Hace ahora cien años que las drogas se prohibieron por primera vez. En todo este siglo de guerra contra las drogas, nuestros profesores y gobiernos nos han contado una historia sobre la adicción. Esta historia está tan arraigada en nuestra mente que ya la damos por hecho. Parece algo obvio. Parece manifiestamente cierto. Hasta que hace tres años y medio comencé un viaje de 48.000 kilómetros con mi nuevo libro, Chasing The Scream: The First And Last Days of the War on Drugs, para descubrir lo que realmente impulsaba la guerra contra las drogas, o eso creía. No obstante, lo que aprendí en el camino es que casi todo lo que nos han contado sobre la adicción es falso; hay una historia diferente a punto de ser contada, si es que estamos dispuestos a escucharla.
Si absorbemos esta nueva historia, tendremos que cambiar mucho más que la guerra contra las drogas. Tendremos que cambiarnos a nosotros mismos.
Yo lo aprendí de una mezcla extraordinaria de gente que conocí en mis viajes. De los amigos supervivientes de Billie Holiday, que me ayudaron a entender que el fundador de la guerra contra las drogas la acechó y contribuyó a matarla. De un médico judío, al que sacaron de un gueto de Budapest siendo un bebé para después revelar los secretos de la adicción siendo adulto. De un camello de crack transexual de Brooklyn que fue concebido cuando su madre, adicta al crack, fue violada por su padre, un agente de policía de Nueva York. De un hombre al que un dictador torturador retuvo en un pozo durante dos años y después fue elegido presidente de Uruguay para dar comienzo al final de la guerra contra las drogas.
Tenía un motivo bastante personal para querer saber esas respuestas. Uno de mis primeros recuerdos de niño es intentar despertar a un familiar y no ser capaz. Desde entonces, le he dado vueltas al misterio esencial de la adicción: ¿qué provoca que algunas personas se queden fijas en una droga o en un comportamiento sin poder parar? ¿Cómo ayudamos a esas personas a que vuelvan? A medida que me hago mayor, otro de mis familiares cercanos desarrolló una adicción a la cocaína y yo tuve una relación con un adicta a la heroína. Vamos, que estoy familiarizado con la adicción.
Si al principio me hubieras preguntado qué provoca la adicción a las drogas, te habría mirado como si fueras idiota, y habría dicho: "Pues las drogas". No hay más que rascar. Pensé que lo llevaba viendo toda mi vida. Todos lo podemos explicar. Imagina que tú y yo y otras 20 personas que pasan por la calle tomaran una potente droga durante 20 días. Esas drogas tienen sustancias químicas muy adictivas, así que si lo dejáramos el día 21, nuestro cuerpo necesitaría esas sustancias. Tendríamos un mono terrible. Seríamos adictos. Eso es lo que significa la adicción.
Una de las formas en que esta teoría se estableció por primera vez fue mediante experimentos de ratas, que se inyectaron en la mente de los americanos en la década de los 80 con una famosa publicidad de Partnership for a Drug-Free America. Puede que os acordéis. El experimento es simple. Pon una rata en una jaula con dos botellas de agua. Una sólo con agua. La otra con heroína o cocaína diluida. Casi todas las veces que lleves a cabo este experimento, la rata se obsesionará con el agua con droga y volverá a por más hasta que muera.
El anuncio explica: "Una sola droga es tan adictiva que nueve de cada diez ratas de laboratorio la consumirán. Cada vez más. Hasta la muerte. Se llama cocaína. Y puede hacerte lo mismo a ti".
No obstante, en los setenta, un profesor de Psicología de Vancouver llamado Bruce Alexander descubrió algo extraño en este experimento. La rata está sola en la jaula. No tiene otra cosa que hacer aparte de tomar drogas. ¿Qué ocurriría, se preguntaba, si se intentara de otra manera? Entonces, el profesor construyó un parque para ratas (Rat Park). Se trata de una jaula de diversión en la que las ratas tenían pelotas de colores y la mejor comida para ratas y túneles para corretear y muchos amigos: todo lo que una rata querría. Alexander quería saber qué ocurriría.
En el parque de ratas, todas probaron los dos botes de agua porque no sabían qué contenían. Pero lo que sucedió fue sorprendente.
A las ratas que llevaban una buena vida no les gustó el agua con droga. En general, evitaban beberla y consumían menos de un cuarto de las drogas que tomaban las ratas aisladas. Ninguna murió. Mientras que las ratas que estaban solas e infelices se hicieron adictas, no le ocurrió lo mismo a ninguna de las que vivía en un entorno feliz.
Al principio pensé que era sólo una particularidad de las ratas, hasta que descubrí que al mismo tiempo estaba teniendo lugar un experimento equivalente en humanos. Se llamaba la Guerra de Vietnam. La revista Time informó de que el consumo de heroína era "tan común como mascar chicle" entre los soldados estadounidenses, y hay evidencias claras que lo respaldan: un 20% de los soldados estadounidenses había desarrollado adicción a la heroína allí, según un estudio publicado en los Archivos de Psiquiatría General. Muchas personas estaban comprensiblemente aterradas; creían que un gran número de adictos volvería a casa cuando terminara la guerra.
No obstante, un 95% de los soldados adictos -de acuerdo con el mismo estudio- dejó las drogas. Muy pocos se sometieron a rehabilitación. Pasaron de una terrorífica jaula a un lugar agradable, por lo que ya no querían tomar drogas.
El profesor Alexander defiende que este descubrimiento es un profundo reto tanto para la visión de derechas de que la adicción es un fracaso moral debido a los excesos hedonistas, como para la visión liberal de que la enfermedad es una enfermedad que tiene lugar en un cerebro químicamente secuestrado. De hecho, defiende que la adicción es una adaptación. No eres tú. Es tu jaula.
Después de la primera fase de Rat Park, el profesor Alexander continuó con sus pruebas. Repitió los primeros experimentos, en los que las ratas estaban solas y consumían la droga de forma compulsiva. Dejó que la consumieran durante 57 días. Luego las sacó del aislamiento y las situó en el parque para ratas. Quería saber si al caer en ese estado de adicción, el cerebro está tan secuestrado que es imposible recuperarse. ¿Las drogas se apoderan de ti? De nuevo, lo que ocurrió fue sorprendente. Parecía que las ratas tenían síntomas de abstinencia, pero pronto dejaron de consumir tantas drogas y volvieron a llevar una vida normal. La jaula buena las salvó. Las referencias completas de todos estudios que cito están en el libro.