Comenzamos esta serie de artículos ofreciendo una descripción personal de la resonancia del universo, luego mencionando algunas regiones etéreas y pasando a los ámbitos inferiores hasta llegar a la resonancia de la materia. Ahora continuaremos nuestro “descenso” en el mundo material denso y llegamos específicamente a nuestra entidad humana, que es el vehículo de experiencia y expresión.
Respecto a la experiencia, tiene que ver con nuestra recepción de información externa y el proceso que le damos. Esta información, que no es más que alguna forma de energía resonante, siempre nos llega de forma natural.
Podríamos pensar que nuestras experiencias vienen mediante meras “casualidades”, mediante un proceso que nos aparenta funcionar al azar, mediante el también aparente ejercicio de nuestra voluntad o de la voluntad de otras personas, pero visto más profundamente notaremos que siempre, sin excepción, nos suceden de forma natural.
Por otro lado, la expresión se relaciona con lo que sucede después de la primera: nuestra reacción (tanto inmediata como a largo plazo) basada en la evaluación de cada experiencia.
La reacción puede suceder de tres maneras: a favor, en contra o simplemente neutral (apática, o no reacción). Esto significa que la primera nos lleva a usar (consciente o inconscientemente) la información recibida mediante la experiencia, la segunda implica el rechazo inmediato de la información (en muchos casos sin haberla evaluado) y la tercera simplemente no produce efecto alguno en nosotros.
Si continuamos la línea de observación y análisis que en los sucesivos artículos nos ha traído hasta este punto, nos damos cuenta entonces que todo el mundo material es energía resonante manifestada y que las características de cada cosa (como la solidez) reflejan el grado de densificación de esta. Por supuesto, hoy sabemos que tal densificación de la materia se debe a la composición atómica de cada cosa, que en diferentes combinaciones produce objetos sólidos, líquidos, gaseosos y algunos estados intermedios entre estos.
Esto significa entonces que nosotros, como seres humanos y como parte de El Todo, somos también algún tipo de energía. Pero sería demasiado simplista intentar vernos como una mera unidad homogénea con funcionamiento básico. Solamente considerando la complejidad de nuestro cuerpo físico notamos que esa parte de El Todo que somos es sumamente complicada, interconectando armónicamente órganos, materiales y sustancias que aportan una extensa variedad de funciones. Si a esta parte añadimos las otras que son invisibles (internas y externas), comenzamos a tener una idea de que somos en realidad un conjunto de sistemas energéticos.
Según ha ido notando y comprobando la ciencia cada día más, el ser humano es un compuesto complejo de varios sistemas energéticos que operan un mismo espacio. O sea, somos anatomía multidimensional cuyas partes (cada una) son formadas por vibración de diversas frecuencias que están en interacción continua las unas con las otras.
Estas partes incluyen los órganos individuales, cuya tasa energética define no sólo sus cualidades físicas (por ejemplo, un hígado gelatinoso), sino también sus funcionamientos individuales. Su tasa vibratoria (y por ende su funcionamiento) está ligada directamente a la variable tasa del planeta de acuerdo con los ciclos diarios, mensuales, anuales, etc., y hasta, más específicamente, a la tasa vibratoria del ambiente (localidad) en que vivimos. La milenaria acupuntura china nos dice, por ejemplo que el funcionamiento más activo del hígado sucede entre la 1 y las 3 a.m. y que por tal razón cualquier tratamiento médico o energético a un paciente que padezca de este órgano debe ser suministrado durante ese periodo.
Entre los sistemas energéticos sutiles mayores del ser humano, aclarando que entre cada uno existe una gran variedad de sistemas secundarios, se encuentran los siguientes:
A. Cuerpos energéticos: Al decir “cuerpos energéticos” nos referimos a varios campos energéticos de diferente sutileza, propiedad y frecuencia vibratoria, todos interrelacionados entre sí. Se les llama “cuerpos” porque existen como parte invisible del físico, no separados los unos de los otros, sino integrados. La medicina espiritual moderna ha tomado los nombres antiguos de estos sistemas energéticos, que se conocen como etéreo, astral, mental y causal que en este orden tienen tasas ascendentes de vibración.
Para tener una idea de cuán complejos energéticamente somos los seres humanos, veamos que, solamente considerando el cuerpo físico, cada órgano, cada material (hueso, piel, etc.), cada líquido, cada tipo de célula, en fin, absolutamente todo componente, tiene sus propias cualidades, patrones y ciclos vibratorios y por lo tanto son resonantes. Cada uno de estos campos tiene una función y un conjunto de características individuales, básicamente “filtrando” energía de, estando en sintonía con, o funcionando en las diferentes franjas vibratorias de, El Todo universal.
En la parte invisible del ser humano, aunque en diferentes sistemas espirituales los diferentes procesos energéticos humanos han sido llamados de diversas maneras:
1. Cuerpo etéreo,
que es el llamado “cuerpo vital”, vinculado directamente con todo el funcionamiento autónomo de los órganos físicos mediante los centros energéticos.
2. Cuerpo astral,
que es considerado el “asentamiento”de las emociones, los deseos, los temores y todo lo relacionado con estos aspectos.
3. Cuerpo mental,
que está subdividido en tres grados ascendentes, es el sistema energético que nos distingue como seres humanos, lo que nos separa definitivamente de los animales. Su parte inferior sirve como vehículo de expresión de los instintos, la intermedia maneja el intelecto (la porción cognoscitiva) y la superior destaca la esencia espiritual de los seres humanos. Nuestra existencia como seres “mentales” es definida por la franja vibratoria en que nuestros procesos mentales predominantes estén centrados. O sea, nuestro grado evolutivo individual depende del nivel energético en que estemos operando normalmente.
Los seres humanos considerados “básicos” (prácticamente animales pensantes) funcionan a base de sus instintos, usando de manera casi exclusiva su mente inferior. Al evolucionar nos convertimos en seres humanos más sofisticados, adquirimos el intelecto que nos facilita razonar, aprender, etc. y llevamos una vida diferente a la anterior. En algún momento durante nuestra existencia despertamos a nuestra realidad espiritual, nuestra vida toma un giro y se centra en una percepción más sublime. Nuestros pensamientos, palabras, acciones, gustos, deseos, aspiraciones, metas, etc., revelan dónde está centrada nuestra existencia. Paralelamente revelan cuál es nuestra frecuencia de vibración resonante y cuál de nuestros cuerpos energéticos está dominando nuestra existencia. Eso no significa que un ser humano sea mejor que otro, sino que simplemente cada uno está en diferentes estados evolutivos. Estas etapas se refieren al desarrollo total del ser humano, tanto como especie que como individuo.
4. Cuerpo causal: