Los últimos descubrimientos en el ámbito de la física cuántica ponen de manifiesto la necesidad de un cambio de paradigma científico, más acorde con estos hallazgos y las nuevas perspectivas que sugieren. Al igual que mucho antes que él lo hicieran otros eminentes científicos y pensadores, Ervin Laszlo busca un nexo de unión entre materialismo y espiritualidad, lo contemporáneo y lo ancestral, al objeto de explicar los grandes misterios que nos rodean. El artículo que les ofrecemos a continuación, basado en el libro El Paradigma Akáshico del mencionado autor, contribuye a ello de forma esclarecedora y brillante.
Responder a la exigencia de un universo independiente de la teoría y la observación requiere resucitar una antigua y casi perenne intuición: la existencia de una dimensión oculta en el universo. Este nivel «oculto» es el lugar de los campos y tuercas de la naturaleza, junto a las leyes y relaciones que los vinculan en un todo coherente. Los «campos», como se ha venido planteando, no son observables en sí mismos, sino que reproducen un efecto observable. El dominio de los campos no es observable; lo conocemos solo a través de su efecto en el dominio observable. Un dominio intrínsecamente inobservable como la realidad más profunda o superior en el universo no constituye una intuición perenne en la historia de la ciencia y la filosofía.
Pioneros y «herejes»
Los filósofos de la denominada rama mística de la metafísica griega (los idealistas y la escuela eleática, que incluye a pensadores como Pitágoras, Platón, Parménides y Plotino) diferían en muchos aspectos, pero estaban de acuerdo en la afirmación de que existe una dimensión más profunda o superior en el mundo. Para Pitágoras era el Kosmos, una totalidad transfísica, irreductible, el fundamento previo del que emerge la materia, la mente y todo ser en el mundo. Para Platón se trataba del reino de las Ideas o Formas, y para Plotino era «el Uno ». El mundo percibido es ilusorio, efímero y caduco, mientras que la dimensión fundamental es eterna y eternamente inmutable.
En el amanecer de la era moderna, Giordano Bruno, el pionero que desafió la imagen aristotélico-medieval del mundo y pagó esta «herejía» con su vida, introdujo el concepto de dimensión oculta en el ámbito de la ciencia. El universo infinito, afirmó, está cubierto por una sustancia invisible llamada aethero spiritus. Los cuerpos celestes no son puntos fijos en las esferas de cristal de la cosmología aristotélica o ptolemaica, sino que se mueven sin resistencia a través de esta sustancia cósmica invisible bajo su propio impulso.
Las teorías cosmológicas de Giordano Bruno superaron el modelo copernicano, pues propuso que el Sol era simplemente una estrella; que el universo había de contener un infinito número de mundos habitados por animales y seres inteligentes. Miembro de la Orden de los Dominicos, propuso en el campo teológico una forma particular de panteísmo, lo cual difería considerablemente de la visión cosmológica sostenida por la Iglesia católica.
En el siglo XIX, el físico francés Jacques Fresnel sostuvo la idea de un medio inobservable que impregnaba todo el espacio y que recibía el nombre de «éter». En la teoría de Fresnel, el éter es una sustancia cuasi material en la que los movimientos de los cuerpos celestes producen fricción. Si la Tierra se mueve a través del éter, la luz que la alcanza desde el Sol debería manifestar los efectos de la «resistencia al éter»: hacia la fuente de luz, los rayos deberían alcanzar la Tierra más rápido que en la dirección opuesta.
Cuando Einstein publicó su particular teoría de la relatividad, la teoría del éter quedó descartada: ya no era necesaria. Se afirmó que todo movimiento en el espacio (es decir, en el continuo espacio-tiempo tetradimensional) era relativo a un determinado marco de referencia, no a un movimiento contra un fondo fijo. Sin embargo, el éter, como nivel inobservable de la realidad y subyacente a los fenómenos observables, entró en la física por la puerta de atrás. Los físicos teóricos empezaron a seguir la pista de los campos y fuerzas de la naturaleza hasta sus orígenes comunes en un campo unificado y más tarde hiper-unificado y super-hiper-unificado. Un fundamento en sí mismo inobserable que produce fenómenos observables se introdujo en los supuestos que subyacen a las teorías. La teoría de las «variables ocultas» de David Bohm fue un reconocimiento explícito de esta dimensión: este «orden implicado» es un holocampo inobservable que explica los acontecimientos del nivel cuántico que encontramos en el orden observado.
Una dimensión oculta en el universo, elemento básico de las cosmologías tradicionales, ha resurgido en la ciencia contemporánea más innovadora. Un paradigma adecuado reconoce esta dimensión y expone el principio básico para explicarla.
En escritos que abarcan más de tres décadas, he sugerido que el factor responsable de la no localidad observada en la naturaleza es un campo específico. En primer lugar, denominé al campo generador de no localidad campo psi (pues explica, entre otras cosas, muchos presuntos fenómenos «psi»), luego lo llamé campo de interacción cuántico/vacío (dado que a través de este campo los cuantos interactúan con el «vacío» en el que están inmersos). En 2004 lo rebauticé como campo akáshico, en reconocimiento a la antigua intuición de un registro akáshico. Ahora se advierte que el elemento que explica la interacción no local en la naturaleza es más que un campo específico: es el dominio oculto que acoge todos los campos. El nombre «Akasha» se aplica a este dominio de forma sistemática con la intuición originaria.
El campo sutil y oculto