Obviamente esta pregunta no puede provenir sino de un nativo de Sagitario. Y tal vez, esto pueda comprenderse mejor si me dejas que te cuente un cuento.
Una vez, al borde de una laguna, un joven decidió detenerse a la sombra de un árbol para atenuar el calor de su caminata bajo el sol del verano y se sentó mientras miraba la tranquila superficie del agua; de a poco, su respiración se fue volviendo más lenta y los latidos de su corazón se tranquilizaron tras la caminata.
Entonces se le ocurrió quitarse toda la ropa, ya que estaba solo, dejándola a un costado para que no se mojara y comenzó a caminar entrando en el agua clara y tibia hasta que encontró suficiente espacio como para nadar, hacia el centro de la laguna.
Nadó lentamente, observando cómo las olitas que creaban sus movimientos se desplazaban hacia el borde, partiendo desde él hacia la orilla. Se sintió libre, completamente despojado de problemas por el momento y se relajó, manteniéndose a flote, con lentos movimientos.
De pronto, alguien que lo observaba sin ser visto, se acercó en silencio, y tomando las ropas del joven, comenzó a correr para escapar del lugar. En ese momento el joven se dio cuenta que le estaban robando todo lo que tenía, que lo habían dejado desnudo, indefenso por completo, sin siquiera poder salir del agua a tiempo como para correr tras el ladrón.
Sintió una gran impotencia, pero a su vez, el dolor por haberse confiado y por la injusticia impune que le había dejado desnudo, solo, en el medio de la laguna…
No supo cómo reaccionar; ya era lo mismo salir del agua que quedarse allí. Se fue calmando y decidió aprovechar esos momentos en el agua mientras reflexionaba. Era lo único que tenía, ese momento, esa situación, y comprendió que si no se calmaba menos probabilidades tendría de encontrar alguna manera de resolver el problema.
Lo único de que disponía era del agua de la laguna, de la suave brisa que atenuaba el calor de la tarde, del canto alegre de los pájaros de la orilla mientras jugaban entre ellos, y entonces comprendió: nadie podría quitarle eso, sólo podían arrebatarle aquello que era de él, pero que no era él, y por lo tanto, tampoco era en verdad del todo suyo.
Y se sorprendió encontrándose en la paz en la que estaba, y primero pensó que estaba solo; luego se dio cuenta de que en realidad, estaba con la vida, pero además… estaba consigo mismo.
Allí reflexionó que nunca se había sentido así, y eso era porque había perdido todo lo que tenía, porque al resignarse a quedar sin sus pertenencias, había descubierto la alegría de estar solo consigo mismo. No tenía que preocuparse por los objetos externos, porque ya no estaban, pero sí comenzó a darse cuenta que esos objetos, su ropa, su calzado, sus escasas pertenencias en su bolso de tela, si bien lo protegían, le habían impedido sentir esa plenitud que estaba sintiendo exactamente ahora, totalmente despojado y entregado a la vida.
Y entonces se dio cuenta de que lo único en verdad de valor que tenía, era su propio ser, sus sensaciones, sus pensamientos, y hasta comenzó a hablar en voz baja, pero consigo mismo. Comprendió que se había encontrado a sí mismo, en plenitud por primera vez. Y la inmensa alegría que lo invadió lo transportó a un espacio y un tiempo que no pudo medir, ni tampoco le interesó hacerlo.