Hasta cierta edad, no nos planteamos ningún juicio acerca de nuestro cuerpo. No lo menospreciamos. Pero al ir haciéndonos mayores, empezamos a juzgarlo.
No nos gustan nuestras orejas, pies, barriga, frente, ojos, labios, manos, piernas…. Incluso personas a las que la mayoría les pudiéramos atribuir físicos envidiables, se suelen sentir acomplejadas por algún aspecto de su anatomía. ¿Cómo es posible?
No me había planteado este echo hasta que vi un video de una campaña de Jubilee Project. El video se titula “Confortable: 50 personas 1 pregunta”. En él reúnen a 50 personas, adultos y niños de entre 5 y 10 años, y les plantean una pregunta muy simple:
Si pudieras cambiar algo de tu cuerpo, ¿Qué cambiarías?
Los adultos tienen respuestas predecibles: Me gustaría ser más alto, tener menos frente, mis mejillas, mis orejas son demasiado grandes, las marcas de la cesárea tras el parto, mi piel (acné, eccemas..), me gustaría tener los ojos más grandes, mis piernas…
En cambio, lo sorprendente, aunque debería ser lo normal, son las respuestas de los niños. Al hacerles la misma pregunta es bonito oír qué cambiarían ellos:
Tener una cola como la de una sirena, los dientes de un tiburón, tener alas, poder teletransportarse, tener las piernas de un guepardo para correr más rápido…
Y se añade la reafirmación de una de las niñas que dice. “Me gusta mi cuerpo, solo cambiaría para tener la cola de una sirena”.
¿En qué momento se nos enseña a juzgarlo?
Los cánones de belleza cambian con el tiempo, solo haciendo una mirada a nuestra historia se hace evidente. Hay épocas en que las mujeres más deseadas estaban rellenitas (pues implicaba que tenían una buena posición social y podían comer bien), o la piel más hermosa era blanca (pues si estaban morenas quería decir que trabajaban en el campo). Actualmente, dependiendo del país en el que nos encontremos, los cánones de belleza cambian.
Se nos introduce un juicio que NO nos es innato. Sin buscar culpables, pues eso no nos beneficia ni arregla el problema. Solo ser más conscientes de las ofensas que practicamos cada día con nosotros mismos.
Todos sabemos que no es correcto, o bueno, criticar o juzgar a los demás, pero, ¿y lo que nos decimos a nosotros a diario?