Desde el punto de vista de la consciencia ordinaria, la separación parece ser una parte básica de la condición humana. La mayoría de los seres humanos se experimentan a sí mismos como egos atrapados dentro de su propio espacio-mente, observando un mundo que parece estar ahí fuera, en el otro lado de sus cráneos. Como resultado, el estado humano normal es uno de soledad. Siempre somos espectadores en lugar de participantes. Podemos comunicarnos con otras personas hablando, escribiendo o gesticulando, pero nunca serán capaces de conocernos de verdad, o compartir nuestros pensamientos y sentimientos. Nuestro ser interior siempre estará sellado para ellos.
La ego-separación también crea una sensación de incompletitud. Porque como estamos separados del mundo, somos como fragmentos que se han desprendido del todo, y así tenemos una sensación de insuficiencia. Hay una especie de agujero dentro de nosotros, y pasamos la mayor parte de nuestras vidas tratando de llenarlo (pero muy rara vez se logra), como los gatos que son apartados de su madre al nacer y que siempre están anhelando afecto y atención para tratar de compensar una sensación de carencia. Los cristianos renacidos dicen algo parecido a esto cuando dicen que hay un agujero en forma de Dios dentro de nosotros, aunque en mi opinión, la religión tradicional tampoco puede llenar ese agujero, sólo proporciona el mismo consuelo (en última instancia incompleto) que la riqueza o el éxito.
Como resultado de esta soledad e incompletitud, no nos sentimos completamente en casa en el mundo. No estamos completamente arraigados aquí, y así nos sentimos de alguna manera a la deriva, como si no perteneciéramos del todo, como las personas que han viajado alrededor del mundo durante tanto tiempo que ya no se sienten como en casa en ningún lugar. Mientras que los pueblos indígenas tradicionales parecen percibir el mundo como un lugar benigno y benévolo, a nosotros nos parece indiferente e incluso vagamente malévolo.
Además, nuestro ego-aislamiento genera un sentido básico de inseguridad e insignificancia. Nuestro propio ego es tan pequeño y tan débil frente al enorme mundo de ahí fuera, como una pequeña cabaña de madera en la playa al borde de un vasto océano. Nos sentimos empequeñecidos por el gran peso de los fenómenos y acontecimientos que tienen lugar ahí fuera. ¿Cómo podemos tener alguna importancia en relación con ellos? ¿Cómo puede esta frágil entidad dentro de nuestra cabeza hacer frente al poder del mundo?
Efectos más amplios de la Separación
Sin embargo, los efectos de esta separación se extienden mucho más allá del individuo. De hecho, me gustaría ir tan lejos como para decir que el sentido de separación es la causa raíz del constante conflicto, la guerra y la opresión que han asolado la historia humana. La sensación humana de incompletitud genera un deseo de posesiones, poder y estatus, como una forma de tratar de completarnos a nosotros mismos y compensar nuestra discordia interior. Tratamos de completarnos a nosotros mismos ―y hacernos importantes― ganando poder sobre otras personas o amasando riquezas y posesiones. Este deseo de riqueza y poder es también la causa fundamental de la guerra y la opresión, junto con la reducida empatía que la separación causa. El yo separado nos aísla de otros seres humanos, haciendo que sea difícil para nosotros "sentir con" ellos y experimentar el mundo desde su perspectiva. Esto hace posible que seamos violentos y crueles con otras personas, ya que no podemos sentir el sufrimiento que les causamos. Así que los oprimimos y explotamos al servicio de nuestros propios deseos. Oprimimos a la mujer, a los miembros de clases o castas inferiores, a los de diferentes razas, para que podamos ganar más poder, estatus y riqueza.
El sentido de separación es también la causa de nuestro abuso del medio ambiente. Esto significa que experimentamos una sensación de "otredad" hacia la naturaleza, y que no podemos sentir su vivacidad, y como resultado no sentimos ningún reparo en explotar y abusar de ella.
¿Por qué la separación?
Yo no diría exactamente que la separación es una ilusión, como hacen muchos maestros de la no-dualidad. No es una ilusión, sino una aberración ― algo que existe pero que no debería. Los niños pequeños no experimentan la separación; ellos existen en un estado de relación natural con el mundo. Esta es una de las razones por las que la infancia es tan maravillosa, porque el niño se siente conectado con todo lo que le rodea, en un flujo participativo con toda experiencia, sin ningún aquí dentro o ahí fuera.
También hay muchos otros pueblos en el mundo que incluso los adultos no existen en un estado de separación. La mayor parte de los pueblos indígenas del mundo no se ven a sí mismos como algo separado de su entorno. Sienten un fuerte sentido de conexión con la naturaleza, una conciencia de que son una parte del entramado de la creación (y una que no es más importante que cualquier otra). Como Tim Ingold escribe de los Negritos Batek de Malasia, por ejemplo. Ellos se ven a sí mismos involucrados en una relación íntima de interdependencia con las plantas, animales y hala [espíritus] (incluyendo las deidades) que habitan en su mundo. O como señala la erudita sobre los Indios Cherokee, Rebecca Adamson, para los pueblos indígenas el medio ambiente o natural es percibido como una entidad sensorial y consciente impregnada de poderes espirituales a través de la cual el entendimiento humano es solamente realizado en perfecta humildad ante la totalidad sagrada. Los Hopi utilizan el término Novoitti para el concepto de vivir en armonía con la naturaleza, mientras que los Tlingit (también de América del Norte) lo llaman Shogan.
El antropólogo Lucien Levy-Bruhl cree que la característica esencial de los pueblos nativos era que los límites de su individualidad son variables y poco claros. Observó que, en lugar de existir como entidades individuales autosuficientes, el sentido de identidad de los pueblos indígenas estaba ligado a su comunidad y su tierra. Él cita informes de los pueblos nativos que utilizaban la palabra "yo" cuando hablaban de su grupo y otros que veían su tierra como una extensión de su propio ser, por lo que si eran obligados a marcharse de su tierra sería equivalente a la muerte. (Esta es la razón por la que los nativos estaban a menudo dispuestos a suicidarse antes que abandonar sus tierras.)
Las prácticas de asignación de nombres de determinados pueblos sugieren esto también. Para nosotros, un nombre es una etiqueta permanente que define nuestra individualidad y autonomía. Sin embargo, los aborígenes australianos, por ejemplo, no tienen nombres fijos que mantienen a lo largo de sus vidas. Sus nombres cambian regularmente, e incluyen los de otros miembros de su tribu. Otros pueblos nativos usan términos tekonyms que describen la relación entre dos personas en lugar de los nombres personales o de parentesco.
El sentido de separación parece ser una peculiaridad de nuestro desarrollo psicológico. Para nosotros, se desarrolla lentamente a medida que avanzamos hacia la adolescencia, llegando a estar firmemente establecido en nuestra adolescencia. El ego se desarrolla como una estructura, creando una sensación de interioridad y aislamiento.
Sea testigo del cambio masivo que se produce cuando un niño entra en la adolescencia. Sobre todo con los chicos, la frescura y la alegría de la infancia da paso a la torpeza y la confusión. Después de haber sido una parte de la corriente gloriosa de la experiencia, estamos de repente fuera del mundo, solos dentro de nuestro propio espacio mental. Esta es la razón por la que los adolescentes tienen una necesidad tan fuerte de pertenencia. Su nuevo sentido de separación hace que se sientan tan vulnerables que necesitan reforzar su identidad formando parte de grupos o bandas, o siguiendo las modas. Más tristemente, esta es también la razón por la que la mayoría de los homicidios son cometidos por jóvenes, en respuesta a los desaires o insultos percibidos. Con su nuevo frágil sentido de identidad, los jóvenes son susceptibles de ofenderse por cualquier tipo de ofensa trivial, haciéndolos sentir menospreciados y creando un deseo instantáneo de vengarse y recuperar su estatus perdido.
Recuerdo claramente esta transición en mi propia adolescencia. Después de una infancia despreocupada, de repente me sentí encerrado dentro de mí mismo, solo con mis pensamientos y sentimientos que nadie más podría experimentar. Junto con eso, sentía una aguda consciencia de mí mismo. Yo era consciente de cada movimiento que hacía y de cada palabra que decía, por lo que ya no podía hacer nada de forma natural. Me sentía expuesto cuando caminaba por la calle, consciente de que la gente podía estar mirándome desde sus ventanas.
A medida que crecen hasta la edad adulta, la mayoría de las personas tienen que lidiar con la fragilidad y la vulnerabilidad del yo adoptando ciertos roles y apegos. Asumen los roles de sus puestos de trabajo, se adhieren a ciertas creencias fortaleciendo su identidad con etiquetas como socialistas, ateos o musulmanes o se adhieren a ambiciones, al conocimiento que han acumulado, a la imagen de sí mismos como personas importantes o poderosas, o se apegan emocionalmente a otras personas. Estos roles y apegos se convierten en el andamiaje del ego, sosteniéndolo y, al mismo tiempo, refuerzan la separación, haciendo que el individuo quede aislado.
El despertar del sueño de la separación
Sin embargo, no importa hasta qué punto incurramos en la separación, en un sentido no es más que superficial. No importa lo fuerte que se vuelva el ego, no es más que un constructo. Todo el mundo experimenta momentos en los que la separación se desvanece temporalmente, y formamos parte de la unidad de nuevo. Es a estos momentos a los que me refiero como experiencias de despertar. Con frecuencia se producen cuando estamos caminando entre un entorno natural, cuando estamos bailando o corriendo, durante o después del sexo, escuchando o tocando música. En estas situaciones, el parloteo normal del ego, que es el combustible normal del ego y que lo mantiene como una estructura, se queda en silencio, dando lugar a un debilitamiento de sus límites. La separación se disuelve y estamos de nuevo flotando en el océano del Ser, inmersos en una gloriosa eseidad y vivacidad del mundo.
Es revelador que en estos momentos siempre hay un cambio de identidad. Creemos que nos hemos convertido en alguien más, un yo más arraigado y más profundo que parece más auténticamente tú. El yo-ego con el que estábamos identificados antes aparece como un impostor, un embaucador limitado y superficial que de alguna manera nos tenía engañados pensando que era nuestra identidad.
También hay muchos casos de pérdida extrema o intensa agitación, cuando todo lo que el ego ha construido, sus roles y apegos, se derrumba. Una persona puede ser diagnosticada con cáncer diciéndole que sólo le queda unos pocos meses de vida; un alcohólico podría llegar a tocar fondo y estar a punto del suicidio; una persona puede verse gravemente incapacitada por lesión o enfermedad; o que pudiera sufrir algún trauma por pérdida de algún ser querido, por depresión, por la destrucción de sus esperanzas y creencias, y así sucesivamente. En la mayoría de los casos, estas formas de pérdida simplemente traen tristeza y sufrimiento, pero para una minoría de individuos, puede desencadenar en un despertar espiritual. Con todo su andamiaje derribado, el yo-ego normal se disuelve, y nuestro yo más profundo y verdadero emerge en su lugar, como una mariposa de una oruga. La persona se siente como si volviera a nacer, como una persona diferente que habita en el mismo cuerpo, con un nuevo sentido de significado y conexión.
En todas estas experiencias, hay una sensación de volver a casa, de vuelta a nuestra unidad original, a la armonía de la que tanto como individuos y como especie nos hemos alejado. Siempre estuvo ahí, siempre está aquí. Es sólo que nuestros yoes separados nos engañaron haciéndonos creer que estábamos dormidos.
Steve Taylor
http://www.advaitainfo.com/articulos/sueno-de-separacion.html
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