jueves, 5 de mayo de 2016

La percepción de nuestra realidad.- Cuento árabe


Cuentan que a un oasis llegó un joven, tomó agua, se aseó y le preguntó a un viejecito que se encontraba descansando:

¿Qué clase de personas hay aquí?
En vez de responderle, el anciano le preguntó:
¿Qué clase de gente había en el lugar de donde tú vienes?

“Oh, un grupo de egoístas y malvados” replicó el joven.

“Estoy encantado de haberme ido de allí”.
A lo cual el anciano comentó: “Lo mismo habrás de encontrar aquí”.

Ese mismo día, otro joven se acercó a beber agua al oasis, y viendo al anciano, preguntó:
¿Qué clase de personas viven en este lugar?

El viejo respondió con la misma pregunta:
¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde tú vienes?

“Un magnífico grupo de personas, honestas, amigables, hospitalarias, me duele mucho haberlos dejado”

. “Lo mismo encontrarás tú aquí”, respondió el anciano.


Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:
¿Cómo es posible dar dos respuestas tan diferentes a la misma pregunta?

miércoles, 4 de mayo de 2016

“El agua espiritual”


“Nos lavamos todos los días, pero podéis estar limpios físicamente y, permanecer interiormente tan sucios como si nunca hubierais tocado el agua.

 Ahora bien, el agua que nos lava en el plano físico, posee exactamente las mismas propiedades en el plano espiritual. El agua que conocemos y utilizamos todos los días, no es más que la materialización de este fluido cósmico que llena el espacio y con el que podemos entrar en contacto por medio del pensamiento. 

La primera condición para ese trabajo de purificación es pues lavarse con la conciencia de que, a través del agua, es posible tocar un elemento de carácter espiritual.

Cuando os lavéis, concentraos en el agua, en su nitidez, en su inocencia y pronto sentiréis que ella toca en vosotros regiones desconocidas para producir transformaciones. 

No sólo os sentiréis aliviados, purificados, sino que vuestro corazón, vuestro intelecto serán alimentados por nuevos elementos más sutiles y vivificantes. 

Las 4 etapas de la vida según Jung


Acerca de los arquetipos, el psicólogo suizo Carl Gustav Jung dice en su libro El hombre y sus símbolos:

El arquetipo es una tendencia a formar tales representaciones de un motivo –representaciones que pueden variar mucho en el detalle sin perder un patrón básico… Son de hecho una tendencia instintiva (…) Es esencial insistir que no son meros conceptos filosóficos. Son pedazos de la vida misma –imágenes que están integralmente conectadas al individuo a través del puente de las emociones–. 

No se trata, pues, de representaciones heredadas, sino de posibilidades heredadas de representaciones. Tampoco son herencias individuales, sino, en lo esencial, generales, como se puede comprobar por ser los arquetipos un fenómeno universal.

El animus es el aspecto masculino del alma o del ser –que se manifiesta en lo femenino– a través del cual nos comunicamos con el inconsciente colectivo o el Anima Mundi.. También es, supuestamente, el “responsable” de la vida amorosa para las mujeres. 

En este caso se utilizan héroes masculinos para la seducción del espíritu –pero es importante recordar que en la alquimia el ser es fundamentalmente andrógino, por lo que todos participamos en lo femenino y en lo masculino
Según Jung son 4 las etapas esenciales en el desarrollo del animus: Hércules, Apolo, Sacerdote y Hermes.

1. Hércules o el Atleta

En esta etapa estamos principalmente preocupados por nuestra apariencia, por la forma en que nuestro cuerpo se ve. Durante esta etapa podríamos permanecer horas mirándonos y admirando nuestro reflejo en el espejo. En esta etapa nuestro cuerpo y aspecto son la cosa más importante para nosotros, nada más.

2. Apolo o el Guerrero

Durante esta etapa nuestra principal preocupación es salir y conquistar el mundo, hacerlo lo mejor posible, ser el mejor y conseguir lo mejor, para hacer lo que hacen los guerreros y actuar como los guerreros actúan. Esta es una etapa en la que pensamos continuamente maneras de conseguir más de todos los demás, una etapa de comparación, de derrotar a los que nos rodean para poder sentirnos mejor porque hemos logrado más, porque somos los guerreros, los valientes.

3. Sacerdote o la Declaración

martes, 3 de mayo de 2016

“Permanecer activos sin agotarnos”


“Lo que perjudica tanto a nuestros contemporáneos, es esta continúa agitación, esta fiebre con la que viven y que acaba produciendo daños tanto en su organismo físico como en su organismo psíquico. 

Cada vez más oímos a gente que se queja: «¡Qué cansado estoy!» Pero a pesar de ello, siguen corriendo de un lado a otro. 
Está bien querer ser activos, pero para poder permanecer activos sin agotarnos debemos saber relajarnos. 

¿Cómo? Tratando de romper este ritmo acelerado que hace de nosotros máquinas propulsadas por un motor imposible de dominar. Y para esto existen unos métodos muy sencillos.

Varias veces al día, deteneos al menos un minuto, pensad en alguien o en algo que améis, que os serene, que os inspire, que os dé ánimos. 

Desvincúlate de las heridas del pasado, por Dr. Wayne Dyer


La inclinación a vincularnos con nuestras heridas, en lugar de dejarlas atrás, hace que experimentemos constantemente la sensación de no ser dignos. Una persona que haya experimentado acontecimientos traumáticos en la vida, como una violación sexual, la muerte de seres queridos, enfermedades traumáticas, accidentes, rupturas familiares, drogadicciones y otras cosas similares, puede llegar a vincularse con los dolorosos acontecimientos del pasado y rememorarlos para llamar la atención o despertar lástima en los demás. Esas heridas de nuestras vidas parecen darnos una gran cantidad de poder sobre los demás.
Cuanto más les hablamos a otros sobre nuestras heridas y sufrimientos, tanto más creamos un entorno de compasión por nosotros mismos. Nuestro espíritu creativo permanece tan conectado con los recuerdos de nuestras heridas que no puede dedicarse a transformar y manifestar. El resultado de ello es la sensación de desmerecimiento, de no ser digno de recibir todo aquello que se deseas.
La tendencia a vincularnos con las heridas de nuestras vidas nos recuerda lo poco merecedores que somos de recibir nada de lo que realmente nos gustaría tener, debido a que permanecemos sumidos en un estado de sufrimiento. Cuanto más se recuerdan y se repiten estas historias dolorosas, tanto más tiene garantizado esa persona que no atraerá la materialización de sus deseos.
Quizá la frase más poderosa que puedas llegar a memorizar en este sentido sea: «Tu biografía se convierte en tu biología». A la que yo añadiría: «Tu biología se convierte en tu ausencia de realización espiritual». Al aferrarte a los traumas anteriores de tu vida, impactas literalmente sobre las células de tu cuerpo. Al examinar la biología de un individuo, es fácil descubrir en ella su biografía. Los pensamientos angustiosos, de autocompasión, temor, odio y otros similares, cobran un peaje sobre el cuerpo y el espíritu. Al cabo de un tiempo, el cuerpo es incapaz de curarse, debido en buena medida a la presencia de esos pensamientos.
El apego al dolor sufrido en los primeros años de la vida procede de una percepción mitológica según la cual «tengo derecho a una infancia perfecta, libre de dolor. Utilizaré durante el resto de mi vida cualquier cosa que interfiera con esta percepción. Contar mi historia será mi poder». Lo que hace esta percepción es darle permiso al niño herido que llevas dentro para controlarte durante el resto de tu vida. Además, te proporciona una fuerte sensación de poder ilusorio.
Tenemos que ser muy cuidadosos para evitar explicar nuestra vida actual en términos de una historia traumática anterior. Los acontecimientos dolorosos de nuestras vidas son como una balsa que se utiliza para cruzar el río. Debes recordar bajarte una vez que hayas llegado a la otra orilla.
Observa tu cuerpo cuando has sufrido una herida. Una herida abierta se cierra en realidad con bastante rapidez. Imagina cómo serían las cosas si esa herida permaneciera abierta durante mucho tiempo. Se infectaría y, en último término, acabaría por matar a todo el organismo. El cerrar una herida y permitir que cure puede actuar del mismo modo en los pensamientos de tu mundo interior.
Así pues, no lleves contigo tus heridas. Afróntalas y pide a la familia y a los amigos que sean compasivos mientras te recuperas. Luego, pídeles que te lo recuerden amablemente cuando se convierta en una respuesta predecible. Quizá en cuatro o cinco ocasiones tus amigos y personas queridas te dirán: «Sufriste una experiencia trágica y comprendo perfectamente tu necesidad de hablar de ello. Me importa, te escucho y te ofrezco mi ayuda si eso es lo que deseas». Después de varias situaciones de este tipo, pídeles que te recuerden amablemente que no debes repetir la historia con el propósito de obtener poder a través de la compasión de los demás.
Al retroceder en tu camino y reavivar continuamente tu dolor, incluyendo la descripción de ese dolor y la calificación de ti mismo (superviviente de un incesto, alcohólico, huérfano, abandonado), no lo haces para sentirte más fuerte. Lo haces debido a la amargura que estás experimentando. Esa amargura se pone de manifiesto en forma de odio y cólera al hablar de esos acontecimientos, con lo que no haces sino alimentar literalmente el tejido celular de tu vida a partir de tu cosecha de acontecimientos del pasado.
Eso hace que se extienda la infección e impide la curación. Y lo mismo sucede con el espíritu. Esta cosecha de amargura te impide sentirte merecedor. Empiezas a cultivar entonces una imagen sucia, de criatura desafortunada, desmerecedora y difamada, y eso es lo que envías al universo, lo que inhibirá cualquier posibilidad de atraer el amor y la bendición a tu vida.
Aquello que te permitirá desvincularte de tus heridas es el perdón. El perdón es lo más poderoso que puedes hacer por tu fisiología y por tu espiritualidad, a pesar de lo cual sigue siendo una de las cosas menos atractivas para nosotros, debido en buena medida a que nuestros egos nos gobiernan de un modo inequívoco. Perdonar se asocia de algún modo con decir que está bien, que aceptamos el hecho perverso. Pero eso no es perdón.
Perdón significa llenarse de amor e irradiar ese amor hacia el exterior, negándose a transmitir el veneno o el odio engendrado por los comportamientos que causaron las heridas. El perdón es un acto espiritual de amor por uno mismo, y envía a todo el mundo, incluido tú mismo, el mensaje de que eres un objeto de amor y que eso es lo que vas a impartir.
En eso consiste el verdadero proceso de desvinculación de las heridas, de no seguir aferrándose a ellas como preciadas posesiones. Significa renunciar al lenguaje de la culpa y la autocompasión, y a no seguir adelante con las heridas del pasado. Significa perdonar íntimamente sin esperar que nadie lo comprenda. Significa dejar atrás la actitud del ojo por ojo que sólo causa más dolor y la necesidad de más venganza, sustituyéndola por una actitud de amor y perdón. Esta forma de actuar es alabada en la literatura espiritual de todas las religiones.
Sentirse digno es esencial para poder atraer aquello que se desea. Es, simplemente, una cuestión de sentido común. Si no tienes la sensación de merecer algo, ¿por qué te lo va a enviar la energía divina que está en todas las cosas? Así pues, tienes que cambiar y saber que tú y la energía divina sois una sola cosa, y que es tu ego el que se confabula para impedirte utilizar este poder en tu propia vida.
A continuación se indican algunas de las grandes actitudes y comportamientos que puedes incorporar a tu conciencia para facilitar el crecimiento de tus sentimientos de merecimiento.
UN PLAN QUE TE AYUDARÁ A VER QUE ERES DIGNO DE RECIBIR Y ATRAER DESDE LA FUENTE DIVINA

La autoconciencia, una mirada sabia hacia nuestro interior


La autoconciencia es la capacidad de mirar sabiamente hacia nuestro interior, una lectura cómplice de nuestras voluntades, nuestros sentimientos, nuestras emociones, nuestros pensamientos y nuestras inquietudes.
La autoconciencia como pilar de la inteligencia emocional nos permite endulzar la percepción de nuestra individualidad en el momento presente, teniendo en cuenta el pasado que fuimos y el futuro que nos acompaña en forma de expectativas personales.
La importancia de la autoconciencia o autopercepción radica en que es fundamental para modificar o redirigir aquellos aspectos de nuestra personalidad que pueden ser retocados o redirigidos.


El trabajo interior, esencial para nuestro bienestar
Trabajando en la mejora de la conciencia de uno mismo y de la clarificación de nuestros pensamientos podemos lograr una mejora considerable. Podemos pensar que autoconscientes somos todos, pero realmente solemos atender solo a cuestiones superficiales de nuestro interior.
La vida pasa por nosotros en lugar de pasar nosotros por ella, pues descuidamos la percepción de lo realmente trascendente. Suele suceder que nos acostumbramos a unas rutinas y a unos sentimientos y, como consecuencia, desconectamos a nuestro interior de nosotros.

¿Es esto posible? Evidentemente sí, pues gran parte de nosotros vivimos desenchufados y nos comportamos casi puramente de manera mecánica. La autoconciencia en realidad es una función bastante compleja, sobre todo en el universo emocional.

La autoconciencia emocional, un universo ignorado
Muchos de los estados emocionales que alcanzamos o podemos alcanzar son prácticamente imperceptibles si no atendemos a ellos con la intención de experimentarlos y ponerles nombre. Sin embargo, estas mismas emociones dirigen nuestros comportamientos en muchas ocasiones como si fuésemos autómatas.

La clave está en prestar atención a los indicadores emocionales leves, ya que la aparición de cualquier emoción tiene un mensaje que transmitirnos para conseguir aprender de manera constante sobre las causas ocultas que nos lo provocan. Es decir, se trata de normalizar nuestro comportamiento emocional y psíquico para lograr un bienestar más puro.
Suele ponerse el ejemplo del enfado o la rabia, emociones que tienen un destinatario pero que pueden estar disfrazando la envidia, por ejemplo. Ser conscientes de esto solo es posible a través de la introspección y el autoconocimiento.

Es bueno tener un diario emocional de lo que sentimos día a día: examinarnos de esta manera tiene la capacidad de potenciar o trasladar nuestra mirada interior. Al fin y al cabo se trata de conocernos y eso requiere trabajarse y esforzarse, lo cual es imposible si solo prestamos atención a lo que más nos interesa y desechamos el resto.

De todas formas es natural ser selectivos en nuestro estado de conciencia pero ocurre que esa misma inercia contribuye a que perdamos visión sobre aquellos sentidos que no son los tradicionales.
De este modo, cuando nos embarga una emoción y solo percibimos malestar o aflicción estamos obviando un amplio abanico de colores que pueden aportar riqueza a nuestra vida y a nuestra manera de contemplar las experiencias.

El control del mundo interior, clave para el manejo de nuestra vida
“El dolor termina solo a través del conocimiento propio”, afirmó en una ocasión Krishnamurti. Esto quiere decir que las herramientas para acabar con el dolor que provocan nuestras emociones y sentimientos están en nuestras manos o, mejor dicho, en nuestra visión interior.

lunes, 2 de mayo de 2016

GREGG BRADEN – El ojo único del corazón.


En este video Gregg Braden nos habla de la unión del corazón, mente y sentimientos.

“Los antiguos esenios nos cuentan en sus textos, de hace 2500 años, en un lenguaje muy preciso, que todo ser humano vive en esta tierra en tres mundos al mismo tiempo. 

Vivimos en el mundo del pensamiento, el mundo de la emoción y el mundo del sentimiento. Y su texto dice literalmente: 

Cuando estos tres se vuelven uno, cuando el pensamiento, la emoción y el sentimiento se funden en una sola fuerza poderosa, entonces, si le dices a una montaña “¡Muévete!”, la montaña se moverá…”


“Purificar la sangre”


“Aunque no conozcan científicamente la composición y las funciones de la sangre, todos los humanos saben que ésta es sinónimo de vida. 

Circula en nuestro cuerpo a través de una multitud de arterias, de venas, de capilares e irriga todo nuestro organismo de la cabeza a los pies. 

Ella es la que recibe los materiales nutritivos provenientes de la digestión de los alimentos y la que se lleva los materiales inútiles. 

Está compuesta de glóbulos rojos que dirigen el oxígeno de los pulmones hacia todas las células del cuerpo y que llevan el gas carbónico a los pulmones, así como de glóbulos blancos que destruyen, absorbiéndolos, los microorganismos perjudiciales para la salud.

La sangre es, pues, un líquido esencial para la vida. Pero hay vida y vida. 

Hay una vida sana, poderosa, impetuosa y una vida anémica, enfermiza, envenenada por toda clase de sustancias tóxicas que el hombre introduce en su organismo porque no sabe cómo considerar estas dos actividades que son esenciales para él: respirar y comer.