La causa de este estado interno es que ya no sentimos la fuerza de nuestro Poder Personal. Si reconoces los síntomas es que lo estás perdiendo. Miles de personas pasan por este proceso de debilitación y tristeza en algún momento, o durante toda su vida. Cuando somos pequeños, o jóvenes, nos sentimos poderosos, fuertes, capaces, imaginamos cómo seremos de mayores y llega la vida adulta o la madurez y sentimos cada vez menos fuerza, o menos ilusión.
Hay algo personal que te lleva hasta este punto. Y, evidentemente, también hay algo social que favorece que tantas personas se sientan de este modo. La causa de esta debilitación no es biológica, no es nuestro cuerpo lo que se debilita, y tampoco es la edad, ni la crisis de los 40 o 50 lo que te hace sentir de este modo. Es algo mucho más importante.
¿Por qué perdemos nuestro Poder Personal?
En nuestro caminar por la vida lo debilitamos porque desconectamos de nosotros mismos. Con los años, acumulamos renuncias y heridas en nuestro corazón y nuestra alma; y nuestro corazón y nuestro Ser se hacen pedazos. Algunos pedazos de nuestro corazón y nuestra alma se pierden, otros los dejamos en alguna parte, y otros siguen dentro de nosotros, olvidados o enterrados voluntaria o involuntariamente.
1. Olvidar lo esencial
Nuestro Ser está formado por distintas dimensiones (el cuerpo físico, el cuerpo mental, el cuerpo emocional, el cuerpo espiritual, el cuerpo ancestral), pero en muchas ocasiones no conocemos bien nuestra complejidad, no la comprendemos y no atendemos el equilibrio. Vivimos priorizando sólo algunas de nuestras partes, nuestro cuerpo, nos identificamos con nuestro ego y olvidamos a nuestra alma.
Nos hablan de cuidar el cuerpo, la belleza, la imagen, la salud, pero no nos educan para cuidar nuestra mente, nuestra emocionalidad. Menos aún nos enseñan y animan a escuchar nuestro interior sinceramente, a tener en cuenta nuestra esencia, incluso ni nos hablan de ello. Al final nos identificamos únicamente con los pensamientos y emociones de nuestro ego.
Olvidamos quiénes somos en cada renuncia a decir lo que pensamos, lo que sentimos o lo que deseamos sinceramente. Olvidamos quiénes somos cada vez que elegimos no tener en cuenta nuestra intuición y nuestra coherencia interna.
Y en cada silencio, cada falsedad, cada renuncia concreta, desconectamos de nuestra propia naturaleza, de nuestro Ser, y perdemos Poder poco a poco. Vivimos tan deprisa y tan distraídos que nuestra alma no tiene espacio en nuestra vida. En la constelación que hice a Manuel, la imagen de este olvido fue abrumadora.
Su vida estaba patas arriba, rompiéndose por todas partes, y se sentía muy infeliz. Coloqué al representante de su Ser Interno. Él se había olvidado completamente de que existía, y observó toda la constelación, pero su mente no pudo comprender a quién representaba ese hombre y su corazón no pudo abrirse a esa presencia dentro de él. Me rompió el corazón ver hasta qué punto había desconectado de su Ser.
Me acordé de que, en algunas culturas, el modo de reintegrar el alma con la persona, es un ritual de cántico. Cada persona y sus seres próximos conocen el “Canto de su alma”, y cuando esa persona está débil o perdida, la colocan en el centro de un círculo para que vuelva a ella y le dé fuerza y luz. Me hubiese gustado poder cantarle la canción de su alma a él en ese momento.
2. Acumular heridas emocionales y psíquicas.
Vivimos en una cultura donde se alimenta la creencia de que se puede evitar el dolor. Intentamos permanentemente alejar las emociones que consideremos “negativas” o los momentos dolorosos, negarlos, ocultarlos, ignorarlos, etc. Y esta creencias nos llevan a ocultar las heridas de nuestro corazón y nuestro espíritu en lugar de atenderlas.
Creemos y decidimos que es mejor, más fácil o más prudente relegar al olvido nuestros sentimientos, ilusiones, pensamientos y sueños en lugar de escucharlos.
Intentando evitar el dolor, construimos máscaras de felicidad, fuerza o seguridad, creyendo que es la solución. Pero nuestra propia mentira emocional nos impide sentirnos realmente felices, pues mantiene dentro de nosotros el dolor sin sanar.
Acumulamos recuerdos de tristeza y dolor durante toda la vida sin resolverlos. Acumulamos miedos infantiles, heridas de abandono, recuerdos de dolor, pensamientos limitantes que permanecerán en nosotros arraigados en nuestro interior y en nuestro subconsciente a pesar de nuestro esfuerzo de ignorarlos.
Sabemos que están allí e incluso, a pesar de que los percibimos en el día a día, seguimos en el intento de ignorarlos y no atenderlos, sin aceptar que son una de las causas más importantes de tu debilidad y tu tristeza actual, de tu pérdida de ilusión y Poder Personal.
De Dan Van Campnehaud, un gran chamán, aprendí una vez una técnica para cuidarme en los momentos difíciles y protegerme para no seguir acumulando nuevas heridas mientras dedicaba tiempo a sanar las antiguas. Era una técnica para proteger mi parte frágil y reencontrarme con ella.
Se trataba de tener una “preciosa cajita especial” imaginaria o física. Podía poner a mi niña interior en la cajita cuando vivía un momento doloroso.
Cuando este momento ha pasado podía abrirla, dedicarle tiempo y atención. Era el momento de parar, y esperar quieta hasta sentir que podía acoger en mi presente y en mi cuerpo a la parte de mí que estaba protegida en la cajita. Me tomaba el tiempo de sentir mis emociones, abrazar mi mundo interior y sentir que había lugar y tiempo para que todas mis partes se reunieran de nuevo. Dedicar el tiempo a sentir que estaba completa para seguir adelante.
Los pequeños rituales psicomágicos que fui aprendiendo de distintos maestros espirituales y maestros terapeutas son uno de los modos más maravillosos que aprendí para cuidar de mi Ser interno.
La terapia psicoemocional bien conducida es fundamental para sanar las heridas acumuladas y todos los patrones de pensamiento y reacción asociados a estas heridas. Además de poner paz dentro de ti, el proceso de sanar te permite construir un nuevo relato de tu historia y de ti mismo mucho más fortalecedor.
3. La fragmentación interna.
Cada día nos suceden cosas, tomamos decisiones importantes, incluso trascendentes, vivimos momentos que nos conmueven en las relaciones con nuestros seres queridos y en todo lo que nos sucede, no le damos tiempo a nuestro corazón ni a nuestra alma para que puedan comprender, integrar o recuperarse.
El tiempo que ellos necesitan es mucho más lento que nuestro ritmo de vida. A pesar de las heridas, seguimos hacia delante sin parar, con tanta prisa que no podemos mantener el paso de reparación o sanación necesario y perdemos Poder Personal.
El resultado de esto es que, con los años, vamos dejando partes de nosotros mismos y nuestra alma en antiguas parejas, antiguos amigos, antiguos proyectos y sueños a los que, durante un tiempo amamos sinceramente y de los que nos hemos separado de modo doloroso.
En estas roturas, tu corazón se parte y tu alma también y, una parte de ti, se queda en ese sueño junto a esa persona o en ese lugar. Poco a poco te vas sintiendo vacío y sin fuerza, estás fragmentado. Cuando te sientes así es el momento de parar. De mirar hacia atrás y recuperar los tesoros que se perdieron abandonados por el camino. Sin ellos, proseguir es vivir fragmentado y sin fuerza. Es vivir con el alma rota. Es tan importante parar e ir despacio…
4. Entregar el poder a los demás.