Soy como el pájaro que volando vive su vida y se posa en muchas ramas sólo para compartir su canto. Vuelo con el viento que recoge aroma de muchas flores y lo mando a regiones envueltas en desiertos. Ligero como la luz del sol que destruye las sombras que la materia forma, que rompe las tinieblas donde se esconden los más obscuros pensamientos, destejiendo las redes que los humanos forman. Fresco como el agua de los ríos que siempre nueva anda los mismos caminos, pintando de verde los campos y llenando de trinos los ríos. Llevo hasta sus mentes recuerdos de tierras lejanas, en momentos en que estuvimos juntos sembrando futuros luminosos y sin esperar nada.
Hablo para sus adentros tratando de recibir respuestas, despertando a sus seres internos que se mueven en ideas opuestas. Yo Soy libre para ser como el viento que se expande en todas las direcciones al mismo tiempo. Para ser como la luz que se expande por millones de kilómetros sin encontrar fronteras a su movimiento. Para ser el pensamiento de Dios que llega a todos los rincones de la creación, para descubrir sus secretos. Para poder entender a cada cosa desde adentro. Para aprender a ser dioses en movimiento.
La libertad divina se difunde como el aire, porque es ligera y no le gusta arrastrarse, vuela y hace suyos los dominios de Dios, porque no reconoce otro poder en el universo. Esa es la libertad de que les hablo que se rige por la intuición, porque es la más alta manifestación de la voluntad divina, que un hombre puede percibir encarnado.
La libertad es el más preciado don que Dios presentó a los seres humanos, y al ser humano, le avergonzó su propia realidad, y tuvo que revestirla, disfrazarla, hacerla compatible con su pequeñez, e inventó el lenguaje, y entonces olvidó que él no era la ropa, sino lo que iba adentro, que él no era la forma, sino la luz pura y diáfana que se escondía detrás. Pero algún día esa luz romperá los ropajes, se filtrará entre las cuerdas que han formado el maya y la ilusión, romperá la telaraña y el ser crecerá y crecerá, porque a la luz no se le puede contener, la semilla crecerá, y no será un jardín, sino un bosque y, en ese bosque, el ser volverá a renacer libre de ataduras, de ropajes y de cadenas, y el río de la libertad volverá a humedecer las tierras sedientas de la sociedad humana.
La libertad es simplemente el poder decidir en todo momento lo que se desea, lo que en verdad se desea… me refiero al poder real de decisión que ejerce un ser humano cuando se sabe inmortal, cuando se sabe libre, cuando se sabe que se encuentra en una escuela en donde la única forma de aprender es viviendo.
Hay libertad cuando el ser humano voltea a sí mismo y se observa como un ser completo, lleno de posibilidades, no reconociendo más limitantes que aquellas que él mismo se fija; hay libertad cuando el hombre puede ver su pasado, no como cadenas que ha construido, sino como un libro de experiencias de las que puede aprender; hay libertad cuando el ser humano mira a su futuro, pero no desde esa plataforma llena de limitantes y defectos que los recuerdos de pasadas experiencias le han dejado, sino consciente de que cada día es una página limpia en el libro de su vida, de que cada día trae múltiples oportunidades de cambiar, de que su futuro sólo él lo escribirá y lo hará consciente de lo que anda buscando.
La libertad surge de ese estado de conciencia en donde se reconoce como un ser que nace cada mañana como un ser permanentemente nuevo, como el agua que fluye en los arroyos, que sin dejar de ser agua, es fresca a cada momento.
Es la libertad del hombre responsable, aquél que por amor trabaja en el mundo, aquél que construye sin apegarse, aquél que ama sin esclavizar, aquél que nombra las cosas por su verdadero nombre y no por sus etiquetas, aquél que es incapaz de juzgar porque entiendo que los juicios son cadenas, aquél que vive cada día como si fuese un día nuevo, carente de pasado y con la expectativa de encontrar lo más maravilloso del mundo, aquél que vive en medio de los laberintos que las relaciones humanas establecen, que da a cada quien lo que es suyo y guarda celosamente lo que es de él, aquél a quien los desprecios no hacen mella y a quien las alabanzas las hace pasar de largo, el que permanece centrado en sí mismo dando a los demás lo mejor de sí y tomando de ellos únicamente aquello que le complace y que ha sido gustosamente ofrecido.
Esta es la libertad de la que les he hablado por tanto tiempo, una libertad de cuerpo y de mente, una libertad de alma y espíritu, la libertad que surge cuando las palabras han desaparecido, cuando los conceptos se han desvanecido, cuando el simple fluir de ideas no es sino la permanencia presente de la inspiración divina.
La libertad es la conciencia total de poder decidir los destinos de sus propias vidas, respetando a la vez el poder de decisión que tienen los otros sobre sus respectivas vidas.
Para responderla podríamos dedicar volúmenes enteros, adentrarnos en profundas implicaciones filosóficas, derivadas de las acciones de los hombres, pero tan sólo encadenaríamos más a la mente y empezaríamos a legislar la libertad, y eso no puede legislarse, porque la libertad de la que yo hablo, es la que surge de la conciencia de saberse un ser divino, la que brota espontánea, nacida de las propias posibilidades que el ser humano tiene de manifestación, es la que se respira cuando se es consciente de que, siendo parte de una colectividad de seres, todos nacieron con los mismos derechos y las mismas libertades.
La libertad va creciendo de la misma forma como crece la libertad de la flor y que primero se manifiesta en movimiento ascendente, después en apertura de botones y finalmente en el aroma que se esparce enviando un mensaje a toda la naturaleza. Esa es la libertad, el ejercicio pleno de las facultades espirituales.
Sólo el hombre, que es capaz de sumergirse dentro de sí mismo, puede tener un vislumbre de lo que es la libertad, sólo aquél que puede sustraerse a las influencias de su propia mente, es capaz de percibir ese aroma que viene de todas partes y que habla de libertad, pero que sólo es captado cuando se utiliza la divina facultad de la intuición.
Observarán las cárceles que ustedes mismos han construido para sentirse libres y entenderán que, en busca de una seguridad, el hombre construye su propia cárcel al igual que lo hacen las orugas, con la única diferencia que ellas salen un día convertidas en mariposa y el hombre se libera de su capullo una vez que su vida mortal ha terminado. Mediten en mis palabras, pero aspirando el aroma, el aroma de la libertad.
Sólo el hombre libre puede engendrar hijos libres y sólo una mente libre puede educar a otras mentes para que sean libres:¿Han visto los ríos?, esas curiosidades de la naturaleza que se divierten en recorrer el camino sin importarles cuántos países pisen, sin importarles con cuántas rocas tropiecen; su destino final es la gran madre de donde salieron: el mar. En su regreso saltan los obstáculos y no se preocupan si llegarán o no llegarán, la certeza les viene del hecho de saberse parte de ese mar. La naturaleza es así, un eterno flujo y reflujo, el mar presta sus aguas para regar la superficie de los continentes y lo hace sabiendo que tarde o temprano, esa agua regresará a él; los ríos no se angustian de saber si encontrarán obstáculos en su camino, ya sea por la superficie o por corrientes subterráneas, ya sea saltando de roca en roca o condensándose de las nubes, conocen con certeza su destino.
El temor y la ignorancia producen esclavitud.