lunes, 8 de mayo de 2017

"Sobre ser consciente"


Conciencia es lo que la vida es por todas partes. Al menos, es lo que me gustaría que fuera mi vida. Y, al final de la misma, quiero ser capaz de decir, honestamente, que fui consciente —es decir, que estuve despierto y atento a lo que ocurre, no soñando o con el cartel de "cerrado para comer".

No quiero decir consciente todo el tiempo por supuesto, sino a menudo; cada vez más, y con lo mejor de mi capacidad. Naturalmente me gusta tener sensaciones agradables, gozar de las experiencias cumbre cuando vienen, quizás incluso elevarme dentro de los reinos místicos. Pero cuando estas experiencias no incluyen experimentar quién está recibiendo tales bondades, entonces son una suerte de lapso dentro de la inconsciencia y (en el mejor de los casos) unas agradables vacaciones del asunto principal de mi vida —a saber, ser realmente consciente. Lo cual significa auto-consciente, y finalmente Auto-consciente.

Tales fueron mis primeras reflexiones al oír hablar de AWARE (conciencia) [el nombre de la revista en la que se publicó originalmente este artículo]. Me recordaba a aquellos pájaros parlanchines en la novela La Isla de Aldous Huxley, que sorprendían a las personas que paseaban por el bosque gritando constantemente la palabra "¡Atención!", influidos seguramente por el budismo. Y en verdad el mensaje que lanzaban es un elemento esencial de dicha religión.

La atención plena, vigilancia, o conciencia constituye el corazón del budismo. No sólo es el sendero que conduce a la iluminación, sino que es la iluminación misma —ese estado que podría ser descrito como plena conciencia.

¿Pero conciencia de qué exactamente?

Obviamente no de cualquier cosa. El objeto o contenido de la conciencia es tan importante como su intensidad o permanencia. ¿Qué monje de túnica amarilla podría estar más atento (o menos distraído) que el tordo que, en este momento, intenta extraer un gusano del césped? ¿Qué hombre santo podría estar tan concentrado como el niño pequeño jugando con su pelota en el jardín? La concentración que evidencian el pájaro y el niño sobre lo que está sucediendo es casi total —al menor mientras dura.

Sin embargo, si bien es cierto que ninguno de ambos está iluminado, no lo es menos que también son muy diferentes de las personas adultas, en el sentido de que nosotros pasamos la mayor parte del tiempo sumidos en la distracción. Por otra parte, ni el pájaro ni el niño son conscientes de sí mismos, ni siquiera de la manera limitada en que solemos ser conscientes de nosotros mismos (El pájaro pasa por alto su presencia, mientras que el sabio percibe su ausencia y, tal como explicamos a continuación, no cabe duda de que sus vidas son muy distintas). Ciertamente, ni el pájaro ni el niño son dignos de ser imitados, aunque sepamos cómo hacerlo.

Pero eso es anticiparse. Procedamos pues, paso a paso definiendo con mayor precisión las tres etapas en el desarrollo de la conciencia, etapas que son tan aplicables a la evolución del conjunto de la humanidad como a la de cada individuo concreto y que, sólo por mera conveniencia, denominarnos: (1) la conciencia primitiva (infrahumana), (2) la (falta de) conciencia humana y (3) la conciencia iluminada (sobrehumana).



La conciencia primitiva (infrahumana)

A los ejemplos del tordo con el gusano y del bebé con la pelota, podemos añadir al gusano mismo (antes de su encuentro fatal con el tordo), olfateando y arrastrando de manera persistente una hoja caída hacia su agujero. (Sin embargo, conseguir lo que pretende con un cuerpo como el suyo es todo un milagro de habilidad y atención. ¡Cualquiera de nosotros tendría que utilizar para ello ambas manos!) ¿Y qué decir de las células del sistema nervioso de esa hábil criatura (todas ellas colaborando inconscientemente con el gusano en la misma delicada tarea de cosechar hojas) y que deben atender además, a su propio trabajo celular de vigilar los mensajes neuronales entrantes y de transmitirlos a la instancia correcta?

De hecho, podemos ir más allá incluso y sugerir que la historia interna de cada una de las células del gusano y, de cada molécula de que constan dichas células — y así sucesivamente hasta arribar a las últimas unidades o bloques constitutivos del mundo "físico"— no son sino conciencia, esto es, conciencia de sus semejantes y de su mundo. ¿Cómo explicar, si no, la precisión, la oportunidad y la adecuación de sus respuestas? Cada "partícula" conoce cuál es su trabajo a la perfección y lo lleva a cabo de manera magistral, es decir, acoge (adviértase la expresión) y se ajusta de manera precisa a la masa, la posición y el movimiento del resto de las partículas en toda circunstancia.

¡Ahora bien, nosotros somos conscientes! Ningún electrón, átomo molécula, célula, pájaro, animal puede colgar el cartel de "cerrado para almorzar" o es acusado de conducir (volar, nadar, reptar o cualquiera sea su medio favorito de locomoción) sin el debido "cuidado y atención". Pero mi mensaje no se dirige a esa abrumadora mayoría de pobladores del universo —seres meticulosos y eficaces que no lo necesitan—, sino que somos nosotros, los delincuentes cósmicos y los cerebros dispersos, quienes más desesperadamente necesitamos esa clase de mensaje. Somos las únicas criaturas distraídas que existen en el universo conocido.



La (falta de) conciencia humana

El desenredo del Ser


Es común que las personas que se encuentran con esta enseñanza tengan miedo de que se produzca una disolución de su identidad. ¿Qué es lo que tememos perder con el reconocimiento de nuestra verdadera naturaleza? Es cierto que lo que parece definirnos como una persona ―nuestros pensamientos, sentimientos, ideas, nombre y forma― va a desaparecer.

Si realmente tuviéramos miedo de desprendernos de las características individuales de nuestro cuerpo y mente particulares, tendríamos miedo de quedarnos dormidos por la noche. Pero lo hacemos con alegría; ¡incluso lo deseamos! Sin pensarlo ni un momento renunciamos a nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro mundo cuando nos dormimos, y permanecemos sólo como el Ser pacífico ―pura Conciencia― que en esencia somos.

No perdemos nuestro cuerpo y nuestra mente cuando estamos dormidos. Estamos muy felices allí sin ellos. Luego, por la mañana, estamos contentos de "vestirnos" de nuevo con nuestro cuerpo y mente. Primero nos ponemos la mente, luego nos ponemos el cuerpo, y luego el mundo.

Todo el tiempo, debajo del cuerpo/mente/mundo que asumimos, somos siempre este Ser pacífico que está inherentemente desapegado del cuerpo, la mente y el mundo. Lo que en esencia somos no está más apegado a ellos de lo que está la ropa que llevamos. No tenemos que trabajar duro para desprendernos de los pensamientos, sensaciones y percepciones. Acabamos de ver que lo que esencialmente somos ya está desapegado de cualquier objeto en particular.

Así que, ¿por qué tenemos miedo de dejar que una colección de pensamientos, sensaciones y percepciones desaparezcan? ¿Qué pensamos que vamos a perder? La razón por la que tenemos miedo es que hemos depositado nuestra identidad en una colección de objetos ―ideas, conocimiento, la historia y las sensaciones que conocemos como el cuerpo― en algo que va y viene.

Cuando se dice que "hemos depositado nuestra identidad", significa que nuestro Ser esencial de pura Conciencia, o la simple experiencia de ser consciente, se ha mezclado con una colección de pensamientos y sentimientos a tal punto que ya no puede distinguirse de ellos. Al permitir que nuestro Ser se quede enredado con un objeto o una colección de objetos, hemos permitido que nuestra verdadera naturaleza sea encubierta.

Una vez que hemos consentido en limitarnos en el tiempo y el espacio y parecer que nos hemos convertido, como consecuencia, en una entidad temporal y finita, que vive en y como el cuerpo, estamos destinados a experimentar de una manera que es consistente con ese consentimiento, y por tanto estamos destinados a sufrir. La experiencia del sufrimiento es como una bandera roja que nos indica, "Detente, te has confundido a ti mismo con un objeto. Has consentido en limitarte a una mente y un cuerpo".

Desde el punto de vista de la Conciencia, que es el único punto de vista real, no hay encubrimiento de sí misma. Decir que nos hemos dejado enredar con el cuerpo y la mente es una concesión al yo aparentemente separado que cree y siente que es temporal y finito. Así que la declaración es para ese aparente yo que creemos y sentimos que somos.

En la implicación de la frase: "Nos hemos dejado enredar" está la posibilidad de que podríamos no dejarnos, y que podríamos optar por no enredarnos. Se plantea la pregunta: ¿Tiene el "yo" (el yo separado) libre albedrío para elegir si desea o no enredarse con el cuerpo-mente?

sábado, 6 de mayo de 2017

Yo Soy, el Yo Soy (DETERMINACIÓN DIVINA)


ULTIMO VÍDEO QUE HEMOS CREADO, ESPERO QUE OS GUSTE Y OS AYUDE.

DETERMINACIÓN DIVINA.
Una de las mayores y más poderosas Verdades sencillas consiste en saber que una determinación inexorable por cualquier logro específico es la Puerta Abierta a través de la cual fluye la Fortaleza Interna hacia su logro.

En nuestra actual era de actividad, creo que está muy bien que los estudiantes entiendan que lo que siempre los Instructores han denominado “voluntad” no es más que la determinación de aferrarse a la Luz y a la “Presencia Siempre-Sostenedora.




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viernes, 5 de mayo de 2017

¡Ya eres lo que buscas!

Gangaji

Eso que anhelas, eso que añoras, es eso que está siempre presente. Eso es quien tú realmente eres.

Cuando digo tú no me estoy refiriendo a tu cuerpo. Tu cuerpo está dentro de eso. No me estoy refiriendo a tus pensamientos. Tus pensamientos están dentro de eso. No me estoy refiriendo a tus emociones. Tus emociones aparecen y desaparecen dentro de eso. No estoy hablando de tus circunstancias. Las circunstancias también aparecen y desaparecen dentro de eso.

Los cuerpos, los pensamientos, las emociones y las circunstancias cambian. Aparecen y desaparecen. Pueden ser buenos o malos. Pueden ser agradables o desagradables. La verdad de quien tú eres es permanente e inamovible. La gran buena nueva es que, sea como sea que te imagines a ti mismo, puedes reconocer quien verdaderamente eres. Independientemente de la experiencia de ti mismo como un cuerpo o como el pensamiento "yo soy este cuerpo", tú puedes recibir de tu propio ser la transmisión directa de la verdad. Esa transmisión es satsang. El satsang confirma tu verdadera identidad como conciencia pura, libre de todo aquello que es percibido como una limitación.

Cuando se escucha esta buena nueva, cuando realmente se la escucha, se produce una apertura sin medidas. Nadie ha descrito jamás una finalización de la autorrealización. Lo que sí tiene un fin es la preocupación de imaginarte que eres una entidad separada de la conciencia sin límites.

La autorrealización no es algo que pueda ser capturado en palabras. Aunque usaremos palabras, ninguna ha sido capaz de expresar o tocar la gloria del verdadero ser. Yo estoy aquí para indicarte eso, para celebrarlo y para reírme de la endeble excusa de que eso podría realmente ser obstruido por cualquier cosa.

Yo no tengo nada que enseñarles. La autorrealización no tiene nada que ver con aprender. No te estoy pidiendo que recuerdes nada. No te estoy pidiendo que hagas nada o que obtengas nada nuevo. No se necesita nada nuevo. Te estoy pidiendo que te des cuenta de que ya eres eso que quieres. Y estoy simplemente sugiriendo, como mi maestro lo sugirió a mí, y como su maestro se le sugirió a él, que te tomes un instante, una milésima de segundo, para permitir que la actividad de la mente se detenga. En esa milésima de segundo, ¡qué descubrimiento se produce! En esa milésima de segundo recibes la invitación a entregarte a lo que se revela cuando la atención no está centrada en el cuerpo, el pensamiento, la emoción o la circunstancia. ¡Este es un instante de suma importancia! En este instante, el cuerpo desaparece. En este instante de silencio perfecto descubres lo que está permanentemente presente, lo que siempre estuvo aquí, lo que tú eres permanentemente. Este instante de silencio es la invitación al verdadero refugio, al verdadero retiro, a la verdadera paz, independientemente de todo lo que va y viene.

¡Qué instante es este!

Carta a mi ego


Hola mi niño:

Es buen momento para hablar después de tanto tiempo compartiendo la misma casa, viviendo apretujados bajo la piel del mismo cuerpo, merodeando por los laberintos de neuronas y nadando en las arterias y las venas. Es hora de mirarnos a los ojos y llegar a un acuerdo.

Recuerdo que naciste cuando Yo seguramente andaba por los primeros años. Eras travieso y te gustaba hacer maldades, alegre y dicharachero como otros niños del pueblo, aprendiendo desde entonces las leyes de los ciegos: que allá afuera hay un mundo misterioso que nos amenaza y que dentro no hay nada. Tuviste los mejores maestros en los padres y todo el vecindario, el resto de la familia y la escuela donde tanto se desaprende y fuiste creciendo en un campo de temores y dudas que tan eficazmente te enseñó la madre, a las tormentas tropicales, los toros bravos que pastaban en el potrero y hasta meterte en la nariz una semilla de guayaba y que se fuera a los pulmones. Y la muerte desde siempre parapetada en la oscuridad, mostrando su poder, alardeando de que podía acabar en un santiamén con toda la ternura de los abuelos y podía llevarse a su reino de sombras uno por uno a los vecinos mayores.

Desde entonces viviste con esa espada de Damocles pendiendo sobre tu cabeza, luego el ejército y las armas de fuego, el pánico y la muerte rondando tu casa como buitres, expandiéndose lentamente como la noche sobre los tejados. Y el padre de todos los misterios multiplicándose como una criatura macabra: miedo a que tu niña se muriera de un simple resfriado, miedo a casarte y que no fuera con la mujer apropiada, miedo a divorciarte y quedarte solo para siempre sin una mano que te ayudara a atravesar esa frontera hacia donde parece que todos vamos. Miedo a quedarte sin trabajo, miedo a que se rompiera un álabe de la turbina de aquel avión que te ayudó a atravesar el Atlántico.

Tu historia mi niño, es la historia de tus miedos, la historia de tus batallas estériles, de los aparentes triunfos contra la suerte: aquel deseo  ardiente de colgarte un cartel que te diferenciara de otros como universitario, capitán o teniente, padre ejemplar y marido cariñoso. Es la historia de la inconformidad, de vivir atado a ese lastre de que algo no está bien, de que hay que batallar por una quimera que se llama felicidad en una pírrica batalla contra el tiempo, con los ojos perdidos en un espejismo que le llaman futuro, donde paradójicamente te espera esa señora vestida de negro para cortarte el cuello. Y los años pasando como esas personas que toman el metro a la hora pico, con la cabeza gacha y los ojos perdidos nadie sabe dónde, viajando como bólidos del pasado al futuro sin detenerse en la fugaz esperanza del presente.

Entonces te fuiste acostumbrando a que todos te hicieran la guerra, a que te mencionen con reservas, a que digan que eres el culpable de todas las desgracias y tragedias. Pero cómo va a acusarte nadie si te han adiestrado para vivir sufriendo, te han proporcionado todas las herramientas para consumirte en el hielo.

Por eso quería hablar contigo esta tarde, quería decirte que siento mucho haberte tenido olvidado, que siento más que nada el letargo en que los dos hemos estado: Tú pensando que eras Yo, y Yo sin saber que soy libre como un rayo de luz que viaja por El Universo, que vine a conocerte y compartir una experiencia simplemente, que vine como quien quiere estar en unas vacaciones con sus padres. Pero ni por un segundo pienses mi niño eterno que voy a marcharme con las manos vacías de tu casa: me iré con las lecciones aprendidas que me enseñaste, con el coraje que tuviste para amar aún sabiendo que podían hacerte daño, me iré con la dulzura que nunca perdieron tus ojos rodeados incluso de otros egos ignorantes, me iré con la sabiduría de tu paciencia forjada como el acero, con la vibración alta y llena de afectos de ese corazón que se atrevió a desafiar los retos.

Es hora de decirte que no has estado solo nunca, que hemos estado espirando el mismo aire, abrazados tan fuertemente que pensábamos que éramos uno, para poder vivir las mismas

Quien no conoce la adversidad no es consciente de su fortaleza


Nadie desea encontrar obstáculos en sus proyectos, sufrir pérdidas o tener que lidiar con la adversidad. Todas estas situaciones están rodeadas de un halo negativo, sobre todo porque en nuestra sociedad nos hemos acostumbrado a polarizar las experiencias, catalogándolas como positivas y, por tanto, deseables y otras como negativas y, por ende, indeseables.

Sin embargo, la filosofía taoísta de la vida nos enseña que lo “positivo” y lo “negativo” se conjugan en todas las situaciones y que tan malo es un exceso de negatividad como un exceso de positividad. Para lograr una vida más equilibrada, es conveniente aprender a ver lo positivo en lo negativo, comprender la enseñanza detrás del fracaso y centrarnos en cómo recuperarnos después de una caída.

Solo la adversidad te permite descubrir tu verdadera fuerza

“Los golpes de la adversidad son amargos, pero nunca son estériles”, dijo el filósofo francés Ernest Renan. Cuando tenemos que enfrentarnos a situaciones que nos sacan de nuestra zona de confort, cuando dejamos de nadar en aguas tranquilas y nos vemos obligados a enfrentar la furia de la marea, tenemos que activar nuestros recursos psicológicos para sobrevivir. En ese momento de lucha interna se puede producir un cambio psicológico, un aprendizaje que nos convierte en personas más resilientes.

De hecho, una persona que no conoce la adversidad no se conoce completamente a sí misma, no sabe cuáles son sus límites y no ha puesto a prueba su fuerza. Por eso, podemos comprender la adversidad como una especie de telescopio que, en vez de dirigir hacia afuera, debemos enfocar hacia nuestro interior. De esta manera, cuando salgamos de esa situación, no volveremos a ver la vida de la misma manera y nosotros mismos habremos cambiado, habremos enriquecido nuestra “caja de herramientas psicológicas”.

Por eso, podemos comprender la adversidad como una prueba de autoconocimiento. Una vez que la marea se calme y reflexionemos, nos daremos cuenta de que somos un poco más fuertes, un poco más maduros y un poco más sabios.

La resiliencia es como un músculo que se pone a prueba en la adversidad

La resiliencia es la capacidad para salir fortalecidos de una situación. No se trata simplemente de pasar el mal trago y seguir como siempre sino de desarrollar nuevos recursos con los que no contábamos para proyectarnos hacia el futuro y lidiar mejor con los nuevos problemas que se presentarán.

En este sentido, un estudio llevado a cabo en el Royal Mardesen Hospital de Sutton y el King’s College Hospital de Londres es particularmente esclarecedor. Estos psicólogos se preguntaron si la forma de lidiar con la enfermedad puede influir en su curso.

Identificaron las cinco reacciones más comunes ante el diagnóstico de un cáncer: fatalismo, desesperación/impotencia, preocupación ansiosa, negación y espíritu combativo. Descubrieron que, cuando las condiciones clínicas iniciales eran similares, quienes enfrentaban la enfermedad con espíritu combativo y se mostraban resilientes tenían mejor pronóstico.

No obstante, lo más interesante fue que quienes habían sufrido grandes traumas en el pasado y los habían superado con sus propias fuerzas, tenían más probabilidades de enfrentar con éxito los nuevos problemas y encontrar las herramientas necesarias para solucionarlos porque tenían más confianza en sus capacidades.

Esto nos indica que la resiliencia es como un músculo que se entrena y fortalece en la adversidad. Si ya hemos pasado por situaciones complicadas y hemos salido de ellas, cuando la adversidad vuelva a mostrar su cara, tendremos más confianza en nuestra capacidad para enfrentar el vendaval.

De hecho, otro estudio realizado en el Boston College indica que las personas resilientes son capaces de experimentar emociones positivas incluso en medio de situaciones estresantes. Así logran disminuir su nivel de activación fisiológico y reencontrar rápidamente un nuevo equilibrio.

En las personas resilientes algunos circuitos cerebrales también funcionan de manera diferente, en especial la ínsula anterior, una zona que se encarga de producir un contexto emocionalmente relevante para las situaciones que vivimos y que está vinculada con emociones básicas como el dolor, el miedo y el odio. Esto significa que en las personas resilientes la ínsula solo se activa ante estímulos que son realmente negativos, lo cual les permite “preservar” sus recursos psicológicos y evitan estresarse inútilmente.

La adversidad solo cobra sentido cuando conduce al aprendizaje y el crecimiento

jueves, 4 de mayo de 2017

¿Qué es la Consciencia de Cristo?


La Consciencia de Cristo es un término de uso frecuente y se define de varias maneras en el discurso espiritual. Aquí hay varios matices de su significado por diez escritores que son bien conocidos para sus diversos públicos.

El hindú Sri Swami Krishnananda dice que la Consciencia de Cristo no es la personalidad de Jesús, sino la realización de Dios de Jesús. (1)

El místico y psíquico norteamericano Edgar Cayce vio la Consciencia de Cristo como el patrón establecido por el ejemplo de vida de Jesús. (2)

El autor y consejero Robert Burney dice: "La Consciencia de Cristo es consciencia cósmica, un canal directo al rango de frecuencia de vibración superior dentro de la Ilusión. Ese rango superior implica la consciencia de la Gloria de Unidad. (3)

El autor cristiano conservador John Piper dice "la Consciencia de Cristo es la Consciencia de Dios." (4)

El místico y autor Joel S. Goldsmith dice que la Consciencia de Cristo es nuestra verdadera identidad como hijo de Dios. (5)

El famoso yogui indio y gurú Paramahansa Yogananda dice: "En su pequeño cuerpo humano llamado Jesús nació la gran Consciencia de Cristo, la inteligencia omnisciente de Dios omnipresente en cada parte y partícula de la creación." (6)

Deepak Chopra dice: "El sello distintivo de la Consciencia Cósmica es la permanencia de la experiencia del ser esencial de uno mismo, la conciencia (*) pura más allá de cualquier estado cambiante de consciencia: como la vigilia, el sueño o el sueño profundo. Esto incluye, obviamente, cualquier experiencia de los sentidos... Es esa esencia divina que es una con la Consciencia de Cristo, la misma esencia que todos compartimos..." (7)

Matthew Fox dice: "El Cristo Cósmico es el "yo soy" en toda criatura." (8)

Eckhart Tolle dice: "Los místicos de la época de Jesús creían que Cristo era una manera de describir la unión con Dios, o consciencia, dentro del hombre Jesús. Muchos teólogos cristianos han hablado de la Consciencia de Cristo como la conciencia de la verdadera esencia." (9)

El místico Jim Marion y autor del libro pionero Putting on the Mind of Christ dice: "La Consciencia de Cristo es el término cristiano para la consciencia causal. En este nivel el cristiano se identifica con su verdadero Yo Crístico, que se ve como una unión espiritual con Dios el Creador". (10)

Cada una de estos matices ofrecen maravillosas facetas de una realidad más amplia descrita en el Nuevo Testamento y en el Evangelio de Tomás. La Consciencia de Cristo es todo esto y más en la reflexión bíblica y teológica.


¿Quién es Cristo?

El origen y el significado de la Consciencia de Cristo depende del significado de "Cristo". En el antiguo griego Christos significaba simplemente "ungido". En el judaísmo llegó a significar el Mesías, el Ungido por el Espíritu a quien el pueblo de Israel estaba esperando para traer la Liberación. Luego se convirtió en un título que se aplica a Jesús en los Evangelios. Después de la resurrección la palabra Cristo dejó de ser comprendida como el Mesías y evolucionó a una dimensión más cósmica considerada en los siguientes magníficos pasajes del Nuevo Testamento:

"En el principio era la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la palabra era Dios. Todas las cosas fueron creadas por medio de la Palabra. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. Y la Palabra se hizo carne". (Juan 1: 1-4, llamando a Cristo la "Palabra".)

"Cristo es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Porque en Cristo fueron creadas todas las cosas del cielo y la tierra: las cosas visibles e invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados o potestades; todas las cosas fueron creadas por Cristo y para Cristo. Cristo es antes de todas las cosas, y en Cristo todas las cosas subsisten... Porque en Cristo mora toda la Plenitud de Dios". (Colosenses 1:16-19)

"...reunir en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra". Cristo "hace todas las cosas" y es "el que llena todo en todo" y "asciende y desciende del cielo para llenar todas las cosas". (Efesios 1:10, 23, 04:10)

La frase "todas las cosas" (τὰ πάντα) en estos pasajes es una frase casi técnica en la lengua griega de la antigüedad que significa toda la realidad.

Jesús, hablando como el Cristo en el Evangelio de Tomás, dice: "Yo soy la luz que está sobre todas las cosas. Yo soy todo. De mí surge todo, y a mí todo llega. Corta un trozo de madera, allí estoy yo. Levanta la piedra y ahí me encontrarás." (Evangelio de Tomás, refrán 77)

Cristo es el símbolo cristiano para toda la realidad.
Podemos resumir el amplio significado de Cristo de estos y otros textos diciendo que Cristo es el símbolo cristiano para toda la realidad. Estoy en deuda con Raimon Panikkar no sólo por esta definición integralmente orientada sino más por la forma siguiente de enmarcar la palabra Cristo. (11)

Aquí están seis observaciones acerca de Cristo como símbolo cristiano para toda la realidad:

Toda la realidad está compuesta de las polaridades de (a) la realidad espiritual o divina, (b) la realidad humana o consciencia, y (c) la realidad material o cósmica.

Además, como símbolo cristiano de toda la realidad, Cristo es toda la realidad en completa unidad. Los reinos de la realidad divina, la consciencia humana, y el universo material existen sin separación dentro y entre sí. Cristo es Dios, la consciencia y el cosmos reunidos en unión mística, unidos sin ninguna separación.

El cristiano reconoce a Cristo en y a través de Jesús. Jesús era una viva demostración audio-visual de esta unidad de toda la realidad en la historia. En Jesús lo humano y lo divino, lo finito y lo infinito se encuentran. Lo material y lo espiritual, el tiempo y la eternidad no están separados. Jesús reduce a cero la distancia entre el cielo y la tierra, Dios y la humanidad, lo material y lo espiritual. Él hace todo esto sin perder la polaridad de ninguno de estos que es la esencia de la no-dualidad.

Cristo, cuando es conectado al Jesús histórico por los cristianos, trasciende a Jesús. Hay una tendencia entre los Cristianos y otros de usar las palabras Jesús y Cristo indistintamente. Reconociendo la polaridad entre Cristo y Jesús nos permite reconocer a Jesús como plena y personalmente presente con nosotros ahora como lo fue para los primeros cristianos cuando él caminó sobre la tierra en un cuerpo físico y después de su muerte cuando regresó a ellos en un cuerpo espiritual. Esto también permite que el símbolo de Cristo se expanda completamente a su unión mística de trascendencia e inmanencia en las realidades divina, humana y material.

Cada comprensión de Cristo está moldeada por la cultura. Cristo siempre es una co-creación de la realidad y nuestra interpretación de la misma. Esto significa que en medio de las similitudes habrá diferencias únicas e importantes expresadas en diversas culturas, tiempos y la experiencia individual. Los cristianos no tienen el monopolio de Jesús aun cuando, según Juan 1, él ilumina a toda persona. Y los cristianos progresistas no insisten en que todo el mundo utilice su terminología o comprensión.

Esta comprensión de Cristo ha sido insinuada por los místicos, tanto cristianos como de otras tradiciones. San Buenaventura, creyendo que Cristo tiene algo en común con todas las criaturas escribe: "Con la piedra él comparte existencia; con las plantas él comparte vida; con los animales él comparte sensaciones; y con los ángeles él comparte inteligencia. Así, todas las cosas son transformadas en Cristo ya que en su naturaleza humana él contiene algo de cada criatura en sí mismo cuando es transfigurado." (12)

El místico y sufí, Ibn al Arabi dijo: