Ordenar nuestras prioridades, saber qué queremos, no es fácil. Pero a veces, en nuestro afán de conseguir lo deseado, olvidamos qué es lo importante. Un grano de arena puede ser tan importante como una piedra. Depende de a quien preguntes.
Encontré esta historia en un libro llamado “20 pasos hacia adelante“, en el que en cada capítulo ofrece una gran ventana de conocimiento. Esta historia en particular me gustó por la sencillez con la que permite visualizar nuestro interior. Esta es la historia:
Una vez, un profesor de filosofía apareció en su clase con una gran vasija de cristal y un cubo lleno de piedras redondas del tamaño de una naranja.
—¿Cuántas piedras podrían entrar en la vasija? —preguntó.
Y mientras lo decía, demostrando que la pregunta no era sólo
retórica, empezó a colocarlas de una en una, ordenándolas en el fondo y luego por capas hasta arriba. Cuando la última piedra fue colocada sobrepasando el borde de la vasija, los que habían arriesgado el número de catorce murmuraron satisfechos. El maestro dijo:
—Catorce… ¿Estamos seguros de que no cabe ninguna piedra más?
Todos los alumnos asintieron con la cabeza o contestaron afirmativamente.
—Error… —dijo el docente, y sacando otro cubo de debajo del escritorio empezó a echar piedras de canto rodado dentro de la vasija.
Las piedrecillas se escabulleron entre las otras ocupando los espacios entre ellas. Los alumnos aplaudieron la genialidad de su docente. Y cuando hubo terminado de llenar el recipiente, dejó el cubo y volvió a preguntar:
—¿Está claro que ahora SÍ está lleno?
—Ahora sí —contestaron los alumnos, satisfechos…
Pero el maestro sacó de abajo del escritorio otro cubo más. Éste venía lleno de una fina arena blanca. Con la ayuda de una gran cuchara, el profesor fue echando arena en la vasija, ocupando con ella los espacios que habían quedado entre las piedras.
—Ahora sí podemos decir que está lleno de piedras —aseguró el profesor—. Pero ¿cuál es la enseñanza?
Un murmullo invadió la sala.
Se hablaba de la necesidad de orden, de colocar las cosas, de astucia e ingenios, de no confiar en las apariencias y de tantas otras cosas muy simbólicas.
—Todo eso es verdad —intervino el creativo docente—. Pero hay un aprendizaje más trascendente.
El docente hizo una pausa muy teatral y luego concluyó: