Querer de forma consciente es amarse primero a uno mismo para desinfectar apegos enfermos o gélidos vacíos que otros están obligados a calmar. Amar de forma madura es entregarse libremente al otro en un acto de autenticidad, pero nunca para apagar soledades y jamás para perder la propia dignidad.
El propio Einstein dijo una vez que el amor nunca podría explicarse bajo la óptica de la ciencia, porque ese acto biológico, químico y fascinante jamás podría ser cuantificado u observado bajo un microscopio. Sin embargo, el padre de la teoría de la relatividad se equivocaba. Porque si hay algo que ha podido demostrar la neurología a día de hoy es que el amor es adictivo.
“Amar no es solamente querer, también es comprender”
-Françoise Sagan-
Los avances en el campo de la neurociencia apagan muchas veces nuestro sentido del romanticismo y ese halo poético con el cual revestimos en ocasiones nuestras relaciones, cual caramelos algo envenenados. El amor está impregnado de dopaminas, y ello hace que muchas veces caigamos casi como narcotizados ante un vínculo del que nos cuesta mucho escapar o más aún: ver el daño que nos causa.
El amor es ciego, lo sabemos, y todos podemos caer en una de esas relaciones basadas en un apego insano, asfixiante e intenso a la vez. Sin embargo, es responsabilidad nuestra abrir los ojos para vernos primero a nosotros mismos. La relación que nos despersonaliza, que nos extrae esas entrañas privadas donde reside la autoestima y el autoconcepto no es saludable. Es como inmolarse en las hogueras de una inmerecida infelicidad.
Te proponemos reflexionar sobre ello.
El amor basado en el apego es pura adicción
Algo que resulta curioso dentro del plano científico o clínico es que se ha estudiado más la depresión asociada al desamor que el amor asociado a la manía, a la adicción. Esto es así por una razón muy sencilla: histórica y culturalmente se ha tenido una imagen de ese amor desmedido, apasionado, dominante y ciego como algo admirable, positivo y hasta inspirador.
Admitámoslo… A todos nos han vendido la idea de que los mejores amores son esos del todo o nada. Esos donde fundir las mitades de nuestro corazón hasta crear uno solo, esos donde dar el aliento para que el otro respire y ser rescatados de todos nuestros miedos, sanados de cada una de nuestras soledades. Sin embargo, debemos tener mucho cuidado con todas estas imágenes, porque todas ellas esconden algo de tragicómico, pinceladas agridulces y el implacable veneno de las decepciones.
Hay que tenerlo claro, las relaciones basadas en el apego afectivo son insanas porque tienen en su mano esa goma de borrar que hace desaparecer todos los “autos” de nuestra personalidad, a saber: la autoestima, el autoconcepto, el autorrespeto… Además, cuando quedamos subordinados a este tipo de amores dependientes, por curioso que parezca, no es nada fácil ver lo que nos ocurre con claridad. No importa que otros nos avisen, de nada sirve que nos digan que “nosotros no somos así”.
El amor basado en el apego es obstinado y ciego y no tiene pies ni cabeza, pero sí un corazón grande y herido que necesita su droga afectiva, ese cuyo efecto secundario resulta implacable.
Te quiero por encima de los miedos, las soledades y la costumbre