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Voy a narrar una historia de la cual fui testigo hace unos años.
Sucedió en el sur de la India, en presencia de un maestro de sabiduría de renombre mundial, Sathya Saï Baba.
Como cada día, sus fieles y más personas buscadoras de la verdad se agolpaban frente a él. En una parte del terraplén situado frente al templo pude ver a un hombre. Era occidental, rondaba los cuarenta años y estaba en silla de ruedas. Recuerdo que pensé que aquel hombre debía de estar muy motivado para haber emprendido ese viaje.
Llegar en silla de ruedas a ese pequeño pueblo al otro lado del mundo y aguantando un calor sofocante, representaba en sí mismo una especie de hazaña que decía mucho de su voluntad de acercarse a Sathya Saï Baba.
La espera era larga y estábamos todos empapados por el calor, sentados como podíamos sobre pequeños cojines.
El orden a veces extraño de las cosas quiso que sorprendiera la conversación en voz baja de dos de mis vecinos, también occidentales. Así fue como supe que el hombre de la silla de ruedas era uno de sus amigos, incapaz de caminar desde hacía más de veinte años debido a un accidente.
Entendí que desde que él descubrió la existencia de Saï Baba, había puesto toda su fe en él y había iniciado un profundo cambio interior. Estaba convencido de que el maestro indio, conocido entre otras cosas por sus curaciones milagrosas, era el único capaz de devolverle la posibilidad de caminar.
Es así que se encontraba en la primera fila de la multitud espectante, en un lugar en el que Saï Baba lo vería sin ninguna duda.
Al fin llegó la hora del darshan… una música suave y Saï Baba hizo su aparición, iba vestido todo de naranja.
Estando al tanto de la historia del hombre de la silla de ruedas, confieso que tenía una mezcla de curiosidad y compasión por lo que pudiera pasar cuando el maestro se acercara a él.
Pero no pasó nada. ¡Nada de nada! Saï Baba ni siquiera le dirigió una leve mirada al hombre que tanto lo esperaba y que, sin duda, mostraba por él una increíble devoción. Su larga túnica del color del Sol, rozó la silla de ruedas, pero nada más. ¡Ignorancia absoluta!
Al finalizar el darshan pude percibir a un pequeño grupo alrededor de una palmera. El hombre de la silla de ruedas había provocado esa reunión. Rodeado por sus amigos, era presa de una violenta crisis de desesperación. Estaba deshecho en llantos y gritaba sin poder contenerse. Estaba viviendo una profunda crisis. Estaba invadido por la ira.
El hombre estaba indignado, desesperado y furioso por haber sido ignorado de ese modo.
Él, que había recorrido miles de kilómetros en su situación, él que era modelo de devoción, ¿Cómo podía haber sido despreciado de tal manera por Saï Baba?
Juraba que le habían engañado acerca de quién era realmente ese hombre y que no volvería al darshan, dado que toda su fe y su amor no habían valido ni tan siquiera una mirada.
A pesar de todo, dos días después volví a verle al borde del camino, frente al templo.
Sathya Saï Baba comenzó a caminar lentamente frente a la gente, tal como era su costumbre. Al final, llegó muy cerca del hombre de la silla de ruedas que parecía estar derrotado.
Pasó delante de él sin detenerse luego, se giró bruscamente en su dirección. Fue entonces cuando escuchamos decirle con su voz ronca: ¡Levántate!
Lo increíble fue ver, en los diez segundos siguientes, que el hombre de la silla de ruedas se levantó y dio unos cuantos pasos hacia él.
Un increíble clamor se elevó de la multitud mientras que, la silueta de Saï Baba, subía los escalones del templo y desaparecía.
¿Qué hay que comprender de todo esto? Algunas cosas…
Sólo viéndolo en perspectiva soy capaz de hacerme una idea real de la magnitud de lo que allí pasó.
Ante todo está la curación, asombrosa por sí sola, con todas las leyes sutiles que puso en movimiento, pero también el camino que ésta había tomado y el extraño itinerario seguido por Saï Baba.
Todo sucedió como si para la curación hubiese sido fundamental una emoción violenta, incluso ira, que se fuera transformando tras los días en un abandono total a toda resistencia. Fue necesario encontrar el momento preciso, aquel día y no otro y un estado de consciencia concreta, como una puerta que se había abierto.
En cierto modo, todos los sufrimientos y enfermedades que tienen su origen en las profundidades de nuestro ser, se curan del mismo modo. Si estamos atentos a la trama de la vida, podemos constatar hasta que punto las curaciones piden a gritos que se rompa alguna de las máscaras que nos hemos puesto.
La aparición y el arraigo de un sufrimiento proceden siempre de una resistencia a la metamorfosis. Por eso el principio de toda solución siempre está en derribar alguna de nuestras barreras.
Reconocer que algo nos ha impactado, que una parte nuestra se desmorona por haberla construido sobre arena, el abandonar las máscaras, el sentir que la crispación se relaja, todo ello nos lleva a la sanación, aunque no sea un maestro de sabiduría quien nos dé el toque mágico.
Una de las dificultades con las que solemos encontrarnos es con querer adelantar el momento de nuestra cita.
No podemos reconciliarnos con nosotros mismos hasta que no nos deshagamos del bagaje, cargas pesadas e inútiles que solemos añadir nosotros.
Llegará el momento en el que seamos sencillos, fuertes y tiernos para dirigirnos a nosotros mismos y decirnos: ¡Levántate y anda!
Daniel Meurois.