Del capítulo 3 y 4 de The Texture of Being |
Cuando decimos “yo”, la mayoría de nosotros nos estamos refiriendo a una imagen que tenemos de nosotros mismos, que cubrirá todo con nuestras experiencias personales y condicionadas de la vida, nuestras tendencias heredadas, nuestra posición en la sociedad, nuestro éxito o fracaso y nuestra sensación de bienestar.
Tenemos esta imagen de nosotros mismos, que es exclusiva para nuestra propia mente, que es lo que pensamos que somos ― y desde esta imagen expresamos nuestra vida. Caminamos o nos abrimos paso por la vida, creyendo que voluntariamente tenemos el poder para “hacer”, controlar y manipular la vida para que se acomode a nuestro deseo de control y tomar decisiones. Con este estado de ánimo nos abrimos camino por la vida con mucho esfuerzo desde la juventud a la vejez. Pero ¿qué le ocurre a este “hacedor” al final de una vida? ¿Qué pasa con todos sus logros y adquisiciones?
En realidad, no hay nada fijo o permanente con respecto a ningún ser humano. Es como el ordenador que de repente se sintiera orgulloso de toda la información que se ha grabado en su disco duro. Haga lo que haga estará siempre dentro de las limitaciones del sistema operativo y los programas que están instalados en él. Pero la verdadera belleza del ordenador radica en su capacidad para dar cabida a muchas posibilidades diferentes. Ni los datos registrados ni los propios programas significan nada más de lo que son. El disco duro del ordenador es como el vacío silencioso de nuestra verdadera naturaleza, que es la base de todo el contenido (el sistema operativo, los programas y la información) de nuestra consciencia. Las baterías o la corriente eléctrica son la vida misma, que nos da el poder para Ser, trayendo luz a la consciencia.
Actuando desde el “hacedor” no estás más que actuando por repetición. No hay nada nuevo o creativo sobre cualquier cosa que nace de la mentalidad del “hacedor”. Es un personaje ilusorio que tu mente ha creado como un concepto con el fin de perpetuarse. Si te cuestionan esto surge el miedo o la ira, para disipar y desacreditar aquello que amenaza la continuidad de este “hacedor. Tú, como hacedor, estás siempre haciendo cosas con el fin de mantener tu creencia en tu propia existencia. El “hacedor” es una respuesta habitual de la mente. (Lo que también se podría llamar “ego” o “yo”) no es ni malo ni bueno en sí mismo ― no es más que un hábito.
Es evidente que, desde una perspectiva espiritual o científica, el “hacedor” o ego no tiene sustancia. Se manifiesta en el mundo por un período de tiempo y luego se ha ido. Incluso en su aparente vida, nunca tiene un punto fijo y está continuamente modificándose. Pero, el sentido subyacente de un “yo” que siente durante toda su fluctuante vida, se refiere en última instancia sólo a la base fundamental de su Ser, al vacío silencioso de su verdadera naturaleza.
No hay nada “personal” en todo esto. La naturaleza, la vida y el universo no reconocen lo que nosotros llamamos lo “personal”. Ya sea que hayas nacido como Jesucristo, como el futuro rey de Inglaterra o como un anónimo individuo asolado por la pobreza en África, no eres más que una mera burbuja temporal en el vasto océano de la existencia. Tu historia puede ser bastante extraordinaria, pero en última instancia es de poca importancia en el esquema general de las cosas.
Así que, ¿qué implica entrar en la sensación de ser el hacedor? Necesitamos sentirlo para comprenderlo de una manera no-intelectual. ¿No hay siempre una tensión y ansiedad conectadas a la sensación de ser el hacedor? ¿Por qué necesitamos dormir por la noche? ¿no es porque nos volveríamos completamente locos si nos quedamos atrapados en el modo “hacedor” continuamente, cada día y noche de nuestras vidas?
Sin el refresco que se deriva de entrar todas las noches en el sueño profundo sin sueños, la mayoría de nosotros llegaría rápidamente a estar completamente desesperado, confundido y disfuncional. El soñar puede continuar desentrañando los misterios de nuestra consciencia diurna, pero el sueño sin sueños da a la mente una relajante ducha todos los días de nuestra verdadera naturaleza. El “hacedor” es una contracción, una limitación, un prisionero de la mente. Estamos obsesionados por esta no-entidad, y esta fijación provoca tensión y ansiedad en todo lo que “hacemos”.
Imagina la calidad y la profundidad que vienen de una mente que no está lastrada por el sentido de ser un “hacedor”. Tal mente fluye como el agua, como la poesía. La creatividad emana continuamente de una mente así. La triste realidad es que todos tenemos una mente así, pero no nos damos cuenta porque estamos muy hipnotizados por nuestra creencia en “el hacedor. Es como si deliberadamente nos hubiéramos desconectado a nosotros mismos de lo que realmente somos. Alguien nos advierte de esto, y podemos rechazarlo o estar de acuerdo, pero todavía continuamos desconectados.
Al entrar en la “sensación” de lo que es ser un “hacedor” nos volvemos más conscientes de la repetición inconsciente de lo que está sucediendo. Esto nos despierta a una conciencia más frecuente de sentirnos como el hacedor. Nuevos patrones se establecen en la mente, que con el tiempo se convierten en una conciencia más constante, a nivel de las sensaciones. Entonces nos encontramos casi siempre en una posición “más objetiva”, sintiendo cada situación, pensamiento, emoción y acto habitual ― no como una práctica, sino como una vigilia real, viva y espontánea.
Es importante, si queremos dar entrada a la cordura en vez de a la locura, no dar mucha importancia a nuestro desarrollo hacia una conciencia más profunda de la sensación. Es un desarrollo normal y natural del potencial humano. En el momento en que el “hacedor” reaparece para atrapar y poseer este “crecimiento impersonal” lo convierte en “crecimiento personal” y algo aparentemente especial. Sin embargo, vivir desde la “sensación”, desde nuestra verdadera naturaleza, no es nada inusual o especial. Sólo es extraño que sean tan pocos los seres humanos que se han desconectado de la influencia hipnótica de la sociedad y del pasado histórico, que nos impide vivir desde la sensación, desde el vacío silencioso de nuestra verdadera naturaleza.
Sumergirse en la Dicha
Es posible mantener de por vida un interés en el Advaita y la filosofía de la no-dualidad, sin haber sido nunca realmente tocado por ella, sin sentirla a un nivel profundo. A través del intelecto se puede llegar fácilmente a una comprensión de las limitaciones del intelecto, pero si no se lleva la comprensión a nivel de la sensación, uno está de pie delante de una puerta cerrada.
Observe las caras en blanco de quienes han seguido a un maestro espiritual durante años. Ellos saben su idioma, entienden lo que él está tratando de decirles, pero no tienen la experiencia directa, o sólo tienen una visión de la experiencia. Pero, muy a menudo, están buscando algo más complicado de lo que es. Si simplemente nos apartamos del pensamiento y entramos en la sensación, y escuchamos con la sensación, la claridad viene después muy rápidamente. No podemos comprender lo desconocido con lo que ya sabemos intelectualmente. La sensación es una inteligencia diferente y más profunda.
Nuestra verdadera naturaleza no se encuentra en el nivel del pensamiento o la emoción. Imaginemos que podemos sumergirnos, con nuestro cuerpo físico, en una agradable piscina, donde nos sentimos total y completamente a gusto, satisfechos, felices y frescos, sin ningún deseo de ir a ninguna parte ni hacer nada, porque es tan maravilloso estar en esa piscina. Esa piscina es nuestra verdadera naturaleza, que está allí en ausencia de todo lo que pensemos de nosotros mismos que somos. En el vacío silencioso de nuestro verdadero ser, también hay una plenitud y totalidad. En el vacío silencioso de nuestro verdadero ser no hay nada que nos pueda dar una mayor felicidad, porque ya estamos en la dicha.
El deseo, en última instancia, sólo busca llevarnos más allá del ego, que parece hacer lo que desea, porque todo lo que se hace desde el ego, el hacedor, siempre lleva el sabor de la incompletitud y la insatisfacción. Así que siempre hay el deseo de ir más allá. Por otro lado, cuando estamos cerca de trascender el ego, el miedo se presenta a menudo como un último intento del ego para detener el proceso hacia su propia destrucción. Pero, en última instancia, no podemos controlar el proceso. Sumergirse en la dicha de nuestro ser verdadero debe ser un dejar ir y no un agarrar. Es una rendición a la vida, un renunciar y retroceder de ser el hacedor, el controlador, el manipulador de la vida.
En la comprensión a nivel de la sensación de que no hay hacedor, ni controlador, ni persona o individuo que alcance la iluminación o liberación, nadie que se sumerja en la dicha de su verdadera naturaleza, la puerta está abierta. Cómo se camina, salta, corre, vuela, se arrastra o viaja a través de esta puerta no se puede determinar por quien está a punto de pasar por ella. Sólo podemos estar delante de la puerta abierta y dejar que la vida nos avise, dejar que la vida nos lleve a su debido tiempo y a su manera. No hay nada que podamos hacer para atravesar la puerta. Cada paso que damos hacia delante nos lleva un paso atrás. En la puerta de nuestro verdadero ser la única posibilidad es Ser ― no ser esto ni ser aquello, querer esto o querer aquello.
No necesitamos buscar para encontrar nuestro verdadero ser. Ya lo somos, y la mente que busca es la razón por la que no podemos encontrarlo. Abandonando la mente y entrando en la sensación de cada momento y lo que surge en ese mismo momento, uno permanece en la sensación, sin reacción, sin apego, sin intención, y uno experimenta ese momento sin necesidad de traducirlo al lenguaje del intelecto. Este es el nivel de la pura sensación, y se siente en el cuerpo y en presencia de la mente vacía, pero despierta.
En la meditación, uno se sienta con apertura, no se centra en llegar a un estado libre de pensamiento, ni se centra en cualquier otra cosa. Surgen los pensamientos, surge el miedo, se producen ruidos dentro o fuera de la habitación, los ojos se abren, los ojos se cierran ― pase lo que pase, uno se queda con ello por el momento, en la sensación, no tratando de controlar lo que surge ni suprimir cualquier pensamiento o emoción. No hay ninguna intención en todo esto. Uno simplemente está permitiendo el espontáneo ocurrir dando un paso atrás. Hay una ligereza al vivir de esta manera. Pueden surgir problemas, pero todos ellos son recibidos desde la vacuidad de nuestro ser verdadero, y en ese vacío el problema pierde su poder sobre nosotros.
Lo que somos o pensamos que somos llega a ser totalmente insignificante y sin sentido en comparación con la vasta, infinita, y eterna perspectiva del universo. Todo lo que podemos hacer es ofrecernos a la vida, renunciando a nuestras necesidades y deseos personales, con gratitud sincera hacia el misterio de la vida dentro y alrededor de nosotros.
Por más que nos acerquemos a la vida, la única manera de entrar en lo sagrado, lo impersonal, lo universal, es sumergirnos profundamente, para renunciar a todas las nociones de mí, mio, apego, deseo y así sucesivamente. En cien, mil, un millón años ¿qué importancia tendrán todos los pensamientos, emociones y luchas que haya tenido esta efímera entidad? ¡Se trata de ti y de mí ― pasando pequeños poemas en la antología de la vida!
La historia de la vida, de la humanidad, del universo, es enorme en términos de lo que sabemos, de lo que podemos llegar a entender. La muerte llega, como el nacimiento, y no hay nada que podamos hacer al respecto. Pavonearse e inquietarse en nuestra breve hora sobre el escenario de la vida no tiene realmente mucho sentido. Dando un paso atrás y ver la obra desde la perspectiva de nuestra verdadera naturaleza, surge la compasión por todo. La humildad se convierte en nuestro ropaje natural. No hay nadie, ni persona, ni hacedor, ni buceador, sin embargo todo es dicha cuando la mente con todo su conocimiento, memoria y residuos emocionales retrocede y abandona su influencia sobre la vida.
fuente:http://www.advaitainfo.com/textos/mas-alla-del-hacedor.html
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