Vivimos tiempos convulsos, tiempos raros, extremos, donde podemos ver a diario gestos de amor incondicional y odio visceral solapados. Vivimos pensado que los cambios se producen por grandes gestas, grandes manifestaciones colectivas y obras mayúsculas, tendemos a creer que el bien y el mal están en constante lucha, un enfrentamiento visceral y sin tregua que no hace prisioneros y no descansa hasta eliminar por completo al otro. Creemos a su vez erróneamente, que el mal es una esencia intrínseca al ser humano y que el egoísmo reinara en su corazón por siempre, que el trono del alma lo tomaron las bajas pasiones y los comportamientos instintivos y rudimentarios de la mente. El cerebro reptil, estrangula la poca humanidad que nos queda cuando mas falta hace y finalmente nos rendimos ante la evidencia de que somos animales irracionales incapaces de sentir y asimilar el dolor ajeno.
Esto no solo es falso, si no que es la gran mentira que nos han hecho creer durante siglos. Se empeñaron en hacernos creer que somos incapaces de ser completamente civilizados, que llamarnos animales seria ofensivo para el reino animal, que somos incapaces de aprender y de enseñar, que necesitamos un patrón bien marcado y definido, un camino de baldosas amarillas por donde caminar, para no perdernos, seguir las migas de pan que otro dejo en el camino, para que aprendamos de forma básica y rudimentaria como llegar de A a B, sin extraviarnos, pero esto se acabo y debemos empezar a reestructurar nuestros conceptos y empezar a elevar nuestra mirada, tomar las riendas de nuestra civilización y desembocarla allí donde queremos, como humanidad en conjunto y no como un rebaño, una manada de cerebros huecos sin alma, desconectados del mundo y su naturaleza.
Vivimos tiempos en los que no hay, ni habrá Mesías que guíe nuestros pasos, y que nos de las pautas, que nos diga cuando poner la otra mejilla, como amar a nuestro enemigo y que nos recuerde que somos hermanos, esta lección ya debía haber estado aprendida hace tiempo, no podemos seguir mirando al cielo esperando un milagro, llevamos dos mil años mirando atrás y es hora de empezar a mirar hacia delante, comenzar de una vez a experimentar, a vivir y aprender sin necesidad de repasar, dos mil años repitiendo curso son demasiados, hasta cuando vamos a omitir nuestra responsabilidad y vamos a evitar tener que empezar a caminar solos.
Tampoco podemos esperar un líder, alguien con ideas claras y un bastón de mando que haga de guía y nos señale el camino hacia la luz, que llene nuestras mentes de ideas, de conceptos, de normas y leyes, que nos de la hoja de ruta ideológica para no desviarnos de la senda. No podemos seguir con las pautas erróneas del pasado, hoy ya es el tiempo del humano, sin reyes, sin caudillos, sin lideres, sin políticos, sin estadistas del pensamiento, ni manipuladores de las conductas, todo esto ha muerto y no vendrá nadie a marcarnos el rumbo, no existirá un líder claro, una idea clara, un concepto rotundo, todo esto ha muerto y para siempre. No podemos seguir esperando a que alguien desde un estrado nos haga ver la luz y empezar a comportarnos como polillas en la oscuridad. Somos nosotros de manera individual y a la vez global, los que tenemos que tomar nuestra propia ruta, esto no significa caos, sino orden social, un orden en el que el “todos a una” marcará la pauta.
Son tiempos sin maestros, porque se supone que debimos haber aprendido esta lección hace tiempo, de hecho lo sabemos y solo debemos recordarlo, debemos dejar de mamar de la teta del sistema y empezar a pensar por nosotros mismos, ser nuestros propios maestros, ser personas, no animales. Empezar a ser racionales y a la vez emotivos, el pensamiento y la intuición deben ir de la mano, omitir los instintos territoriales, los conflictos ideológicos, teológicos y culturales. Tú debes ser tu propio maestro, sin permitir nunca que el aprendiz desaparezca, ser capaces de impartir lección en nuestros actos y tener la capacidad de asumir la lección de otros cuando se nos presente. Llego el tiempo de compartir ideas, soluciones y emociones, de entregar a cambio de nada y recibir a cuenta de todo, de entender la meta propia como la meta de todos, de unir el Yo y el Nos, en un mismo tiempo verbal.