“Si viéramos realmente el Universo,
tal vez lo entenderíamos”
– Jorge Luis Borges-
Sabemos, por los descubrimientos de la Ciencia, que vivimos en un Universo cíclico. Los cuerpos celestes tienen varias fases cíclicas de existencia correspondientes a formación, desarrollo, clímax, decaimiento y disolución. Tal secuencia es constatada diariamente desde los observatorios astronómicos mediante la evidencia de explosiones que cotidianamente en un extremo producen y en otro desintegran planetas, estrellas e incluso sistemas solares completos.
La llamada Hipótesis Nebular señala, mediante una combinación de astronomía, física y geología, que los colapsos en la fuerza de gravedad de “nubes moleculares” debido a un aumento excesivo de densidad, causan las explosiones responsables de los resultantes sistemas solares. A largo plazo se espera que el Sol, centro de nuestro sistema solar formado hace 4600 millones de años, queme todo su hidrógeno tornándose cada día más caliente. El resultado paulatino será un aumento en radiación solar hasta que la Tierra cese de ser un planeta hospitalario para nuestra especie.
Esta catástrofe será simplemente uno de tantos ciclos, iguales a los que nos han precedido, y a los que sucederán después de este. En cada uno de estos ciclos eternos los sistemas planetarios tienen un esquema fijo de aparición y desaparición; son ciclos a los cuales se ha encontrado referencias en el legado de varias civilizaciones independientes entre sí (como la sumeria, la egipcia y la maya) y muestran cálculos sorprendentemente precisos cuyas descripciones concuerdan.
La realidad universal de estos ciclos también se aplica a nosotros. Como seres humanos nacemos, crecemos, llegamos a la plenitud de la vida, envejecemos y morimos. Pero no podemos limitarnos a decir que ese ciclo sucede solo una vez. Cuando individualmente podamos comprender que el universo es eterno (sin principio ni fin) en el correr de sus ciclos, que somos partículas integrales de ese universo (igualmente eternos), que todas sus características se aplican en todos los planos de existencia, entonces no podremos negar la realidad de la existencia de un método (también eterno) que nos mantenga, como seres existentes, repitiendo nuestros ciclos de vida encarnada. Por supuesto, hablamos de la reencarnación.
Pero yendo más allá, estos ciclos de cada vida encarnada también corresponden a los ciclos de la historia general de la humanidad como especie, lo que significa que, según aparecimos, nos desarrollamos y disfrutamos la plenitud de la existencia en este planeta, también decaeremos hasta desaparecer completamente como especie, y volveremos a comenzar de nuevo. Uno de los problemas que tiene el ser humano para entender el concepto de “Eternidad” es que, en términos generales estamos pasando por etapas de limitación intelectual y experimental variada (de acuerdo al estado de desarrollo de cada cual). La única manera en que entendemos la gran mayoría de la información, es de manera lineal. Eso significa que obligatoriamente tenemos que asignarle tiempo (secuencia de conciencia) y espacio (localidades separadas de existencia) a nuestra percepción, y que por ende todo debe tener un principio y un final.
Cuando comprendamos la Eternidad, entenderemos más fácilmente la idea de que, estando sujetos a los ciclos universales, nada empieza ni termina, sino que se encuentra en un continuo estado cambiante de “ser”.
Hablemos de Energía
Es un nuevo mundo. Esto se debe a la nueva perspectiva que nos ofrece la Ciencia en cuanto al ambiente que nos rodea. Según declararon los científicos pioneros que se adentraban en los componentes del mundo físico, todo era “materia”. Alguna materia era totalmente sólida, otra invisible y entre esos dos extremos existían diversas gradaciones de solidez. Se decía que la materia más “rarificada” o “sutil” era imperceptible a nuestra vista.
Por su parte, desde el mundo espiritual nos comunicaron que hasta el espíritu es materia. Estaba hecho de “la quinta esencia”, que venía a ser la más fina entre las ya conocidas como tierra, agua, fuego y aire (en orden ascendente de sutilidad).
Esa información todavía es útil, pero el avance científico ha podido penetrar la materia y traernos una descripción más precisa de su naturaleza interior.
En su forma más básica, esa información nos dice que todo, bien sea visible o invisible, es en realidad “Energía”. Pero, ¿qué entendemos por “Energía”?
Etimológicamente, Aristóteles (384-322 antes de la Era Común) fue el primero en usar la palabra “Energía” (Energeia) como parte de sus formulaciones en la obra “Metafísica” (renglones 8 y 9), dándole como significado algo que está siempre “en trabajo” o “funcionando”, o sea, un estado de actividad.
Esa obra se centra en tres preguntas:
1. ¿Qué es la existencia y qué tipos de cosas existen en el mundo?.
2. ¿Cómo pueden las cosas continuar existiendo no obstante el cambio que vemos en nuestro entorno en el mundo natural?.
3. ¿Cómo puede este mundo ser entendido?.
Más tarde el desarrollo de la ciencia experimental vino a arrojar luz en muchos conceptos filosóficos. El matemático alemán Gottfried Leibniz (1646-1716) llamó “viz viva” (“fuerza viva” o “fuerza vital”) a la energeia de Aristóteles. Este otro término fue el fundamento de una teoría que llegó a ser obsoleta al ser considerada precursora básica de la actual “Ley de Conservación de Energía” (la que nos dice que la energía no puede ser creada ni destruida, sino transmutada).
Después de varios giros en el uso de la palabra “Energía”, concentrándose sobre todo en el materialismo científico, el uso de ésta ha vuelto a expandirse. Con el nuevo despertar humano, la Filosofía fue penetrada eventual y naturalmente por la Espiritualidad, que durante mucho tiempo había estado secuestrada por la religión. Fuera de la Ciencia, la “Energía” ha recobrado el significado original que le dio Aristóteles como “una fuerza interna que está siempre en movimiento”.
Aunque no hemos visto que en términos generales la ciencia haya abrazado las posibilidades de avance que le ofrece el campo espiritual, sí podemos notar un creciente número de científicos que no temen expresar sus investigaciones en términos espirituales. Tal es el caso, por mencionar algunos, de Stanislav Grof (precursor de la psicología transpersonal), Allan Botkin (psiquiatría) y los físicos Amit Goswami, Fritjof Capra, Dan Falk, Michael Talbot y Ken Wilber.
La Física ha continuado su travesía hacia el interior de la materia y en algún momento se dio cuenta que los átomos, que en un tiempo eran considerados los bloques fundamentales de la materia (la unidad más básica e indivisible) están en sí mismos compuestos por otros elementos aun más pequeños y recónditos. Más aun, también se notó que en todo este entramado de la fibra interna de la materia hay una fuerza indescriptible que mantiene todos los componentes en movimiento. A esta fuerza se le ha reservado la nomenclatura genérica de “Energía”.
Si ya la Ciencia nos ha demostrado que todo el universo está en continuo movimiento, que en esa ausencia de reposo igualmente se forman y se destruyen galaxias en el macrocosmos y brotan corrientes eléctricas en lo más profundo de nuestro cerebro microcósmico, deducimos que su causa debe ser algún tipo de energía.
Más aun, recordando una vez más que “la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma”, podemos afirmar que cada cosa que existe es manifestación de una de las diversas transformaciones de una misma cosa y que esa cosa es energía. Por lo tanto, todo el universo es energía… El Todo es energía.
Toda Energía es resonante