De la lucha a la meta
Ir con la corriente de las cosas,
Rendirse de buen grado a la razón,
Someterse y aceptar el final
De un amor o de una estación.
Robert FROST
Sé que ya soy un ser entero y que no necesito perseguir nada con el fin de
estar completo.
El mensaje de este capítulo puede ser resumido en una palabra: ¡alégrese! Su
yo superior no le exige nada. No tiene que demostrar quién es ante Dios. Fue
creado como extensión de una fuerza espiritual más elevada, la esencia misma
del universo. No llegó al aquí y ahora incompleto, en ningún sentido. No tiene
que luchar para demostrar nada. A menos que, por supuesto, decida escuchar
al omnipresente falso yo, el cual estipula que si no está ocupado en perseguir
algo es un fracasado.
Puede resultar difícil alegrarse por fin y entender que la vida es lo que sucede
mientras usted está haciendo otros planes. ¡Eso es! Todos y cada uno de los
instantes de su vida tienen lugar en el momento presente.
Usar los momentos presentes para perseguir los momentos futuros es una
actividad dictada por el ego. Su ego quiere que se sienta incompleto con el fin
de poder controlar su existencia. Cuando por fin tenga la posibilidad de decir
que ha llegado, sabrá lo que se siente cuando se es libre. Se habrá liberado de
su falso yo, el cual podría mantenerle en perpetuo movimiento, persiguiendo
más y más, hasta su último aliento.
Su yo superior no quiere que sea un haragán ni que no tenga un propósito,
sino que se dé cuenta del poder del conocimiento al que ha llegado. Cuando
usted sabe que este momento es su vida entera, no está concentrado en los
momentos pasados ni futuros, y se libera del estrés y la tensión que
acompañan a la vida de la lucha. Al liberarse, se torna más productivo y clamo
de lo que era cuando miraba a sus espaldas o por delante de sí mismo y no
permitía que su mente descansara en el centro de quietud del momento
presente.
Contrariamente a lo que el ego intenta hacerle creer, no se limitará a vegetar, ni
se quedará sin techo ni se convertirá en un irresponsable a la deriva.
Lo que sucederá es que se alegrará y se verá tan absorto en su misión que
estará más activo. Con este poder, descubrirá que es libre para entregarse a
cualquier cosa hacia la que se sienta atraído.
Cuando deje de luchar y comience a saber que tiene una misión divina, y que
no se encuentra solo, alcanzará la meta. Esa experiencia le brindará el júbilo
de hallarse en el reino del espíritu, donde no hay preocupaciones ni
culpabilidades. Estar de todo en el ahora quiere decir que conocerá el cielo en
la tierra porque estará por completo absorto en el instante espiritual.
Al examinar algunos nuevos conceptos desde la perspectiva del alma,
aprenderá sobre las cosas que quiere cambiar con el fin de acercarse más a la
experiencia de llegar a la meta y alejarse de la lucha.
LOS COMPONENTES DEL GIRO HACIA LA META
Para vivir el júbilo de saber que está aquí ahora, en este momento y que hay
todo lo que hace falta que haya, todo lo que alguna vez hubo y todo lo que
conocerás jamás-, debe aprender a confiar en su yo superior y despojarse de
esas arraigadas enseñanzas de todos los egos que han influido en su
existencia. Comenzará a darse cuenta de que en el aquí y ahora no está a
prueba. No tardará en comprender que su misión es servir y entregar el amor
que constituye su esencia básica.
No tiene que hacer más, aunque puede que decida hacer muchísimo. Su
principal objetivo es mantenerse centrado en dar y recibir el amor paternal y
fraternal, el amor de Dios. Si incorpora las siguientes ideas a la práctica de su
misión cotidiana, tendrá éxito en su objetivo.
La inmaterialidad. El ego interna convencerle de que la inmaterialidad es un
estado de indeseable pobreza. Si experimenta dicho estado, el ego quiere que
crea que se debe a que no se ha realizado. El ego insistirá en que sentirse no
realizado o vacío es algo inaceptable.
Tiene que crear una relación nueva con la inmaterialidad, el vacío, si quiere
describir un giro que le aparte de la lucha y le conduzca hacia la meta de amar
su existencia en el aquí y ahora.
Lo inmaterial tiene un valor muy positivo en su vida. Todo fue creado de la
nada. Si se sienta en silencio y escucha el primer sonido que se produzca, se
ve obligado a admitir que proviene del silencio. De la anda se crea una onda
que llamamos sonido. Sin la nada no podríamos tener sonido.
Se considera que el espacio es la nada; sin partículas, sin formas. Así que lo
describimos como la nada. Temerle a ese espacio vacío o negar su valor como
parte de nosotros significa dudar de nuestra propia existencia. Nosotros
llegamos de la nada al mundo de las formas, el aquí y ahora. Tenemos una
conexión íntima, tanto con la nada como con el mundo de las formas. Somos
ambos. Ambos son parte de nosotros. Necesitamos tanto el espacio como la
forma para existir.
Es importante que llegue al lugar donde es posible amar la nada con el mismo
entusiasmo que siente por el aspecto material de su vida. Ambos son facetas
esenciales de su existencia. En ese espacio unificado hallará el secreto que se
encuentra en el centro de su ser, la nada. Ahí se familiarizará con la paz de
llegar y renuncia a la ansiedad que se genera al emplear todos sus preciosos
momentos en luchar.
Entrega. Para entender el concepto de la entrega no podrá confiar en su ego.
El ego no quiere que ni considere la posibilidad de entregarse. Preferirá que se
aferre a la creencia de que tiene que luchar, y que se mantenga dentro de lo
conocido.
Cuanto más fiel permanezca a lo que está acostumbrado, más se aferrará a las
preocupaciones y estrés que pertenecen al mundo físico. Este
comportamiento frenético le mantiene ocupado y le incapacita para establecer
conexión con el mundo del espíritu y de su búsqueda espiritual.
Sentirse atraído por lo que le sucedió en el pasado puede estar muy
profundamente arraigado en usted por obra de su falso yo. Debe aprender a
reconocer el apego que el ego siente por el pasado cuando se sirva de él para
mantenerle en la lucha. Renuncie a la creencia de que su pasado es lo que
impulsa su presente.
Entregarse significa también aprender a reconocer las señales que le envía su
yo superior para hacerle saber que algo dentro de usted requiere atención.
Significa entregarse, a no importa qué, en el momento presente. Para muchas
personas puede resultar confuso distinguir si es el ego o el espíritu quien se
encuentra al timón.
A mi, la imagen de un barco que avanza por la superficie de un lago me resulta
útil para diferenciar el ego del yo superior. Veo la estela del barco como un
símbolo del pasado. La estela no impulsa al barco. No es más que la pista que
deja atrás el movimiento de mi barco imaginario. Lo que impulsa el barco es la
energía generada ahora. Yo no le atribuyo méritos ni culpas al pasado por que
el barco haya llegado a un punto concreto del lago.
Luego respiro lenta y profundamente y le pido a mi yo superior que complete el
cuadro. Si el barco falla en cualquier sentido, lo contemplo con amor, sin
culparlo, entregándome a ello. Esto es muy diferente de las órdenes del ego de
continuar navegando de forma constante o más rápido, o de conseguir un
barco más grande o más elegante.
Si irrumpe la charla del ego, ello se debe a que se siente amenazado por el
ejercicio que está llevando a cabo. Teme mi callada aceptación. Quiere que
abandone esa tontería y continúe con la lucha.
Si el ego no se ve amenazado y el barco no falla, entonces sé que estoy a flote.
Interpreto el avance del barco como un símbolo de que procedo en la vida sin
que la influencia del ego me obligue a mirar hacia el pasado, y de que no estoy
haciendo caso omiso de las señales de mi yo superior, con las cuales me
indica que se encargará de cualquier daño del pasado.
Si prueba esto y oye una voz crítica que casi le grita que continúe, tenga la
seguridad de que se trata de la charla del ego. Entregarse significa entregarse
a lo que es, no a lo que el ego quiere que sea ahora ni a lo que el ego piensa
que tendría que haber sido en el pasado.
Entregarse significa dejarse ir y estar aquí, en este instante, en ninguna otra
parte. Significa saber en su fuero interno que se encuentra aquí, en este
momento, y que cualquier cosa que le haya sucedido es como la estela que
queda tras el barco. Al observar la estela del barco, se ve que permanece
durante pocos instantes y que luego se desvanece con lentitud. Del mismo
modo ocurre esto en la vida. Su pasado se desvanece con lentitud y todo
cuanto queda es el ahora.
El pasado no puede impulsarle hasta este ahora y ese pasado no ha de
considerarlo el responsable de los problemas del barco. Ello quiere decir que
no debe culpar al pasado, ni negar la existencia de un problema. Lo que usted
hace es entregarse a lo que está sucediendo en este momento.
Entréguese mediante un nuevo acuerdo con el ahora. Reconozca que su
pasado es una huella de momentos que han quedado atrás, y al tiempo sepa
que si está teniendo dificultades en el momento presente, debe entregarse a
esa realidad.
No permita que el ego le convenza de culpar al pasado del presente, y no le
permita que le convenza de luchar para arreglar el problema sin la colaboración
de su yo superior. El ego intentará que supere el dolor o la dificultad con
soluciones del ego, por miedo a que llegue a sentirse demasiado a gusto con
su amorosa esencia divina.
El ego teme sobre todo que su entrega a lo que existe en el ahora le llve a la
entrega definitiva: la aceptación de la muerte, el más embarazoso de los
acontecimientos para el ego.
Hace varios años recibí el siguiente texto de un lector de Milwaukee. Se titula
There Is no Death (No hay muerte), de autor anónimo.
Estoy de pie, en la orilla del mar. Una nave que hay cerca despliega sus velas a
la brisa de la mañana y se dirige hacia el océano azul. S un objeto lleno de
hermosura, de fuerza, y yo permanezco de pie y la observo hasta que pasado
largo rato se halla suspendida como una pequeña nube justo donde el mar y el
cielo se funden el uno con el otro.
Entonces, alguien que hay a mi lado dice:
-¡Ya esta! ¡Se ha ido!
Ido de mi vista, eso es todo. Su mástil y su casco son igual de grandes que
cuando salió, y ella no es menos capaz de llevar su carga de vida hasta su
puerto de destino.
Su disminución de tamaño está en mí, no en ella. Y justo en el momento en
que alguien que está a mi lado dice “¡Ya está” ¡Se ha ido!”, hay otros ojos que
contemplan su llegada, y otras voces dispuestas a recoger el alegre grito:
-¡Ahí llega!
Y eso es morir.
La entrega invita a su amorosa esencia divina a estar disponible en todo
momento del presente. ¡Qué placer puede entonces ser cada momento!
Incluso el final.
Aceptación. Una vez, cuando me pidieron que definiera la iluminación, lo mejor
que se me ocurrió decir fue: “la serena aceptación de lo que es”. Yo creo que
los seres verdaderamente iluminados son aquellos que se niegan a sentir
angustia por cosas que simplemente son como son.
Alcanzar la meta en lugar de luchar significa aplicar la sabiduría de la llamada
Plegaria de la Serenidad, de Reinhold Neibuhr: “Dios, concédeme la serenidad
para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar los cosas
que sí puedo y la sabiduría para conocer la diferencia”. ¡Conocer la diferencia
puede ser lo más difícil!.
El ego intenta impedirle que posea la sabiduría de su yo superior,
manteniéndole en un estado de ánimo atemorizado o dispuesto a la lucha.
El ego quiere que crea que debe trastornarse y angustiarse para demostrar que
es una persona valiosa que se preocupa por los problemas del mundo. Esta
forma, dictada por el ego, de abordar las cosas impide que pueda llegar a
convertirse en parte de la solución e lo que puede cambiarse.
La aceptación no implica aprobación. Sólo se refiere a un estado mental que le
permite estar en paz y conocer la diferencia entre las cosas que puede
erradicar y las cosas que sencillamente son como son. Si se encuentra en un
estado de aceptación, se ve libre del estrés y puede estar más abierto para
escuchar y ayudar.
Usted no aprende cuando está hablando con otros o enjuiciándose, o enojado
consigo mismo. Escuchar en silencio e invitar a su yo superior a participar es
el camino para conocer la diferencia entre lo que puede cambiar y lo que debe
aceptar como inmutable. La no aceptación podría deberse a que su ego insiste
en que su camino es el correcto, en lugar de aceptar lo que podría se el
designio divino de Dios, el cual usted puede percibir.
Existe una solución espiritual para todos los supuestos problemas con los que
nos encontramos. Todos nuestros males sociales derivan de un déficit
espiritual del que trato en el último capítulo de este libro. Su deseo de
remediar esas carencias forma parte del designio divino como las carencias
mismas. Cambiar de la no aceptación y el enjuiciamiento a la aceptación se
convertirá en parte de la solución.
La aceptación significa llegar a un lugar de paz. Es el lugar al que William
Blake se refirió al escribir lo siguiente:; “Si las puertas de la percepción
estuviesen límpidas, todo aparecería tal y como es... infinito”.
Limpie esas puertas del enjuiciamiento y verá a su yo superior que le dice que
éste es un universo divino y un sistema inteligente del cual usted forma parte.
Incluso aunque no entienda cómo ni por qué tantas cosas ocurren tal como
ocurren ésta no es una razón para molestarse por ellas. La aceptación lleva a
las soluciones. El enjuiciamiento y la no aceptación alimenta el hambre que
tiene el ego de problemas y luchas.
Hay una antigua enseñanza zen que dice: “Si entiendes, las cosas son
simplemente como son. Si no entiendes, las cosas son simplemente como
son”. Ésta es la esencia de la aceptación y la manera de alcanzar al meta.
Asombro. Si está ocupado en luchar por algo, tiene muy poco tiempo o energía
para admirarse por su entorno o vivir con asombro el momento presente.
El asombro llega cuando uno se toma el tiempo necesario para apreciar todo lo
que se es, todo lo que tiene y todo aquello en lo que puede convertirse.
Su ser físico es un milagro: millares de partes en funcionamiento con una
inteligencia divina. Considere la circulación de su sangre, la inhalación del aire
y la oxigenación, sus ojos, músculos y huesos respondiendo todos a las
órdenes de un cerebro y sistema nervioso que están más allá de la
comprensión. Hay kilómetros de venas y arterias, intestinos con infinidad de
diminutos microbios, todos trabajando al unísono con la inteligencia divina que
creó el cuerpo.
Para gozar del asombro, deténgase y contemple el milagro de usted mismo.
Permítase disfrutar del asombro y la reverencia de quién y qué es. Existe una
milagrosa máquina que le alberga, y existe el incomprensible misterio el
espíritu que habita en la máquina, formando por su mente y su alma,
observándolo todo.
Su yo superior se vuelve fácilmente accesible cuando usted contempla el
misterio de quién es. El estrés con el que crece el ego desaparece, por lo cual
su yo auténtico queda disponible. Su ego intentará llevarle de vuelta a su
realidad, amenazándole con que se volverá indolente e improductivo. Pero
puede vencer al ego si ve el misterio revelado como la presencia de Dios en
todas partes. Entonces “venderás tu inteligencia y comprarás asombro”,
según las instrucciones de Rumi.
Paciencia, tolerancia y comprensión. Al pasar de la lucha a alcanzar la meta,
su yo superior revela la presencia del espíritu, que es la presencia organizativa
del mundo manifiesto. Su fe cambiará para ser conocimiento, y usted
comenzará a confiar en el amable consejo que su espíritu le proporciona.
La necesidad de luchar para hallar repuestas desaparecerá. Será reemplazada
por el conocimiento de que el designio divino revelará cuál será el siguiente
paso por el sendero de su búsqueda espiritual.
A mí, este tipo de paciencia, de tolerancia, de comprensión me ha
proporcionado una enorme guía en mi vida, y se ha convertido en una virtud.
Cuando me siento inclinado a escuchar a mi ego, soy capaz de recurrir a esta
actitud y decir: “Lo dejo en tus manos. Mi ego me atosiga, pero eso no me
brinda satisfacción, así que aguardaré en silencio para ver en qué dirección
debo encaminarme. En tus manos estoy”.
Esto no es una abdicación de la propia responsabilidad, como le gustaría
hacerme creer al ego. El ego es impaciente, intolerante, incapaz de
comprender.
Quiere que la acción no se detenga. Y utiliza esas características de manera
extremadamente eficaz para mantenernos apartados de nuestro yo espiritual.
Nuestra amorosa esencia divina nos ofrece la infinita paciencia, tolerancia y
comprensión que brinda Dios. Me han hecho falta más de cincuenta años para
conocer muchos de los conceptos sobre los que escribo en estas páginas.
Dios ha sido paciente. En mi vida he hecho cosas que hoy me hacen
estremecer de desprecio, y sin embargo Dios, de alguna forma, insistió
conmigo, vio mi potencial para mayores propósitos. En mis primeros años
robé, me llevé cosas de las tiendas sin pagarlas, mentí con excesiva
frecuencia, fui promiscuo e infiel, consumí sustancias adictivas... y a pesar de
todo eso y mucho más, Dios me mostró su infinita paciencia.
Las historias de las vidas de San Pablo y San Francisco de Asís describen el
mismo tipo de paciencia. Y está a su disposición en todo momento. Con
independencia de dónde haya estado, cómo haya vivido y cuánto haya
confiado en su falso yo, la infinita paciencia de Dios está siempre presente.
Al existir la paciencia divina, usted también puede alcanzarla. Todo lo
magnífico no tiene miedo alguno del tiempo; en gran medida porque su yo
superior sabe que el tiempo no existe, como no sea en nuestras mentes. La
infinitud y la eternidad son conceptos que nigan la existencia del tiempo. Su
yo superior forma parte de la infinitud y la eternidad, y le ofrece paciencia.
Éstos son, pues, los cinco componentes para alcanzar la meta. Mediante el
cultivo de una nueva actitud respecto de la inmaterialidad, la entrega, la
aceptación, el asombro, la paciencia, la tolerancia y la comprensión, sentirá
que se produce un giro espectacular: un giro que le aleja de la lucha constante.
Usted puede llegar al precioso presente con la serenidad que acompaña a su
yo superior.
ALGUNOS TÍPICOS COMPORTAMIENTOS DE LA LUCHA
La tendencia a evitar la actitud que garantiza alcanzar la meta puede revestir
demasiadas maneras para describirlas aquí. Usted sólo encontrará algunos
ejemplos en estas páginas. Al reparar en ellos cuando se presenten,
comenzará a entender por qué ha optado por la lucha. Y cuando se ponga en el
camino de la búsqueda espiritual ya habrá decidido cómo abandonar tales
comportamientos.
Manifestaciones corporales. Presión sanguínea alta, malestar general, úlceras,
comerse las uñas, fumar, beber y comer en exceso son pruebas de un perpetuo
estado de lucha y ansiedad.
Medir su felicidad basándose en la posición que ocupa, ya sea en su profesión,
ya en su comunidad. Usted busca constantemente posiciones más altas y más
prestigio para demostrar su competencia o valor.
Búsqueda de símbolos externos de éxito. Dedica su atención a las notas, los
trofeos, las clasificaciones o cualquier otro reconocimiento que usted necesita
para sentirse bien consigo mismo.
Vivir en un permanente estado de preocupación y ansiedad. Usted mantiene
conversaciones consigo mismo que giran en torno a cosas como la necesidad
de conseguir un ascenso, el temor de que su seguridad se halle en peligro a
menos que obtenga más dinero, y la ansiedad respecto de la falta de propósito
en su familia. Estos pensamientos le apartan del momento presente y le
causan preocupación o temor.
Poner una etiqueta con el precio a cada cosa que hace. Usted centra su
pensamiento en el dinero. Su tendencia es emplear el criterio monetario como
medio exclusivo de evaluación de sí mismo y de los demás.
Hacer del “intento” y el “esfuerzo” las piedras angulares de su filosofía vital.
Usted siente que tiene que estar siempre atareado con el fin de ser digno de
aprecio. Juzga a los demás como haraganes o indignos de aprecio si disfrutan
del ser en lugar del hacer.
Hallar defectos en el mundo tal cual es. Usted es incapaz de aceptar lo
impredecible de la naturaleza. Está preocupado por el miedo a la muerte y se
siente atraído por las conversaciones que se lamentan de los desastres que
suceden.
Ser incapaz de pasar un rato en calma y a solas. Usted llena su tiempo con
conversaciones telefónicas, mirando la televisión o planteando acciones
futuras. Está siempre preocupado por las fechas límite que se avecinan.
Rechaza la idea de la meditación o la contemplación como una pérdida de
tiempo.
No ser capaz de permitir que el silencio sea una parte natural de su relación
con los otros. Se siente impelido a llenar cualquier hueco de silencio con
actividad o conversación.
Tendencia a hacerlo todo rápido. Se impacienta con quienes no hablan, se
mueven, comen o conducen con la rapidez suficiente como para encajar en su
modelo de conducta. Corre por la vida y juzga negativamente a los que
avanzan a paso más lento.
Éstos son algunos conceptos de la interminable lista de comportamientos
típicos de la lucha. Cuando confiamos en nuestro falso yo en lugar de hacerlo
en nuestra conciencia espiritual, estos comportamientos se transforman en un
aparte habitual de nuestras visas. Es posible transformar estas pautas de
comportamiento del ego cuando uno examina el porqué su ego le insiste tanto
en que vaya en esa dirección.
CÓMO EL EGO ALIMENTA LA LUCHA
He aquí algunas de las principales razones por las que el ego ha seguido el
camino de la lucha.
El ego quiere que crea en sus tergiversaciones. La más grande tergiversación
es que usted es su cuerpo y los logros del mismo. Si puede mantenerle
convencido de que eso es verdad, usted continuará trabajando con ahínco para
probarse a sí mismo mediante la lucha. Mientras esté concentrado en luchar,
no verá a su yo superior.
El ego fomenta la falsa idea de que la contemplación es algo rechazable. Para
asegurar su dominio, el ego le insta a evitar las actividades contemplativas o
meditativas y a llenar su vida con actividades, ruido, conversación o sustancias
adictivas. Nunca hay tiempo para alcanzar la meta.
El ego dirige de manera persistente su atención hacia el pasado o el futuro. El
hecho de dirigir los pensamientos hacia el pasado o el futuro borra el momento
presente. Si cambia su atención al momento presente, se libera
automáticamente del estrés respecto el pasado o el futuro. En el momento
presente conocerá a Dios, lo cual rechaza el ego.
Cuando cree que su pasado impulsa su presente, acepta la falsa creencia de
que la estela es lo que hace mover al barco. La realidad es que la estela no es
otra cosa que un rastro que se deja atrás, al igual que lo son sus
comportamientos pasados. Mientras crea que no puede escapar del pasado y
que éste impulsa su vida, está en las garras de su ego y será incapaz de correr
los riesgos y aceptar las responsabilidades que acompañan al ser espiritual.
El ego usa el miedo a la muerte como motivación para mantenerle a la
búsqueda del hedonismo, las adquisiciones y el poder. La idea de la muerte
como acto natural de despojarse del cuerpo desgastado en algo aterrorizador
para el ego. Sabe que usted será incapaz de invitar a su yo superior a
participar en su conciencia si puede mantenerle luchando por más y creyendo
que a eso es a lo que su vida está destinada.
El ego insiste en que tiene que ser impaciente e intolerante o perderá su lugar
junto con su credibilidad. En este sentido está reforzando su dogma de que
está separado de todos los demás, por lo que necesita superarlos. Puesto que
se trata de un combate, le resulta imposible ser paciente. Esto le mantiene en
una lucha constante.
ALGUNA IDEAS PARA NO CAER EN LA TRAMPA DE LA LUCHA
Puede detener la presión del ego cuando está en campaña para que luche por
más. Recurra al sencillo y placentero pensamiento de que no necesita hacer
nada. “No necesito hacer nada” es una afirmación útil. Este simple
recordatorio invitará a su yo superior a dirigir su vida.
Cuando se encuentre ante un dilema sobre lo que quiere perseguir en al vida,
ponga la decisión en manos de su yo espiritual. Cree una frase que repetir en
silencio y en voz alta cada vez que intente averiguar qué hacer; algo parecido a
esto: “Decide por mí, lo dejo en tus manos”. Luego déjese llevar y escuche.
Las respuestas llegarán a medida que desarrolle la voluntad de permitir que su
yo superior le guíe. Puede que esto suene como una excusa para
desentenderse, pero para mí ha sido una técnica útil en muchos aspectos
problemáticos de mi vida. Cuando digo “te pido que decidas por mí”, me
encuentro con que las respuestas aparecen de inmediato.
Milagrosamente, se presentará la persona indicada y me dirá con toda
precisión lo que necesito oír, o me llegará por correo un libro con pasaje
subrayados que son justo lo que yo estaba buscando, o sonará el teléfono y se
me guiará. Con el fin de que esto ocurra, tiene que ser capaz de dejarse ir y tan
sólo permitir que su conciencia superior tome cartas en el asunto.
Dé un paso atrás y observe a su ego en acción. No intente hacer algo respecto
de su ego. No se resista a él, ni lo someta ni lo controle o destruya. Eso sólo
conseguiría hacer más fuerte al ego, más real.
Tiene que recordar que su ego no e algo real. Se trata de una falsa creencia.
Mediante la observación de su ego, está escogiendo el amor y entablado
contacto con la amorosa esencia divina.
Permanezca quieto y conozca. Estas palabras le ayudarán a superar la lucha y
a conocer el júbilo de estar aquí en el momento presente. Cuando se permita
vivir la quietud, comprenderá la futilidad de la lucha constante y de la
persecución de más cosas.
Piense en lo divertido que resulta contemplar un perrito o un gatito que
persigue su cola. El animal no se da cuenta de que es imposible. El deseo
mantiene la cola justo fuera del alcance del animalito.
Su falsa creencia le mantiene luchando por la felicidad de manera análoga.
Cuando se sienta atrapado en al incesante lucha, recuerde: “Permanecer quieto
y conocer”.
Realice un esfuerzo para despertarse entre las tres y las seis de la mañana y
hacer veinte minutos de meditación. Para mí, éstas han sido las horas más
productivas del día para acceder a mi yo espiritual.
Comprométase con una hora de meditación por difícil que le resulte salir de la
cama. Luche contra la tentación de volver a dormirse, levántese y vaya a un
lugar que haya escogido y donde pueda permanecer sin que le molesten y en
silencio. Medite. Luego vuelva a dormir si quiere.
En medio de una reunión agitada o durante una discusión con sus hijos,
levántese y excúsese durante un momento. Cuando haya abandonado la
agitación, concédase cinco minutos para centrarse y formularle a Dios la
siguiente pregunta: ¿cuál es mi propósito aquí y cómo puedo servirte en medio
de toda esta confusión?
Pasados unos instantes de silencio, regrese a la reunión. Descubrirá que la
calma y el reconocimiento de la presencia de Dios le ayudan a ver con mayor
claridad el papel que debe desempeñar. Sabrá que ya está completo y
reconocerá que se trataba de una prueba. También podría recordar las dos
reglas para estar en paz: no apurarse por las pequeñas cosas, y todas las
cosas son pequeñas.
Convierta en práctica habitual el irse de paseo a solas. Ésta es una de las
formas más sencillas y rápidas de ponerse en contacto con su yo espiritual.
Puede realzar esta experiencia mediante la creación de un mantra personal
para repetirlo al ritmo de sus pasos; puede ser una frase como “el designio
divino resplandece por toda mi persona” o una palabra sencilla como amor,
belleza o paz.
Ralph Waldo Emerson era un entusiasta caminante solitario. En la pared de su
biblioteca se podía leer la siguiente frase; “Creo que caminar es lo mejor para
la humanidad. En las horas felices, creo que todos los asuntos deberían de ser
pospuestos por el caminar”.
Tenga presente el consejo ofrecido por A Course in Miracles: “Sólo la
paciencia infinita produce resultados inmediatos”. Aprenda a ser paciente
consigo mismos y con quienes le rodean.
Al entrar en el coche, imagine cómo quiere que sea su manera de conducir y
sea paciente con todo lo que se presente a lo largo de la ruta. Ser paciente
puede tener lugar dentro de su mente mediante el sencillo sistema de mantener
un diálogo interno al respecto a favor del desarrollo natural de los
acontecimientos. Un sencillo mantra silencioso también fomenta la paciencia.
La impaciencia es una respuesta aprendida que en muchos sentidos es
malsana. Puede liberarse de esa tendencia impulsada por el ego mediante la
observación de sí mismo en frenético movimiento y permitiendo que su
conciencia superior reemplace la impaciencia por amor y aceptación.
Asómbrese ante el milagro que en verdad es la vida. El asombro es una
apreciación del trabajo de Dios y de la presencia de la inteligencia divina.
Al concederse tales momentos de apreciación, podrá acceder a la meta. Al
estar en un estado de reverencia o asombro, uno escoge verse libre de las
exigencias del ego y permite a la amorosa esencia divina que se haga sentir.
Cuando celebre el momento presente de esta manera, estará alcanzando la
meta y viviendo ese momento.
Uno de los grandes maestros de mi vida fue Paramahansa Yogananda, un
hombre que salió de la India para enseñarles a los pueblos de Occidente los
caminos del yo espiritual. He leído muchos de sus discursos y hallado gran
consuelo en sus escritos así como en la lectura de su vida. Uno de mis
refranes favoritos es aplicable a este capítulo. Se lo ofrezco para que lo medite
mientras avanza hacia la meta.
Busca los confines espirituales en tu interior. Lo que tú eres es mucho más
grande que cualquier otra persona o cosas que jamás hayas anhelado.
Ésa es la voz de su yo superior que en silencio le recuerda que se acepte a sí
mismo y acabe con los anhelos. Nunca va a obtenerlo todo, ya lo es todo usted
mismo.
WAINE W. DYER
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