ES POSIBLE QUE LA LUZ DE LA CONCIENCIA, LA EXPERIENCIA DE SER, EL DATO PURO SUBJETIVO, SEA YA LA EXPERIENCIA DEL SER TRASCENDENTE, INFINITO Y DIVINO
El único hecho verdaderamente inobjetable, lo único que realmente podemos saber de cierto, es que somos conscientes. Tenemos experiencia subjetiva, el mundo aparece en la luz de nuestra mente, se siente de cierta forma, tiene qualia. Como ha dicho el físico Andréi Linde, todo lo demás, todo la materia y sus propiedades, es algo secundario e inferencial a este hecho. En cierta forma, esto ya nos intima la más profunda identidad entre el ser y la conciencia. La conciencia es la existencia. Como sugiere el famoso dicho hindú: sacchidananda, lo absoluto, Dios, Brahman, etc., tiene tres cualidades esenciales: Sat (ser), Cit (conciencia) y Ananda(deleite o gozo).
El gran maestro del tantrismo shaiva, Abhinava Gupta, comenta en su monumental Luz del tantra un pasaje de la Bhagavad Gita en el que Krishna enseña que no importa a qué dios se adore -llámese Shiva, Vishnu, Brahma, Devi, etc.-, es a él a quien realmente se está adorando:
El gurú enseñó: “Incluso aquellos dedicados a otras deidades, si adoran con fe y devoción, de hecho me están adorando a Mí” (BG. 9.23). (Pero nosotros diríamos así:) Aquellos que creen que la deidad específica que adoran es otra cosa que la Conciencia, si se mantienen investigando el objeto de su atención (y devoción) (llegarán a) entender que éste no es más que la Conciencia (bodha).
(Tantrāloka 1.124-5b, traducción de Christopher Wallis)
Con esto, Abhinava quiere decir que a fin de cuentas las deidades que podemos adorar son, en esencia, conciencia pura. Conciencia que, como dice Wallis, es capaz de abarcar tales “arquetipos divinos, tal mysterium tremendum, precisamente porque la conciencia es divina en sí misma, eso es, ilimitada en su verdadera naturaleza”.
Considero que esta es probablemente la intuición más profunda a la que se puede llegar, la cual está presente en la mayoría de las grandes religiones del mundo, como muestra David Bentley Hart en su libro Being, Conciousness, Bliss. El acto mismo de ser conscientes es ya una experiencia subjetiva de la trascendencia, de la divinidad ilimitada. En estricto sentido, no es necesario buscar a Dios en ninguna otra parte. No hay nada más que hacer -siempre y cuando podamos fijar nuestra atención- que contemplar la propia luz de la conciencia. Parece demasiado sencillo: el enigma de la existencia y toda la complicación metafísica, resueltos en el acto puro de la conciencia, la luz del ser. Dice Hart:
Dios no es sólo la realidad última que el intelecto y la voluntad buscan, sino también la realidad primordial con la que todos nosotros estamos constantemente involucrados en todo momento de existencia y conciencia, separados de lo cual no tenemos ninguna experiencia posible. O, por tomar prestado el lenguaje de Agustín, Dios no es sólo superior summo meo -más allá de mi más suprema altura-, es también interior intimo meo-más interior que mis profundidades más íntimas-.
Hart dice que aquellos que reconocen esta “realidad trascendente que se muestra en todas las cosas… la verdad que brilla en todas partes” y el regalo que es esta existencia, son los que están despiertos. La belleza del mundo es el espejo del ser de Dios, un relumbre en donde se revela una realidad trascendente que apenas podemos atisbar con el intelecto, pero en la cual podemos participar a través de la contemplación mística. En realidad, conocer a Dios es ser Dios. Un des-conocimiento de la propia identidad y la separación es lo que lo hace posible.
No percibimos esta hermosa simpleza metafísica e inmanente, dice Hart, pues hemos perdido la capacidad de asombro, aquella que para Platón y Aristóteles era el origen y la esencia de la filosofía. “La sabiduría es la recuperación de la inocencia del lado más alejado del espectro de la experiencia; es la habilidad de ver otra vez cosas que la mayoría de nosotros hemos olvidado cómo ver”, dice Hart. Recuperar la inocencia, hacernos como niños en espíritu con todo el conocimiento que hemos madurado, es acceder al reino del cielo, dijeron tanto Cristo como Lao-Tse y Yajnavalkya.
Este asombro ante el puro hecho fenomenólogico del mundo -ante la luz de la existencia- es el deleite intrínseco de la vida, descubrir que