El destino, también llamado sino, hado o estrella, no hace visitas a domicilio. Si queremos encontrarnos con él, hay que salir a buscarlo. Porque aunque pensemos que la realidad está ahí para satisfacer nuestros deseos como por arte de magia, nuestros anhelos no se harán realidad hasta que no nos pongamos manos a la obra para cumplirlos. Incluso, a veces puede que esto no sea suficiente.
Me atrevo a decir que los mejores momentos de nuestra vida suelen ser aquellos en los que tomamos las riendas de nuestra vida, esos en los que actuamos bajo nuestras decisiones y en los que adquirimos de algún modo, el control de nuestro destino. Porque en lugar de rezar al universo o esperar a que los planeas se alineen, es necesario que nos planteemos qué queremos conseguir y una vez que lo tengamos claro, ponernos manos a la obra para emprender el camino a nuestras metas.
“Búscate un destino, el que quieras, pues jamás sabrás cuando llegarás al destino de la muerte”.
El destino lo escribimos con nuestras decisiones
El destino lo creamos a cada paso que damos y con cada elección que hacemos. No obstante, demasiada gente cree que simplemente con dejarse llevar y desear que algo suceda, se cumplirá. Pero desde mi perspectiva, no es cierto. La única manera en la que podremos tener lo que queremos es luchando por ello.
Por otro lado, algunos creen que cada persona viene a este mundo con un destinoespecífico. Según esta idea, todos tenemos algo que cumplir, algún mensaje tiene que ser entregado o algunos trabajos tienen que ser completados. De esta forma, no estaríamos aquí por accidente, habría un propósito para nuestra existencia.
Ahora bien, no es tan importante lo que creamos sobre nuestro fin, porque cada uno de nosotros tiene su propio destino, ese en creado bajo los hilos de nuestras decisiones. El único imperativo es seguirlo, luchar por él, aceptarlo. Cada uno de nosotros debe hacer lo que considera en cada momento de su vida.
“Tienes que confiar en algo: tu instinto, la vida, el karma, lo que sea. Esta perspectiva nunca me ha decepcionado, y ha marcado toda la diferencia en mi vida”.
-Steve Jobs-
Destino: ¿superstición o realidad?
Para finalizar os dejamos un cuento que analiza como el destino puede influir o no en nuestra vida. Esperamos que os guste.
David era un hombre muy piadoso y observante. Un judío devoto y creyente. Una noche, mientras dormía, un ángel se le apareció en sueños.
-David -le dijo el ángel-, vengo del cielo a concederte un deseo. Dios ha decidido premiarte y me envía con este mensaje. Puedes pedir lo que quieras, cuando te despiertes, lo recibirás. Al despertar recordarás todo lo que ha sucedido y sabrás que no se trata de un producto de tu mente. Pide, pues. ¿Qué es lo que más quieres?
David pensó un momento y luego recordó que había un tema que lo estaba persiguiendo últimamente. Se trataba de su propia muerte. Animado por el ángel, pidió lo siguiente:
-Quiero que me digas, exactamente, qué día y a qué hora me voy a morir.
Tras escuchar esto, el ángel pareció ponerse más pálido todavía y dudó.
-No sé si puedo decirte eso.
-Tú me dijiste que podía pedir lo que yo deseara. Pues bien, eso es lo que quiero.
-También dije que se trataba de un premio para ti y si te digo lo que me pides vivirás como un desgraciado contando los días que te faltan hasta el final – dijo el ángel -. Eso no seria un premio, sino un castigo. Elige otra cosa.
David pensó y pensó. Pero en ocasiones, cuando la idea de la muerte se adueña de la cabeza, es difícil erradicarla.
-Dime, en cualquier caso, cuál es el día de mi muerte.
El ángel se dio cuenta de que no podía hacer nada para sacarlo de esa idea y que, si no le contestaba, eso también sería incumplir su misión, que era premiar a David. Por lo tanto, aceptó a regañadientes.
-Ya que eres un buen hombre y un buen judío, te corresponde el honor de estar entre aquellos elegidos que mueren en el día más santo de la semana. Te morirás en Shabat.
Dicho lo cual, el ángel se despidió. David durmió plácidamente hasta la mañana siguiente.
Al despertar, tal como su aparición se lo había anticipado, tenía el vivo recuerdo de lo que había soñado. Además, sintió el halago de ser el único hombre que sabía por anticipado que se moriría en sábado.
Los siguientes días todo anduvo bien, por lo menos hasta el viernes. Mientras se preparaba para la llegada del sábado, David empezó a temblar.
¿No sería este el sábado de su hora? ¿Sería esta la razón por la cual el ángel se le había aparecido en ese momento? ¿Qué sentido tenía ir al templo el último día de su vida? Ya que iba a morir prefería quedarse en su casa. David entendió que había cometido un error. Sabía algo que hubiera preferido no saber, porque solo le servía para sufrir y hacer sentir mal a los que quería.
El hombre finalmente creyó encontrar la solución. Leería la Torá cada viernes en la noche y no se detendría hasta la primera estrella del día, ya que se supone que nadie puede morir mientras está leyendo el libro sagrado judío.
Y así fue. Pasaron dos o tres meses y una mañana de sábado, mientras David leía sin parar el sagrado libro de la Torá, escuchó por la ventana la voz de alguien que gritaba desesperado:
–¡Fuego! ¡Fuego! Se prende fuego la casa. Salgan. Hay fuego.. Rápido…
Era Shabat y él recordaba el mensaje del ángel; pero también recordaba que El Zohar aseguraba que mientras leyera la Torá estaba seguro, y para convencerse repitió:
-Nada me puede pasar, estoy leyendo la Torá.
Pero las voces de la calle apremiaban: Los que están en el altillo… ¿Me escuchan? ¡Salgan ahora, después puede ser tarde! ¡Salgan!
David tembló. Esto le pasaba por haberse querido salvar, por haber intentando burlar al destino. Finalmente iba a morir, víctima de su intento de intentar salvarse.
-Quizás este todavía a tiempo -se dijo finalmente. Y cerrando el libro la Torá, miró la escalera confirmando que el fuego todavía no había llegado allí. David bajó tratando de esquivar una muerte segura. Corría escaleras abajo, saltando escalones de dos en dos; y así fue como tropezó y rodó por las escaleras hasta el suelo, golpeándose en la nuca con el último escalón.
David murió en el acto, ese Shabat, sin enterarse de que el incendio era en la casa de enfrente y que nunca hubiera llegado a la suya. Su preocupación por el destino le hizo perecer antes de tiempo.
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