Durante la época de Navidad que se avecina, abre un nuevo portal de sublime devoción para que la Omnipresencia Crística pueda acudir de nuevo a tu conciencia. Cada día, cada hora, en cada dorado instante, Cristo ha estado llamando a los oscuros portales de tu ignorancia. Ahora, en este sagrado y augusto amanecer, Cristo viene de manera especial en respuesta a tu llamado interior, a fin de despertar dentro de ti su Conciencia Crística Omnipresente.
Teje una cuna de tiernas percepciones con los hilos de tu meditación, lo suficientemente espaciosa como para recibir en su acogedora vastedad al bebé de la Infinitud. Cristo nace en las verdes hojas de la hierba; su dulzura se mece en la cuna de todas las fragancias. El planeta opalescente engalanado de mares, la sabana del azur tachonada de estrellas, el amor carmesí de los santos y mártires que se han sacrificado por los demás, todos se proponen ofrecer un hogar al niño Cristo omnipresente.
El Cristo de la Omnipresencia duerme en el seno de la Eternidad; ansía renacer en todo tiempo y lugar, sobre todo en la calidez de tu genuino amor. Aun cuando el Cristo Infinito se encuentra presente en cada partícula del espacio como el esplendor de la siempre renovada sabiduría y expresión creativa, jamás podrás verle a no ser que Él decida que le contemples en la cuna de tu incesante devoción.
El cálido pesebre de tu corazón ha sido pequeño durante demasiado tiempo, y en él sólo albergabas amor por ti mismo; ahora es preciso que lo transformes en un lugar inmenso, donde pueda nacer el amor social, nacional e internacional, el amor por todas las criaturas y el amor del Cristo Cósmico, hasta que todo ellos se conviertan en el Único Amor.
La Navidad debe celebrarse no sólo con las festividades apropiadas y el intercambio de obsequios materiales, sino también con la meditación profunda e incesante, a fin de que tu conciencia se convierta en una catedral cósmica para Cristo, donde puedas ofrendar tus más preciados dones de amor, buena voluntad y servicio para inspirar física, mental y espiritualmente a aquellos de tus hermanos que se consideran tus enemigos, así como a los que son tus amigos.
El Cristo Infinito se halla por doquier; venera su nacimiento en los templos hindúes, budistas, cristianos, musulmanes, judíos y otros genuinos templos religiosos. Toda expresión de la Verdad fluye de la percepción del Cristo Omnipresente; así pues, aprende a venerar esa sagrada Inteligencia Universal en toda religión, creencia y enseñanza pura. Puesto que el Cristo Cósmico soñó la existencia del hombre —un ser divino—, deberías celebrar el nacimiento de Cristo en el amor que ha despertado ahora en ti y que sientes en la misma medida por cada raza y nacionalidad.
Cada capullo que se abre y cada destello astral es una imagen del Cristo Infinito; engalánalos todos con tu amor. Contempla en tu amor el nacimiento de un embriagador amor crístico por tus padres, amigos, parientes, vecinos y todas las razas. En el santuario de tu alma invita a tus pensamientos inquietos a reunirse y aquietarse para que así se mantengan al servicio del más profundo amor unánime por Cristo.
Al colocar los regalos navideños alrededor del árbol familiar, haz de cada pensamiento un altar de Cristo e impregna esos presentes con tu buena voluntad. Reverencia al Cristo que nace en toda la creación: en las estrellas, en las hojas, en los capullos, en el ruiseñor, en los ramilletes de flores y en tu aterciopelada devoción. Une tu corazón a todos los corazones, para que Cristo pueda nacer y permanecer allí por siempre y para siempre.
(Pasaje del volumen III de La Segunda Venida de Cristo:
La resurrección del Cristo que mora en tu interior, de Paramahansa Yogananda).
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