Hay días en que la vida parece ser una eterna lucha: luchamos contra el tráfico, el tiempo, la edad, la gordura. Luchamos para estirar el dinero del mes y luchamos para que los hijos hagan la tarea. Para el caminante espiritual, sin embargo, la batalla es algo diferente. Es decidir si vamos seguir la senda del espíritu o no; si vamos a vivir la vida desde el alma o desde el materialismo; si vamos a seguir a nuestro espíritu o si nos vamos a dejar gobernar por ese terror innato que tiene todo humano a hacer el papel de tonto, el cual detiene a muchos a seguir los caminos del alma.
Es aquí cuando aparece “la dulce rendición:” ese aceptar que no tenemos todas las respuestas y que no sabemos todas las preguntas; que probablemente seremos incomprendidos por muchos y que no siempre entenderemos el mensaje divino; que a veces buscaremos esa pequeña voz de los profetas para que nos guíe y encontraremos solo silencio.
La dulce rendición ocurre cuando aceptas todo lo anterior y mas, incluyendo el misterio que es la Divinidad, y decides no luchar contra lo que es. San Pablo se llamó a sí mismo “un tonto por Jesús.” En el Bhagavad Gita, el clásico espiritual hindú, Krishna dice: “deja atrás todos y ríndete a mí.” Los wiccanos hablan de entregarse a la Diosa, ese poder divino que sostiene a la creación. Para mí, en principio, hay dos tipos de personas: Los “videndo credes” (veo, entonces creo) y los “credendo vides” (creo, entonces veo). La dulce rendición significa, en parte, dejar de luchar con el credendo vides que hay en ti.
Dejar la lucha también significa dejar atrás tus prejuicios. Dejar la lucha es vaciarte para llenarte de nuevo. Es ver lo que traes de tu experiencia y aprendizaje previo que ya superaste y amorosamente dejarlo ir. Es comprender que todo en el Universo está en flujo constante; que lo que sirvió ayer a lo mejor no sirve hoy. En este sentido, el Tao aconseja no aferrarse a nada, si no más bien bailar con el ritmo de la vida.
Dejar la lucha es abandonar la necesidad de siempre tener la razón. Es aprender a escuchar: a la voz interior, a los ciclos de la naturaleza, a las personas (adversas o amigas), a lo foráneo y diferente. Y al silencio. Es dejar que sea el Espíritu, esa luz interna, y no la vanidad o inseguridad, la que hable a través de nosotros.
La dulce rendición incluye aceptar lo amargo con lo dulce y dar igual gracias por ambos. Quizás tu intelecto este clamando a gritos por justicia contra malvados y preguntándose porque la Diosa no podría crear un planeta sin terremotos. Pero el corazón sometido a la Divinidad sabe que hay razones buenas, aunque él no las entienda aun –y quizás jamás lo haga. El corazón sometido sabe que todo viene de Dios y por ello, obscuro o luminoso, nada puede ser realmente malo.
El corazón sometido al Poder del Amor se regocija, a pesar del los sentimientos humanos, porque se sabe protegido; sabe que la experiencia ha sido creada para él, para fortalecerlo, para educarlo, para endulzarlo con las lagrimas sagradas que sólo el Gran Espíritu puede dirigir hacia al amor, la compasión y la unidad, como un Beethoven o un Mozart espiritual.
Pero más que nada, el corazón sometido en esta dulce rendición sabe que no está solo: que pulsa y vive en el infinito amor de Dios, quien ama, sufre, goza y aprende con él y al crecer en Dios, Dios crece en él.
fuente:http://wiccareencarnada.net/2012/04/17/la-dulce-rendicion/