En mi opinión, a veces tardamos demasiado en deshacernos de ciertas cosas que nos perjudican.
No sé si es falta de resolución, si es pereza, o si es masoquismo. Cada uno sabrá o averiguará, si es honrado, cuál es su razón o su excusa.
Pero renunciar a lo que nos hace daño debiera ser un asunto prioritario.
Si nos hace daño –o nos molesta mucho, que viene a ser lo mismo- cómo nos trata alguien, tenemos la opción de hacérselo saber y pedirle que reconsidere el modo en que lo hace y rectifique.
Si nos hace daño la desatención de alguna persona, se lo podremos decir.
Si nos hace daño nuestra propia pereza o desorden, la falta de voluntad o nuestro carácter; si es la relación con alguien con quien estamos por motivos de trabajo o familiares; si es… sea lo que sea, casi siempre es posible remediarlo.
Para ello es conveniente usar la asertividad – que es “la habilidad de expresar nuestros deseos de una manera amable, franca, abierta, directa y adecuada, logrando decir lo que queremos sin atentar contra los demás y negociando con ellos su cumplimiento”-.
Cada uno tiene sus derechos –como los tienen los otros- y exigir, o, cuanto menos solicitar que sean respetados es un potestad inalienable de cada Ser Humano.
Es bueno, y loable, acostumbrarse a solicitar los derechos personales en vez de quedarse en la rabia silenciada que provoca quedarse callado y soportando que los otros pisoteen los derechos propios.
El respeto a la propia dignidad personal es un derecho que debiera ser irrenunciable.
Y esto conviene tenerlo claro: respeto por parte de los otros y respeto, también, por parte de un mismo.
Los derechos de uno terminan donde comienzan los derechos de los otros. Y, por supuesto, y esto es muy importante, viceversa.
No se han de invadir ni deshonrar los derechos de los otros, así como también se ha de ser bastante riguroso en la exigencia de que los otros hagan lo mismo.
Hay que cuidar mucho la dignidad personal –en esto insisto mucho pero es que para mí es muy importante-.
No sé si es falta de resolución, si es pereza, o si es masoquismo. Cada uno sabrá o averiguará, si es honrado, cuál es su razón o su excusa.
Pero renunciar a lo que nos hace daño debiera ser un asunto prioritario.
Si nos hace daño –o nos molesta mucho, que viene a ser lo mismo- cómo nos trata alguien, tenemos la opción de hacérselo saber y pedirle que reconsidere el modo en que lo hace y rectifique.
Si nos hace daño la desatención de alguna persona, se lo podremos decir.
Si nos hace daño nuestra propia pereza o desorden, la falta de voluntad o nuestro carácter; si es la relación con alguien con quien estamos por motivos de trabajo o familiares; si es… sea lo que sea, casi siempre es posible remediarlo.
Para ello es conveniente usar la asertividad – que es “la habilidad de expresar nuestros deseos de una manera amable, franca, abierta, directa y adecuada, logrando decir lo que queremos sin atentar contra los demás y negociando con ellos su cumplimiento”-.
Cada uno tiene sus derechos –como los tienen los otros- y exigir, o, cuanto menos solicitar que sean respetados es un potestad inalienable de cada Ser Humano.
Es bueno, y loable, acostumbrarse a solicitar los derechos personales en vez de quedarse en la rabia silenciada que provoca quedarse callado y soportando que los otros pisoteen los derechos propios.
El respeto a la propia dignidad personal es un derecho que debiera ser irrenunciable.
Y esto conviene tenerlo claro: respeto por parte de los otros y respeto, también, por parte de un mismo.
Los derechos de uno terminan donde comienzan los derechos de los otros. Y, por supuesto, y esto es muy importante, viceversa.
No se han de invadir ni deshonrar los derechos de los otros, así como también se ha de ser bastante riguroso en la exigencia de que los otros hagan lo mismo.
Hay que cuidar mucho la dignidad personal –en esto insisto mucho pero es que para mí es muy importante-.