En el artículo sobre el “derecho a no avanzar” decíamos:
Cuando en momentos de euforia buscadora y de querer avanzar más rápido de lo que nuestro Yo Superior o aquellos que nos asisten consideran “adecuado”, aparecen las contrapartidas de abrir puertas a lugares, energías y situaciones que luego pueden costar de subsanar y corregir.
¿Porqué uno a veces tiene ese afán por querer ir rápido, por querer alcanzar una meta tras otra, sin pararnos a ver los detalles del camino, sin esperar a que cuajen los frutos conseguidos e integrarlos para que se conviertan y transformen en parte de una nueva versión de nosotros mismos? No hemos llegado aun a coger aire del último sprint y ya estamos en la línea de salida de una nueva carrera.
Bueno, explicaciones hay muchas, pero la que más veces he creído comprender, cuando buscas entender el porqué de esas “puertas abiertas” y dinámicas que ponemos en marcha con cada acción que llevamos a cabo para avanzar en nuestro sendero, tiene que ver con algo muy simple: la búsqueda de la felicidad.
Decía el autor Jorge Guasp, en su libro, ¿Dónde está mi felicidad? que vivimos inmersos en una búsqueda incesante de conocimientos, amor, reconocimiento, poder, espiritualidad, etc., y creemos que, una vez conseguidas algunas de estas metas, encontraremos por fin la ansiada felicidad. Sin embargo, las experiencias de vida nos muestran que la satisfacción inspirada por estos logros es efímera. Comprendemos entonces que estas cosas siguen sin hacernos verdaderamente felices y recomenzamos la búsqueda, creyendo que la felicidad definitiva yace escondida detrás de la próxima meta que nos proponemos alcanzar. Así, sin darnos cuenta, hasta el final de nuestros días.
De alguna forma, nos han enseñado, o nos han programado, o ambas cosas, para creer que la hierba siempre es más verde en el campo de enfrente, y, por ende, siempre creemos que estamos en el campo equivocado o que no hemos llegado aun al prado más frondoso donde por fin descansaremos de tanta búsqueda. Esto está relacionado con varias cosas, que son complicadas a transmitir por su multidimensionalidad, y por su estructura a diferentes niveles de nuestra constitución psíquica y energética.
Manteniendo el curso de la octava humana
Primero, está relacionado con la situación y realidad en la que existimos como especie consciente, en la cual, parte de aquello (en niveles muy altos de la Creación) que nos ha creado como seres humanos, necesita la energía de nuestra búsqueda incesante de quienes somos, y de qué somos, para poder mantener la octava y dinámicas en curso a nivel planetario. Es decir, hace falta la energía e impulso de buscarnos incesantemente a nosotros mismos para que un tren muy complejo de explicar pueda seguir su marcha por las vías adecuadas.
Este tren está relacionado con los procesos energéticos por octavas y los saltos frecuenciales que existen en ellas, en este caso, en la octava “cósmica” en la que nos movemos, es la energía de nuestra búsqueda y afán de crecimiento la que proporciona el combustible necesario para producir el choque entre los pasos frecuenciales que corresponden al salto FA-MI, donde no existe “puente” que una esas notas y, por lo tanto, para que la octava no se tuerza y se vuelva recurrente, estamos forzados a generar una búsqueda de nosotros mismos constantemente que mantenga el proceso actual de cambio evolutivo en el que nos encontramos en marcha.
Esto, que sé que es algo abstracto, es parte de la base del sentimiento de insatisfacción permanente, sustentado luego por cosas como son, por otro lado, la programación inherente en nuestra consciencia al enfoque solo hacia la parte externa de la realidad material, y también, en contrapartida, a la necesidad humana de crecer y avanzar por uno mismo, pues es el deseo inherente en cada partícula de la Creación de “volver a casa”, y moverse siempre hacia niveles superiores en la propia escala evolutiva que rige todo lo que existe.
Cada cosa a su tiempo
Pero ese “volver a casa”, simbólico, tiene unos tiempos y unos ritmos, que son perfectamente entendidos por esas otras partes de nosotros mismos qué, si estuvieran en control de nuestra consciencia, imbuidas y tomando las riendas de la personalidad que somos, llevarían de otra forma el curso de los acontecimientos, eventos y experiencias que nos ayudan a eso, a crecer y avanzar, “despertar” y evolucionar.
Ahora llega entonces otra paradoja. ¿No decimos que todo es experiencia y que todo sirve y que no hay camino equivocado? Correcto. Así que, por esa misma razón, no hay juicio moral asociado a si hemos hecho las cosas bien o si las hemos hecho mal, si hemos ido rápido o si vamos despacio, por aquello que somos (nuestro ser/Yo Superior/jerarquías de las que provenimos) sino que, simplemente, hay efectos de las causas puestas en marcha por nuestro ímpetu y nuestra incapacidad de mantener ciertos tiempos y ritmos, que, en muchos casos, podriamos no haber necesitado que se manifestasen y tuvieran lugar. Pero, si lo han tenido, no han dejado de ser experiencias que han sumado también a la mochila de lo aprendido. El concepto de “Value Fullfilment” del que hablamos hace algún tiempo está relacionado con esto.
Todo está aquí y ahora