Parecería una obviedad afirmar que el mundo no siempre ha sido lo que es hoy. Las sociedades del pasado se han transformado, para bien y para mal, en muchos aspectos, y la creación colectiva de una sociedad global no es la excepción: aunque el mundo de nuestros días sea inspirador y aterrador, el flujo de información y el intercambio de esta a velocidades antes inimaginables puede darnos la sensación de que hemos llegado a un punto de “estasis”, o de balance, donde pocas cosas de nuestro entorno pueden cambiar. En suma, somos el resultado de un bombardeo constante de medios publicitarios que nos dicen qué desear y cómo obtenerlo, porque hay poderosos intereses económicos en que las cosas sean tal cual son.
El problema es que vivimos en un mundo conformista si permitimos que un puñado de marcas dirija el curso de nuestras vidas a través de la disposición del ingreso; si permitimos que el gobierno utilice el terror para afianzar su autoridad; si permitimos que la alteridad se diluya en favor de una aséptica homologación de todas las formas de vida a través de la corrección política del discurso.
En suma, todos perdemos si aceptamos como una segunda naturaleza las ilusiones corporativas del mundo actual.
A menudo pensamos que las ilusiones son cosas que no existen o que no pueden existir, pero en este caso se trata de esos “crímenes perfectos” que Jean Baudrillard nos enseñó a identificar: ficciones operativas que rigen el mundo y los destinos políticos a través de la propagación estratégica de mentiras y verdades veladas. La especulación bursátil utiliza modelos matemáticos que en realidad no están respaldados físicamente (p. ej. Carlos Slim y los 10 peces gordos más gordos del mundo no podrían retirar en efectivo sus fortunas de los bancos simplemente porque no existe tanto dinero impreso); los gobiernos presumen un arsenal militar cientos de veces mayor al necesario para barrer con toda la población del mundo, mientras la industria del entretenimiento toma la forma de un norte moral para la juventud.
Conformismo del mundo comercial: compra y sé parte.
Las ilusiones son aspectos de la realidad que parecen fijados para siempre y como tallados en piedra; su gran triunfo sobre la mente es dar la sensación de que son “naturales” (como el matrimonio por conveniencia entre democracia y capitalismo), de manera que cuestionarlos es difícil. Pero no imposible.
A continuación free-jazzeamos sobre algunas ilusiones puestas sobre la mesa por el buen Sigmund Fraud de Waking Times, para ponerlas a prueba:
1. La ilusión de la ley
Seguir la ley se considera una obligación moral, a pesar de que los gobernantes a menudo den muestras de ser los mayores corruptores de las leyes que juran defender. Las balanzas de la justicia se inclinan siempre en favor de quienes tienen suficiente dinero para quitarle el velo de los ojos a la justicia.
Los niños necesitan leyes y límites para aprender hasta dónde pueden exponer su deseo, de manera que aprendan a convivir y crear consenso con los demás para realizarlo. Pero son pocos los países, si acaso existe alguno, donde la gente puede decir que la ley representa efectivamente su voluntad, y donde dicha ley se sigue al pie de la letra. Los gobernantes de la Antigüedad crearon sistemas de gobierno basados en la ejemplaridad de la conducta individual; la excelencia divina era un modelo a seguir para los gobernados. Los gobernantes de hoy requieren hacer uso de la fuerza bruta para hacer valer una autoridad que sus acciones no respaldan.