viernes, 13 de mayo de 2016

¿QUIÉN SOY? Sientes que no eres de la Tierra



¿QUIÉN SOY? 

Sientes que no eres de la Tierra


La revolución más grande en este mundo es conservar la alegría


En un mundo que fomenta que te odies de las más diversas formas posibles, conservar la alegría y el amor propio es la verdadera revolución. Es la mejor forma de izar la bandera de nuestra forma de vivir, de nuestro inconformismo ante las injusticias sin perder el ritmo que nos marcan las sonrisas, los abrazos y la atención humana y cálida para todo aquel que la necesita.
Cuestionarnos no es esclavizarnos para ser mejores personas, es liberarnos para poder llegar a serlo.Normalmente nos cuestionamos de forma inversa: todo lo que soy no llega a ser lo suficientemente bueno en nada. No estoy a la altura de lo que me demandan.
No soy lo suficientemente atractivo, no soy lo suficientemente buena madre,jamás lo conseguiré, es lo que me dicen y lo que yo me creo. Rebélate ante tanto malestar y proclama la revolución de tu propia alegría. Sonríe, confunde a la gente que te espera acompañada de la tristeza.

La revolución de la alegría que todos poseemos

Con tantos mensajes contradictorios y tanta incertidumbre es hasta normal que tengamos la tentación de odiarnos. Odiar nuestra existencia porque parece que no somos libres de ejercerla con libertad. Pero cuanto más te odies, más razón darás a aquellos que quieren que lo hagas. Es la hora de cuestionar todo lo que nos ha llevado a llegar a odiarnos y sentir culpables, es hora de cuestionar latristeza para hacer la revolución de la alegría.
Sentir dolor en la vida es normal. Transformar nuestra vida en sufrimiento, no.
Mujer sufriendo sentada al lado del mar
Sal de esa cárcel autoimpuesta de dolor y sufrimiento, donde residen todos los agravios del pasado, las demandas inalcanzables y la culpabilidad marchita e hiriente. De todas formas nunca podremos ser perfectos, eso no es ni mucho menos lo peor que nos puede pasar. Lo peor es perder la alegría y el amor propio porque crees que no eres lo suficiente bueno y que el peaje que debes pagar por ello es sentirte eternamente en deuda y fracasado.

La falacia de la recompensa divina

A veces pensamos que todo nuestro sufrimiento será recompensado, que alguna fuerza sobrenatural pondrá todo en su sitio y nos premiará con lo que nos merecemos. Hemos sufrido mucho, seguimos pasándolo mal y creemos que el universo tiene el deber de repararnos. Es la falacia de la recompensa divina.
“Si exagerásemos nuestras alegrías, como hacemos con nuestras penas, nuestros problemas perderían importancia”
-Anatole France-
Tu felicidad en cambio no vendrá como una recompensa de tu sufrimiento, a veces producto de injusticias reales. En tal caso, vendrá de tu esfuerzo por salir de él. De la capacidad de proporcionar unas amables palabras y una sonrisa cómplice a alguien que está pasando por un mal momento.
La alegría y la positividad es contagiosa. La actitud de eterno mártir no te beneficia ni a ti ni a nadie de tu entorno. Es tu responsabilidad salir de esa dinámica de malestar. Pide ayuda, exprésate, lucha por algo que quieres e intenta cambiar tus circunstancias.

La revolución de dejar el odio a un lado

jueves, 12 de mayo de 2016

“La humanidad como un solo ser”


“Pensáis que es imposible aportar la luz y la paz a todos los humanos de la tierra, ¡son tan numerosos! Si presentáis la cuestión de esta manera, tenéis razón, desde luego. 

Pero cuando se conocen ciertos métodos, esto es posible.

Intentad, por ejemplo, de imaginar a la humanidad como un solo ser. 

Sí, imaginad al mundo entero como un ser que está ahí, cerca de vosotros y que le tendéis la mano dándole mucho amor… 

Las pequeñas partículas que se escapan entonces de vuestra alma, se van en todas direcciones por el espacio y se derraman sobre todos los humanos, inspirándoles pensamientos y sentimientos más generosos, más fraternales. 

Lo que hacéis para este ser que os imagináis, va a llegar, de esta manera, a los hombres y a las mujeres de toda la tierra. 

El Inmenso Poder de la AMISTAD


Dos amigos viajaban por el desierto y en un determinado punto del viaje discutieron.
Uno de ellos dió una bofetada al otro. El ofendido, sin nada que decir, escribió en la arena: “HOY, MI MEJOR AMIGO ME DIO UNA BOFETADA.”

Continuaron su camino y llegaron a un oasis donde se bañaron. El que había sido abofeteado y lastimado comenzó a ahogarse, siendo salvado por el amigo. Al recuperarse tomó un cincel y escribió en una piedra: “HOY, MI MEJOR AMIGO ME SALVO LA VIDA”.

Intrigado, el amigo preguntó: “¿Por que después de que te lastimé, escribiste en la arena y ahora escribes en una piedra?”

Sonriendo, el otro amigo respondió: “Cuando un amigo nos ofende, debemos escribir en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrar y hacer desaparecer la ofensa.

Por otro lado, cuando nos pase algo grandioso, debemos grabarlo en la piedra de la memoria delcorazón, donde ningún viento del mundo podrá borrarlo.

REFLEXIÓN:

Es mi buen amigo y leal alumno Antonio García Martínez quien me ha hecho llegar este significativo cuento, sabiendo cuántos años llevo recuperando historias con un sentido humanista o espiritual.

La amistad es la amistad. Mucho más segura que el denominado amor sentimental; infinitamente más vigorosa que cualquier otro lazo humano. No hay vínculo afectivo tan poderoso como el de la amistad, tan confortador e inspirador. Pero no quiere decir que en la amistad, como en cualquier otra relación humana, no puedan surgir desavenencias, incompatibilidades o desencuentros, que presto hay que examinar y no permitir que el vínculo se resienta.

La verdadera amistad es perdurable y supera todos los equívocos o malentendidos. Por eso es el bálsamo más efectivo. La verdadera amistad no tiene fecha de caducidad. El amigo no va y viene como una ola, sino que es la playa que permanece.

OJALÁ NUNCA TENGAS QUE LAMENTARTE DE HABER PERDIDO TU VIDA


“Con dolor, sintió algo tan decepcionante como haber malgastado en la rutina de una noria los pasos que podría haber empleado en un viaje inolvidable.” (José Luís Alvite)

En mi opinión, esta frase explica de una forma muy gráfica, y fácilmente comprensible, lo que podemos hacer con nuestra vida si no estamos atentos a ella, y si no nos marcamos propósitos que también nos hemos de encargar de cumplir.

Creo que una de las cosas más dolorosas –y más irremediables- que le pueden ocurrir a una persona es que llegue al final de sus días –al Tiempo de los Arrepentimientos- con muchas cosas de las que arrepentirse, con una pesadumbre inconsolable por aquello que hizo o que no hizo, y con una rabia mortal por el tiempo que pasó y no fue como hubiera querido porque no se esforzó en ello.

Conviene que cada persona revise cuál es su actitud, su deseo, y su atención con respecto a su vida.

Hay personas que lo piensan demasiado, pero eso no significa que piensen lo que tienen que pensar ni que lo piensen bien.

Hay personas que no se preocupan por su porvenir, que no prestan atención a lo que va a ser –y cómo- el resto de su vida. Y están cometiendo un grave pecado contra sí mismos: el pecado de abandono.

Hay personas que se dedican exclusivamente a capear como pueden las cosas que les van sucediendo sin asimilar que lo que les vaya a suceder, o lo que ya les está sucediendo, depende –en el 99% de los casos- de sí mismas, de su planificación –o su falta de ella- y de su determinación –o su falta de ella-.

Es inevitable. A todos nos pasa varias o muchas veces a lo largo de la vida, que hacemos un balance de lo que está siendo, de cómo nos va, de qué nos falta, qué quisiéramos cambiar, qué no soportamos de lo que nos pasa -pero seguimos soportándolo-, y a todos nos ocurre que nos entra un poco de cordura en algún momento y nos damos cuenta de todo ello, y nos hacemos una promesa efímera, muy poco consistente, en momentos concretos.

Llega el día del cumpleaños: ¡Dios mío!, ¡Otro año más! (aunque en realidad, y esto es lo peor, es un año menos) ¡Tengo que cambiar!, ¡De este año no pasa!

Y llega la Nochevieja: ¡Dios mío!, ¡Otro año más! (aunque en realidad, y esto es lo peor, es un año menos) ¡Tengo que cambiar!, ¡De este año no pasa!

O acudimos a un entierro: ¡Dios mío!, ¡Otro más! (aunque en realidad, y esto es lo peor, es uno menos) ¡Tengo que cambiar!, ¡De este año no pasa!

Y así seguimos… Parecemos inmunes a la realidad y ciegos a la verdad.

Así andamos, de un parche a otro, desde un olvido a otro, conformándonos con la mentira de que algún día cambiarán las cosas –y las cosas no cambian, somos nosotros los que tenemos que cambiar-, engañándonos desvergonzadamente con la ficción de que ya estamos empezando a hacerlo bien, que sólo falta un empujoncito para que todo dé el giro que tiene que dar, y de este modo no hacemos otra cosa que aplazar lo que debiera ser inaplazable.

Tengo casi sesenta y dos años, y la vida –y lo que va pasando en la vida-, a esta edad, se ve desde una atalaya a la que se accede por las experiencias de todo tipo que uno ha ido recopilando.

Y no es que uno sepa más, es que uno se engaña menos.

La decencia moral, que hasta ahora se ha ido esquivando y sorteando como se ha podido, se presenta con una firmeza que no acepta mentiras por respuesta.

Es el tiempo en que uno piensa en lo que haría si tuviera veinte, o aunque fueran cuarenta, o cincuenta si no se puede negociar algo mejor, y piensa con una disimulada o descarada envidia en los que tienen menos años y están a tiempo.

A algunos nos entran ganas de salir al mundo gritando ¡¡VIVAN USTEDES HOY!!, ¡¡SEAN CONSCIENTES!!, ¡¡PRESTAD TODA LA ATENCIÓN A LA VIDA!!

miércoles, 11 de mayo de 2016

Yo Soy, el Yo Soy (El Rayo Divino de Luz) 2ª parte


ULTIMO VÍDEO QUE HEMOS CREADO, ESPERO QUE OS GUSTE

«YO SOY la Poderosa Presencia, que nunca se torna impaciente, o se siente desalentada por los largos períodos, en los cuales los hijos de la Tierra le dan la espalda a la Luz para disfrutar de las
actividades sensoriales, hasta que un día se les hacen tan repelentes, y casi con el último aliento gritan:
 ¡Oh, Dios, Sálvame!




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¿Una misión en la vida?


Muchos andamos por la vida con esta pregunta. Es más, hay seres conflictuados por ella y al no encontrar respuesta siguen en una búsqueda angustiosa que lo único que hace es hacerles perder el presente. Cabe hacer la pregunta: ¿esa supuesta misión tan anhelada satisfará a mi ego o es una búsqueda real para Ser? Si por satisfacer a mi ego entiendo que significa: “al fin encontré lo que buscaba, mi mirada sobre mí y la de los otros cambiará. Logré hacer algo por lo que me admiraré y me admirarán…” Pobre de nosotros humanos si la “misión” fuera esa… Andaríamos por el mundo una inmensa mayoría que “no hemos hecho nada destacable” y una minoría que sí lo hizo. (Léase “escribir una gran obra”, “crear una importante fundación”, “cincelar una maravillosa estatua”, etc. etc.).

Sin embargo, ¿“crear algo grande es la misión”? ¿Cuántos de quienes lo lograron también llegaron a una profunda Paz interior?

Muchos de ellos trasmitieron sus vaivenes por una gran depresión o sus búsquedas constantes de “algo más”.  ¿Será que en sus estados creativos, tuvieron chispazos de conexión o recuerdos de la Esencia Universal de la que participamos todos los seres desde la Unidad y por eso sus obras nos llegan al alma fuera del tiempo y el espacio?.

¿Y las respuestas?

Si partimos de la convicción de que la “misión en la vida” no es “crear algo destacable”, ¿cómo damos respuestas a la pregunta angustiante del inicio?. A menudo escuchamos: “tengo hijos, pero reconozco que no es esa mi búsqueda”, mis trabajos fueron siempre mediocres”, “necesito ayuda en este sentido, me siento vacío/a”, “no logré nada en mi vida”, etc. Pero a pesar de que esos planteos u otros produzcan sensación de vacío o angustia, es positivo que nos sintamos así. Quiere decir que estamos despertando y de acá en más no podremos seguir dormidos por la vida.

Las respuestas…Podrá haber muchas que vayan en distintos sentidos. Personalmente siento que es fundamental una Toma de Consciencia que nos lleve primero a nuestra Esencia y de ahí a la Unidad.

¿Qué significa estar “en Consciencia”?

Es comenzar a vivir con plenitud cada momento, desde la comprensión y el amor, estar presente. Puedo preguntarme,  sea como sea mi vida y lo externo que me rodea, ¿“escucho”?, ¿”miro desde el alma? ¿salgo de mi ego y comprendo”, ¿en el abrazo doy un abrazo?…(esto no significa que andaré de acá en más abrazando fuerte, mirando con insistencia, mostrándoles a todos como cambié, etc). De todos modos, ya no es momento de mirar para atrás, es necesario que comience a verme, a sacarme las capas de superficialidad, reconocer mis miedos, conflictos, llegar a estar en Paz conmigo y ver mi entorno: desde el árbol a la brisa, desde el ser más cercano al más lejano, reconocerlos, amarlos y cuidarlos. Todo tiene que ver con todo. Si comienzo desde mi interior irradio hacia el afuera que en realidad no es “afuera”.

¿Cómo puedo ir logrando mi Paz interior?

El poder de la autocompasión


A menudo pensamos que para lograr nuestros objetivos en la vida es necesario ser duro y exigente con uno mismo. Sentimos que tenemos que mantener nuestras debilidades a raya, desarrollar y exhibir nuestras habilidades, descansar sólo cuando es estrictamente necesario y estar siempre en control de las cosas. Esta actitud, además de parecer muchas veces efectiva y de ser culturalmente aceptada, a menudo ha sido nutrida a lo largo de años de condicionamiento a través de premios y castigos. A través de la misma metodología en que un perrito aprende a hacer un truco o se hace caminar a un burro (evitando palos y persiguiendo zanahorias), vamos por la vida persiguiendo nuestras sofisticadas zanahorias y tratando de evitar palos (que en general son “palos psicológicos”).
En este proceso, nuestro sistema nervioso va aprendiendo hábitos que cada vez se refuerzan más y se hacen más difíciles de cambiar.

La activación psico-fisiológica ante la percepción de riesgo desencadena en nosotros la respuesta de estrés que nos prepara para luchar o huir de “los palos”. A su vez, la búsqueda de recursos, incentivos y oportunidades en el ambiente nos pone en un estado de hiper-alerta para estar atento a las “zanahorias” disponibles. Este sistema nervioso que evolucionó enfrentando ambientes donde los riesgos podían ser tan concretos como correr o luchar ante un posible depredador, y donde la búsqueda de recursos determinaba la diferencia entre vivir y morir, continúa activándose  de la misma manera ante situaciones que a menudo son objetivamente menos riesgosas. De hecho, muchas veces el estrés  que experimentamos no se debe a ningún riesgo concreto externo, sino que a la voz con que nos hablamos a nosotros mismos y las imágenes que proyectamos en nuestra pantalla mental. Buena parte del tiempo, nuestra mente es un simulador de situaciones futuras o un cine rotativo de situaciones pasadas, con un narrador “en off” especializado en identificar lo que puede salir mal.

¿Te has fijado alguna vez en el tono con el cual te hablas a ti mismo/a en la intimidad de tu mente? ¿Es este un tono de un amigo cercano, de alguien que está a tu lado para apoyarte en el camino? ¿O es la voz de un tirano, de un jefe enojado, o de un papá castigador? ¿Qué te dices cuando sientes que te equivocas? Lo que te dices, ¿se parece a los comentarios que escuchaste de los adultos cuando de niño te equivocabas al hacer algo? De la misma manera en que usualmente es una buena intención la que motiva el llamado de atención de un padre a un hijo por sacarse una mala nota (que el niño se esfuerce más para evitar el fracaso), esa voz interna que exige, demanda, y ordena, suele tener la buena intención de evitarnos algo que tememos, como fracasar en nuestras tareas, o perder el respeto y amor de otras personas. Sin embargo, una buena intención no siempre va acompañada de la estrategia más sana o efectiva para lograr lo que se quiere.

Imagina que un niño  de diez años vuelve a casa con una mala nota en un exámen. En el primer escenario, imagina que los padres le dicen en tono hostil “eres un idiota, si sigues así no vas a llegar a ninguna parte en la vida. Más vale que pongas más esfurzo porque si no, vas a tener que enfrentar las consecuencias”. En el segundo escenario, en cambio, los padres se sientan con el niño, y le dicen con un tono comprensivo y respetuoso: “Entendemos que hiciste un esfuerzo y que te debes sentir desalentado por tener una mala nota [aceptar y no negar la situación]. Nosotros te amamos y te amaremos independientemente de tus notas [amabilidad incondicional]. ¿Cómo podemos ayudarte a que te vaya mejor la próxima vez? [Apertura creativa a nuevas posibilidades de acción]”. No es difícil ver en esta situación cuál respuesta de los padres tiene mayor probabilidad de generar en el niño las condiciones que a largo plazo le permitan un mayor éxito escolar y, de manera más imporante, le muestren cómo lidiar de una manera más sana con las dificultades naturales de la vida. Cuando nos hablamos a nosotros mismos como los padres hablan al niño en el segundo escenario, es decir, con auto-compasión, generamos en nosotros las condiciones para florecer en nuestras capacidades.
Como se materializa esto en la práctica.

Nuestro sistema nervioso, junto con la capacidad de alertarnos ante los posibles riesgos y de movilizarnos frente a las posibles oportunidades, tiene también la capacidad de “suavizar, calmar y permitir”. Cuando se activa este sistema neuro-afectivo de calma/confianza, nos sentimos seguros, cuidados, contentos y acogidos. Es un bienestar que va más allá de la ausencia de riesgos y que involucra las cualidades de amor y compasión. Este sistema se activa inicialmente en los bebés a través de las señales de cuidado y amabilidad de sus cuidadores, lo cual da al ser humano la sensación primaria de bienestar, conexión social y seguridad. Al crecer, este sistema se sigue nutriendo a través de nuestras interacciones con otros, y de manera muy importante, con la relación que tenemos con nosotros mismos. La meditación mindfulness y la práctica de la auto-compasión  activa este sistema de calma/ confianza al cultivar activamente una actitud abierta, no enjuiciadora y compasiva hacia nuestra experiencia.

Suavizar es la expresión de la compasión a nivel físico. En este mismo momento puedes llevar tu atención a las sensaciones de tensión que hayan en tu cuerpo, y en vez de luchar contra ellas (lo que crea más tensión), simplemente obsérvalas dirigiendo tu respiración consciente hacia esos lugares. Notar las sensaciones físicas de tensión en el cuerpo toma tiempo de práctica, así que no te desalientes si no las notas de inmediato. Esta es una práctica que puedes realizar en el contexto de tu meditación sentada o en tu día a día.

Calmar es la expresión de la compasión a nivel emocional. La notable educadora ciega y sorda Helen Keller una vez dijo, “cuando una puerta de la felicidad se cierra, otra se abre; pero a menudo nos quedamos mirando tanto tiempo a la que se cerró que no vemos la que ha abierto para nosotros”. Calmar implica practicar salir de la estrechez de la emoción negativa (sin por eso negarla o reprimirla) para ver nuestra experiencia con más amplitud permitiendo ver las otras posibilidades que se abren.
Permitir es la expresión de la compasión a nivel mental, e implica relacionarnos con nuestros pensamientos como pensamientos y no como realidades fijas. La actitud de permitir implica “airear” nuestra mente, generando un espacio de no apego hacia las imágenes y las palabras que surgen en ella dejándolas fluir en vez de apegarnos a ellas. En la práctica de meditación sentada esto puede implicarobservar el ir y venir de los contenidos mentales sin identificarnos ni reprimirlos, mientras que en la vida cotidiana la práctica se puede traducir en permitir la emergencia de puntos de vista alternativos sobre las cosas y preguntarnos, sobre todo cuando notemos que estamos fijos en ciertas ideas, ¿estoy seguro de esto? ¿Pueden haber otras perspectivas sobre este asunto? ¿Es esta toda la verdad?