Cuando uno ve desde el Corazón, quiere decir que nuestra visión se ha ajustado...
Cuando la Tierra tiembla, el temblor se siente en el corazón antes de que cualquier cognición tenga lugar. En ese mismo instante, antes de que cualquier experiencia sensorial entre en juego, nos sentimos completamente absorbidos en la esencia de nuestro ser... Un instante después, la inmediatez del evento es "evaluado" por procesos cognoscitivos y actuamos de acuerdo con reflejos innatos o con la manera en que hemos dominado nuestro instinto.
Este tipo de experiencias despojan todo revestimiento y nos dejan al descubierto frente a la presencia del puro Ser, aunque sólo por un breve momento. En consecuencia, después del acontecimiento, a veces nos encontramos serenos y llenos de júbilo al haber sido conmovidos desde el origen de nuestra existencia. Estos momentos tienen la capacidad de revelar que la consciencia precede a cualquier interpretación sensorial o mental. La razón de no ser evidente es debido a que nuestras facultades cognoscitivas asumen control instantáneamente, tal vez para asegurar la permanencia de la percepción sensorial. Esta es la clave del misterio de la percepción, lo que encierra el tesoro de la experiencia directa dentro la relación entre el veedor y lo visto.
El Shivaísmo Tántrico de Cachemira habla de experiencias dramáticas que nos dan una muestra directa de nuestra naturaleza más allá de revestimientos o conocimiento conceptual. Estas experiencias no tienen que ser aterradoras o atemorizantes. Ser receptivo a la belleza puede ser tan poderoso, que es capaz de abrir ventanas hacia la visión trascendental de la realidad (1). Crear o estar en la presencia de una conmovedora y profunda obra de arte, en la forma que sea, podría desencadenar una reacción estética que nos impulsa a perder nuestra identidad por un momento y fundirnos con la obra.
Esta experiencia trascendental de absorberse con lo que se está percibiendo podría explicar el noble propósito de todas las artes. La mayoría de nosotros hemos tenido estas experiencias, aunque son demasiado cortas y pasan desapercibidas. Aún así, estas son confirmaciones ocasionales del Ser, descubierto de su propio poder de percepción, evidente y directo, aunque no esté a la altura de una verdadera revelación espiritual.
Uno podría argumentar que estos son sólo momentos fugaces y tienen poca importancia cuando se trata de perspicacia espiritual. Breves como son, estos momentos nos dan un sabor distintivo del Ser más allá de cualquier interpretación mental o sensorial, y antes que el “yo” quede inmerso por completo en el nivel de existencia humana. Es decir, conmovidos hasta la médula, nos encontramos conscientes y caemos en el territorio del vivir con consciencia.
No importa cuán bien informados o inteligentes seamos, nuestra percepción está sujeta a las limitaciones impuestas por la relación entre el que conoce y lo conocido. Esto es porque el conocimiento en sí, está compuesto de información proporcionada por los sentidos e interpretados por la naturaleza dicotómica de la mente. Mientras que el sujeto y el objeto siguen siendo la experiencia predominante, la percepción directa de la Realidad se esconde de la vista. El propósito de la práctica espiritual es liberar nuestra consciencia de la dualidad nacida del percibidor y lo percibido. Otra definición de la liberación es liberarse de lo conocido ― no tanto de la memoria, que contiene experiencias almacenadas como información, sino sobre todo liberarse de la auto-identificación con el conocedor y lo conocido.
Esta liberación no puede alcanzarse al nivel de la mente. No importa cuán clara es la comprensión de la Última Realidad a nivel intelectual, es todavía un concepto mental. La mente es inseparable de la naturaleza dual de un pensamiento, donde el sujeto y el objeto son sus principales constituyentes. Es por esta razón, que las tradiciones en la filosofía perenne hablan de absorberse en el Corazón, para así poder reconciliar al veedor (sujeto) y lo visto (objeto) en la Unicidad ― un estado tan natural como es el Ser mismo.
Beatífica o aterradora, toda experiencia emerge y se sumerge en esa esfera donde la percepción está en un estado fundido de pura potencialidad. Esto es particularmente significativo, pues nuestra percepción está refinada al máximo cuando la tensión creativa entre nuestra consciencia y la pura potencialidad están perfectamente alineadas. Este alineamiento está representado por la unión de Shiva y Shakti y ocurre espontáneamente en el Corazón.
La región del corazón se asocia con varias funciones y a menudo sirve como alegoría de sentimiento, emoción e intuición. Sin embargo, el Corazón Espiritual, no es el corazón físico y tampoco la rueda energética conocida como el chakra del Corazón o Anahata, sino donde reside la Consciencia (2). El Corazón Espiritual trasciende el Tiempo y el Espacio, y tiene una ubicación precisa en el cuerpo humano, y por experiencia se le sitúa en el pecho, dos dígitos a la derecha del centro, casi un reflejo del corazón físico. Viajar al Corazón ―como es dicho explícitamente en las tradiciones del Sufismo y Tantra― es fundamental en la comprensión directa de nuestra naturaleza esencial. Ya que concede el poder ver por medio del Corazón. Aquí la percepción alcanza su madurez espiritual, libre de fluctuaciones mentales y refinada al punto de Unicidad.
El Corazón es la estancia de Prana (fuerza vital) contenida en perfecto equilibrio; es aquí donde la directa aprehensión de la Suprema Esencia es conocida en su totalidad. Desde aquí, emana como Amor Universal y a su vez, se manifiesta en todos los planos. El Corazón es el ojo de la Conciencia No-dual que contempla toda la creación con una visión de igualdad. Desde aquí, todas la percepciones van y vienen como olas en el mar infinito.
Todo aquel familiarizado con el antiguo texto del Advaita Vedanta Yoga Vasishtha (3) puede reconocer que la línea ―El mundo es como lo ves―