Es muy importante hacer silencio y atender amorosamente nuestra tarea.
Nuestra intención debería ser generar sólo aquello que construye, nada que destruya. Cuando abrimos la boca innecesariamente destruimos mucho.
Aprendamos a hacer silencio. Aprendamos que el Padre está presente en todo y en todo momento se está expresando. Si hacemos silencio lo podemos captar, lo podemos tomar, lo podemos entender.
Si estamos hablando detrás de lo que nosotros queremos, y constantemente mientras estamos hablando pensamos lo que vamos a decir a continuación, nunca le damos espacio a Su expresión. Entonces, al silencio démosle el valor que tiene, en el lugar que tiene y sepamos hacerlo.
Si queremos crecer debemos trabajar sobre nosotros. Nunca vamos a cambiar lo que el otro hace, solamente podemos ayudarlo en el proceso del cambio dando ejemplo, siendo claros, y es difícil ser claros sobre cosas que se leen o escuchan. La claridad plena llega a partir de la propia experiencia.
No nos hacen falta muchas palabras para expresar la verdad a partir de que la vivimos. Cuando la vivencia no está presente, no encontramos las palabras para hacerlo. Hay realidades que son del espíritu, y no importan todas las palabras que utilicemos, no van a servir jamás para expresarlas, porque no son palabras, son realidades. Ocupémonos de vivir para poder dar fe, y la fé se da en silencio, así como también a través del Verbo.
En el silencio, sin hablar, a través de nuestros actos los demás verán. Algunos se preguntarán el por qué de nuestro obrar, llegarán a nosotros y allí podremos expresarnos. No se trata de forzar a nadie a entender lo que nosotros entendemos y creemos que es correcto y le va hacer bien.
Hay muchas personas amorosas tratando de cambiar el mundo, marchando por la vida observando injusticias que no toleran e intervienen intentando cambiarlas. En esto está presente una cuestión humana de falta de tolerancia, comprensión y respeto hacia el libre albedrío.