J. Krishnamurti |
Yo no ataco las creencias.
Lo que tratamos de hacer en la tarde de hoy es descubrir por qué aceptamos las creencias; y si podemos comprender los motivos, las causas de esa aceptación, quizá podamos no sólo entender por qué hacemos tal cosa, sino asimismo librarnos de ella.
Porque uno puede ver cómo las creencias religiosas, políticas, nacionales y de diversos otros tipos, separan a los hombres, cómo crean conflicto, confusión ¿antagonismo, lo cual es un hecho evidente; y, sin embargo, no estamos dispuestos a renunciar a ellas.
Existe el credo hindú, el credo cristiano, el budista, innumerables creencias sectarias y nacionales, diversas ideologías políticas, todas en lucha unas con otras y procurando convertirse unas a otras. Claramente podemos ver que las creencias separan a la gente, crean intolerancia.
¿Pero es posible vivir sin creencia?
Eso puede descubrirse tan sólo si uno logra estudiarse a sí mismo en relación con una creencia.
¿Es posible vivir en este mundo sin una creencia; no cambiar de creencias, ni substituir una por otra, sino estar enteramente libre de toda creencia, de suerte que uno haga frente a la vida de un modo nuevo a cada minuto?
La verdad, después de todo, está en esto: en tener la capacidad de enfrentar todas las cosas de un modo nuevo, de instante en instante, sin la reacción condicionante del pasado, para que no haya ese efecto acumulativo que obra como barrera entre uno mismo y aquello que es.
Evidentemente, la mayoría de nosotros acepta o adopta creencias ante todo porque en nosotros hay temor. Sentimos que, sin una creencia, no sabremos qué hacer.
Entonces utilizamos la creencia como una norma de conducta, como dechado de acuerdo con el cual encauzamos nuestra vida. Y también creemos que puede haber acción colectiva gracias a la creencia. Así, pues, en otras palabras, consideramos que para actuar se necesita una creencia.
¿Y es ello así? ¿La acción requiere creencia?
Es decir, siendo la creencia una idea, ¿hace falta ideación para actuar? ¿Qué está primero, la idea o la acción?
Primero, sin duda, está la acción, que es placentera o penosa; y según eso elaboramos diferentes teorías. La acción, invariablemente, aparece primero.
¿No es así?
Y cuando hay temor, cuando existe el deseo de creer para poder actuar, entonces interviene la ideación.
Ahora bien, si reflexionáis, veréis que el temor es una de las razones para que haya deseo de aceptar una creencia. Porque, si no tuviéramos creencia alguna, ¿qué nos sucedería? ¿No nos causaría pavor lo que pudiera ocurrir?
Si no tuviéramos ninguna norma de acción basada en una creencia (ya sea en Dios, en el comunismo, en el socialismo, en el imperialismo), o en tal o cual fórmula religiosa, o en algún dogma que nos condicione, nos sentiríamos totalmente perdidos, ¿no es así?
Y esa aceptación de una creencia, la ocultación do ese temor, ¿no es acaso el miedo de no ser realmente nada, el miedo de estar vacío?
Después de todo, una taza sólo es útil cuando está vacía; y una mente repleta de creencias, de dogmas, de afirmaciones y de citas, es en realidad una mente incapaz de crear, y que lo único que hace es repetir.
Y el huir de ese miedo -de ese miedo al vacío, a la soledad, al estancamiento, de ese miedo de no llegar, de no triunfar, de no lograr, de no ser algo, de no llegar a ser algo- es sin duda una de las razones por las cuales aceptamos las creencias tan ávida y codiciosamente. ¿No es así?
¿Y podemos entendernos a nosotros mismos mediante la aceptación de una creencia?
Todo lo contrario. Es obvio que una creencia, política o religiosa, impide la propia comprensión. Obra a modo de pantalla a través de la cual nos miramos a nosotros mismos.
¿Y podemos mirarnos a nosotros mismos sin creencia alguna?