Con este nuevo artículo combinamos nuestro análisis de la resonancia abstracta con aquella perteneciente a los objetos físicos y los aspectos energético-resonantes del mundo visible tal y como lo conocemos. Para establecer la premisa del uso de la palabra “materia”, este escrito no la usa en su acepción científica (“la sustancia de la cual los objetos físicos están compuestos”), sino en el sentido simple como los propios “objetos físicos” que tienen peso y ocupan espacio. En este sentido nos apartamos a propósito de la perspectiva científica que intenta definir estrictamente la materia.
Recordemos que nuestro enfoque básico es poco científico y más espiritual.
La materia que nos rodea es tan resonante como cualquier otro componente universal. Recordando que todo está en El Todo, la materia resulta ser una porción particular del sistema vibratorio universal y es particularmente la energía que puede verse, exceptuando la luz.
Esta franja vibratoria es parte del llamado “espectro electro-magnético”(de ondas) denominado como “la radiación electromagnética que emite o absorbe una sustancia”.
Estas regiones energéticas pueden ser observadas y medidas mediante espectroscopios para determinar su longitud de onda, la frecuencia y la intensidad de la radiación. En la parte visible del espectro (de la luz) hay radiación gamma, X, ultravioleta, infrarroja, etc., cada una de diferente intensidad o frecuencia.
En términos simples, la vibración resonante de la energía incluye regiones cuyas intensidades (frecuencias) son suficientemente bajas para ser captadas por el ojo humano. Estas regiones vibratorias definen para nosotros los estados de densidad de la materia: mientras más lenta la vibración, más sólida (compacta, densa) la materia; mientras más rápida la vibración, más etérea es.
La densidad de la materia (gaseosa, líquida y sólida) depende de la fuerza ejercida por la unión atómica de la misma. Los átomos son unidades vibratorias que se agrupan natural y artificialmente con mayor o menor facilidad los unos con otros para formar las moléculas que forman la materia. En la materia compuesta por varios tipos de átomos, la fuerza de su enlace químico contribuye a definir su densidad. Por ejemplo: unir 2 átomos de carbono, 6 de hidrógeno y 1 de oxígeno produce etanol, con una densidad de 0.81 gramos por centímetro cúbico; el enlace de 2 átomos de hidrógeno y uno de oxígeno produce agua, con una densidad de 1 gramo por centímetro cúbico; y el oro (monoatómico) tiene una densidad de 19.3 gramos por centímetro cúbico.
Lo curioso de la materia es que hoy día puede ser observada externa e internamente, en ambos casos presentándonos cualidades muy diferentes. Externamente vemos y tocamos objetos sólidos que aparentan ser totalmente compactos, impenetrables físicamente y totalmente inertes. Internamente vemos que los objetos son porosos porque están formados por átomos unidos entre sí que, lejos de ser “materia muerta”, están en continuo movimiento… mostrando un tipo de vida. Otra paradoja es que el agregado químico-atómico de la materia tiene la vibración (resonancia) externa más lenta que encontramos en el universo mientras sus componentes básicos (los átomos) mantienen una alta tasa de vibración individual.
Las cualidades físico-energético-resonantes de la materia también son reflejadas en forma de sonido, color y sensaciones provenientes de los objetos. Por ejemplo, los objetos metálicos emiten un sonido, un color y una cualidad sutil diferentes a aquellos hechos en madera. Basándose en estas diversas cualidades se han inventado aparatos para detectar en forma precisa diferentes sustancias, como el contador Geiger, que percibe radiación gama, beta y en algunos modelos también alfa.
Cada metal específico, cada madera específica, tiene su propio tono, color y sutileza individual. Si añadimos a este conjunto de cualidades el tamaño de cada objeto, así como su complejidad de diseño (forma geométrica, alto, ancho, largo, etc.), tendremos una mejor idea de las propiedades resonantes de cada cosa.
A las cualidades físicas de los objetos debemos añadirles sus cualidades sutiles. La energía resonante que emite cada objeto es percibida por el ser humano, aunque normalmente no lo notamos. La mayoría de nosotros sabemos cuando un objeto nos agrada con tan sólo verlo, e inmediatamente sentimos el impulso de tocarlo. Hacer contacto con el objeto se torna en tomar una muestra de su resonancia; la afinidad entre la resonancia de estos y de nosotros es corroborada inadvertidamente de este modo. Pensemos un momento en todo lo que nos rodea en el plano físico y cuánto de esto influye en nuestro vivir a cada momento. Los objetos que tenemos en nuestro hogar y cómo los tenemos colocados, toda la materia que nos rodea en el espacio en que nos movemos y en los lugares que frecuentamos (para trabajo, estudio, entretenimiento, etc.), todo, absolutamente todo, nos afecta para bien o para mal.
Radiestesia
Hay formas de saber cómo nos está afectando lo que nos rodea. Una de éstas formas es la Radiestesia (actividad que se basa en la afirmación de que los estímulos eléctricos, electromagnéticos, magnetismos y radiaciones de un cuerpo emisor pueden ser percibidos y, en ocasiones, manejados por una persona por medio de artefactos sencillos mantenidos en suspensión inestable como un péndulo, varillas “L”, o una horquilla que supuestamente amplifican la capacidad de magnetorrecepción del ser humano). Aunque la Radiestesia ha sido catalogada como “pseudociencia” por los sistemas académicos, no podemos descartarla totalmente sin analizar sus elementos lógicos. Cierto es que en términos generales muchos practicantes de la Radiestesia la han querido presentar como una ciencia, aun cuando no se circunscribe al método científico actual establecido. Sin embargo, ningún sistema filosófico, espiritual ni religioso ha podido hacerlo.
Tenemos el caso, por ejemplo, del Espiritismo, el cual muchos de sus adeptos también han querido darle el apellido “científico”, pero al explicar esta acepción se limitan a llamarlo “una Ciencia de Observación”. Semejante nomenclatura se queda corta en el siglo XXI, porque hoy día la experimentación científica se basa en dos fundamentos:
1) Reproducibilidad: capacidad de repetir un experimento determinado en cualquier lugar y por cualquier persona.
2) Falsabilidad: capacidad de una teoría para someterse a todas las pruebas que pretendan mostrar su falsedad.
La Reproducibilidad requiere evidencia pública que apoye una hipótesis y la certeza absoluta de obtener siempre los mismos resultados. La Falsabilidad exige asegurarse de que los resultados del experimento no puedan ser explicados lógicamente por otro método (el “método hipotético deductivo experimental”) diferente al propuesto por sus conclusiones.
¿Cuántas filosofías o sistemas espirituales pueden someterse exitosamente al filtro exigido por la ciencia? En realidad, ninguno, porque los conocimientos espirituales están en una categoría distinta a la de los conocimientos científicos.
Los métodos de comprobación de los conocimientos espirituales provienen de evidencia encontrada en muchos casos mediante métodos alternos que usan las regiones más profundas de la psiquis humana. La certeza de la intuición, de la clarividencia y de la mediumnidad, por ejemplo, no puede ser medida por las secas, frías y calculadas fórmulas científicas, especialmente bajo un sistema científico que no se atreve a reconocer las cualidades etéreas (espirituales) del ser humano aunque no tenga explicaciones lógicas para refutarlas.
La Radiestesia tiene la particularidad de depender directamente de las cualidades resonantes de una persona sensitiva para sondear, leer e interpretar energías sutiles. Esto sitúa esta práctica en dos ámbitos, el técnico y el espiritual. El zahorí, o radiestesista, es tan importante como los implementos usados, algo que es casi contrario a la práctica científica. Mediante la Radiestesia se puede cualificar la energía de la tierra, de espacios cerrados, de alimentos, de personas y así de casi cualquier objeto. Por este medio, por ejemplo, el radiestesista experimentado puede decir si la energía de un predio de terreno es favorable a la vivienda o a la agricultura, si una manzana en particular está en un estado saludable o dónde en el subsuelo hay agua más accesible.
Por otra parte, los seres humanos podemos tornarnos “radiestésicos” mediante el ejercicio de nuestras capacidades internas. Mediante el “rastreo concentrado” podemos tornarnos más sensitivos a las energías que nos rodean. Hay personas que son un reto para la ciencia porque pueden percibir y analizar, algunas con precisión sorprendente, las cualidades de la resonancia.
Estos “barómetros humanos” por lo general han llegado a ese estado con la ayuda directa de la meditación y la práctica de “observación activa”.
Resonancia mecánica
Este tipo de resonancia es un fenómeno que se produce cuando un objeto es sometido a la acción de la resonancia de otro. Bajo circunstancias normales las resonancias afines producen condiciones energéticas armónicas. Sin embargo, en algunos casos en que dos objetos vibran a tasas iguales y la amplitud de resonancia aumenta progresivamente la fuerza combinada, los efectos pueden resultar peligrosos. Este efecto clásico fue demostrado en los anuncios comerciales de televisión que mostraban a la cantante Ella Fitzgerald produciendo un tono tan alto que rompía un vaso de cristal.
La resonancia mecánica es definida como “la tendencia de un objeto a absorber más energía cuando su frecuencia es igual a la frecuencia natural resonante”
Cuando la resonancia de la voz de la cantante se une a la del cristal, la fuerza de la energía combinada aumenta a tal punto que se torna destructiva y la naturaleza tiende a eliminar una de las fuentes. Hay casos clásicos que son relatados comúnmente al mencionar este tema, como el del puente que se derrumbó debido a la resonancia producida por la marcha sincronizada de tropas durante la Segunda Guerra Mundial y el colapso del puente Tacoma Narrows (estado de Washington) en 1940 debido a la vibración aeroelástica causada por la combinación de la resonancia de la estructura y del viento que lo cruzaba.
Una demostración más simple y menos peligrosa de la resonancia mecánica es vista al utilizar dos diapasones de la misma frecuencia. Cuando uno de estos es golpeado y luego acercado al segundo, este otro comienza a vibrar espontáneamente debido a las ondas vibratorias generadas por el primero. Cuando un objeto es sometido al estímulo energético de otro, parte de la energía del primero pasa naturalmente al segundo. Si la resonancia vibratoria de ambos está en la misma frecuencia determinada se dice que la tasa de absorción de energía está en su máximo. Esto puede resultar en la inestabilidad del sistema resonante creado y en muchos casos puede obligar una ruptura en el mismo.
La historia también nos cuenta la situación en que el ingeniero serbio Nikola Tesla a principios del siglo 20 experimentaba con un oscilador mecánico en Nueva York, emitiendo resonancias de tasas ascendentes que sacudían varios edificios. Al llegar al nivel de resonancia de su propio edificio la vibración era tan fuerte que él tuvo que desactivar la máquina. Este aparato más tarde fue llamado coloquialmente “la máquina de terremotos”.
Planetas resonantes
Pasemos de la resonancia física a nuestro entorno planetario. La resonancia musical armónica mencionada en el artículo anterior ha sido tratada ampliamente, a veces literalmente y a veces alegóricamente en la filosofía, en la literatura, en el misticismo, etc. Cuando Pitágoras habló de la “música de las esferas”, lo hizo de ambas maneras, literal y alegóricamente. Sin embargo, Pitágoras no fue el creador de este concepto como se cree, sino que lo tomó del conocimiento esotérico que le antecede por milenios. De todos modos, él se refería a la vibración resonante de cada cuerpo celeste.
La resonancia de cada cuerpo celeste es la resultante de la combinación de la resonancia de todos sus componentes visibles y etéreos, incluyendo los atmosféricos (clima), los orgánicos (formación mineral), la flora (vegetación), los biológicos (animales y humanos), etc. Por lo tanto, cada unidad existente en el planeta (por ejemplo, cada persona) aporta su resonancia vibratoria individual al colectivo del componente al cual pertenece, cada componente aporta su resonancia vibratoria al planeta, cada planeta aporta la suya a su sistema solar y así sucesivamente; igual que cada instrumento de una orquesta, cada cuerpo celeste, cada componente suyo y cada unidad individual tiene un sonido particular.
Siendo el universo un campo armónico, la resonancia natural de todos los cuerpos celestes que lo componen es armónica como la música. El astrónomo Johannes Kepler incluyó el concepto de la música de las esferas en su tratado “Harmonices Mundi” publicado en 1619. Kepler ha sido quizás el científico que más ha aportado a este tema de la armonía universal, vinculando una variedad de tópicos que evidencian la resonancia universal. En su obra discute la armonía y congruencia que aparecen en las formas geométricas y en los fenómenos físicos.
Explica extensamente, entre otras cosas, el origen de las proporciones armónicas en la música, las relaciones planetarias de la astrología y trata sobre su descubrimiento de la armonía en el movimiento físico de los planetas. Para Kepler el tema de la música de las esferas era más que una mera disertación filosófica, puesto que él encontró que la diferencia entre las velocidades angulares máxima y mínima de los planetas en sus órbitas en torno al Sol se aproximan a una proporción armónica. Por ejemplo, la velocidad angular máxima de la Tierra (por la distancia según medida desde el Sol) varía de la mínima por una medida equivalente a un semitono, a razón de 16:15. Sin embargo, Venus varía a un intervalo de 25:24 (diesi en música). Kepler va más allá y dice que la Tierra, en sus dos extremos angulares, canta continuamente las notas Mi-Fa-Mi y que todos los planetas emiten sus propias canciones.
Allí él también nos habla de la resonancia armónica o inarmónica formada por las aspectaciones (ángulos) formadas entre los planetas en cualquier momento dado y por su posición en cada signo zodiacal. Cuando la astrología nos dice, por ejemplo, que “Venus está exaltado en Piscis” significa que cuando ese planeta está pasando por tal constelación su energía resonante aumenta a su máximo y sus efectos son mayores.
Para el hinduismo la música de las esferas es sinónimo del Sabda, el “flujo audible de la vida”. El esoterismo cristiano se ha referido a ésta como el “Segundo Cielo”. Por su parte Max Heindel, precursor de una de las ramas rosacruces, explicó que la música de las esferas es audible en una de las altas regiones de conciencia, específicamente desde la Región de Pensamiento Concreto en adelante. Él escribió: “El músico no ha llegado a un lugar donde su arte se exprese en su mayor extensión. El mundo físico es el mundo de las formas.
El mundo del deseo, donde se encuentran el purgatorio y el primer cielo, es el mundo del color; pero el mundo del pensamiento, donde están localizados el segundo y tercer cielo, es la esfera del tono. La música celestial es un hecho y no meramente una mención en sentido figurado. Pitágoras no estaba romanceando cuando habló de la música de las esferas, ya que cada una de las orbes celestiales tiene un tono definitivo y juntos suenan una sinfonía … ecos de esa música celestial nos llegan hasta aquí en el mundo físico … aunque no puedan ser creados permanentemente como una estatua, una pintura o un libro”.
Más recientemente, en el 2006 el compositor Greg Fox tuvo la idea de reproducir los sonidos de los planetas de nuestro sistema solar a un nivel que pudieran ser escuchados claramente. Obviamente él se vio enfrentado por el obstáculo que tales frecuencias se encuentran fuera de la capacidad auditiva humana. Considerando que cada octava tiene una frecuencia equivalente al doble de su antecesora más baja, Fox tuvo la idea de reducir continuamente a la mitad la frecuencia resonante de cada planeta. Los tonos resultantes fueron compuestos y el resultado fue la obra “Carmen de las esferas”.
Hoy día la música de las esferas ya no es materia filosófica, sino una realidad perceptible. Fox tiene a Carmen en disposición pública en la Internet para ser escuchada y toda la data original de su proyecto para que cada cual la examine, la remezcle, etc. ¿Qué mejor manera de experimentar la resonancia universal?
Resonancia Schumann
Nuestra conexión con el planeta es más que una simple quimera. La ciencia ha podido constatar la existencia de una onda resonante que vincula la Tierra con todos los seres vivos, pero más en particular con los seres humanos. Tal fenómeno es llamado Resonancia Schumann, en honor al Dr. Winfried O. Schumann, catedrático del Instituto Electrofísico de Munich, Alemania. Aunque esta resonancia había sido detectada e identificada en 1902 por Oliver Heaviside, fue el académico alemán quien pudo medirla por primera vez como ejercicio en una de sus clases de Física.
Originalmente él calculó que esta resonancia vibraba naturalmente a 10 Hz (ciclos por segundo), lo cual la sitúa en las frecuencias llamadas ELF (extremadamente bajas). Uno de sus estudiantes, Herbert Konig, más tarde pudo fijarla exactamente en 7.8 Hz.
¿Cómo nos ata esta frecuencia al planeta? Sucede que esta es la misma frecuencia en que vibra nuestro cerebro cuando estamos en reposo consciente bloqueando los estímulos visuales con los ojos cerrados. Las ondas cerebrales de esta frecuencia corresponden particularmente al hipotálamo, glándula que sirve como integradora del sistema nervioso central y regula una variedad de funciones biológicas mediante el control de una amplia gama de hormonas.
El hipotálamo es encontrado también en todos los mamíferos. Entre la superficie terrestre y la ionosfera está formada una “cavidad” resonante llena de impulsos provenientes del campo electromagnético de la Tierra. Estos impulsos son excitados por las descargas eléctricas de los rayos que azotan la Tierra, medición que ha sido útil para mantener un rastreo constante de la actividad de los rayos en todo el mundo.
Varios científicos dados a la investigación espiritual han propuesto que la Resonancia Schumann podría bien ser la raíz de la percepción extrasensorial que es innata de todos los seres vivos. Ellos han delineado un paralelo con el modelo del holograma para explicar que esta resonancia, en su interacción con todo a su alrededor, forma patrones de interferencia continuos, con los nuevos uniéndose a los existentes y así sucesivamente ad infinitum. En sus modelos estos patrones de interferencia transmiten energía portadora de información, lo cual resulta en un tipo de comunicación entre todos los componentes del planeta. Por supuesto, cualquier causa que influya en uno de las partes tendrá su efecto, consciente o no, en el todo.
Por su extensa presencia la Resonancia Schumann ha sido llamada “el latido cardíaco del planeta” y catalogada como una parte fundamental de la vida en la Tierra como la conocemos. Como seres humanos dependemos de esta resonancia, lo cual fue evidenciado originalmente por los primeros astronautas. Durante y después de cada viaje espacial sobrepasando los límites de la cavidad mencionada, la ionosfera, los astronautas experimentaba serios problemas de salud. Al notar que les faltaba la frecuencia vital del planeta, el problema fue resuelto instalando a bordo de sus naves generadores artificiales de frecuencias de 7.8 Hz. Muchos otros experimentos han sido efectuados privando magnéticamente de la Resonancia Schumann a seres humanos y animales. De hecho, las habilidades amplificadas en los animales (y en algunas personas) de sentir la inminencia de disturbios naturales están basadas en su capacidad de percibir la Resonancia Schumann. Mediante la experimentación, problemas cardíacos, migraña, epilepsia y otras condiciones físicas y mentales han sido vinculadas con las excitaciones electromagnéticas provocadas especialmente por tormentas eléctricas.
Una rotunda alarma ha sido sonada recientemente debido a experimentos que algunos gobiernos, particularmente el de Estados Unidos, están realizando con las cualidades de la ionosfera. La compleja matriz de campos energéticos oscilantes que es la Resonancia Schumann, proveyendo pulsaciones armónicas continuas entre la Tierra y la ionosfera que coordinan el funcionamiento de la vida terrestre, está en peligro por investigaciones (mayormente militares) como la del Programa de Investigación de Alta Frecuencia Activa Auroral, mejor conocido como HAARP, realizado en Alaska.
Una de las funciones básicas de la ionosfera es formar la capa que nos protege de los nocivos rayos radioactivos que podrían destruir la vida en el planeta. Sin embargo, los experimentos de HAARP están manipulando las cualidades de la ionosfera en un intento de obtener control selectivo del clima en diferentes partes de la Tierra. Este control sería usado para “neutralizar” áreas geográficas mediante disturbios atmosféricos inducidos sin tener que entrar en guerra. Por otro lado, puesto que la Resonancia Schumann está en la misma frecuencia que el cerebro humano, controlarla en ciertas partes del planeta podría proveer control también de la capacidad mental de los habitantes de la región en particular.
Como vemos, los ciclos planetarios se repiten. Muchas son las fuentes que nos indican que en nuestro pasado remoto, en el ciclo anterior al actual, la Tierra fue destruida debido a un adelanto tecnológico que sobrepasaba por mucho el adelanto espiritual de la humanidad. Según se dice, este desequilibrio llevó precisamente a interferir con los procesos naturales del planeta, causando daños irreversibles que fueron catalizadores de la destrucción total. Juzgando por nuestra situación actual, con la desenfrenada tala de vegetación, la abrumadora emisión de gases tóxicos y la contaminación de los cuerpos de agua, por mencionar sólo algunos, podríamos pensar que el cambio señalado por los antiguos para el 2012 estaría a punto de suceder.
Espero que este tema os resulte tan interesante como a mí, y nos acerque un poco más a las puertas del conocimiento. Seguiremos profundizando en ello a lo largo de sucesivos artículos.
AUTORA: Eva Villa.
FUENTE: “Resonancia Universal”de Wallice de la Vega
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