INVESTIGAMOS A FONDO LA SINCRONICIDAD, UNO DE LOS GRANDES ENIGMAS DEL UNIVERSO: ¿CUÁL ES EL SIGNIFICADO DE LAS COINCIDENCIAS? ¿PUEDEN HABER EVENTOS SIN CAUSAS? ¿BORRAN LAS SINCRONICIDADES LA FRONTERA ENTRE EL MUNDO DE LOS SUEÑOS Y EL MUNDO DESPIERTO? ¿SEGUIR LAS SINCRONICIDADES, LOS SIGNOS SUTILES EN EL CAMINO, NOS PUEDE LLEVAR AL TAO?
Uno de los aspectos más enigmáticos y cautivadores del universo en el que vivimos es la sincronicidad. A todos nos ha pasado en alguna ocasión una coincidencia tan improbable que nos resulta ominosa, mágica, epifánica o perturbadora. Conexiones entre sucesos, personas e información que trascienden la realidad convencional: como si las cosas tuvieran hilos invisibles que sólo por momentos —en estados de conciencia elevados o por una misteriosa alineación— podemos vislumbrar.
Aunque el concepto de sincronicidad existe al menos desde el tiempo de los Vedas, fue el psicólogo suizo Carl Jung quien acuñó el término e inició el estudio de este fenómeno de manera rigurosa, si no científica: la dificultad de abordar la sincronicidad desde una metodología solamente científica yace en que los eventos que se concatenan lo hacen sin tener una causa, al menos no una causa que podamos encontrar dentro de los límites de la física clásica y de un universo mécanico. Consciente de la vastedad y elusividad del principio de la sincronicidad, Jung ensayó diversas definiciones a manera de un acercamiento teórico. Empezando desde lo más general y sintético podemos decir con Jung que la sincronicidad es “la ocurrencia temporal coincidente de eventos acausales”, que es un “principio de conexión acausal”, una “coincidencia significativa” o que es un “paralelismo acausal”.
Pero la sincronicidad para Jung va mucho más allá de estas someras descripciones. Toca y se entronca con los campos más profundos de la mente humana, siendo en muchos casos una manifestación externa del inconsciente colectivo, a veces materializada a través de símbolos. Jung creía que las “coincidencias” no solo estaban gobernadas por el azar —siendo que su probabilidad de suceder era tan poca que podrían considerarse estadísticamente significativas— sino por una dinámica más profunda. Coincide en esto con el texto gnóstico del Kybalion, que dice: “Azar no es más que el nombre que se da a una ley desconocida; hay muchos planos de causación”. Y para ampliar la madeja de posibles conexiones, recordemos que Don Juan le dice a Carlos Castaneda, como si fuera un experto jugador de póquer de realidades alternas, que la suerte es una forma de poder.
Al igual que su concepto de los arquetipos, Jung, lo mismo que el físico Wolfgang Pauli, pensaba que la sincronicidad era una expresión de lo que llamaba unus mundus, una realidad unificada subyacente de la cual todo lo que vemos emerge y a la cual todo regresa. Este unus mundus es similar a la teoría de la mecánica cuántica de David Bohm expuesta en La Totalidad y el Orden Implicado, en la que se postula la existencia de una especie de mar universal de energía infinita del cual se desdobla —o se ex-plica— el mundo material fenoménico que percibimos, el cual apenas es una ondulación en la superficie de lo inconmensurable. Para Jung la improbable pero significativa coincidencia de una sincronicidad era posible por el hecho de que tanto el observador como el evento observado a fin de cuentas brotan de una misma fuente, del unus mundus. Es decir, la conexión acausal, a distancia, sin la aparente acción de una fuerza física (conocida) sería posible porque en profundidad todos los eventos y todos los sujetos que perciben un evento no son más que la misma cosa. El uno es el otro: es el mismo. “We are like islands in the sea, separate on the surface but connected in the deep”, dijo à propos William James. Es como si todo lo que ocurriera en el universo en realidad ocurriera dentro de una sola mente, que por momentos y siempre en la superficie, padece una esquizofrenia omnipotente. Pero más allá de sugerir esta idea un tanto trillada de la unidad subyacente, del todo en cada parte, del holograma que se proyecta en el mundo, en fractales, invetiguemo
Uno de los aspectos más enigmáticos y cautivadores del universo en el que vivimos es la sincronicidad. A todos nos ha pasado en alguna ocasión una coincidencia tan improbable que nos resulta ominosa, mágica, epifánica o perturbadora. Conexiones entre sucesos, personas e información que trascienden la realidad convencional: como si las cosas tuvieran hilos invisibles que sólo por momentos —en estados de conciencia elevados o por una misteriosa alineación— podemos vislumbrar.
Aunque el concepto de sincronicidad existe al menos desde el tiempo de los Vedas, fue el psicólogo suizo Carl Jung quien acuñó el término e inició el estudio de este fenómeno de manera rigurosa, si no científica: la dificultad de abordar la sincronicidad desde una metodología solamente científica yace en que los eventos que se concatenan lo hacen sin tener una causa, al menos no una causa que podamos encontrar dentro de los límites de la física clásica y de un universo mécanico. Consciente de la vastedad y elusividad del principio de la sincronicidad, Jung ensayó diversas definiciones a manera de un acercamiento teórico. Empezando desde lo más general y sintético podemos decir con Jung que la sincronicidad es “la ocurrencia temporal coincidente de eventos acausales”, que es un “principio de conexión acausal”, una “coincidencia significativa” o que es un “paralelismo acausal”.
Pero la sincronicidad para Jung va mucho más allá de estas someras descripciones. Toca y se entronca con los campos más profundos de la mente humana, siendo en muchos casos una manifestación externa del inconsciente colectivo, a veces materializada a través de símbolos. Jung creía que las “coincidencias” no solo estaban gobernadas por el azar —siendo que su probabilidad de suceder era tan poca que podrían considerarse estadísticamente significativas— sino por una dinámica más profunda. Coincide en esto con el texto gnóstico del Kybalion, que dice: “Azar no es más que el nombre que se da a una ley desconocida; hay muchos planos de causación”. Y para ampliar la madeja de posibles conexiones, recordemos que Don Juan le dice a Carlos Castaneda, como si fuera un experto jugador de póquer de realidades alternas, que la suerte es una forma de poder.
Al igual que su concepto de los arquetipos, Jung, lo mismo que el físico Wolfgang Pauli, pensaba que la sincronicidad era una expresión de lo que llamaba unus mundus, una realidad unificada subyacente de la cual todo lo que vemos emerge y a la cual todo regresa. Este unus mundus es similar a la teoría de la mecánica cuántica de David Bohm expuesta en La Totalidad y el Orden Implicado, en la que se postula la existencia de una especie de mar universal de energía infinita del cual se desdobla —o se ex-plica— el mundo material fenoménico que percibimos, el cual apenas es una ondulación en la superficie de lo inconmensurable. Para Jung la improbable pero significativa coincidencia de una sincronicidad era posible por el hecho de que tanto el observador como el evento observado a fin de cuentas brotan de una misma fuente, del unus mundus. Es decir, la conexión acausal, a distancia, sin la aparente acción de una fuerza física (conocida) sería posible porque en profundidad todos los eventos y todos los sujetos que perciben un evento no son más que la misma cosa. El uno es el otro: es el mismo. “We are like islands in the sea, separate on the surface but connected in the deep”, dijo à propos William James. Es como si todo lo que ocurriera en el universo en realidad ocurriera dentro de una sola mente, que por momentos y siempre en la superficie, padece una esquizofrenia omnipotente. Pero más allá de sugerir esta idea un tanto trillada de la unidad subyacente, del todo en cada parte, del holograma que se proyecta en el mundo, en fractales, invetiguemo
Cables de un Universo Paralelo /¿Qué hay detrás de una coincidencia?
Después de esta breve introducción al fascinante mundo de la sincronicidad, entremos en materia. Aquí lo interesante son las sincronicidades, las experiencias, lo que se vive y mistifica. Estoy seguro de que todas las personas que están leyendo este texto sobre la sincronicidad —el cual pretende ser un espejo— han sentido el asombro medular de descubrir que una coincidencia en sus vidas tiene un significado oculto. Es decir, que más allá de lo inefable y extraño que puede ser que yo me haya encontrado en la calle a una persona que no había visto hace años justo después de haber soñado con ella la noche anterior, o de que por alguna razón decido abrir un libro y en esa página “azarosa” me encuentro con la palabra extacta que antes ya flotaba en mi mente, o tal vez estoy considerando viajar y salgo a la calle y veo las placas de un coche que dicen LSD, estas co-ocurrencias nos están diciendo algo, el universo o nosotros mismos estamos queriendo comunicar algo, algo que va más allá de la trivialidad cotidiana en la cual generalmente nos movemos. Veamos algunos ejemplos.
En su ensayo Synchronicity (1952) Jung relata un evento sincrónico que ha pasado a ser un referente:
Una joven paciente soñó, en un momento decisivo de su tratamiento, que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras ella me contaba el sueño yo estaba sentado de espaldas a la ventana cerrada. De repente, oí detrás de mí un ruido como si algo golpeara suavemente la ventana. Me di media vuelta y vi fuera un insecto volador que chocaba contra la ventana. Abrí la ventana y capture a la criatura mientras volaba hacia el interior de la habitación . Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que pueda darse en nuestras latitudes, a saber, un escarabeido (crisomélido), la Cetonia aurata, la «cetonia común», que al parecer, en contra de sus costumbres habituales, se vio en la necesidad de entrar en una habitación oscura precisamente en ese momento. Tengo que decir que no me había ocurrido nada semejante ni antes ni después de aquello, y que el sueño de aquella paciente sigue siendo un caso único en mi experiencia.
Jung interpretó que la aparición material de un escarabajo onírico tenía un contenido simbólico altamente significativo para el presente de su paciente. El escarabajo es un símbolo egipcio del renacimiento —algo que la psique dentro de un proceso de sanación o de alquimia necesita experimentar: morir para renacer en su sí mismo; los símbolos son el lenguaje de los sueños. Esta afirmación en la realidad “objetiva” de la imaginación subjetiva nos sugiere que la sincronicidad podría actuar como un vaso comunicante entre el mundo de la vigilia y el mundo de los sueños, erradicando, al menos parcialmente, la brecha supuestamente insalvable entre estos mundos. Según Braud y Anderson, la sincronicidad es ”una coincidencia significativa entre un estado interno, usualmente de necesidad, y un evento externo inexplicable que corresponde a/o responde la necesidad”.
Siguiendo este tren de ideas podemos hablar de algo como un “dreamwake continuum“, similar a Alcheringa, el “Tiempo del Sueño” de los aborígenes australianos, en el que se disuelven las fronteras entre lo que soñamos y vivimos, es más, lo que hacemos soñando se filtra a la realidad y se convierte en lo que vivimos —posiblemente las ideas platónicas y los arquetipos que gobiernan el mundo en la psicología jungiana se proyecten a nuestra realidad desde estos espacios astrales de ensueño. El mismo Jung percibió esta analogía creativa en la sincronicidad: “La sincronicidad en sentido estricto solo es un caso especial de un orden general acausal que da lugar a actos de creación en el tiempo“. De manera más poética, Octavio Paz había dicho: “Hay que dormir con los ojos abiertos /hay que soñar con las manos/soñemos sueños activos de río/buscando su cauce/sueños de sol soñando sus mundos”. Una disciplina etérea probablemente rendirá frutos: las imágenes que generamos en el fuero interno —con el fuego interno— se podrán volver vibrantes edificios para experimentar los deseos narrativos más profundos de nuestro espíritu.
Regresando a las experiencias puntuales de sincronicidad —y es inevitable tomar excursiones momentáneas para conectar diversos aspectos, cauces no lineales que confluyen simultáneamente tejiendo un mandala más complejo— recordemos que Jung escribió que el caso del escarabajo dorado fue el más sobresaliente ejemplo de sincronicidad que vivió. Tal vez esto sea cierto pero quizás haya una sincronicidad entrelazada a Jung aún más sorprendente. En el marco del 40° aniversario de la muerte de Carl Gustav Jung, la Dra. Irene Gad contó la siguiente anécdota sincromística:
La tarde en que Jung murió, una gran tormenta eléctrica estalló sobre su casa en Künsnach, como si la naturaleza misma se hubiera movilizado a reconocer el evento. Y casi justo en el momento en el que murió, un relámpago atronó su árbol favorito en el jardín. Algunos años después Laurens van der Post estaba haciendo una película sobre la vida de Jung. La última secuencia iba a a ser filmada en la casa de Jung.
Laurens van der Post continúa:
Cuando llegó el momento de hablar directamente a la cámara de la muerte de Jung y empecé a describir cómo un rayo demolió su árbol favorito, otro rayo cayó en el jardín. El relámpago sonó tan fuerte que me produjo un sobresalto. Y hasta la fecha, el sobresalto, el relámpago y el impedimento de habla que me provocó pueden ser vistos en la película, así como el rayo aparece en la pantalla sobre el lago atormentado y los árboles agitados por el vendaval.
El relámpago, se sabe, es el símbolo de la divinidad suprema en diferentes culturas y evoca una especie de muerte luminosa. El árbol evidentemente es el símbolo más común de la vida. Jung se habría servido un festín simbólico para analizar esta, su última sincronicidad. De cualquier forma parece una tributo merecido del universo —un broche de oro Ouroboros— que el padre de la sincronicidad haya dejado el mundo con una sincronicidad tan especial. Un sí celestial, una caravana cósmica o un dios que le cierra el ojo. Y a la vez el rayo en el cielo como un eterno signo de interrogación, de un enigma que pese a tener un momento de desnuda claridad, sigue ahí.
SINCRONUMEROLOGÍA
Los númenes de la sincronicidad, esos geniecillos de las manecillas de la realidad, también habitan en los números. Uno de los casos más comunes en la actualidad es el fenómeno del 11:11. Cientos de miles de personas, acaso por la sugestión mental del New Age o por un código planetario en aras de activarse, reportan tener momentos epifánicos constantemente detectando esta hora. “Sí, la sincronicidad. Estás codificando tu propia vibración y permitiendo que tu conciencia te recuerde que estás en esa vía, cuando estás en esa frecuencia. Algunos individuos usan diferentes números en diferentes momentos”, dice Bashar. Lo interesante de esto es que el llamado reloj biológico interno parece derramarse, como el tiempo líquido de Dalí, hacia el mundo externo, el cual, entonces, se convierte en nuestro espejo —un espejo como el de Alicia.
La sincronicidad numérica más popular en las dimensiones que frecuentamos en Pijama Surf es la del número 23, la cual ha sido popularizada por Robert Anton Wilson, uno de nuestros escritores favoritos:
Escuché por primera vez sobre el enigma del 23 de William S. Burroughs, autor de Naked Lunch, Nova Express, etc. Según Burroughs, él había conocido a un tal Capitán Clark, cerca de 1960 en Marruecos, quien había presumido haber navegado 23 años sin accidentarse. Ese mismo día, el barco de Clark tuvo un accidente que mató a todos abordo. Cuando Burroughs estaba pensando en este crudo ejemplo de la ironía de los dioses, esa tarde, un boletín en la radio anunció el choque de un avión en Florida. El piloto era otro capitán Clark y el vuelo era el 23.
El caso del número 23 en la mente de uno de los escritores más psicodélicos pero también uno de los menos crédulos nos conduce a un extraño túnel de realidad:
El 23 de julio de 1973 tuve la impresión de ser contactado por algún tipo de inteligencia avanzada del sistema estelar binario de Sirio. He tenido extrañas experiencias psíquicas como esa durante algunos años y siempre las registro cuidadosamente, pero me niego a tomarlas literalmente, hasta que o solo si obtengo evidencia de naturaleza objetiva que las sustenta.
Anton Wilson descubrió que el 23 está estrechamente asociado a Sirio. Los sacerdotes egipcios empezaban sus rituales dedicados a esta estrella (a su vez asociada a una divinidad) el 23 julio, fecha en la que empiezan los días de la canícula. Sirio está en la constelación del Canis Mayor. Anton Wilson encontró múltiples coincidencias relacionadas con Sirio, el número 23 y ciertos fenómenos que ocurrieron en su vida (algunas de las cuales pueden consultarse aquí). Quizás lo más sobresaliente fue el encuentro del libro The Sirius Mystery, en el que Robert KG Temple propone, investigando a la tribu africana de los Dogon y su aparente conocimiento del sistema estelar binario de Sirio sin contar con herramientas tecnológicas que lo hiceran posible, que un contacto entre una civilización proveniente de Sirio y la Tierra ocurrió cerca del años 4500 AC. Algunos años después Anton Wilson, autor del libro Illuminatus! Trilogy, desestimó su creencia temporal de haber recibido comunicación astral y la atribuyó a diversos factores más terrenales. Como parte de su espíritu agnóstico, sin embargo, tampoco la descartó del todo.
Añadiendo un poco a este telar de conexiones, se me ocurre que el número 23 en nuestra época está sobre todo relacionado con Michael Jordan, quien lo usó inmortalmente en el dorso de su jersey. Curiosamente Jordan y sus Chicago Bulls durante años salieron a la cancha en la oscuridad con la canción “Sirius” de Alan Parsons Project. Este track en el disco original está mezclado con el track “Eye in the Sky”, el cual remite al Ojo que Todo lo Ve, al Ojo de Horus, que actualmente se asocia con la mítica y un tanto cómica sociedad secreta de los Iluminati, la cual tuvo en Robert Anton Wilson a su máximo crítico.
UN EJEMPLO PERSONAL DE SINCRONICIDAD
Por mi parte quisiera compartir una sincronicidad reciente y abrir su escurridizo significado a la inteligencia colectiva. Una de las motivaciones para escribir este artículo sobre la sincronicidad fue que la semana pasada me encontré con este texto de Erik Davis. El autor de Techgnosis cuenta cómo al final de un Rainbow Gathering en los 90, antes de ir a buscar su auto y regresar a “Babylon”, aún colocado (por no sabemos qué sustancias) se detuvo ante un pequeño círculo donde un hombre de barbas con un vestido sacerdotal entonaba un himno a Ahura Mazda, Dios de la Luz precursor de Zoroastro. “Ahura”, según explica Davis, significa “Señor”, y “Mazda”, según su raíz proto-indoeuropea, “sabio”; el hombre que cantaba comentó que los nombres de muchos dioses resuenan con el chakra del corazón: Anahata. El himno hizo a Davis sentir “la confianza luminiscente del amor abstracto”. Después de un rato siguió hacia afuera del lugar donde se había celebrado la fiesta Rainbow. En el estacionamiento las cosas parecían dejar su estado encantado para regresar a la realidad mundana. Ante de llegar a su vehículo, un poco perdido en estas divagaciones, un auto en reversa casi lo atropella. Alarmado por este estímulo repentino Davis inmediatamente reconoció encima de la placa la marca del auto: Mazda.
Leer esta anécdota sincromística me pareció interesante, pero seguramente no la estaría relatando aquí sino hubiera visto, poco después de terminar de leer el artículo, el like de una chica llamada Aura Mazda a un artículo de Pijamasurf que publiqué en Facebook (una chica que, por cierto, parece ser un avatar).
Ya con la consigna en mi mente de escribir sobre la sincronicidad, el siguiente día me aprestaba a visitar a un viejo amigo que hace regresiones utilizando un sincretismo entre el psicoanálisis jungiano y las tradiciones ocultas mesoamericanas. No recordaba cómo llegar a su casa y la zona en la que estaba me era poco familiar, por lo cual en el camino llamé a otro amigo que conocía bien la dirección. Sentí un escalofrío cuando me dijo, “la salida es después de la Mazda” .
No sé sinceramente si este episodio tenga algún significado profundo. Algunas personas señalan que las sincronicidades fundamentalmente son formas de darnos cuenta de que vamos por el camino indicado: nuestro propio camino, siguiendo nuestro propio guión, guiños del cosmos. Quizás esto es lo que me estaba comunicando. Aunque tal vez hay algo que debo descubrir sobre Ahura Mazda, la divinidad luminosa del primer sistema teológico dualista que se conoce. Posiblemente el motivo de la sincronicidad era simplemente que ocurriera para que la pudiera escribir en este artículo y generar una nueva cadena de enlaces y enigmas. Y tal vez de alguna manera me programé para experimentar esta sincronicidad, sabiendo que estaba por escribir sobre la sincronicidad —algo que de cualquier forma deja la interrogante de cómo mi mente fue capaz de materializar una serie de eventos aparentemente externos en los que se reflejara el código de Ahura Mazda. Y sí, estoy pensando en tal vez adquirir un auto, un Mazda que me lleve por esas frecuencias —o, en palabras de un colaborador de PijamaSurf: “Por la supercarretera de la poiesis holográfica en el ámbito de la hiper permeabilidad”.
Y EN EL ORIGEN FUE LA CONEXIÓN: HILOS DEL LOGOS SPERMATIKOS
La mente puede desmonronarse junto con el cuerpo que lo sostiene pero la relación subsiste, indeleble. Los brahmanes creyeron que creando un edificio de conexiones habían derrotado a la Muerte, como su antepasado Prajapati
Roberto Calasso, Ka.
Según relata la literatura védica, una de las primeras cosas que creó Prajapati (Brahma), en un mundo aún inmaterial y evanescente, fueron las equivalencias, las sampad (“aquello que cae conjuntamente”). Aquí el relato de la Creación de Prajapati que hace Roberto Calasso:
En torno suyo todo era nuevo y, al girar la mirada, podía ver aún detrás de las manchas de la vegetación, detrás de las siluetas de las rocas, un número, una palabra, una equivalencia: un estado de la mente que se adhería, se mezclaba con otro estado. Como si cada estado fuese un número. Esta era la equivalencia primera [...] y entonces vio que la vasta dispersión de todo lo que vivía, y sobre todo moría, podía articularse en relaciones que no se deteriorasen. Lo que ve la mente cuando establece una relación lo ve para siempre.
Este solo párrafo es un fractal del universo. Es notable que Jung pensará que el misterio de la sincronicidad tenía una raíz numérica, pitagórica en cierto sentido: ”Siento que la raíz del enigma puede encontrarse en las propiedades de los números enteros”, escribió en una carta el suizo. Por otro lado, a lo que asistimos aquí es algo similar a la codificación de la Matrix. Un código fuente que se percibe detrás de la naturaleza (de “las manchas de la vegetación), números, palabras y correspondencias que preceden al mundo material, de la misma forma que está página que observas tiene un código de números y palabras (y relaciones entre ellas) que se “materializa” como la imagen que ves en tu pantalla. Lo que Calasso describe, basándose en la literatura brahmánica, es el evento primordial de programación de la naturaleza.
El budismo Mahayana tiene un concepto análogo a la sincronicidad, el Pratītyasamutpāda, un término que hace referencia a que todos los fenómenos emergen conjuntamente en una red interdependiente de causa y efecto, si bien las causas generalmente son invisibles, ya que pueden ser manifestaciones kármicas, de vidas pasadas o incluso de seres distantes en el universo. En palabras de Borges, pueden provenir “de una antigua inocencia, de su propia raíz o de un dios disperso”.
Seguimos hipervinculando la madeja, ya que de esto se trata este ensayo y quizás el universo: de formar nuevas y más vibrantes conexiones. Y la imagen suprema de la madeja conectada es la Red de Indra, una metáfora utilizada hace 3000 años en los Puranas para describir la interconexión de todos los seres y todos los fenómenos del universo. Es junto con el Aleph, el Ave Simurg, la Mónada, el holograma, el fractal, el círculo sin circunferencia cuyo centro está en todas partes, una de las imágenes superlativas que ha conjurado el hombre para de alguna manera significar o evocar la unidad divina del universo. Así describe Alan Watts la Red (o collar de perlas) de Indra:
Imagina una telaraña multidimensional en la mañana temprano, cubierta con gotas de rocío. Y cada gota de rocío contiene el reflejo de todas las otras gotas de rocío y, en cada gota reflejada, el reflejo de todas las otras gotas de rocío en ese reflejo. Y así hasta el infinito. Esa es la concepción Budista del universo en una imagen.
¿Qué tiene que ver esto con la sincronicidad? Por un lado la sincronicidad postula la interconexión de eventos que ordinariamente no podrían estar conectados. Pero si el universo de algún manera misteriosa es un “caer conjuntamente” (del unus mundus) donde cada evento refleja todos los demás eventos, donde cada ser que percibe refleja a todos los demás seres que perciben y todas las percepciones que han tenido, entonces sería coherente pensar que lo que nos sucede puede estar siendo influido por una serie innumerable de factores —ya que estamos instrínsecamente correlacionados con la totalidad de la existencia.
La frase latina ”Congruo est occultus compages subter supter animadverto“, que puede traducirse como “La coincidencia es la arquitectura oculta de la realidad”, difundida en el show The Mentalist, parece describir lúcidamente este antiguo principio de creación a través de la cohesión (la coincidencia es también la congruencia de nuestros actos).
El concepto de “glitches in the Matrix” o fallas en el sistema viene a la mente. Pero más que fallas tal vez sean transparencias (hendiduras en el velo de la diosa Maia). Quizás las sincronicidades sean los momentos en los que nos topamos con aquellas equivalencias originales, las correspondencias, un tanto desvaídas y caliginosas, que tejen este universo —eminentemente mental— y que hacen que no se desintegre. “Como arriba es abajo”, reza el adagio hermético. Como adentro es afuera, podríamos decir hoy con la neurociencia. Son la cohesión de la ecuación. Equivalencias como vigas con las cuales se construye la realidad. Y las cuales nos llevan a coincidir, a unirnos y trascender la dualidad.
PASOS HACIA UNA CIENCIA DE LA SINCRONICIDAD (HACIENDO VISIBLE EL PEGAMENTO CÓSMICO)
Hasta aquí hemos visto que el universo en el que vivimos se nos suele presentar con una serie de coincidencias que desafían los límites ordinarios de la razón y de la realidad. Y que estas coincidencias parecen tener un contenido informativo importante para la persona que experimenta una sincronicidad. También hemos visto que es posible que estas sincronicidades sean relumbres del hilo con el que se tejió el mismo universo. Cifras de un origen colectivo, de una maraña inextricable, de una coeternidad que aún rezuma detrás de la persistente ilusión del tiempo. Ahora veamos, desde una perspectiva moderna, qué fuerzas pueden estar en juego para que se genere una sincronicidad y consideremos algunas alternativas para entender y asimilar este entrañable fenómeno.
Entrelazamiento Cuántico
Uno de los aspectos más extraños de la física cuántica es el entrelazamiento que se da entre partículas subatómicas. Dos fotones, por ejemplo, pueden compartir una misma existencia no obstante lo lejos que estén entre sí, como si estuvieran unidos por un cordón umbilical invisible o una onda que, en teoría, se puede propagar por todo el universo. Esto se refleja en que un intercambio de información entre dos partículas entrelazadas sucede de manera instantánea no obstante que estén a una distancia casi infinita (algo que se ha comprobado, dejando perplejos a físicos como Einstein, en numerosas ocasiones). Esta propiedad de la materia subatómica quizás pueda extrapolarse al mundo macroscópico: sería una explicación plausible de la telepatía y de las sincronicidades que comparten más de una persona o de las que se tienen con algún objeto distante.
Resonancia Mórfica
La teoría de la resonancia mórfica y de los campos morfogenéticos desarrollada por el biólogo Rupert Sheldrake sugiere que las especies biológicas comparten campos de información que no solo se transmiten genéticamente, sino que existen, como una memoria inmaterial, en la naturaleza. Podemos sintonizar estos campos de información como si fueran frecuencias de radio abiertas en el cuadrante del planeta. Sheldarke considera que lo que determina la fuerza con la que se transmite una señal es su nivel de repetición dentro de una especie. Esto es, aquello que ha sucedido una vez tiene mayor posibilidad de volver a suceder, pero esto abarca todo los fenómenos de la existencia humana: el que yo haya pensado en que la resonancia mórfica es una de las posibles explicaciones para la sincronicidad, ya que postula que nuestras mentes están almacenadas en una nube de computación interplanetaria, hace más posible que alguien piense esto, aunque jamás haya tenido contacto conmigo. Evidentemente existe una relación entre el concepto de inconsciente colectivo de Jung y los campos morfogenéticos de Sheldrake. Pero también las sincronicidades podrían ser resonancias mórficas, momentos en los que sintonizamos con mayor intensidad las mentes de otras personas o la mente global. De ser cierta la teoría de Sheldrake, permanentemente estaríamos viviendo sincronicidades y comunicación telepática, acaso sin notarlo conscientemente.
De manera resonante al campo mórfico de información de Sheldrake existe en la filosofía hindú el concepto de Akasha, una especie de registro o biblioteca cósmica que almacena toda la información del universo. Akasha, que significa éter, estaría, como el Internet, distribuido uniformemente por todo el espacio, de tal forma que en cada parte uno se puede conectar con el todo (con toda la Red).
Es posible que los eventos de sincronicidad estén determinados por un factor de resonancia. Quizás nuestra conexión con cierta información y ciertas personas ocurre cuando vibramos a la misma frecuencia. Según la Dra. Amy Lanksy, las personas que dicen tener habilidades psicoquinéticas describen su experiencia como una “sensación de resonancia con esos objetos” (los objetos que mueven).
Algo similar ocurre con la homeopatía, una controversial rama de la medicina que básicamente sostiene curar a través de sustancias que generan los mismos efectos que la enfermedad, es decir, que resuenan o vibran en la misma frecuencia de esa enfermedad. Curiosamente algunas de las medicinas usadas en la homeopatía no contienen casi nada de la sustancia original de la cual buscaban imitar sus efectos, solamente resuenan en la misma frecuencia. La sincronicidad podría ser una especie de “homeopatía semántica”, información resonante.
Esta resonancia de nuevo nos remite a la explicación inicial de Jung de la sincronicidad como algo que hace manifiesto la unidad subyacente. Al resonar con algo en cierta forma nos convertimos en ese algo, ya que habitamos en la misma frecuencia, una co-vibración del ser que es más profunda que nuestra personalidad temporal o nuestro ego.
Abro el libro Ka de Calasso y encuentro la siguiente frase: «”Uno se convierte en aquello que piensa, he aquí el eterno enigma”, según dicen los textos [védicos]. Quien conoce se transforma. No es pleno conocimiento aquel que no hace que uno se convierta en aquello en que piensa».
Si te pienso, ¿soy tú?
Si conocemos a alguien o algo, entonces tal vez somos ese alguien o ese algo y por lo tanto podemos experimentar lo que viven, aunque estemos aparentemente separados
Retrocausalidad
Científicos han descubierto que la información también puede fluir del futuro hacia el presente (se puede ver el caso del porno que viaja en el tiempo, del investigador de la Universidad de Cornell, Daryl Bem). Aunque esta afectación del presente por algo que sucede en el futuro, o retrocausalidad, solo ha sido observada a una escala de milésimas de segundo, quizás podría indicar que los eventos supuestamente sincrónicos que experimentamos son en realidad transmisiones del futuro. Por ejemplo, soñar con una persona que nunca habíamos visto y luego verla, podría explicarse si lo que sucede es que ver a esa persona en el futuro es lo que causó el sueño. Como le dijo la Reina Roja a Alicia: “es una pobre memoria la que solo funciona hacia atrás”.
La materia oscura
De la misma forma que la materia invisible [la materia oscura comprende la mayor parte del cosmos] domina la evolución física del universo, el componente invisible de la psique —el inconsciente— domina la evolución psicológica. Sin embargo, el componente consciente de la psique juega un papel crítico, ya que el inconsciente muchas veces reacciona a él. Aunque nuestro interés en la conciencia del ego visible nos ha consumido, la psicología profunda claramente nos ha mostrado que el aspecto oscuro e invisible de la psique —el inconsciente3 despliega una profunda sabiduría dirigiendo nuestra evolución. Victor Mansfield, _Synchronicity, Science, and Soul-Making_
LEY DE LA ATRACCIÓN/GRAVEDAD
La ley de la atracción es un concepto metafísico que postula que lo similar atrae a lo similar y que ciertos pensamientos generan una respuesta del mundo objetivo. La ciencia considera que esto no tiene ninguna validez. Sin embargo, la “atracción”, podría ser una manifestación en un plano psíquico de la ley de la gravedad, la fuerza física invisible que ejercen los cuerpos en el universo atrayendo hacia sí otros cuerpos según su masa y su cercanía. ¿Gravitamos también hacia ciertas situaciones y haca ciertas personas? Navegaciones co-incidentes en un universo de correspondencias, de espejos que se abren y se llaman.
El Plan, el Patrón, el Destino
Algunas personas cree que el existe un plan divino en el universo, que éste ha sido programado por alguna entidad extraterrestre o inteligencia cósmica. Por momento podemos desviarnos de un camino trazado, magnético como el Punto Omega de Teilhard de Chardin, el Objeto Transdimensional de Terence Mckenna que nos “llama desde el fin de la historia” y por supuesto el Apocalipsis y el Rapto de la Biblia. Nos llamamos a nosotros mismos desde allende las estrellas, alguien podría decir. Todo está escrito y en palabras de Bob Marley: “We got to fulfill the Book”. Evidentmente esta es una visión no científica, aunque algunas escuelas de pensamiento científico consideran que es posible que el universo sea determinístico, que esté ya inexorablemente predeterminado por las leyes de la física –leyes que podrían en algunos aspectos mantenerse desconocidas. La sincronicidad podría ser el ritmo que seguimos cuando seguimos este plan divino o evolutivo. Una alineación con el flujo que tiene preparado el universo (la parte transpersonal del ser) para nosotros.
Apofenia
La apofenia consiste en ver patrones y conexiones en sucesos aleatorios y es una de las formas en las que la ciencia explica la sincronicidad. Una enfermiza y paranoica concatenación de datos y eventos que no tienen una relación causal más que en la mente de quien los conecta. Algo similar a la pareidolia, donde vemos en la naturealza proyecciones de nuestra mente: como el rostro de Jesus en el ano de un perro o un dragón en las estrellas. Nos hemos arrojado ya bastante hondo en el agujero del conejo para regresar ahora, pero vale la pena también considerar esta posibilidad. Y, claro, decir aquí que evidentemente estamos locos.
SINCRONICIDAD: CUANDO ADENTRO ESTÁ AFUERA
Para concluir este tour por el mundo mágico y misterioso de la sincronicidad, queremos sacar la mente del cuerpo y distribuirla por el mundo, hasta que los sueños se materialicen. Jung entendió que:
La física ha demostrado que en el ámbito de las magnitudes atómicas la realidad objetiva presupone un observador, y que solo bajo esta condición es posible un esquema satisfactorio de explicación. Esto significa que un elemento subjetivo se adhiere a la perspectiva del mundo del físico, y también que necesariamente existe una conexión entre la psique y el continuum del espacio-tiempo objetivo. Estos descubrimientos no solo ayudan a la física a zafarse de los amarres de su mundo materialista, confirman lo que yo había reconocido intuitivamente, que la materia y la conciencia, lejos de operar independientemente la una de la otra, de hecho, están interconectadas de manera esencial, funcionando como aspectos complementarios de la realidad unificada.
Terence Mckenna, quien en varios aspectos continuó el trabajo de Jung, señala por su parte:
Una forma de pensar en esto es suponer que el mundo despierto y el mundo del sueño se han empezado a fusionar de tal forma que en cierto sentido aquellos críticos del fenómeno OVNI que decían que los platillos voladores eran alucinaciones estaban en lo correcto, en tanto que las leyes que operan en los sueños, las leyes que operan en el hiperespacio, pueden en ocasiones operar en el espacio tridimensional cuando la barrera entre ambos modos se debilita.
En el sitio FusionAnomaly.net encontramos esta definición:
La sincronicidad es la percepción consciente en una línea de tiempo fisiólogica de la manifestación simultánea del universo multidimensional. Es reconocer que todas las cosas son UNA sola cosa vista desde diferentes perspectivas. Mientras aumenta la vibración resonante básica del sistema, la sincronicidad se vuelve más fácil de percibir dentro de la realidad experiencial. La sincronicidad es también un reflejo de lo que crees que tu realidad es.
Aeolus Kephas escribió en su ensayo Escritores del Cielo en Hades:
Existe un juramento mágico muy conocido que dice “Prometo lidiar con todo fenómeno como si fuera un trato particular entre Dios y mi alma”. Basado en la creencia metafísica de que el Universo es “un espejo mágico” que constantemente refleja las condiciones internas de nuestras almas, este juramento también resume los postulados de la psicología existencial, como fueron encapsulados en la frase de Carl Jung: “Cuando un proceso interno no puede ser integrado, usualmente se proyecta hacia el exterior”.
Y la famosa canción de The Police:
If you act, as you think
The missing link
Synchronicity
Esto nos acerca, ya para terminar, a un aspecto práctico de la sincronicidad, la cual puede convertirse en una filosofía de vida. En un camino existencial donde los señalamientos son las sincronicidades (lo que los antiguos llamaban “la voz de la naturaleza”). No debemos de considerar que toda sincronicidad es algo positivo —lo mismo pueden haber sincronicidades negativas—, pero sí que siempre nos están comunicando algo, que son una interfaz entre el universo y nuestra psique —en un posible proceso de disolverse en el universo. Aprendemos que la sincronicidad es una forma elegante y lúdica a través de la cual nuestro inconsciente logra salir al mundo y decirnos algo que de otra manera no podríamos escuchar y que tiene una secreta importancia para lo más profundo de nuestro ser. Es nuestra labor decodificar ese mensaje. Y si lo hacemos podremos sincronizarnos con nuestra individualidad en su máxima expresión, aquella que se desdobla de la totalidad, del espíritu. Estaremos, entonces, moviéndonos dentro del Tao.
Twitter del autor @alepholo
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