La vida es una caja de sorpresas que espera pacientemente ser descubierta. Sin embargo, a veces vamos demasiado rápido, demasiado imbuidos en nuestros pensamientos y preocupaciones, como para mirar a nuestro alrededor y apreciar todo lo bueno y bello que nos rodea.
Lo mismo ocurre con las personas con quienes nos encontramos. A veces nuestros prejuicios, estereotipos o simplemente la prisa nos impiden apreciar los regalos que esas personas pueden darnos. Sin embargo, si fuéramos por la vida con la mente más abierta, si tan solo estuviésemos más dispuestos a recibir, descubriríamos con asombro que a veces de quien menos esperamos, es de quién más podemos recibir.
Los regalos llegan de las direcciones más inesperadas
La Segunda Guerra Mundial ya había comenzado y los nazis estaban avanzando por Europa. Una de sus armas secretas era la máquina Enigma, a través de la cual enviaban mensajes cifrados a los submarinos que hostigaban los convoyes de ayuda enviados desde Estados Unidos.
En este contexto, los ingleses reclutaron a uno de los mejores matemáticos y criptoanalistas de la época, Alan Turing, y le dieron una misión que parecía imposible: desencriptar Enigma. Turing decidió olvidarse del método de cifrado tradicional y se propuso crear una máquina que pudiese decodificar a Enigma. Todos pensaron que estaba loco.
Después de años de duro trabajo, sin poder demostrar la eficacia de su invención y a punto de ser apartado del proyecto, la idea del código para echar a andar su máquina provino de una mujer que no tenía nada que ver con la criptografía ni las matemáticas, una mujer que se limitaba a escuchar los mensajes y transcribirlos.
Gracias al arduo trabajo de Turing, que hoy es considerado el pionero de la computación, y a aquella conversación informal con la mujer, se estima que la guerra terminó de 2 a 4 años antes, ahorrando así muchísimas víctimas mortales.
Este ejemplo, que no es el único en la historia, nos indica que en muchas ocasiones, las personas que menos esperamos, pueden tener un regalo inmenso que darnos, solo tenemos que mantenernos abiertos y escucharlas. El problema es que a veces estamos demasiado encerrados en nosotros mismos, a veces nuestras creencias o incluso el propio conocimiento que hemos acumulado, nos impiden ver y aceptar esos regalos.
El error de pensar como los expertos
Un experimento muy interesante llevado a cabo en la Universidad de Cornell pone de manifiesto los riesgos de pensar como los expertos. Estos psicólogos reclutaron a un grupo compuesto por 100 expertos en diferentes materias, algunos eran geógrafos, otros economistas, filósofos, biólogos… Todos debían responder una serie de preguntas, algunas de las cuales estaban relacionadas con su especialidad.
Sin embargo, la trampa se hallaba en que algunas de estas preguntas contenían datos erróneos. Por ejemplo, una pregunta sobre geografía se refería a una ciudad inexistente y una de biología incluía términos inventados, que no existían en esa ciencia.
No obstante, los expertos fueron quienes más cayeron en esta trampa. ¿Por qué? Simplemente porque no querían reconocer su desconocimiento en un campo en el que se consideraban especialistas. Por tanto, lo que creían saber, se convirtió en una barrera que les impidió detectar los errores.
Es curioso porque, aunque no siempre lo reconocemos, a menudo nos comportamos como los expertos del experimento.
Adoptamos esa actitud:









