Siguiendo a Rudolf Steiner, Manly P. Hall, Meister Eckhardt, San Pablo y otros místicos, interpretamos la vida de Jesús y su obtención del estado de Cristo como un estado espiritual inmanente y universal
este ensayo intentaré trazar un panorama sustancial mas no exhaustivo sobre la figura de Jesús desde una perspectiva mística, es decir, aquella que encuentra en Jesús un símbolo de una divinidad humana universal, accesible e inherente a todos y cuyo fundamento es una serie de conductas virtuosas que podemos llamar una “doctrina del corazón”. Algunos autores (como Rudolf Steiner) diferencian entre el Jesús histórico y el Cristo místico, siendo este último un estado de conciencia divina que trasciende la historia. Mi enfoque principal en el ensayo es señalar algunos de los aspectos universales de las enseñanzas que son atribuidas a Jesucristo y que embonan con una suerte de religión universal, por lo cual podemos sugerir que Jesucristo es una faceta de un único impulso religioso-evolutivo que abarca a diferentes culturas y a diferentes manifestaciones de grandes maestros.
Acaso la diferencia estriba en el contexto, en la necesidad de cierta sutileza particular al tiempo, en el énfasis en cierto modo o arquetipo de enseñanza. Por ejemplo, Manly P. Hall, en su libro The Mystical Christ, nos dice que las enseñanzas de Jesús toman la forma del “buen pastor”; una cierta dulzura que habla a los hombres desde el corazón y hacia la paz, siendo que anteriormente en la historia habían aparecido maestros bajo el arquetipo del rey-guerrero, el conquistador o la divinidad todopoderosa pero terrible y cruel. Esta misma idea la expresa el rosacruz Max Heindel como “el paso de la ley hacia el amor”.
Rudolf Steiner, en su ensayo de De Jesús a Cristo, explica que de la misma manera que en el plano material de la biología se observa la ley de la recapitulación formulada por Haeckel, la cual indica que un ser vivo recapitula en su vida embrionaria las diferentes etapas del desarrollo de animales inferiores (lo cual suele expresarse como “la ontogenia recapitula la filogenia”), esto también ocurre en un plano espiritual. Así el alma del hombre atraviesa distintas etapas de la evolución de la humanidad que son recapituladas en su evolución personal. Dice Steiner que “el desarrollo de la humanidad como un todo puede compararse con la vida de un solo hombre” y también evidentemente en cada hombre está la evolución y el arquetipo de todos los seres humanos.
Steiner considera que si vemos a la humanidad como un único hombre, podemos pensar que este hombre se encuentra en la etapa de su vida que va de los 30 a 35 años, de ahí la relevancia del ministerio de Jesús como mensaje eminentemente actual para el grueso de los seres humanos. Jesús, dice Steiner, es la actualización del medio de acceso a lo divino que ofrecían los antiguos misterios a través diferentes prácticas ascéticas pero cuyo método para nuestra humanidad se ha vuelto obsoleto o demasiado recóndito. El proceso de maduración de Jesús, que ocurrió a sus 30 años cuando, nos dice Steiner, alcanzó el estado de Cristo, es el proceso que resuena actualmente con todos los seres humanos. Esta maduración es el punto de inflexión en el que un hombre recibe en su alma “el espíritu del cosmos” y se centra en la noción enseñada por Jesús de amar al prójimo, sacrificarse por los demás y anular el ego y no tanto ya en el cultivo de las propias facultades personales a través de la iniciación a los misterios del alma.
Para situarnos quizás en un terreno que no es solamente esotérico y que puede permitirnos concientizar y encontrar un sentido práctico al misticismo de Jesús, recurriremos ahora a lo expuesto por Manly P. Hall en el libro The Mystical Christ. Si bien Hall es un escritor eminentemente esotérico, en este libro nos presenta una visión de Cristo ligada sobre todo a una doctrina del amor y a una enseñanza ética y fraternal que salva las distancias entre credos particulares. Primeramente, Hall nos dice que tiene sentido ver a Cristo sobre todo como una figura o un camino místico. “El misticismo es la forma que tiene el corazón para hacer alma del conocimiento… El misticismo es una convicción que deriva su autoridad del corazón humano”, a diferencia de la ciencia, que lo hace de la mente. Es necesaria la experiencia mística para fortalecer la fe y encontrar seguridad, “nunca estaremos satisfechos hasta que no descubramos en nosotros mismos el hecho del todo-suficiente poder divino dentro de nosotros”; esto es lo que posibilita Cristo bajo esta lectura. Así el creyente, “por medio de un simple acto de fe… tendió un puente para cruzar el intervalo entre sí mismo y Dios”.
Hall hace una lectura del ministerio de Jesús y su obtención del estado crístico como una simbología intersubjetiva del proceso de evolución espiritual de cada ser humano, en su paso de la ignorancia hacia la verdad o de la oscuridad a la luz. “Cada buscador de verdad debe, en su propio camino y acorde a su propio estado, atravesar el mismo camino. Debe ser tentado en el desierto y debe mantenerse firme ante la promesa del poder mundano. Debe procurar para aquellos que lo necesitan y debe enseñar la sencilla verdad de la fe humana”, y al final todos debemos “tomar la gran decisión” de sacrificarnos por la voluntad divina y así descubrir que es sólo aquel que da su vida entera el que obtiene “la vida eterna”. Esta experiencia mística, nos dice Hall, no debe considerarse como algo meramente histórico, sino como “eternamente inminente”, siempre ahí, latente, en nuestro interior. De hecho, señala, es algo tan natural como el crecimiento de una flor que el ser humano crezca y desdoble la divinidad. Este crecimiento o florecimiento de la semilla crística en todos los hombres puede encauzarse manteniendo las enseñanzas de Cristo, especialmente la noción de incrementar el hombre espiritual por sobre el hombre material.
Cristo es entonces el arquetipo de lo que somos y seremos de manera tangible cuando hayamos realizado el misterio de “la alquimia del amor”, dice Hall. Un amor que, en palabras del místico jesuita Teilhard de Chardin, es lo que espiritualiza la materia y hace al cuerpo luz. “Es como si nuestra humanidad presente fuera un embrión espiritual, y Jesús aquel que ya ha nacido. Como la forma ideal de un camino de vida para el cual todos nos estamos preparando, el Maestro es tanto la persona como el colectivo del futuro. Él es nosotros después de que hayamos escapado de ciertas limitaciones que por el momentos nos parecen todavía difíciles de superar”, dice Hall, y también: “Jesús es la humanidad, considerada individual o colectivamente. Cristo es el poder redentor de Dios, el Ser Supremo manifestándose a través y dentro de la creación humana. Cristo es el hijo del Cielo y Jesús el hijo de la Tierra”. Aquí podemos añadir la noción también avanzada por Hall de que Cristo es la reiteración más contundente de un impulso único de evolución espiritual que designa como el “Mesías Solar”.