Uno de los hadiths (textos que recuperan las comunicaciones orales del Profeta en el Islam) más citados es el siguiente: “Yo era un tesoro oculto que quería ser conocido; por eso creé el mundo”. La frase constituye una de las más entrañables explicaciones para responder al por qué la Divinidad o el Uno Inefable, perfecto en sí mismo, pudo tener un motivo para crear el universo. Según Henry Corbin esta máxima está en el centro de la cosmogonía Al-Akbariyya de Ibn Arabi, probablemente el más grande metafísico sufí.
Glosa el místico andaluz Ibn Arabi:
Cuando Dios quiso considerar las esencias de Sus Nombres perfectos cuyo número es infinito –y si prefieres se puede decir también cuando Él deseó ver Su propia esencia en un objeto global el cual, habiendo sido bendecido con la existencia, resume la totalidad del orden divino para que ahí Él pudiera manifestar Su misterio a Sí mismo. Puesto que la visión que un ser tiene de sí mismo y en su sí mismo no es la misma que otra realidad procura para él, y la cual él usa para sí como un espejo (en esto, él se manifiesta a sí mismo a su ser en la forma que resulta del “lugar” de la visión…) Así el orden Divino requirió clarificar el espejo del mundo, y Adán se volvió la luz misma del espejo y el espíritu de esta forma.
Su traductor Titus Burckhardt comenta “Adán no es más que la forma divina, creada por Dios, para recibir su propia revelación, con esta variación de una realidad distinta –el receptáculo puro en el que se derrama”. Adán es el vaso-espejo bruñido de la creación divina y el universo entero es el escenario de su florecimiento: es a través de los fenómenos, las formas, las sensaciones, y las experiencias que Dios se desoculta.
Yo era un tesoro oculto que quería ser conocido; por eso creé el mundo, donde “quería” es (ahbatu) quizá es mejor traducido como “yo amaba ser conocido” y a veces se añade al hadit: “por eso creé a la criaturas y Me hice a ellas conocido, para que Me conocieran. De aquí que, Ibn Arabi mantenga también que la creación macrocósmica se origina en el Amor divino y que, el amor y la sabiduría, son dos aspectos de lo mismo, y a fin de cuentas inseparables.
La frase recuerda también la metáfora que utiliza Ibn Arabi frecuentemente de que la creación es el espejo en el que Dios se ve a sí mismo y la aparición del ser humano (el ser humano arquetípico, Adán) es el pulido o bruñido del espejo. Es por ello que la labor mística es una contemplación de la belleza de la verdad y el místico puede extinguirse, es decir dejar de percibirse como un ser individual separador, a través de la contemplación.
Sobre este mismo hadith, Frithjof Schuon comenta en su libro La Unidad Trascendente de las Religiones:
[El hadith] significa que el Absoluto quiere ser conocido desde el punto inicial de lo relativo. ¿Pero por qué? Porque esto es una posibilidad en lo que respecta a la ilimitabilidad de la Posibilidad Divina: una posibilidad y entonces algo que no puede más que ser, algo cuyo “por qué” reside en lo Infinito.
Ibn Arabi escribe en el Tratado de la Unidad:
Cuando te conozcas verdaderamente a ti mismo, te desharás de tu doblez y comprenderás que no eres distinto de Allah, pero mientras tengas una existencia “distinta de Allah”, no conseguirás sofocar tu existencia ni conocerte a ti mismo… El conocimiento de ti mismo consiste en comprender que tu existencia no es real y que tu existencia no es nada, pues tu no eres, no has sido y no serás jamás.
Así podemos decir también que este proceso gnóstico de revelar lo oculto (la deidad) que es el cosmos entero, ocurre también en un plano microcósmico, cuando el hombre se conoce a sí mismo y descubre que no es, que sólo existe la divinidad que brilla como una gema al interior de una cueva. Esto mismo es mostrado por el tercer giro de la rueda del Dharma, en el que Buda Shakiamuni revela que todos los seres vivos tienen un embrión búdico o una naturaleza búdica inherente,
El universo se revela como espacio de conocimiento, toda la vasta expansión del cosmos una extensión gnóstica que no diferencia entre “ser” y “conocer”. Cada parte, el fragmento de un espejo teomórfico en proceso de totalizarse. En el budismo tántrico vajrayana se dice que los fenómenos son deidad. “Ya que el sujeto ve toda la existencia como deidad-sabiduría, los incontables objetos son naturalmente percibidos como los fenómenos puros de los Budas…
Los practicantes creen que toda la existencia, incluyendo este universo, es puro porque el sujeto de hecho es nuestra propia mente original, y nuestra propia mente original es la sabiduría”, escribe Thinley Norbu Rinpoche. La mente original del sujeto es la mente absoluta, igual al Dharmakaya, al espacio de todos los fenómenos, al cuerpo mismo de la deidad (aunque en el budismo tradicional no se utilice lenguaje teísta). En suma, podemos decir que los fenómenos y todas las manifestaciones del universo no son más que desdoblamientos del autoconocimiento de Dios, es decir, la esencia más profunda del universo, su constituyente fundamental, es la sabiduría, las cosas están hechas de sabiduría y para la sabiduría.
Soy el otro yo de Dios, Él puede en mi apercibir
lo que desde la eternidad fue irradiado en su propia imagen.
Angelus Silesisus
Preguntas cuál es el principio de todo esto:
Y es esto…
La existencia que se multiplicó por sí misma
Por el puro deleite de ser
Y se proyectó en trillones de seres
Para que pudiera encontrarse a sí misma
Innumerablemente.
Sri Aurobindo
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