Se le llama control mental, autocontrol o dominio de uno mismo. En cualquiera de sus acepciones es, en todo caso, un concepto más o menos mentiroso. Los occidentales tenemos una verdadera obsesión por controlarlo todo, hasta a nosotros mismos. Sin embargo, se trata de un objetivo imposible de lograr en su totalidad (lo que no quiere decir que no tengamos un margen de mejora).
Lo que sí podemos hacer es aprender a gestionar nuestras emociones de una forma más inteligente. Esto implica, a su vez, aumentar el control mental sobre nuestros impulsos irracionales específicamente. Todos llevamos dentro una especie de voluntad salvaje. Nos ayuda a ser osados, pero también nos juega malas pasadas, especialmente cuando nos invade la ira o el miedo.
“Quien conquista a otros es fuerte; mas quien se conquista a sí mismo es poderoso”.
-Lao Tsé-
Hay formas de domesticar o canalizar esos impulsos feroces que a veces nos invaden. Es razonable que aparezcan de cuando en cuando y tomen el timón por algunos instantes. Sin embargo, el problema aparece cuando la excepción se convierte en regla. Ahí es cuando resulta conveniente hacer un alto y aplicar algunos consejos para aumentar el control mental. Estos son algunas formas sencillas para lograrlo.
1. El auto-conocimiento incrementa el control mental
Todos pensamos que nos conocemos; sin embargo, esto no siempre es cierto. Es verdad que cada uno se define de algún modo si se lo preguntan y esta definición puede cambiar sensiblemente dependiendo del momento en el que se pregunte. Sin embargo, una buena cantidad de personas no sabrían identificar sus motivaciones más profundas o exponer las motivaciones por las que inician, mantienen o terminan con sus conductas/hábitos.
No es infrecuente escuchar expresiones como “no era yo mismo”, cuando alguien hace algo que podría resultar “reprobable”. Pero sí era él mismo. Lo que ocurre es que quizás no se conoce tanto como lo supone. Al aumentar el auto-conocimiento, también se incrementa el control mental. Sabemos qué situaciones podemos abordar más exitosamente y cuáles demandan mayor cuidado.
2. Desactivar el piloto automático
Andar en modo “piloto automático” es ir por la vida sin fijarnos demasiado en nada, abstraídos, en una dimensión lejana a lo que ocurre. Pasamos de un pensamiento a otro y de un comportamiento a otro, sin tener la menor idea de por qué. Sentimos que es la vida la que “nos va llevando”, aunque no sepamos exactamente hacia dónde.
Sería imposible tener consciencia de todo, todo el tiempo: prácticamente tendríamos que renunciar a nuestra vida mental. Nos colapsaríamos. Lo que sí es posible es hacer pausas, altos en el camino para contemplar en dónde estamos y si vamos en la senda que de verdad queremos recorrer. Esas pausas se traducen en mayor conciencia y esta, a su vez, en más control mental.
3. Aprende a detenerte
Aprender a desactivar el impulso de una emoción no es nada fácil. Especialmente si fuimos educados en un entorno que no le otorgaba una gran importancia al control de impulsos. Quizás venimos de familias violentas o con una dinámica histérica muy fuerte, de manera que hemos internalizado ese actuar sin pensar cuando se apodera de nosotros una emoción muy intensa.
Aprender a regular esas emociones invasivas y a expresarlas de la manera que queremos supone un gran paso adelante. En el fondo solo es un hábito que se va adquiriendo, complejo eso sí, porque nuestro cerebro -concretamente nuestra corteza prefrontal- no está completamente desarrollado para ello hasta que hemos pasado la adolescencia.
Esta gestión tiene que ver con una elección: dejar que la emoción se desboque o quedarte quieto mientras pasa el huracán. Al hacer esto último, ganamos mucho, especialmente en el terreno de las relaciones sociales.
4. Mastica y digiere la frustración