un poco increíble porque si nos inventáramos cosas que nos son gratificantes aún tendría un sentido, pero en la mayoría de las ocasiones nos vamos al pasado y tenemos sentimientos de culpa, de error, de carga... sentimientos que nos atenazan. Sin embargo, el pasado no existe: existió cuando fue presente; y como fue presente, se incorporó a nosotros. Todos llevamos incorporados cada momento de nuestras vidas. Es absurdo trasladarse mentalmente cinco años atrás porque lo que viviste en aquel momento se incorporó a ti, tuvo su sentido en tu proceso conciencia, hiciste en su momento lo que debías hacer fruto de tu estado de consciencia de aquel momento y como experiencia se incorporó a ti.

Al fin y al cabo, somos como un edificio que se va construyendo piso a piso, experiencia a experiencia, y cada experiencia está en el edificio y ayuda a sostener a las siguientes. Cuando decimos “es que me equivoqué, me arrepiento y ojalá pudiera quitar esa experiencia de mi vida...” Pues bien, si realmente la quitaras, ya no serías como eres: si de un de muchas plantas elimina una, el edificio de derrumba. Para colmo, cuando llevamos la mente al pasado su funcionamiento es selectivo e interpretativo: se acuerda de lo que le interesa y de la forma que le interesa. Por ejemplo, dos personas que recuerdan una misma situación siempre tienen visiones distintas de lo que pasó; lo que ocurrió fue lo que ocurrió, pera cada una se acuerda de aspectos distintos y en los que coinciden suelen existir interpretaciones distintas. El pasado no existe, es una creación mental y, por tanto, depende de nuestra mente.


Con el futuro la experiencia es todavía más divertida. Porque, al menos, el pasado existió cuando fue presente. Pero el futuro es fantasía total, ahí no hay nada que tenga nada que ver con algo tangible. Y no nos damos cuenta, pero el futuro actúa en muchísima gente como una droga. Se habla mucho de drogas y evidentemente la Humanidad tiene muchos tipos de drogas, pero la droga a la que hay mayor adicción en la actualidad es al futuro. Y eso tiene mucho que ver con el miedo.

Hay multitud de personas que no viven en coherencia con lo que sienten, estamos hablando de pareja, del trabajo o, incluso, de temas menores como puede ser seguir una dieta. A lo mejor no estás conforme con tu cuerpo, con tu trabajo o con tu pareja… Y en lugar de hacer lo que sería lo normal, que es tomar decisiones respecto a lo que sientes en el aquí-ahora, sueles decir “lo haré mañana”, sin darte cuenta de que el mañana es un invento que ha creado el ser humano para huir del momento presente, que es donde realmente deberíamos llevar a cabo aquello que sentimos y no auto-engañarnos, ya que el problema del mañana es que es un auto-engaño.

Imagínate que tu actividad laboral no te gusta y que sientes que te está desarmonizando y te hace sentir mal. Pues bien, déjala, pero entonces aparece la mente y dice pero cómo lo voy a dejar, de qué voy a vivir… Mi actividad laboral me da unos ingresos... Pues confía, deja tu actividad laboral y confía en la vida. Si hay algo por dentro que te está diciendo esto no es, pues entrégate a tu verdad y confía en la vida. Verás como la vida se va abriendo y te va dando otras opciones. ¿Por qué no lo hacemos? Por miedo. Tenemos miedo a hacer cosas que estamos sintiendo y percibiendo porque tememos que nos lleven a algo desconocido, que nos lleven a la incertidumbre, a asumir riesgos... Aparecen todos los miedos. Y debemos desarrollar la máxima aceptación y respeto respecto a ellos, porque los miedos tienen un papel en nuestro proceso consciencial. Si ante estas situaciones tenemos miedo, perfecto: nos damos cuenta y lo aceptamos, ya que en muchas ocasiones al aceptarlos se van diluyendo solos, como los azucarillos en el agua. En cambio, si no los aceptamos, si no los observamos y no queremos reconocerlos, entonces esos miedos se mantienen… Tienes miedo y en lugar de darte cuenta, observarlo y aceptarlo, niegas su existencia y te auto-engañas diciendo que harás mañana lo que no te atreves a hacer hoy. La droga del futuro te lleva a hablar de mañana para esconder la realidad, que es otra palabra que también empieza por “m”: miedo.

Debemos que confiar en la vida y darle esa oportunidad, porque si no se la damos nos estamos encorsetando en nuestra relación laboral, en nuestra relación de pareja o en lo que sea, no estamos permitiendo que la vida nos aporte lo que nosotros estamos sintiendo de corazón. Debemos descubrir que cuanto más nos abrimos a la vida, más nos da la vida, porque el proceso nos retroalimenta. La vida no es algo hostil, es un continuo de amor. Y cuando te abres  a la vida te vas dando cuenta de que todo tiene su sentido profundo, su porqué y su para qué, y tu confianza va aumentando.

Así, el tiempo es simplemente una creencia que nos trae un sinfín de complicaciones. Lo normal, aunque no sea lo frecuente, es vivir en el aquí-ahora: Vivir Viviendo. Y es muy importante para ello que nos demos cuenta de lo absurdo de tener en la cabeza cosas que nos digan qué hacer ante hechos que no estamos viviendo. Esto son nuestros sistemas de creencias, o sea pensamientos que nos dicen que ante tal situación, cuando la vivamos, nos comportaremos de tal manera. Pero lo normal es esperar a que la situación en sí realmente se produzca e insertos en ella ver que lo que sentimos en ese precio momento y actuar entonces en consecuencia, sin asirnos a conductas y comportamientos  previamente instalados en nuestras cabezas. Los sistemas de creencias siempre nos llevan a elaborar respuestas ante situaciones de la vida que no estamos viviendo y condicionan nuestras actitudes y acciones en el momento presente.

El aquí-ahora es un espacio sagrado de libertad para crear las actitudes que nos de la gana en función de lo que en ese instante sintamos y, a partir de ahí, poner en marcha las acciones pertinentes para actuar en la dirección que queremos. Pero coartamos este espacio sagrado de libertad con nuestras creencias y nuestros “mañana”, que nos hacen huir del momento presente.

El momento presente como puerta hacia el conocimiento de uno mismo

Como explica muy bien Eckhart Tolle, el aquí-ahora tiene dos dimensiones: la dimensión superficial y la dimensión subyacente. Esto lo podemos ver claramente observando nuestras vidas.

La dimensión superficial del momento presente nos habla de que en el momento presente, de instante en instante, hay cosas que cambian permanentemente tanto en el entorno como en nosotros mismos. Cuantos cambios hay desde que nos levantamos hasta que nos acostamos en un día de nuestra vida, cuantas situaciones van variando... Esa es la dimensión superficial del momento presente, que es bastante obvia.

Y el momento presente tiene también una dimensión subyacente. Si la dimensión superficial es todo lo que cambia de momento a momento, la dimensión subyacente es lo que no cambia: el aquí-ahora se va desplegando en lo que el ser humano denomina tiempo y hay algo que no cambia. Pasan los días, pasan los años y pasan las décadas, incluso cuando el cuerpo físico deja de funcionar y llega lo que se denomina muerte hay algo que sigue ahí y que no cambia. Y ese algo que sigue ahí y que no cambia tiene muchísimo que ver contigo, está hablando de ti, de lo que tú realmente eres. Porque la dimensión subyacente del momento presente es tu vida, es el hecho de que existes.

Como tenemos una dimensión en nuestro ser que no está sometida al yo físico, mental y emocional, que después de la muerte sigue existiendo, este planteamiento nos lleva a nuestro yo eterno, que es algo que no tiene nada que ver con el tiempo, es algo que en el instante a instante no cambia y que siempre es.

El las diferentes corrientes espirituales desde el cristianismo a Saint Germain se habla del “Yo soy”: esa es la dimensión subyacente del momento presente. Yo soy ahora, yo soy cuando encarné en esta vida, yo soy cuando tenía cinco años, cuando tenía treinta, cincuenta... Si mi cuerpo deja de funcionar, yo soy. Y voy al plano de luz y me reencarno en un humano y vete a saber dónde y cómo y yo soy... Todo va cambiando en la dimensión superficial, pero hay algo en ti que nunca cambia, que es tu vida, el hecho de que existes, de que vives.

Tolle nos habla de dos palabras -en broma las llamo mantras- que son muy útiles para afianzarte en el aquí-ahora, pues nos sirven para percibir esto que acabo de describir de la dimensión superficial y subyacente y de las implicaciones que todo esto tiene para tu vida. La primera de ellas es “Alerta”; y la segunda, “Espacio”

El mantra “Alerta” significa tomar consciencia de que en tu vida cambian muchas cosas, pero hay algo que no cambia, que eres tú, y eso debe ayudarte a tomar distancia respecto a lo que te sucede: no te agobies tanto, no te inquietes tanto por lo que te está pasando, porque en la dimensión superficial del momento presente todo pasa. En una enfermedad o te curas o te mueres, pero aunque te mueras tú sigues existiendo, en realidad no te mueres porque sigues viviendo, sólo que cambias de escenario, más no te puede pasar. Tomar consciencia real de esto nos aporta mucha armonía, paz y tranquilidad.

Y el mantra “Espacio” también es sencillo pero, a la mente le cuesta más entenderlo. Este mantra nos habla de que debemos darnos cuenta de que nada existe si tú no existes. Tenemos la falsa creencia de que si nosotros no existimos la vida sigue, tu ciudad sigue, el mundo sigue... Eso es una ficción mental: si yo no vivo nada existe.

La vida existe porque tú existes y eso lo puede decir cualquier ser, porque el yo soy es el espacio donde se despliega todo. Yo soy el espacio donde la vida se está desplegando. Yo no soy algo aislado: la Creación y el Cosmos es como una gran esfera sin límites, una esfera infinita donde cada punto es la esfera entera. Tú eres un punto de la esfera y eres la esfera en su totalidad. Y tú legítimamente puedes decir que eres la esfera. Y lo puedo decir yo; y lo puede decir cualquiera.




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