miércoles, 5 de agosto de 2015

Vivimos atrapados entre el pasado y el futuro


La mente humana tiene un elemento L muy grande de disfunción, casi de locura, basta ver la historia del siglo XX. Pero creo que estamos ante un cambio de conciencia.

¿Por qué? 

Recibo a diario cientos de cartas y correos de gente de todo el mundo que está experimentando esa transformación. Cuando se alcance un número crítico, veremos un cambio global.

¿Y en qué consiste ese cambio individual que será global? 

En tomar conciencia de que dentro de la mente hay una voz que constantemente habla: es el diálogo interior.

Ruido... 

Dicen los psicólogos que el 98% de los pensamientos cotidianos son repeticiones de pensamientos antiguos. La mayoría de la gente se ha identificado con esa voz, cree que ella es la voz.

¿Y qué somos? 

El sentido de lo que soy, del yo, deriva de los pensamientos, de esa voz que me cuenta mi historia personal y las cosas con las que me identifico. Pero más allá de este yo superficial hay un yo más profundo con el que hemos perdido el contacto.

¿No somos un conjunto de vivencias y sentimientos? 

Nos identificamos con el pasado y nos proyectamos en el futuro. Nuestra mente busca la realización en el momento próximo: dentro de una hora, un mes o cinco años. Vivimos tratando de llegar al momento siguiente, y eso se ha convertido en un patrón mental que nos hace vivir en un estado perpetuo de insatisfacción, porque no realizamos lo más importante que hay en la vida, que es el momento presente.

¿Cómo cambiar ese patrón mental? 

El primer paso es tomar conciencia de que hay una voz en mi mente que es en realidad un antiguo pensamiento que se repite. El segundo paso es hacerse más consciente de nuestra relación con el momento presente; es decir, preguntarse muchas veces al día cuál es mi relación con el momento presente: ¿trato ese momento como si fuera mi amigo o mi enemigo?

Entiendo. 

O estamos en una situación de oposición al momento presente (no me gusta donde estoy, esto no debería pasar, no me gusta lo que haces...), o simplemente lo utilizamos para llegar al momento próximo en el que me gustaría estar. Así la vida se pierde.

¿Qué hacemos? 

La sencillez de lo que es

Joan Tollifson
Aunque todo es continuo y sin división, el trance en la historia de la separación es una experiencia diferente de la conciencia abierta, clara y espaciosa. En los extremos del trance, la gente tortura y extermina a millones de otras personas, ya que parece ser una buena idea. Naturalmente, queremos despertar de este trance, tanto a nivel personal como global. Pero aquí hay una trampa muy sutil.

Resistirse al sufrimiento o tratar de despertar es en sí mismo parte del sufrimiento, forma parte de la confusión. No funciona porque tiene sus raíces en la ilusión de la separación, la misma ilusión y confusión que genera el sufrimiento. El sufrimiento sólo puede terminar aquí y ahora, con la total aceptación de lo que es. La aceptación no significa que te guste o estés de acuerdo con todo. La aceptación no significa no actuar para cambiar las cosas. Pero la acción que se basa en la aceptación es muy diferente de la acción que surge de la resistencia y la contracción. La aceptación es otra palabra para la conciencia o el amor incondicional. En realidad, la naturaleza misma de la conciencia es incluir y aceptar todo. Así que esta aceptación no es una tarea que tenemos que hacer. Es más como el reconocimiento de que a todo se le permite ser como es, ¡obviamente porque ya está aquí! Todo es como es, y en este momento, no podía ser de otra manera. Pero eso no quiere decir que no pueda o no vaya a cambiar en el momento siguiente.

El actuar (o no-actuar) para aliviar el dolor, curar las heridas, o corregir la injusticia surge de forma natural. El universo actúa. En última instancia, lo que es curado se descompondrá de nuevo. Toda forma es impermanente; ni siquiera existe en la forma en que pensamos que lo hace. La verdadera libertad es el reconocimiento de lo ilimitado que no nace ni muere, lo ilimitado que está aquí independientemente de las circunstancias relativas y nunca a causa de las circunstancias relativas.

Si la película comienza a reproducirse en la que “tú” estás tratando de “conseguir” este reconocimiento, y te sientes mal cuando parece que “tú” has fallado, entonces simplemente date cuenta de que esta es otra película, otra apariencia soñada en la consciencia, otra historia sobre el personaje imaginario. Lo ilimitado ya está aquí. No se puede perder (o encontrar). La conciencia lo incluye todo y no se aferra a nada. Aparecen las nubes. Aparece la contracción. Aparece el dolor. Aparecen la resistencia y la tensión. Aparecen la expansión y relajación. Las películas mentales aparecen y desaparecen. Los sueños vienen y van. Todo desaparece en el sueño profundo y la muerte y reaparece de nuevo en la vida de vigilia. Todo es un flujo y reflujo ilimitado que incluye absolutamente todo, incluso la contracción, la distracción, la resistencia, laapariencia de la separación y la encapsulación ― incluso el llamado “mal”. Todo es.

Reconocer que todo es ilimitado no significa perder la capacidad de diferenciar entre la claridad y la confusión, ni tampoco significa no limpiarse los dientes o no trabajar para corregir la injusticia si eres movido a hacerlo. La unicidad incluye el discernimiento y la capacidad de actuar. Incluye la capacidad de ver los errores y corregirlos. Así que el despertar no significa que tengamos que sentarnos y no hacer nada acerca de los problemas porque tenemos la idea de que todo está “bien” como está. Como mi primer maestro Zen me dijo: “Tú eres perfecto tal como eres, y eso no significa que no haya lugar para la mejora”. ¡Hay lugar para todo! Pero la verdadera fuente de toda acción es la Totalidad, no la persona separada imaginaria. Y lo que suceda es una apariencia soñada. ¡El último momento ya se ha desvanecido totalmente en el aire! ¿Qué tan real, sólido y sustancial fue?

No hay distancia alguna entre samsara y nirvana. La ilusión de la distancia es el samsara, y el nirvana es simplemente el reconocimiento de que esta distancia, o separación, es imaginaria. La liberación no se trata de que “tú” consigas salir del samsara hacia el nirvana. Eso es ilusión. La liberación es la ausencia de toda esa historia de separación y carencia.

Pero como creencia, todo esto no tiene sentido. La liberación no tiene que ver con reunir un nuevo sistema de creencias o un nuevo conjunto de respuestas (por ejemplo, que “Todo es Uno”, o “No hay nada que alcanzar”, o, “La conciencia es todo lo que hay”, o “No hay libre albedrío”, o “Todo es perfecto”). La liberación es la vitalidad y la inmediatez más allá de la creencia. La liberación es cuando todas las respuestas, explicaciones y posiciones desaparecen, y lo que queda es la mente abierta del no saber.

Por eso se ha dicho, si te encuentras con el Buda, mátalo. Si encuentras la respuesta, tírala. La respuesta de ayer es carne muerta de hoy. Suéltala. No hay nada real a qué aferrarse. No hay ninguna persona iluminada. Sólo hay visión iluminada, ser iluminado, conciencia iluminada ― claridad impersonal. Tampoco hay ninguna persona no iluminada ― solamente confusión y trance, oscurecimiento impersonal. Todo esto es como el clima ―va y viene― y todo ello es un aspecto de la totalidad indivisible, inseparable de cualquier otro aspecto: la confusión, la claridad, el deseo de despertar, el impulso de clarificar y sanar, las diversas formas de indagación y exploración meditativa, las prácticas, el despertar de las prácticas ― todo esto es lo que es.

Si tratas de dar sentido a todo esto y adoptas una opinión o posición fija, tarde o temprano, el terreno sobre el que te imaginas que estás será barrido. La liberación no es una cuestión de definir la respuesta “correcta” o la posición “correcta”. La realidad no puede ser definida o meterse en una caja. ¿Acaso el despertar requiere esfuerzo o es sin esfuerzo? ¿Hay una elección o es sin elección? ¿Es el mundo real o irreal? ¿Lo que sucede importa o no importa? ¿Seguiré estando aquí después de la muerte o no? Tales preguntas desafían las respuestas porque todas ellas están arraigadas en tratar de describir lo indescriptible, y/o se basan en falacias conceptuales, como la cuestión de la tierra plana (¿Qué será de mí si me caigo por el borde de la tierra? Tú y el borde son ambos imaginarios; la cuestión se basa en una concepción errónea).

martes, 4 de agosto de 2015

Preguntas a Emilio Carrillo. Duodécimo Episodio.


Duodécimo Episodio, FIN Temporada Primera. 

Gracias a todos por vuestro seguimiento y apoyo.

La pregunta más importante…

 


Pregunta: A veces cuando estoy tranquilamente sentado, la pregunta surge en la mente:
¿Qué es la verdad?
Pero cuando llego aquí me doy cuenta de que no soy capaz de preguntar…
“¿Qué es la verdad Bhagwan?”


Esa es la pregunta más importante que puede surgir en la mente de cualquiera, pero no hay respuesta para ella. La pregunta más importante, la pregunta última, no puede tener ninguna respuesta; por eso es la última.

Cuando Poncio Pilatos preguntó a Jesús, “¿qué es la verdad?”, Jesús permaneció en silencio. No solo eso, la historia dice que cuando Poncio Pilatos formuló la pregunta “¿qué es la verdad?”, no esperó a escuchar la respuesta. Dejó la habitación y se alejó. Esto es muy extraño… Poncio Pilatos también piensa que no puede haber una respuesta para ella, así que no esperó la respuesta. Jesús también permaneció en silencio porque también sabe que no puede ser respondida.

Pero esas dos comprensiones no son lo mismo, porque estas dos personas son diametralmente opuestas. Poncio Pilatos piensa que no puede ser respondida porque no hay verdad; ¿cómo podrías responderla? Esa es la mente lógica, la mente romana. Jesús permanece en silencio no porque no haya verdad, sino porque la verdad es tan inmensa que no puede ser definible. La verdad es así de descomunal, de enorme; no puede ser confinada a una palabra, no puede ser reducida a lenguaje. Está ahí. Uno puede ser ella, pero no puede decirla.

Por dos razones diferentes se comportaron casi de la misma forma: Poncio no esperó a escuchar la respuesta, sabía de antemano que no hay verdad. Jesús permaneció en silencio porque conocía la verdad, y sabía que no puede ser dicha.



Chidvila ha formulado esta pregunta. La pregunta es absolutamente significativa. No hay pregunta más elevada que ésa, porque “no hay religión más elevada que la verdad”. Pero la pregunta tiene que ser comprendida, tiene que ser analizada. Analizando la pregunta, intentando comprender la pregunta misma, puedes tener una visión de lo que es la verdad. Yo no la responderé, no puedo responderla. Nadie puede responderla(1). Pero podemos profundizar en la pregunta. Profundizando en la pregunta, la pregunta comenzará a desaparecer (comienza un silencio…) Cuando la pregunta haya desaparecido encontrarás la respuesta allí, en el mismo centro de tu corazón (y no es una respuesta verbal…).

Tú eres la verdad, así que ¿cómo puedes perderla? Quizá te hayas olvidado de ella, quizá le has perdido la pista…, quizá te has olvidado de cómo entrar en tu propio ser, en tu propia verdad…

“Soy una Chispa Divina” Omraam Mikhaël Aïvanhov.


“Alguien dice: «Estoy enfermo, como usted puede ver.» Y en efecto, se ve que está enfermo, pero sólo es una parte de su cuerpo la que se encuentra afectada. 

Si no cesa de insistir en su enfermedad, es como si se identificase con la parte enferma y le diese a ésta la posibilidad de ocupar la totalidad del terreno, no sólo en el plano físico, sino también en el plano psíquico. 

El que esté gravemente enfermo debe decirse:

 «Mi cuerpo está enfermo, es verdad, pero yo, un hijo de Dios, una chispa divina, no puedo estar enfermo.» 

Y esta convicción le sitúa por encima de su enfermedad: no se identifica con su cuerpo, sino con su espíritu que vive en la luz y en la eternidad. 

Al decidirse aplicar esta ley de la primacía del espíritu, producirá, en primer lugar, cambios en la región del pensamiento.

 Estos cambios influirán después la región del sentimiento, de la sensación y acabarán concretándose en el plano físico produciendo mejoras y a veces incluso la curación.”

www.prosveta.com

lunes, 3 de agosto de 2015

Felicidad y apego. ¿Qué está boicoteando tu bienestar?


Parece indudable que todo ser humano que no es feliz busca serlo. Y aunque es bien cierto que muchos se resignan, en alguna u otra medida, a una vida gris o a la desdicha, esto no es más que otra estrategia para intentar sentirse mejor (y, en lo posible, satisfechos). De manera que tenemos a miles de millones de personas en el mundo ansiando y buscando estar, si no felices, al menos medianamente contentos.

Por lo demás, en nuestras sociedades “modernas”, donde vivir los sueños del corazón parece ser cosa reservada a unos pocos afortunados o espabilados, la gente en general aspira a estar bien, “normal”, sin grandes problemas. Y sí que hay, a pesar de todo, un nutrido número de gentes que viven vidas un poquito más coloreadas.

Empero, aún así, entre la minoría de personas que se reconocen felices o contentos en este planeta lleno de contrastes -de inmensos rebaños y elitistas pastores-, la mayoría basan su felicidad o satisfacción en circunstancias o condiciones coyunturales y, en todo caso, temporales, las cuales podrían cambiar en un instante y abocar directamente al abatimiento, la desolación y el ostracismo a quienes antes se declaraban contentos.  “De momento me va bien –dicen-, tengo trabajo, familia, un hogar, y alcanzo para vivir con cierta desenvoltura”.

Cuando, comúnmente, hablan así de la satisfacción o felicidad, es obvio que no se están refiriendo a algo estable y duradero. Ahora bien, ¿podemos seguir entonces llamando –con propiedad- felicidad o bienestar a un estado tan volátil y fluctuante?

Por ejemplo, como bien sabemos, ese precario bienestar –fundamentado en bases movedizas- se viene abajo masivamente, cada cierto tiempo, en lo que llaman crisis, pues eso es lo que pasa cuando en las sociedades las cosas no se hacen por el bien común, sino para el interés y el beneficio de unos pocos, quienes pueden manejar fácilmente los hilos desde la trastienda, porque el 95% de la población asume un papel -o papelón, mejor dicho- de incapacidad, subordinación y dependencia. Un papelón, por cierto, que se asume como inevitable y se normaliza y justifica de una y mil maneras, pues todo parece mejor que afrontar cuestiones profundas, básicas y sangrantes que atañen a… uno mismo.

Y es aquí –mirando por primera vez al interior, en vez de echar siempre balones fuera-, donde podríamos empezar a indagar de verdad, con sincera honestidad y rigor, las causas de la infelicidad y, por ende, los factores clave que realmente contribuirían al bienestar integral, tanto individual como colectivo.

“No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita”, reza un viejo adagio de la sabiduría popular, mostrando certeramente cuán paradójico, subjetivo e intransferible puede llegar a ser el asunto de la felicidad.

A lo mejor este dicho, lejos de ser un tópico, es bastante más sabio de lo que muchos pensaban. Por de pronto echa abajo un –este sí- auténtico cliché, a la altura de nuestra civilización tan evolucionada: “tanto tienes, tanto vales”.

Sugerir que el valor de uno mismo no estriba necesariamente en las posesiones de cualquier tipo (materiales, estatus, fama, éxito social, laboral, pareja-casa-coche, etc.), puede dejar a más de uno (y de dos) bastante descolocado; o inmediatamente puede suscitar una reacción burlona o despreciativa (esto último en los más materialistas, o “apegados a las cosas”).

Apegados, dije de pasada, como quien no quiere la cosa; pero este es –si se escarba un poquito en él- un tema clave, insospechada y pasmosamente clave…


¿Qué es el apego? 

¿Cuánto nos controlan las Emociones?


“El hecho de que una pequeña concentración de moléculas que corren por el torrente sanguíneo pueda desencadenar pautas complejas de comportamiento es un tema interesante de reflexión cuando se juzgan cuestiones como el libre albedrío”

Carl Sagan y Ann Druyan



Nos gusta creer que tenemos control y manejo de nuestras vidas, que nuestras acciones se encuentran basadas en elecciones libres y decisiones racionalmente tomadas. Nos agrada sentir que elegimos a nuestros amigos, parejas, el lugar donde vivimos o la carrera que estudiamos. No obstante, operan en nuestro cerebro infinidad de mecanismos automáticos e inconscientes de los cuales nosotros apenas tenemos alguna noticia.

Y, seguramente, en el concierto de procesos psicológicos, son las emociones las que se destacan por su gran autonomía. Así el enojo, el miedo, los celos, la alegría, la sorpresa casi siempre aparecen más allá de nuestra voluntad, como reacciones impuestas a las cuales apenas podemos controlar. Afortunadamente, la Psicología ha brindado herramientas que permiten manejar los procesos emocionales, particularmente aquéllos que se tornan sufrientes y patológicos.


¿Por qué reaccionamos emocionalmente?

Comencemos con algunos ejemplos:

Carlos se encuentra en su trabajo cuando su superior se le acerca y le comenta que no podrá tomar sus vacaciones en el momento por él solicitado. Antes de terminar de escuchar la frase, Carlos ya se ve invadido por un sentimiento de enojo que le cuesta disimular. Siente algo de calor en el rostro y las manos, el palpitar de su corazón y una tensión muscular generalizada.

Marcos espera a su pareja en la puerta de la facultad. Ella sale del edificio conversando con un compañero del cual se despide con un beso y una suave palmada en el hombro. Marcos se ve instantáneamente invadido por un fuerte sentimiento de celos que raya con el enojo. Su rostro se pone tenso, mira fijamente a su novia cuando se acerca y antes de incluso saludarla no puede evitar preguntarle “¿quién es ese tipo?” con un tono áspero y ojos inquisidores.

Marina llega a su casa luego de una jornada agotadora de trabajo. Sus dos hijos con su esposo la esperan. Al verla entrar, ambos niños corren a abrazarla gritando “mamá, mamá”. Marina siente una inmensa alegría desde el mismo instante en que visualiza el rostro de sus niños, un regocijo que desborda en sonrisas, besos y abrazos.

Los tres ejemplos narrados muestran situaciones cotidianas, no patológicas, en las cuales las personas reaccionamos emocionalmente con tan sólo estar expuestas a los estímulos adecuados. No nos resulta necesario ningún tipo de esfuerzo, voluntad ni planificación para vernos invadidos por los afectos, los cuales en todos los casos nos resultan tan normales y naturales que difícilmente nos detengamos a pensar sobre ello. De este tipo de ejemplos está plagada nuestra vida. Y difícilmente podamos sostener que “elegimos” reaccionar o actuar de tal o cual modo; muy por el contrario, en casi todos los casos las emociones se presentan en fracciones de segundos, tiñendo desde nuestra percepción hasta nuestros actos. Del mismo modo se van. Ninguna elección cuenta acá.

Ahora bien, ¿por qué? ¿Cuáles son los motivos por los cuales tenemos estas reacciones emocionales que tanto colorean nuestras vidas? ¿En qué grado las controlamos y cuánto ellas nos controlan?
Hay diferentes niveles de análisis para responder a las pregunta de por qué reaccionamos emocionalmente. El primero de ellos tiene que ver con las casusas proximales, es decir, con los eventos antecedentes externos e internos puntuales que gatillaron el disparo de las emociones. Así, por ejemplo, en el caso de Carlos antes mencionado, podríamos simplemente afirmar que su enojo se debe a que considera injusta la decisión de la empresa de negarle las vacaciones en el periodo solicitado; su reacción se explica por la noticia que su superior le transmite y su valoración de la misma como injusta. De igual manera, Marcos reacciona con celos porque ve que su novia tiene gestos cariñosos con otro hombre, lo cual él considera una amenaza a la fidelidad. Casi parece bizarro tener que explicar el por qué de la alegría de Marina, obviamente, porque ve a sus hijos, ellos y sus expresiones de afecto son las causas proximales de sus sentimientos positivos.

Ahora bien, nosotros podemos ir un paso más allá y preguntarnos por qué tales o cuales antecedentes típicamente son disparadores de tales y cuales reacciones emocionales. Así, por ejemplo, ¿por qué reaccionamos con enojo cuando algo o alguien interfiere con nuestros objetivos, particularmente si tal obstáculo lo consideramos injusto? ¿Por qué sentimos celos ante los signos cariñosos de nuestras parejas con otros potenciales competidores? O, finalmente, ¿por qué una madre se alegra tanto al encontrarse con sus hijos pequeños?

El segundo tipo de respuestas nos lleva a otro nivel de análisis, el cual se relaciona directamente con las funciones evolutivas de las emociones, con su valor de supervivencia, no tanto para nosotros, sino para nuestra especie. En este sentido, las emociones son patrones de respuesta que han sido seleccionados a lo largo de miles de años porque representaron una adaptación, una ventaja evolutiva para la supervivencia. Prosigamos con algunos ejemplos.
La reacción de enojo cuando vemos que nuestros objetivos se ven interferidos por otras personas ha facilitado un patrón de conductas defensivas orientadas a deshacerse del obstáculo. Así, quien nos quitara la comida, el refugio o a nuestros compañeros sexuales podría ser objeto de nuestra reacción de ira con la consecuente agresión que ello implicaba. De hecho, como es sabido, la fisiología de las emociones nos prepara para una acción específica de acuerdo con el tipo de disparador al que nos enfrentemos.

Por ejemplo, tanto el enojo como el miedo comportan una activación importante del organismo: aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria, aumento de la presión sanguínea, tensión muscular. Pero también hay diferencias. El enojo nos prepara para el enfrentamiento, la lucha y por lo tanto, la sangre fluye más intensamente hacia los brazos y manos. Opuestamente, en el estado de miedo nos preparamos para huir y por lo tanto, la sangre se dirige más marcadamente a las piernas que en las extremidades superiores.

Pensemos, por ejemplo, en nuestras respuestas sexuales. Al igual que con el enojo o con el miedo, experimentamos un patrón generalizado de activación caracterizado por taquicardia, respiración agitada, tensión muscular; no obstante, las diferencias son obvias, no sólo en el plano somático por la diferente preparación de los genitales sino por el subjetivo emocional, en el cual vivimos una de las experiencias humanas más agradables.

Al hablar de las emociones en este sentido evolutivo, estamos afirmando que las mismas han favorecido nuestra supervivencia en un ambiente arcaico, no en el mundo moderno signado por la tecnología. Así, los organismos que corrieron más rápido ante un predador o se defendieron más agresivamente de un enemigo, son los que más sobrevivieron.

De modo similar, quienes experimentaron mayor placer sexual, copularon más y por ende dejaron más descendencia fértil. Opuestamente, quienes no experimentaron miedo o enojo, no se escaparon ni se defendieron y fueron más fácilmente capturados por sus predadores o enemigos; quienes no se sintieron sexualmente atraídos por potenciales compañeros sexuales, han copulado menos y por ende, dejado menor cantidad de descendencia. Este proceso puesto a jugar en términos de millones de años ha dejado trazos indelebles en el cerebro humano, el cual reacciona ante algunos disparadores con respuestas más adaptadas a la edad de piedra que a la civilización contemporánea. En este contexto de ideas, las reacciones de nuestros primeros ejemplos cobran su sentido; todas ellas son adaptaciones que favorecieron la supervivencia en un ambiente primitivo; algunas siguen siéndolo aún, como el caso de la madre que se alegra al ver a sus hijos; otras ya no tanto, como el caso del trabajador que se enoja porque le niegan sus vacaciones en el periodo solicitado.

El valor evolutivo de nuestro repertorio emocional también nos pone en el sendero para explicar algunas de sus otras características más destacadas. Particularmente, las emociones son casi siempre automáticas, rápidas, difíciles de manejar. Esto se debe a que, en la mayoría de los casos, los patrones afectivos que nos preparan para acciones específicas relacionadas con la supervivencia tienen un curso temporal; escasos segundos pueden representar la diferencia entre vivir o morir a manos de un predador, por ejemplo. Así, el automatismo de las emociones releva al organismo de un proceso de evaluación consciente y racional que llevaría más tiempo y por ende, más riesgo, liberando los recursos atencionales para servir a otros propósitos.

El disparo emocional es un proceso inconsciente, sólo nos anoticiamos del mismo cuando ya está en marcha ejerciendo efectos en nosotros. Esta arista se esclarece aún más si reflexionamos acerca de que patrones emocionales muy similares a los nuestros tienen lugar en otras especies, que por supuesto, no piensan, no hablan, ni son conscientes.

Nuestro cerebro lleva las marcas de nuestra historia evolutiva, nuestros afectos se revelan como procesos preparados que han servido a ciertos fines de supervivencia en el pasado remoto. Si bien los disparadores arcaicos ya casi no se presentan, los temas comunes sí. De este modo, las amenazas no provienen de un predador, sino de un superior que nos puede quitar nuestro trabajo; a él reaccionamos con miedo o con enojo de acuerdo con las circunstancias.

Al ver fotografías o videos eróticos por internet, experimentamos fuerte placer sexual y una preparación de nuestro organismo para copular, a pesar de que estemos sólo frente a una computadora con la cual no vamos a tener relaciones sexuales ni reproducirnos. Las reacciones arcaicas perduran y se ponen en marcha ante estímulos nuevos de la cultura; estos últimos estarán algunas veces más, otras veces menos; pero siempre relacionados con los temas centrales de la supervivencia que dieron origen evolutivamente a nuestras emociones.


¿Cuál es el valor de nuestras elecciones en todo este entramado de reacciones emocionales? ¿Cuánto elegimos a qué o quién reaccionar? ¿Cuánto elegimos cómo reaccionar?