El sol se estaba poniendo entre grandes nubes coloreadas tras de las colinas de Roma; eran nubes brillantes, el cielo estaba salpicado de ellas, y toda la tierra se puso espléndida, aun los postes del telégrafo y las interminable filas de edificios.
Pronto oscurecería y el automóvil corría velozmente.
Las colinas se desvanecían y la campiña se aplanaba. Mirar con el pensamiento y mirar sin el pensamiento son dos cosas diferentes.
Mirar con el pensamiento esos árboles al costado de la carretera y los edificios al otro lado de los áridos campos, mantiene al cerebro atado a sus propias amarras de tiempo, experiencia, memoria; la maquinaria del pensamiento trabaja interminablemente, sin descanso, sin frescor; el cerebro se vuelve torpe, insensible, sin el poder de recuperación.
Está eternamente respondiendo al reto, y su respuesta es inapropiada, nunca es fresca, nueva. Mirar con el pensamiento mantiene al cerebro en ‘el surco del hábito’ y del reconocimiento; lo torna cansado y perezoso; vive dentro de las estrechas limitaciones de su propia hechura.
Nunca es libre.
Esta libertad tiene lugar cuando no es el pensamiento el que mira; mirar sin el pensamiento no significa una observación en blanco, estar ausente, distraído.
Cuando el pensamiento no mira, entonces hay sólo observación, sin el proceso mecánico del reconocimiento y la comparación, la justificación y la condena.
Este ver no fatiga al cerebro porque han cesado todos los procesos mecánicos del tiempo. Mediante el completo descanso, el cerebro se refresca a fin de responder sin reacción, de vivir sin deterioro, de morir sin la tortura de los problemas.
Mirar sin el pensamiento es ver sin la interferencia del tiempo, del conocimiento y el conflicto. Esta libertad para ver no es una reacción; todas las reacciones tienen causas; mirar sin reacción alguna no es indiferencia, ni aislamiento, ni separativa frialdad.
Ver sin el mecanismo del pensamiento es el ver total sin particularización ni división, lo que no significa que la separación y la desigualdad no existan.
El árbol no se transforma en una casa ni la casa en un árbol.
Ver sin el pensamiento no adormece el cerebro; por el contrario, éste se halla totalmente despierto, atento, sin fricción ni dolor.
La atención sin las fronteras del tiempo es el florecimiento de la meditación.
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