ESTA ES QUIZÁS LA MÁS GRANDE ENSEÑANZA DE LOS MAESTROS ILUMINADOS DE DISTINTAS TRADICIONES: LA SABIDURÍA ES BONDAD; LA BONDAD, SABIDURÍA. Y EN ELLAS YACE UNA SUSTANCIA ALQUÍMICA O MEDICINA UNIVERSAL
Durante el momento de la iluminación, cuando veo la faz original de la mente, una compasión ilimitada emerge. Entre más grande la iluminación, más grande la compasión. Entre mayor mi compasión, más profunda la sabiduría que siento. Este inequívoco camino de no-dualidad es la incomparable práctica del Dharma. (Vow of the Mahamudra, traductor Evans-Wentz)
En este mundo, hasta la fecha
el odio nunca ha disipado el odio.
Sólo el amor disipa el odio: ésta es la ley.
Para la mayoría de las personas ser inteligente es más atractivo que ser bueno. Creo que actualmente la mayoría de las personas elegiría ser inteligente a ser bueno si les dieran a escoger. La forma en la que está construida nuestra sociedad —basada en el éxito económico, en la búsqueda de notoriedad y en la percepción del mundo como competencia— parece priorizar la inteligencia sobre la bondad y tiene profundamente inculcada la noción de que la inteligencia es más valiosa para conseguir el éxito que desea y "salir adelante". En este artículo argumentaré que la compasión y la inteligencia (o la bondad y la sabiduría) están estrechamente ligadas, existen en una permanente retroalimentación y, en realidad, una persona no puede ser verdaderamente inteligente si no es también compasiva y, por una alquimia emocional, una persona bondadosa se vuelve naturalmente una persona sabia. Esto es algo que han descubierto numerosos maestros espirituales, y de hecho conforma el núcleo exotérico de sus enseñanzas: es el entendimiento profundo de la llamada “ley de oro” o reciprocidad.
La compasión es el sentimiento de empatía, de experimentar en carne propia el sufrimiento que otro experimenta, el cual motiva a la acción para erradicar ese sufrimiento. Como tal, es esencialmente altruista, libre de egoísmo. De alguna manera, la compasión requiere de una cierta sabiduría para poder sostenerse continuamente. La persona compasiva actúa desde la integración, de la noción de que no existe separado del otro, de que el bienestar de los demás es su propio bienestar y que la existencia de un yo individual fijo, estable, autónomo y separado del mundo es una ilusión. Si no sabe o no cree esto será difícil que encuentre una motivación para seguir actuando con compasión. Sin embargo, la compasión, a su vez, virtuosamente engendra inteligencia y sabiduría, en un bucle de retroalimentación positiva. La razón por la cual los actos bondadosos nos hacen más inteligentes es lo que intentaremos explicar aquí.
CAUSA Y EFECTO EN MENTE Y CUERPO
El fundamento que sustenta este argumento es que vivimos en un mundo regido por ciertas leyes universales. La más básica de ellas es la ley de la causa y el efecto. Los efectos son proporcionales a sus causas: una semilla de mostaza no dará un árbol de mangos. Desde una perspectiva moral esto se formula con la famosa "ley de oro", que se manifiesta de alguna u otra forma en todas las religiones y tradiciones filosóficas. Comparemos sólo algunas. San Pablo escribe a los gálatas:
Lo que cada uno haya sembrado, eso cosechará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne cosechará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.
Algo similar puede encontrarse en varios libros de la Biblia, y de aquí se desprende la fórmula básica, repetida como sabiduría popular, de que lo que sembramos (específicamente el aspecto cualitativo de nuestros actos, ya sea que sean justos o injustos, que tengan como intención beneficiar a los demás o beneficiar a uno por encima de los demás) eso cosecharemos. Una visión similar es expresada por Jesús según Mateo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, aquí se introduce de manera más explícita el elemento de compasión. Podemos añadir que amarás a tu prójimo como a ti mismo, y así cosecharás lo que siembras –sin división entre lo interno y lo externo, lo propio y lo extraño, lo mío y lo tuyo.
El filósofo Manly P. Hall, hablando sobre la ley que se expresa en el conjunto de los textos sagrados, dice: “Tal vez no exista prueba alguna del origen divino de las escrituras, pero una forma de prueba puede encontrarse en el desastre que acontece cuando se rompen”. Es decir, una vez que violamos las leyes de la naturaleza, que son el espejo de la inteligencia divina, existe naturalmente una consecuencia y esto puede apreciarse generalmente en el estado de salud de un individuo o en el resultado de las cosas que emprende, tarde o temprano. En esta visión de las leyes de la naturaleza como el libro en el que se conoce a la deidad, Hall sigue a filósofos y científicos como Paracelso y Francis Bacon. Bacon famosamente escribió que Dios no necesita hacer milagros para probar su divinidad ya que la maravilla de su obra y la divinidad misma del mundo se revelan en la grandeza de las leyes de la naturaleza. Curiosamente Bacon es uno de los padres de la ciencia moderna, lo cual muestra que la religión y la ciencia no tienen que estar en contradicción.
KARMA Y DHARMA
Ahora veamos cómo aparece esto en el budismo. En el Dhammapada, el Buda famosamente enuncia: “Si uno habla o actúa con una mente impura, entonces el sufrimiento le sigue del mismo modo que la rueda sigue a la pezuña del buey”. En esta frase está la esencia del buddhadharma y lo que Alan Wallace ha llamado una “ciencia contemplativa”, y es que los budistas nos dirán que esto no es solamente una conjetura que existe en un rango de subjetividad que aplica a veces sí y a veces no, sino que puede comprobarse inexorablemente, tanto física como mentalmente. Una lúcida ampliación de este entendimiento de las leyes del karma puede observarse en la explicación que hace el gran enciclopedista tibetano Jamgon Kongtrul de los 4 pensamientos que hacen girar la mente hacia el Dharma:
Los efectos de mis actos me siguen como la sombra sigue a mi cuerpo.
[…] Experimentaré los efectos de todos mis actos.
No experimentaré los efectos de las acciones que no he realizado.
Mis acciones siguen evolucionando en los resultados que experimento.
La virtud inevitablemente madura como felicidad y el mal como sufrimiento.
El maestro budista estadounidense Traktung Rinpoche escribe en su libro Eye to Form is only Love:
La mente está llena de hábito. Hábitos negativos consumen energía. Tremenda energía es necesaria para romper las cadenas de la percepción ilusoria. Hábitos positivos generan energía. Transformar hábitos negativos en hábitos positivos es la forma de ir más allá de todos los hábitos.
Si bien el objetivo budista es liberarse de todo karma, es el karma positivo, los actos positivos, los cuales nos colocan en un posición adecuada para hacerlo. El Buda precisó que no todos los actos generan karmas que tienen que "pagarse", por decirlo vulgarmente, es decir, que forman sankharas o compuestos psicofísicos; es la intención (cetana) la que tiñe el acto, la que genera karma positivo o negativo. El bodhicitta —la mente despierta, la mente del bodhisattva cuya característica esencial es la compasión— es el método supremo para cultivar karma positivo y purificar el karma negativo y así poder alcanzar la sabiduría (el prajna) que revela la realidad del samsara como nirvana (en la parte final del artículo exploraremos más este bodhicitta, el sublime hallazgo de la ciencia budista). Aquí yace en buena medida la importante innovación que hace el budismo mahayana, a diferencia del llamado hinayana; se le llama el gran vehículo (el mahayana) porque sostiene que la compasión es el método principal para la liberación e introduce el camino del bodhisattva, aquel que ha jurado permanecer en el mundo (samsara) hasta que se liberen del sufrimiento todos los seres sensibles. Es difícil concebir una posición ante la vida más compasiva que ésta.
Es importante entender que el budismo ni el hinduismo sostienen que el karma —o la intención que lo in-forma— sean trascendentes o que se efectúen por la intervención de alguna deidad o proceso ulterior (tipo un Juicio Final). No hay nadie que castigue o premie. En el pecado se lleva la penitencia pero también en la virtud se lleva la recompensa. En realidad todo ocurre en el mismo instante. Esto significa necesariamente que la intención debe tener un componente energético sutil, lo cual está en concordancia con la cosmología budista, en la cual se mantiene una identidad entre la mente o la conciencia y la energía, siendo la energía (o el prana) el soporte de la mente, el caballo de viento que usa la conciencia para andar. Escribe en este sentido Allan Wallace, maestro de meditación y físico: “El espacio absoluto de los fenómenos [dharmadatu] es permeado no sólo por la conciencia primordial, sino por la infinita energía vital de esa conciencia (jnana-prana), que tiene la misma naturaleza”.
Así, el karma, todos nuestros actos y su intención, ese aspecto cualitativo a través del cual imprimimos energía psíquica, se registran en nuestro cuerpo-mente, permanentemente, en cada percepción, en cada pensamiento, aquí y ahora. “Trabajar con el cuerpo es abrir una reserva de karma almacenado", dice el maestro de meditación Reginald Ray, quien sugiere también que el karma es similar a lo que hemos llamado el inconsciente. Existe un karma entonces que opera desde las sombras, hay semillas que tardan en germinar, que necesitan de ciertas condiciones para salir a la superficie —algo que se evidencia en el caso del trauma—.
Podemos hablar del budismo como una “ciencia contemplativa”, justamente en este sentido. Por más de dos milenios, los contemplativos budistas han observado los efectos de las acciones en su propios cuerpos-mentes y han llegado a la conclusión de que no hay verdadera división entre lo interno y lo externo, entre lo físico y lo mental. Las semillas que sembramos se cosechan igualmente en la tierra que en nuestra conciencia. La ciencia occidental moderna, por el contrario, ha hecho una tajante y mayormente arbitraria división entre lo material y lo mental —siendo lo mental una mera ilusión generada por el cuerpo— y así sólo atribuye causalidad a la materia. Un pensamiento puede correlacionar con cierta actividad neuronal e incluso generar ciertas hormonas y sustancias químicas, pero en ninguna medida se cree posible que pueda tener un efecto sobre algo que no sea el mismo cuerpo que lo genera y mucho menos ser la causa de un fenómeno externo (como por ejemplo los fenómenos de sincronicidad estudiados por Carl Jung). Así, bajo este marco cientificista, los eventos y fenómenos que experimentamos son resultados del azar o de procesos estocásticos y existen independientemente de la conciencia que los observa (claro que ésta es la visión clásica y un tanto obsoleta de la ciencia, la física cuántica parece sugerir que no se puede dividir la conciencia o el observador del fenómeno que se observa).
LA IDEA DEL BIEN EN LA FILOSOFÍA PLATÓNICA