A veces oigo a la gente afirmar que la consciencia pura se identifica con el ego, con el pensamiento o con el cuerpo. Lo que están diciendo efectivamente es que el Yo puro, es decir, eso que es consciente de todas las experiencias, cree que es un yo separado, un pensador, un elegidor y un hacedor de acciones. Pero el Yo puro, no cree ni piensa nada. Es lo que es consciente de los pensamientos y creencias que están surgiendo ― el "conocedor" de toda experiencia.
Este Yo no es contaminado ni afectado de ninguna manera por las perturbaciones de la mente. Es la esencia que permanece sin cambios, al igual que el agua en una ola no cambia por el movimiento de la ola. Inmutable, el Yo es el conocedor silencioso de todo lo que aparece en nuestra experiencia.
Lo que realmente sucede es que la atención se absorbe en el sistema de pensamiento del ego.
La atención es intrínseca a ser consciente. Podría ser considerada como el foco de la conciencia, que se centra en un aspecto particular de la enorme amplitud de la totalidad de nuestra experiencia. Su trabajo es atender (o prestar atención) a las cosas que pueden ser importantes.
La atención tiene dos modos básicos de operación. Hay un modo relajado donde todo está bien. Estamos a gusto, y la atención se mueve sin esfuerzo, de un posible interés a otro, sin ningún esfuerzo o control voluntarios ― atraída por el sonido de un pájaro, una picazón, una polilla volando. En este modo, nuestra atención no está pre-ocupada con quiénes somos ni con nuestro sentido del yo.
Entonces cuando notamos algo de interés nuestra atención se queda allí por un tiempo. Prestamos atención. Consideramos si esto puede ser importante para nuestro bienestar. ¿Necesito hacer algo? ¿Si es así, el qué? El enfoque de la consciencia está ahora en el tema en cuestión, y los pensamientos que estamos teniendo al respecto.
Si el tema en cuestión se considera importante para nuestro bienestar, entonces la totalidad de nuestra experiencia se divide en dos. Está este cuerpo, el organismo que necesita ser cuidado, y el mundo alrededor que puede ser necesario cambiarlo de alguna manera, o por el contrario impedir que cambie. Creamos un sentido de ser un yo individual que está pensando y actuando en el mundo. Pero este sentido de yo es, en última instancia, un conjunto de pensamientos y creencias. Es otra forma que surge en la experiencia, otra "cosa" de la que somos conscientes.
La consciencia no se ha identificado a sí misma con este sentido de yo. La identificación está en nuestro pensamiento. La consciencia misma sigue siendo, como siempre, el testigo silencioso de todas estas travesuras. Es simplemente consciente de ellas como lo sería de cualquier otro pensamiento o experiencia.
El sentido separado del yo es como un personaje de una novela. Si se trata de una novela absorbente, nosotros, el lector, podemos estar tan absorbidos por la historia, los altibajos de la aventura del héroe, que olvidamos temporalmente que somos el lector de la historia. Nuestra atención es absorbida por el drama, imaginando el mundo del héroe. Igual ocurre con los dramas de nuestras propias vidas, nuestra atención se absorbe en el viaje de nuestro propio héroe: los desafíos y oportunidades, nuestras esperanzas y temores, las decisiones que debemos tomar, los riesgos que debemos correr. Pero el Yo puro, el conocedor de toda experiencia, no se ha identificado con el yo separado, el personaje de nuestra historia personal. Simplemente experimenta las maquinaciones de este modo particular de pensar.
Así que cuando decimos que la consciencia se identifica con el ego, con los pensamientos o con el cuerpo, lo que realmente sucede es que la atención está tan enfocada en estos aspectos de nuestra experiencia que dominan nuestra experiencia. Por un tiempo, el hecho de que somos mucho más que eso no tiene la oportunidad de entrar. Olvidamos que somos eso que está viendo cómo se desarrolla el drama.
Peter Russell
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