La expresión completa es “La morada del Cielo y de la Tierra”, y plantea la incógnita de si es el Absoluto u otra cosa el lugar donde el Cielo y la Tierra moran, suponiendo en sentido figurado que el Absoluto tenga algún lugar para acogerlos. La primera exigencia apunta a saber si se está hablando de la Creación o del Infinito. Saber de qué Cielo y de qué Tierra estamos hablando es el requisito primero para la comprensión del problema. A este respecto debe decirse que lo que está en la Creación proviene de lo Absoluto de forma directa o indirecta, según se trate de los elementos o de los efectos que las causas de la manifestación producen. Y siguiendo el mismo principio, aunque el Absoluto sea incausado, genera efectos a través de su voluntad creativa. Tales efectos se producen en la Creación como expresión divina de la totalidad del Universo.
Si la metafísica advaita enseña que la verdad absoluta radica en la unicidad y que la relativa en el conocimiento humano que es dual, lo que es evidente a primer golpe de vista por la captación de nuestros sentidos es la realidad relativa, sujeta a errores porque responde a los criterios de la razón especulativa y procesos reflexivos de la mente, pero que es “nuestra” realidad. Las débiles cualidades de la realidad relativa donde hay cielo encima de nosotros y tierra bajo nuestros pies, no anulan su existencia, que es real dentro de su propio orden. Como quiera que nuestro cielo y nuestra tierra están presentes a lo largo de la continuidad de nuestras vidas, existen y por existir provienen del Absoluto, aunque para tener un conocimiento verdadero de su naturaleza sea menester acudir a los pincipios de la metafísica no-dual.
La objeción más directa al reconocimiento de que sea el Absoluto la morada del Cielo y de la Tierra surge de la frase “Él es el puente único hacia la inmortalidad”. Y la fuerza de la objeción se basa en la afirmación cierta de que el Absoluto rechaza toda idea de duplicidad, habida cuenta que el puente implica la existencia de dos orillas; es decir, un lado desde el que se va hacia otro lado al que conduce dicho puente. Shankaracharya combate la objeción con una cita y una explicación: la cita es de Brihad?ranyaka Upanishad, que dice, refiriéndose al Absoluto: “Sin fin, sin otra orilla más allá”. Y la explicación, es ésta: “Señalamos aquí que la palabra puente tiene un significado afín a aquello de que se habla. Un puente sostiene. No hay que pensar que tiene otro lado. De ninguna manera debemos asumir que ese puente es normal, construido con arcilla y madera. Ya que la palabra setu (puente), de riva de la raíz siñ que significa pegar y la idea de sujetar uniendo, estando también implicada la idea de sostener más que la de estar conectado con algo más allá”.
La constante movilidad de la interpretación de la escritura, entre lo literal y lo esotérico, a lo que se debe añadir lo simbólico y el sentido figurado, complican sobremanera el propósito de desentrañar el significado más adecuado de ciertos pasajes de los textos sagrados. En esta ocasión a juicio de Shankaracharya el texto ha de ser leído aplicando el sentido figurado o sea, que donde dice puente se debe entender sustento o sostén que pega o une.