El cerebro humano es una máquina compleja, un órgano lleno de incógnitas, del que se desconoce aun casi todo.
En el cerebro habita una mente que comanda todas y cada una de nuestras acciones, todos y cada uno de nuestros aciertos, pero también todos nuestros errores. Dentro de este prestigioso e importante órgano, en lo más profundo de sus pliegues, habita un pequeño intruso, un pequeño tramposo, que milita y maneja desde la sombra, desde tiempos inmemoriales.
Este pequeño polizón, se coló en los albores de nuestro desarrollo, fue insertado con unas instrucciones rudimentarias, las cuales son muy difíciles de formatear. Lograr reducir su influencia es básico para dar el salto evolutivo que se nos presume, es esencial para ser humanos, para ser personas civilizadas.
Ese insidioso polizón, es nuestro cerebro reptil.
Este órgano primario incrustado en lo más profundo de nuestro cerebro, es el encargado de recordarnos, nuestros instintos más primarios, como:
- la identidad
- la territorialidad
- la competitividad
- el miedo…
Somos como somos y estamos como estamos en parte, a que muchos de nosotros aún funcionan básicamente con ese cerebro reptil. Humanos en apariencia, meros lagartos en su intelecto.
El poderoso sentimiento de identidad, provoca que tengas la necesidad imperiosa de etiquetar todo cuanto se cruce en tu camino, marcar,
- lo bueno y lo malo
- lo amistoso y lo contrario
- lo útil y lo inútil
- lo afinado y lo desafinado,
…pero sobre todo, tú nombre y tú numero, esa etiqueta identificativa es tu primer estandarte, una bandera entre muchas que cargarás a lo largo de tu vida, que son grabadas a fuego en ese cerebro reptiliano y que procurara que nunca olvides y muestres con orgullo.
Tu identidad te persigue tras tu muerte, es tu legado a este mundo y, antes de dejarlo, procuraras que quede grabado para continuar vivo en las memorias de los que te preceden.
La medida del éxito está basada en la cantidad de personas que pueden recordar tu nombre una vez hayas muerto, pero tu identidad no eres tú, ése es el avatar que diseñaron para ti cuando llegaste a este mundo.
Recuerda que te debes ir con lo mismo que traías puesto y todas esas etiquetas te las pusieron a posteriori.
Tu tierra, ese trozo de planeta que ya no marcas con orina porque tiene paños de colores que delimitan aquello que crees tuyo, que te define, te diferencia, es parte de tu orgullo y trasciende a tu propia identidad.
Tú patria esta grabada a fuego en cada una de tus venas y por ellas corre el sentimiento patriótico que hará que mates y mueras por asegurar el redil que guarda a tu manada.
Ampliar horizontes y perder la identidad nacional, borrar las fronteras mentales y quemar las banderas, dejar de ver el planeta como un trozo pequeño de tierra, una caverna de cavernas, un bloque donde las relaciones con los vecinos requieren ciertos dones diplomáticos.
Tenemos todo un planeta, por qué seguir identificándonos con trocitos cada vez más pequeños, por qué seguir obedeciendo al reptil que vive en nuestra cabeza, por qué cerrarnos puertas y posibilidades fuera de donde circunstancialmente nacimos.
Los nacionalismos y los patriotismos son sólo etiquetas con los que reducir nuestra inteligencia como auténticos Jíbaros sociales.