Dice una cita de Han Shan que nadie puede beber el agua de un espejismo. Ese charco en el desierto que a lo lejos nos parece tan real se difumina conforme nos acercamos hasta que, al estar lo suficientemente cerca, nos damos cuenta de que realmente no existe: el agua no era más que una ilusión, un deseo.
Algo similar ocurre con el tiempo y la vida. Desde lejos parece no acabarse nunca, vemos el fin del mismo como algo lejano que no sucederá próximamente pero, conforme nos vamos acercando, vamos haciéndonos conscientes de que así como el charco no era real, la ilusión infinita del tiempo, tampoco lo es.
La vida está cargada de ilusión y de espejismos que nos hacen ver lo ficticio como si fuese real o lo finito como ilimitado. Aunque somos conscientes de muchas de las ilusiones que nos rodean, vivimos como si fuesen ajenas a nosotros, dejándonos llevar por la belleza del espejismo que nuestros ojos ven y al que nuestra mente de forma silenciosa se aferra para calmar el miedo.
La ilusión de lo infinito
Uno de los espejismos más comunes en nuestras vidas es el que atañe al tiempo. Todos somos conscientes de que nuestros días y los de nuestros seres queridos algún día terminarán. Sin embargo,vivimos como si el tiempo fuese un camino que nunca llegará a su fin.
Siempre estamos muy ocupados, muy cansados o simplemente no encontramos el momento para hacer aquello que no borramos de nuestra agenda porque lo deseamos, pero que posponemos una y otra vez. Quedar con una amiga que hace tiempo que no vemos, recordarle lo que sentimos a esa persona especial, apuntarnos a esa actividad que tanta ilusión nos hace o hacer el viaje que siempre quisimos son actividades valiosas que posponemos “para cuando tengamos tiempo”.
Pasan los días, las semanas, los meses y algunas de las metas vitales que perseguimos son alcanzadas mientras que otras quedan relegadas y pospuestas “hasta que tengamos tiempo” para ellas. Pero a veces, ese tiempo, nunca llega.
Aunque le hagamos el vacío, la muerte nos alcanzará igualmente
Sea o no de nuestro agrado lo único seguro que tiene la vida es la muerte. Es difícil aceptar este hecho y para sobrellevarlo tendemos a utilizar algunas estrategias que alivien la presión de esta verdad como, por ejemplo, la idea de una vida más allá, evitar pensar en la muerte o creer que son muchos los días que aún nos quedan.
No podemos vivir continuamente pensando que hoy será nuestro último día, ni podemos vivir aterrados con la llegada de la muerte. Pese a ello, sí podemos tomar consciencia de que, tarde o temprano, nosotros moriremos, al igual que las personas a las que queremos.
¿Alguna vez has pensado en tu muerte?, ¿cómo sería tu funeral, qué personas acudirían y qué te dirían una vez muerto? Si supieses que tu muerte es inminente y tus días llegan ya a su fin ¿qué metas se quedarían pendientes?, ¿con quién te hubiese gustado compartir tus últimos momentos?, ¿qué no has hecho o dicho aún y te hubiera gustado hacer antes de morir?
No gastes la vida para perder libertad
El ex presidente de Uruguay, José Mujica, dijo en uno de sus famosos vídeos: “la única cosa que no se puede comprar es la vida. La vida se gasta. Y es miserable gastar la vida para perder libertad“. Con este mensaje tan potente nos recuerda el valor de la vida.
La vida pasa, se gasta y no regresa. El tiempo es demasiado valioso para malgastarlo persiguiendo metas que no concuerdan con nuestros objetivos vitales. Dentro de nuestro margen de maniobra debemos invertir el tiempo en aquello que para nosotros es valioso.
En la sociedad en la que vivimos, si queremos poder comprar bienes y servicios básicos, debemos trabajar. Necesitamos dinero para muchas de las cosas que necesitamos en el día a día. El dinero nos permite vivir pero, en contra del famoso dicho, no nos da la felicidad.