La mente y el ego, que es su creación, viven en constante oposición al aquí y ahora o, simplemente, lo niegan, se resisten a percibirlo como tal. Éste instante y cada instante, este preciso momento y cada momento concreto, lo han convertido en su enemigo. Rara vez hay un momento a gusto de la mente. Y cuando esto ocurre, el momento pasa rápidamente y se queda en el mismo estado que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con el aquí y ahora. El ego está instalado en un estado permanente de queja mental. Nada le parece bastante. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más placentero o deseado: llegaron, por ejemplo, tus ansiadas vacaciones y el viaje tan querido, pero tu mente siempre hallará algo que vaya mal, que no le guste; además, te pasarás las vacaciones pensando en cosas que dejaste al iniciarlas, o en lo que debes hacer a la vuelta, o en el siguiente viaje que te apetecería hacer… ¡Cualquier cosa menos vivir en el aquí y ahora, centrado en el momento que estás viviendo y gozándolo con plenitud!
Es así como se alimenta tu falso yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es, contra la vida. Impones juicios, criterios y opiniones que, curiosamente, no son tuyos –te darías perfecta cuenta si no estuvieras dormido, si fueras consciente–, sino que emanan del funcionamiento autónomo de la mente, de sus pensamientos-pestañeo; y, del mismo modo, reduces a las personas y cosas a un puñado de etiquetas y conceptos mentales, encarcelándote a ti mismo y a cuanto te rodea en una escabrosa y enmarañada red de pensamientos, en una prisión mental.
Es crucial que interiorices lo siguiente: para la mente –la tuya, la de cualquiera– siempre hay algo que va mal. No puede evitarlo: para ella todo está torcido. Y no porque realmente lo esté, sino porque es la manera de proceder y procesar de la mente cuando se le usa para vivir, ver y entender la vida. Igual que cuando introduces algo recto en un vaso de cristal con agua clara, como una paja de las que se usan para tomar zumos y refrescos: ¿cómo la verás una vez dentro del agua? Inevitablemente, torcida. Por supuesto que la paja no se ha doblado, se mantiene recta. Sin embargo, el efecto óptico hará que tus ojos la vean torcida. Si sacas la paja del vaso de agua, podrás comprobarlo. Pero en cuanto vuelvas a introducirla en él, de nuevo se producirá la ilusión óptica, la distorsión de la realidad, y la percibirás torcida. Pues bien, exactamente así funciona la mente cuando contempla la vida y su devenir, cuando las usas para vivir, ver y entender la vida: para la mente siempre hay algo que va mal, para ella todo está torcido.
Y en directa relación con lo anterior, la mente computa y valora todo como pugna de opuestos, jamás en clave de unidad. Todo lo percibe como un conflicto y permanece continuamente dividida, en la dualidad y la confrontación entre extremos. La propia naturaleza de la mente es así: sólo es capaz de ver a través del choque entre opuestos y el contraste. Por ejemplo, la mente sólo se percata de la salud a través de la enfermedad. Puede que estés sano, pero si utilizas la mente para ver y entender la vida, no te darás cuenta: no lo vivenciarás, no lo insertarás en tu cotidianeidad desde el gozo por esa salud y el disfrute de estar sano. Tu mente no computa la salud, no la valora… ¡salvo cuando caes enfermo! Entonces sí, en cuanto sufras una enfermedad, por leve que sea, la mente se acordará de la salud y desearás tenerla; hasta rezarás por ella a un dios inventado por esa misma mente. Pero nada, en cuanto vuelvas a sanar, olvidarás lo importante que es la salud y dejarás de valorarla en tu día a día.
Es por esto que la mente no “saca jugo” para tu evolución consciencial de las experiencias amorosas y armoniosas, porque no las computa. Tiene que aparecer la enfermedad, la desarmonía o el desamor para que sientas y percibas mentalmente la experiencia y, a partir de ahí, incida en tu proceso consciencial y valores la salud, la armonía, el amor… La canción El Elegido, del cantautor cubano Silvio Rodríguez, lo plasma muy certeramente cuando habla de un ser de otro mundo, que iba de planeta en planeta, y al bajar a la Tierra se percata inmediatamente de que aquí “lo tremendo se aprende enseguida y lo hermoso cuesta la vida”.